Si bien es verdad que una buena parte del Nuevo Testamento lo escribió el apóstol Pablo, no todas las cartas son de su autoría. Varias de ellas fueron escritas por otros hombres que Dios usó poderosamente para revelar Su palabra. En este artículo se estarán analizando las llamadas “epístolas generales”. Algunos de los principios de interpretación ya se mencionaron en el artículo pasado. Sin embargo, en este se dará más información con respecto a estas importantes cartas.
Las epístolas, en general, comprenden una buena parte del Nuevo Testamento, aproximadamente el 35% de su contenido. El teólogo Andrew Nasseli comenta: “En el contexto histórico y cultural del mundo grecorromano, la comunicación por medio de cartas fue algo popular y conveniente, y los autores del Nuevo Testamento usaron estas cartas para pastorear las ovejas desde la distancia”.[1] Así que Dios usó el medio de las cartas para comunicar Su voluntad a los primeros creyentes, pero también a nosotros en el día de hoy.
El orden que guardan las epístolas generales en el Nuevo Testamento solo tiene que ver con la longitud de las mismas, y no necesariamente con el orden cronológico en que fueron escritas, ni tampoco conforme a su importancia. Analicemos algunos de sus detalles, comenzando con los destinatarios.
Los destinatarios de las cartas
Las epístolas generales son ocho: Hebreos, Santiago, 1 y 2 Pedro; 1, 2 y 3 Juan; y Judas. El historiador Eusebio (c. 265–340 d. C.) fue la primera persona que hizo alusión a estas cartas como epístolas católicas, entendiendo el término católico como “universal”.[2] A diferencia de las epístolas de Pablo, que fueron dirigidas a iglesias particulares o a personas específicas, estas epístolas fueron dirigidas a audiencias generales, exceptuando 2 y 3 Juan. Veamos:
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Hebreos: audiencia no especificada.
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Santiago: “a las doce tribus que están en la dispersión” (1:1b).
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1 Pedro: “a los expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos…” (1:1).
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2 Pedro: “a los que han recibido una fe como la nuestra…” (1:1).
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1 Juan: audiencia no especificada.
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2 Juan: “a la señora escogida y a sus hijos…” (1:1).
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3 Juan: a Gayo (1:1).
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Judas: “a los llamados, amados en Dios Padre y guardados para Jesucristo” (1:1).
Las epístolas generales nos muestran cómo debe vivir un verdadero discípulo de Cristo
Esto, entonces, las pone en una categoría diferente a las epístolas de Pablo, que estaban en su mayoría dirigidas a iglesias específicas. Este detalle, si bien sencillo, es fundamental para interpretar estas cartas, porque desde un principio sabemos que tenían el propósito específico de llegar a un número amplio de personas.
Temas de las epístolas generales
Aunque todas las cartas son diferentes, algunas tienen temas en común:
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Falsos maestros: 2 Pedro 2:1-3; 1 Juan 2:18-26; 4:1,2; Judas 3-13.
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Un llamado a vivir en santidad: Santiago 2:14-26; 1 Pedro 1:13-16; 2 Pedro 1:5-11.
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El amarse unos a otros: Hebreos 13:1,2; 1 Juan 3:11-19; 2 Juan 5,6.
Por supuesto, cada una de estas epístolas tiene un tema central que domina la carta entera. A continuación, me gustaría presentar una lista de los temas de cada una de ellas, aunque los temas de cada libro o epístola de la Biblia pudieran expresarse de diferentes maneras por diferentes autores.
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Hebreos: la superioridad de Cristo sobre todos los seres creados y sobre toda Su creación, así como la superioridad del nuevo pacto.
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Santiago: animar a los creyentes bajo persecución y mostrar cómo luce una fe verdadera en un creyente genuino.
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1 Pedro: sufrir por amor a Cristo al reconocer que la tribulación purifica nuestra fe.
