Nota del editor: Puedes leer más sobre este tema en el libro Escatología práctica: Cómo vivir los últimos tiempos hoy (Poiema Publicaciones, 2023), por Nathan Díaz.
Dios ya inició Su juicio contra la humanidad desde que Adán y Eva pecaron (Gn 3:15). La Biblia registra que los juicios de Dios se dieron una y otra vez en contra del pecado de Israel y de las naciones que decidieron vivir en rebeldía contra Él y Su ley. Uno de los juicios más significativos sobre la humanidad hasta ahora fue el diluvio en tiempos de Noé (Gn 6 – 9). Sin embargo, ese no fue el juicio final, que sucederá cuando Cristo regrese.
Esto significa que durante la actual era afectada por el pecado hay juicios temporales y el estado actual de todas las cosas también es temporal. Por eso en teología se habla sobre «el estado intermedio», al referirnos a que tanto los creyentes como los enemigos de Dios que han fallecido están ahora en un lugar temporal mientras llega el juicio final: los creyentes en el paraíso con Jesús (Lc 23:43; cp. 16:19-31) y los no creyentes en el Hades esperando el juicio (Lc 16:3; Ap 20:13).
El siguiente diagrama en el libro El cielo… no es el fin del mundo (Poiema Publicaciones, 2015), de David Lawrence, nos ayuda comprender esta realidad (p. 131):
El desarrollo del juicio final
Cuando Jesús regrese, como el Juez perfecto que es, hará una división entre las ovejas y los cabritos (Mt 25:31-36, 45-46).
Aunque algunos dividen el juicio final en dos partes (una parte del juicio en la segunda venida y la otra en el juicio del trono blanco, después del reino milenial), mi creencia personal es que todo el juicio final, tanto de los creyentes como de los no creyentes, sucede en la segunda venida de Cristo para inaugurar el estado eterno, los cielos nuevos y la tierra nueva (Jn 5:24-29; Dn 12:1-3; Ap 19 – 20).
El juicio final representa la resurrección de todos los que han muerto —tanto creyentes como no creyentes— para ser juzgados (1 Ts 4:15-17; Ap 20:12-13). Todos los que han muerto tendrán cuerpos de nuevo. Los que estamos en Cristo tendremos un cuerpo para disfrutar de la gloria de Dios y los enemigos de Dios tendrán un cuerpo para sufrir Su juicio eterno (Dn 12:1-3; Jn 5:24-29; Mt 5:31-36, 45-46; Ap 20:11-15).
La otra parte de lo que representa el juicio final son los diferentes grados de recompensa y los diferentes grados de castigo. En ese juicio no solo está el libro de la vida, sino también los libros de obras (Ap 20:12).
Castigos y recompensas en el juicio final
¿Has sido santificado por la obra del Espíritu Santo? Una de las evidencias de ser justificado por la fe en esta vida serán las obras de santificación como fruto del Espíritu (Gá 5:22-24; Lc 12:2-3; Ro 2:6-11; He 4:13). Jesús es quien juzga la motivación y la legitimidad de todas nuestras acciones (Mt 7:21-23).
Para entender mejor los libros de obras en el juicio del trono blanco (Ap 20:11), evaluemos de manera breve lo que la Biblia nos dice sobre los diferentes grados de castigo para los impíos y evaluemos también el tribunal de Cristo que describe los diferentes grados de recompensa (2 Co 5:10).
1) Diferentes grados de castigo
Dios es justo y no hay ni un solo pecado que no haya de ser castigado de manera justa en la eternidad. Aunque todo pecado, por pequeño que parezca, merece la separación de la comunión con Dios y la condenación eterna (Ro 3:23; Stg 2:10; recuerda que el pecado está definido fundamentalmente por lo que hacemos contra Dios y contra Su ley), la Biblia nos muestra que diferentes pecados traen diferentes grados de castigo.
Hay pecados que a los ojos de Dios merecen mayor severidad en el juicio final por el grado de daño que causaron (Pr 6:16-19). Además, hay pecados que merecen condenación por su desprecio al mensaje del evangelio o por cometer el pecado imperdonable. Por ejemplo, Jesús dijo que el castigo para Sodoma y Gomorra en el día del juicio sería más tolerable que para una ciudad que rechazara a Sus apóstoles (Mt 10:15; 11:21-22).
Parece ser, entonces, que los diferentes grados de castigo (Ap 20:11-15) tienen que ver con los grados de oposición directa contra Dios y Su iglesia, algo a lo que también se refirió el apóstol Pablo (2 Ts 1:6-10; cp. Mr 9:40-41; Ap 6:10; 18:24).
El castigo del juicio final también tiene que ver con los diferentes grados de apostasía, es decir, en cuanto al nivel de conocimiento y experiencia que alguien tenga del evangelio antes de pecar deliberadamente en desprecio y rechazo al sacrificio de Cristo (He 6:4-6; 10:26-31; Mt 26:24; Jn 19:10-11).
2) Diferentes grados de recompensa
Nuestras recompensas en el juicio final tendrán que ver con nuestras motivaciones y con el grado de responsabilidad que Dios nos dio en esta vida. Entre más bendiciones hemos recibido, mayor responsabilidad tenemos de usar esas bendiciones para la gloria de Dios (Lc 12:47-48; 19:11-27; Stg 3:1). Sin embargo, todas las recompensas que recibiremos de Su parte seguirán siendo un regalo de gracia, no el resultado de un esfuerzo ni de un mérito en nuestra naturaleza humana caída.
La mejor ilustración de esto la encontramos en la parábola de los obreros de una viña (Mt 20:1-16). En esta parábola, queda claro que los regalos que Dios quiere dar los otorga libremente porque son Suyos, y es Su prerrogativa darlos a quien Él quiera. Él no comete ninguna injusticia porque no le debe nada a nadie. Al que trabajó todo el día le puede pagar lo mismo que al que trabajó solo una hora.
Una de las cosas que sabemos con toda seguridad es que las recompensas que todo cristiano recibirá no serán equivalentes al sacrificio en esta vida. Es decir, no hay nada que pierdas ahora por causa del reino que no te sea recompensado mucho más en el reino venidero (Mt 19:29; Ro 8:18).
El juicio final será causa de terror y tristeza para todos los que rechazaron el evangelio de salvación (Ap 6:15-17) y será causa de gozo y celebración para el pueblo de Dios (19:1-5).
<strong>Nathan Díaz</strong>
Nathan Díaz es pastor de enseñanza en la Iglesia Evangélica Cuajimalpa en la ciudad de México y productor del programa de radio “Clasificación A” que se transmite en emisoras del mundo hispano. También es autor de “Escatología Práctica” y “Si Dios es bueno, ¿Por qué existe el mal?“. Estudió Biblia y teología en el Instituto Bíblico Moody de Chicago y es maestro de escatología y apologética en la escuela de estudios bíblicos y teológicos Semper Reformanda. Él y su esposa Cristin tienen tres hijos, Ian, Cael y Evan.