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No sabes cuándo será tu último sermón.

Jesús predicó su último sermón público alrededor del martes 31 de marzo del año 33 d. C.

El mensaje, que se encuentra en Mateo 23:1-39, advierte contra la hipocresía, especialmente la de los predicadores orgullosos que «predican, pero no aplican». El viernes 3 de abril, el mayor predicador de la historia fue ejecutado a las afueras de Jerusalén en la muestra de humildad más extraordinaria de la historia.

Tres días separaron su último sermón de su último aliento.

Cada pastor predicará su último sermón, pero a diferencia de Jesús, la mayoría de ellos no lo sabrá. Estos son algunos ejemplos a lo largo de la historia.

Juan Calvino

Juan Calvino lideró reformas que cambiaron el mundo y escribió comentarios sobre cuarenta y ocho libros de la Biblia. J. I. Packer llamó a su Institución «una de las maravillas del mundo literario». A pesar de todo, Calvino mantuvo una incomprensible agenda de predicación: dos veces el domingo y varias veces durante la semana para un total de «diez nuevos sermones cada catorce días».

Cada pastor predicará su último sermón, pero a diferencia de Jesús, la mayoría de ellos no lo sabrá

 

Pero el 6 de febrero de 1564, cuando lo llevaron a la iglesia en una silla, su cuerpo se resintió. Theodore Beza informó que Calvino predicó con «asma que le impedía hablar» (entendida como un ataque de tos que le llenó la boca de sangre). Con dolor y debilidad física, el reformador predicó su último sermón.

No he encontrado ningún registro del texto de Calvino ese día, pero en su lecho de muerte completó su comentario sobre Josué. En la introducción, observa que Dios levanta líderes dotados para Su iglesia y luego se los lleva, pero «tiene a otros listos para suplir su lugar… su poderoso poder no está atado a ellos, sino que es capaz, tan a menudo como le parece bien, de encontrar sucesores idóneos».

Días después, Juan Calvino murió a la edad de cincuenta y cuatro años, el 27 de mayo de 1564. Fue enterrado en una tumba sin nombre.

John Flavel

La obra de Calvino tuvo influencia en John Flavel, quien predicó durante cuarenta y un años en circunstancias que la mayoría de los pastores estadounidenses consideraría intolerables. Educado en Oxford, era famoso por exponer las Escrituras y predicar al corazón. Pero bajo el reinado de Carlos II, el Estado dictaba lo que las iglesias inglesas podían predicar, cómo podían celebrar sus servicios y si podían reunirse o no.

Como pastor disidente, Flavel fue excomulgado de su iglesia y se le prohibió acercarse a ella a menos de ocho kilómetros. Predicó ilegalmente durante años, en su propia casa, en las casas de otros o en los bosques a altas horas de la noche, cuidando del rebaño que se le había confiado. Por el camino, consiguió publicar suficientes obras para llenar seis grandes volúmenes que tendrían una profunda influencia en generaciones posteriores de predicadores, como Jonathan Edwards y George Whitefield.

El 21 de junio de 1691, Flavel visitó Exeter y predicó sobre 1 Corintios 10:12: «Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga». Cinco días después, murió de un derrame cerebral a la edad de sesenta y cuatro años.

Jonathan Edwards

Flavel tuvo una profunda influencia en Jonathan Edwards, «el más brillante de todos los teólogos estadounidenses». Aunque durante su vida se publicaron diecisiete de los sermones de Edwards, desde entonces se han publicado muchos más. Sus obras ocupan ahora veintiséis volúmenes publicados por Yale University Press. Edwards tiene la distinción de haber pronunciado el sermón más famoso de Estados Unidos: «Pecadores en manos de un Dios airado».

Su sermón de despedida en Stockbridge, Massachusetts, el 15 de enero de 1758, es su último sermón registrado en la colección de Yale. El texto de Edwards ese día fue Lucas 21:36. Las notas que se conservan son escasas, pero son las típicas de Edwards, en las que expone la ley y el evangelio. Advirtió a su congregación que todos comparecerán ante Cristo en el juicio y que «vendrán muchas cosas espantosas», pero que hay una manera de «escapar de esas cosas que vendrán».

Dos meses después, tras una infructuosa inoculación de viruela, Edwards murió en Princeton el 22 de marzo de 1758, a la edad de cincuenta y cuatro años.

George Whitefield

El historiador Mark Noll considera a George Whitefield, aunque nacido en Inglaterra, «el estadounidense más conocido después de George Washington». A menudo predicaba al aire libre porque ningún edificio podía albergar a las multitudes que atraía. A lo largo de su vida, predicó a más de diez millones de personas en dos continentes a través de más de dieciocho mil sermones.

El 29 de septiembre de 1770 predicó al aire libre durante dos horas ante un auditorio de seis mil personas en Exeter, New Hampshire. Resumió el sermón así: «¡Obras! ¡Obras! ¡Que un hombre llegue al cielo por obras! Lo haría con la misma ilusión que subir a la luna con una cuerda de arena».