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2 Pedro: advertencia contra apostatar de la fe debido a la presencia de falsos maestros.
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1 Juan: fidelidad a los fundamentos de la fe.
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2 Juan: énfasis en caminar en la verdad y evitar seguir falsas enseñanzas, sobre todo aquellas relativas a la encarnación de Cristo.
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3 Juan: una carta personal que reconoce y anima a un hermano, Gayo, por su hospitalidad y ayuda a hermanos en la fe.
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Judas: un llamado a contender por la fe en vista de los falsos maestros que se habían infiltrado entre ellos.
En general, se puede decir que las epístolas de Pablo eran más teológicas en contenido, mientras que las epístolas generales son más bien de índole práctico, con la diferencia de la epístola a los Hebreos, que es de un alto contenido teológico también. Eso, por supuesto, no quiere decir que estas cartas no tengan contenido doctrinal; por supuesto que lo tienen, como la lista anterior hace evidente.
Un dato importante es que la epístola de Santiago es considerada por muchos como la carta escrita más tempranamente de todas, quizás entre el año 44-49 (aunque algunos piensan que pudo haber sido tan tarde como el año 60-62). En cuanto a la fecha, la única otra epístola que compite con la carta de Santiago es la carta a los Gálatas, considerada por algunos como escrita alrededor del año 50-55 de nuestra era.
Tiene sentido que estas dos cartas, una, la de Santiago, y la otra, la de Pablo, fueran las que más temprano se escribieron, dados los problemas que estas iglesias estaban presentando. Ver el contenido de estas cartas tempranas nos ayuda a recordar que no hay iglesia perfecta, y que incluso la Iglesia primitiva tuvo que ser corregida por los apóstoles.
Las demás cartas generales se escribieron más tarde:
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64-70 d. C.: Hebreos, 1 y 2 Pedro y Judas.
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90-95 d. C.: 1, 2 y 3 Juan.
Vivir para Cristo
Estas cartas generales no han recibido la atención que merecen, en algunos casos, quizás debido a su brevedad. Segunda y 3 Juan, al igual que Judas, apenas tienen un solo capítulo. Sin embargo, todas estas epístolas, incluyendo las más breves, están repletas de enseñanzas y aplicaciones teológicas.
Las necesidades que tenían las iglesias del primer siglo son similares y, en algunos casos idénticas, con las de los creyentes de hoy.
Las epístolas generales nos muestran cómo debe vivir un verdadero discípulo de Cristo. Sus autores exhortan a personas que estaban viviendo bajo situaciones difíciles de persecución y opresión. Considera las siguientes ilustraciones:
“En lo cual os regocijáis grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo” (1 Pe. 1:6-7).
“Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada” (Stg. 1:2-4).
“Amados, por el gran empeño que tenía en escribiros acerca de nuestra común salvación, he sentido la necesidad de escribiros exhortándoos a contender ardientemente por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos” (Jud. 1:3).
Estos pasajes demuestran lo pertinente que son estas epístolas para los creyentes del día de hoy. Las necesidades que tenían las iglesias de aquel tiempo son similares y, en algunos casos idénticas, con las de los creyentes de hoy.
La estructura de las cartas
La estructura de las cartas generales es muy similar a la de las cartas de Pablo. En general, las cartas siguen la siguiente estructura:
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Apertura y salutación.
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Cuerpo.
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Cierre / despedida.
El remitente de la carta usualmente se identifica en la apertura de la misma. De estas ocho epístolas generales, hay dos cuyos autores no se identifican en el texto de la carta (Hebreos y 1 Juan). En otros casos, el remitente de la carta claramente se identifica en la apertura o introducción de la carta (Santiago, 1 y 2 Pedro, y Judas). En 2 y 3 Juan, el emisor de la carta se identifica como “el anciano”, que siempre ha sido reconocido como el apóstol Juan.