Esa noche se fue a dormir cansado y murió mientras dormía, a los cincuenta y cinco años.

Charles Spurgeon

Spurgeon, probablemente el predicador más leído de la historia, es el pastor al que más se ha citado: hay disponibles veinticinco millones de palabras de sus sermones en sesenta y tres volúmenes impresos.

La vida del pastor londinense estuvo marcada por sufrimiento, oposición, pérdida, depresión y dolor físico. «Imagínate que te meten el pie en un torno», decía describiendo su gota, «y aprietan el torno hasta lo máximo». Sin embargo, domingo tras domingo, se mantuvo en pie y predicó.

El 7 de junio de 1891, un Spurgeon enfermo predicó el que sería su último sermón, sobre 1 Samuel 30:21-26. La congregación seguramente se benefició de lo que Spurgeon había aprendido durante toda su vida de sufrimiento.

Ustedes, pequeños creyentes; ustedes, abatidos; ustedes, muy afligidos; ustedes, débiles de mente; ustedes, que suspiran más de lo que cantan; ustedes, que quisieran pero no pueden; ustedes, que tienen un gran corazón para la santidad, pero se sienten derrotados en sus luchas; el Señor les dará Su amor, Su gracia, Su favor, tan ciertamente como se los da a aquellos que pueden hacer grandes cosas en Su nombre.

El 31 de enero de 1892, mientras se recuperaba en el calor del sur de Francia, Spurgeon murió de gota e insuficiencia renal a los cincuenta y siete años.

Martyn Lloyd-Jones

En una época en la que la mayoría de las iglesias de Londres estaban en declive, la Capilla de Westminster creció bajo el liderazgo de Martyn Lloyd-Jones. Desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, su ministerio continuó allí durante treinta años. Considerado uno de los predicadores más influyentes del siglo XX, defendió la predicación expositiva, que él definía como «lógica en llamas».

Lloyd-Jones pasó sus últimos días predicando por todo el Reino Unido. El 18 de mayo de 1980, predicó sobre el Salmo 2 en Aberystwyth, Gales. (Había predicado el texto en varias ocasiones; una de ellas puede escucharse en línea). Aunque debilitado por el cáncer que terminaría causándole la muerte, predicó su último sermón el 8 de junio de 1980 en Barcombe, Inglaterra, sobre Josué 4:6. El 26 de julio le dijo a Iain Murray: «La gente me dice que debe ser muy duro para mí no poder predicar… ¡No, en absoluto! No vivía de predicar».

Martyn Lloyd-Jones murió el 1 de marzo de 1981, a los ochenta y un años.

4 lecciones de los últimos sermones

1. Todo pastor predicará uno.

Probablemente no será su mejor sermón, y puede que no sea un gran sermón. Pero por la gracia de Dios, el último debería ser uno bueno. Hay mucho que decir sobre lo que hace que un sermón sea bueno, pero dos características de 2 Timoteo 2:15 son fundamentales: carácter y competencia.

Puede que no sea un gran sermón. Pero por la gracia de Dios, el último debería ser uno bueno

 

En cuanto al carácter, el predicador se presenta humildemente ante Dios y practica lo que predica. Cumple los requisitos de embajador de Cristo, «irreprensible» según el estándar de 1 Timoteo 3. (Lamentablemente, no todos los ejemplos anteriores se ajustaban a esta descripción en su vida pública). En cuanto a la competencia, el predicador maneja correctamente la Palabra. Después de haber hecho el arduo trabajo exegético, expone hábilmente el texto bíblico para que quede claro lo que significa y cómo deben responder los oyentes.

2. Todo pastor predicará su último sermón con una santificación incompleta.

Todos los pastores tienen defectos profundos y puntos ciegos, y en los hombres de los que se habla aquí se pueden encontrar muchos. Entre su último sermón y su último aliento, Calvino confesó: «He fallado innumerables veces en ejecutar mi oficio correctamente».

Esto es algo que resuena en la mayoría de los pastores cuando se acercan a la meta.

3. Todo pastor puede hacer de su último sermón un buen sermón.

El mundo se alegra de los pastores famosos que no terminan bien. Para evitar un naufragio, debemos (entre otras cosas) hacer que nuestro último sermón sea un buen sermón. Dado que probablemente predicaremos nuestro último sermón sin saberlo, todos nuestros sermones deben ser buenos sermones.

Si no podemos predicar sermones buenos, no deberíamos predicar.

4. Todo pastor necesita la adversidad providencial.

Algunos pastores atraerán grandes audiencias y, en palabras de Spurgeon, «harán grandes cosas en Su nombre». Pero la mayoría trabajará fielmente en el anonimato y serán olvidados dentro de una generación.

Sin embargo, cualquier éxito que pueda medirse conllevará la tentación constante de alimentar el tipo de orgullo que condena el último sermón de Jesús. Por eso, puede que Dios tenga a bien mezclar la adversidad con el éxito «a fin de que no confiemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (2 Co 1:9).

Con esta misericordia que nos hace humildes, Él nos prepara para nuestro último sermón.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.

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