El contexto de la epístola para hacer exégesis
Las epístolas del Nuevo Testamento tuvieron un carácter ocasional. Expresado de otra manera, estos documentos fueron escritos a un grupo de personas en particular, durante el primer siglo (alrededor del año 50 d. C. en adelante) que estaban enfrentando problemas específicos como seguidores de Cristo en medio de un mundo hostil.[3]
Esto es de suma importancia a la hora de hacer exégesis porque, como bien se ha señalado, “un texto no puede significar lo que nunca significó para su autor o para sus lectores”.[4] Este es el caso, por ejemplo, cuando mostramos favoritismo hoy hacia ciertas personas (algo que la epístola de Santiago condena). Esta acción sería tan pecaminosa para nosotros como lo fue para los lectores de la carta en el primer siglo. Lo mismo podríamos decir con el mal uso de la lengua del que habla Santiago en el capítulo 3. Lo que fue condenable en su momento y es comparable con una situación hoy, sigue siendo igualmente pecaminoso.
Una segunda regla para tomar en cuenta a la hora de hacer exégesis es que “cada vez que comparamos situaciones similares o particulares con la que se enfrentaron los oidores del primer siglo, la Palabra de Dios para nosotros es la misma Palabra de Dios que fue para ellos”.[5]
Usaré la carta de Santiago como ejemplo. Como bien se sabe, Santiago era la cabeza de la iglesia de Jerusalén, y allí se habían producido grandes conflictos entre los hermanos de la fe. Analicemos estos conflictos, pues nos dan un contexto para interpretar la carta.
El capítulo 1 comienza con una exhortación a la sabiduría, a soportar las pruebas y poner en acción la Palabra de Dios. En el capítulo 2, Santiago denuncia la parcialidad hacia aquellas personas de renombre, y en la segunda parte del mismo capítulo, Santiago hace un gran énfasis en que una fe en Jesucristo que verdaderamente te ha llevado a la salvación debe resultar en obras evidentes, no para ganar la salvación, sino como evidencia de ella. En el capítulo 3, Santiago se vio en la necesidad de pronunciarse en contra del poder condenador y divisivo de la lengua. En el capítulo 4, habla de las guerras y conflictos en el corazón del hombre; y en el capítulo 5, advierte a los ricos que abusaban de los que menos posesiones tenían.
Esta carta tuvo que escribirse lo antes posible para abordar estos temas que podían arruinar a la iglesia madre hasta ese momento (la de Jerusalén), pues esta iglesia podía influir muy negativamente en las iglesias que se fueran a plantar en un futuro.
Las epístolas generales son cristocéntricas
Dada la naturaleza de estos documentos, los cuales eran mensajes de parte de Dios y acerca del plan redentor de Dios, es lógico que estas epístolas tengan un enfoque centrado en la persona de Jesús, quien llevó a cabo nuestra redención.
La Biblia es un libro cristocéntrico de principio a fin, y las epístolas generales no son la excepción.
La Biblia es un libro cristocéntrico de principio a fin, y las epístolas generales no son la excepción. Cuando se habla de cristología, la tendencia es a hacer el énfasis en los Evangelios, así como en las epístolas de Pablo. Eso da una falsa impresión de que las epístolas generales pudieran tener un enfoque distinto, lo cual dista mucho de la verdad. Veamos algunas ilustraciones que nos permiten establecer esto.
“Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas, por medio de quien hizo también el universo. Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder. Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, siendo mucho mejor que los ángeles, por cuanto ha heredado un nombre más excelente que ellos” (Heb. 1:1-4).
Este texto breve establece varias cosas:
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Cristo es la revelación final del Padre hacia nosotros.
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Jesús es el heredero de todas las cosas.
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Él es el Creador y Sustentador de toda la creación.
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Jesús es Dios (la expresión exacta de su naturaleza, v. 3).
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Cristo se sacrificó (al llevar a cabo la purificación de los pecados, v. 3).
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Cristo ascendió a la derecha del Padre.
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Cristo es superior a los ángeles.