
Nota del editor: El pastor John Piper recibe preguntas de algunos oyentes de su podcast Ask Pastor John. A continuación está una de esas preguntas y su respuesta.
En otro programa analizamos diez razones por las que necesitamos la doctrina de la elección incondicional. Una de esas razones se encuentra en 1 Corintios 1:27. El diseño de Dios para la elección incondicional es que Dios sea alabado y nosotros seamos hechos humildes. Las doctrinas de la gracia son esencialmente humillantes, idealmente; aunque a veces eso no es lo que sucede. Si no tenemos cuidado, una comprensión equivocada del calvinismo puede engendrar orgullo.
Ese es el dilema de Nathaniel, quien escribe:
¡Hola, pastor John y Tony! Muchas gracias a los dos por el podcast. Me ha ayudado a amar más a Jesús y a anhelar Su regreso, ¡amar Su aparición! Soy un calvinista de cinco puntos. Creo que Dios escoge a un pueblo para Sí desde antes de la fundación del mundo para que sean Sus hijos, tal como enseña Efesios 1:4-6. Sé que Dios elige a las personas, en virtud de Su gracia y sabiduría gratuitas, y no en virtud de nada que haya en las personas que elige.
Sin embargo, a veces, cuando empiezo a rebosar de agradecimiento a Dios por elegirme y salvarme por Su gracia soberana, percibo cierta arrogancia en mí al pensar que soy «especial» para Dios porque Su «gracia especial» se ha extendido a mí y no a otros. Sé que mi arrogancia es errónea. No hice nada para salvarme y no merezco ser salvado en absoluto. Mi fe salvadora en Cristo es un don de Dios por completo, como dice Efesios 2:8-9. Por lo tanto, no tengo motivos para jactarme. He visto a Dios hacer algo en mi corazón en esta área recientemente y tengo la esperanza de que Él completará la buena obra que comenzó en mí (Fil 1:6). Pero mientras tanto, además de sumergirme en la Palabra de Dios diariamente, ¿hay algún consejo útil que puedan tener para mí sobre cómo puedo convertirme en un calvinista más humilde?
Bueno, no solo es así para Nathaniel, sino para mí y para todos nosotros; esto es lo aterrador del corazón humano. No existe ninguna doctrina, ninguna teología, ningún conjunto de ideas, ningún credo que pueda proporcionar una protección infalible contra el orgullo y la jactancia del corazón humano. Punto. El corazón puede encontrar la manera de distorsionar las circunstancias más humildes y convertirlas en circunstancias que realcen el ego. El corazón puede hacer que incluso las doctrinas que más humildes deben hacernos se conviertan en un trampolín para la jactancia. Puede hacerlo. Lo hace.
Más engañoso que todo es el corazón,
Y sin remedio;
¿Quién lo comprenderá? (Jr 17:9)
Jesús dijo: «Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos… orgullo e insensatez» (Mr 7:21-22). El orgullo… Esa es la enfermedad más profunda del corazón humano. Incluso en el santo de Dios salvado, comprado con sangre, habitado por el Espíritu, maduro —sí, maduro—, la enfermedad del orgullo puede levantar la cabeza desde la tumba de la mortificación y avergonzarnos.
Cinco puntos de humildad
La doctrina de la elección incondicional está diseñada por Dios para destruir la jactancia humana. Sí, efectivamente. Así es.
Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a lo que es fuerte. También Dios ha escogido lo vil y despreciado del mundo: lo que no es, para anular lo que es, para que nadie se jacte delante de Dios (1 Co 1:27-29).
Lo mismo ocurre con la doctrina de la gracia irresistible: la fe salvadora es un don, no un logro; está diseñada por Dios para destruir la jactancia. «Por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe» (Ef 2:8-9).
La doctrina de la elección incondicional está diseñada por Dios para destruir la jactancia humana
Es lo mismo con la doctrina de la depravación total, que está diseñada para aplastarnos a todos al terreno común de mendigos sin esperanza y así eliminar la jactancia. «Si tienen celos amargos y ambición personal en su corazón, no sean arrogantes y mientan así contra la verdad» (Stg 3:14).
Pasa igual con la doctrina de la providencia omnipresente de Dios sobre los detalles más pequeños de nuestras vidas: está diseñada para eliminar la jactancia.
Oigan ahora, ustedes que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia». Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora se jactan en su arrogancia. Toda jactancia semejante es mala (Stg 4:13-16).
Y así sucesivamente.
Cuatro caminos para alejarse del orgullo
Las doctrinas de la gracia —las doctrinas bíblicas, la historia bíblica, las verdades bíblicas— están diseñadas para mostrar los derechos de Dios, las prerrogativas de Dios, el poder de Dios, la autoridad de Dios y la gracia inmerecida de Dios derramada en nuestras vidas. Todas están diseñadas para tener este efecto doble: (1) que nadie se jacte de sí mismo y (2) que el que se jacte, se jacte en el Señor. Entonces, ¿qué podemos hacer si nos encontramos a nosotros mismos tergiversando estas verdades para convertirlas en una plataforma de exaltación propia?
1. Lamenta tu pecado
Lamenta tu pecado presente y continuo: no solo los pecados pasados, no solo los pecados en principio, sino también los de tu vida diaria que no se someten a la guerra. Esto es lo que hizo gritar a Pablo: «¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro» (Ro 7:24-25). Debemos ser dolorosamente conscientes del pecado que habita en nosotros, afligirnos por él y, con temblor, aferrarnos a la gracia.
2. Mira tu pecado en los sufrimientos de Cristo
Podemos tener ante nosotros las agonías de Cristo —y me refiero a las torturas y sufrimientos reales y horribles de Cristo— y pensar con conciencia: «Esto es lo malvado que soy. Esto es lo que merezco. Esto es lo que hizo falta para salvarme, tanto sufrimiento horrible». James Denney dijo: «Ningún hombre puede dar la impresión de que él mismo es ingenioso y de que Cristo es poderoso para salvar» (citado en Between Two Worlds [Entre dos mundos], 325). En otras palabras, la exaltación propia y el sentido de la grandeza de Cristo al salvarnos no pueden ir juntos.
3. Tiembla ante la sutileza del orgullo
Dejemos que la historia del fariseo y el publicano nos impacte, porque el fariseo ora como un calvinista: «Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres» (Lc 18:11). Le está dando a Dios la gloria por su santificación. Pero aunque oraba como si quisiera dar gloria a Dios por su santidad, todo era una forma sutil de exaltación propia. Por eso la historia termina así: «todo el que se engrandece será humillado, pero el que se humilla será engrandecido» (Lc 18:14). Esto debería impactarnos y hacernos estar alerta.
4. Ruega por humildad
Debemos suplicar a Dios el milagro de la humildad. Es un milagro. Es un milagro porque no lo podemos lograr nosotros. Si lo logramos, estaremos orgullosos de haberlo conseguido. Es un don, y la naturaleza del don es peculiar. Es un don de olvido propio; si somos conscientes de ser humildes, vamos en camino de perderlo.
Así que, oremos desesperadamente para que la buena teología dé buenos frutos. Oremos por esta hermosa realidad descrita por Jonathan Edwards. Me encanta esta cita de lo que realmente buscamos:
Todos los afectos de gracia… son afectos de un corazón quebrantado. Un amor verdaderamente cristiano, ya sea a Dios o a los hombres, es un amor humilde y de un corazón quebrantado. Los deseos de los santos, por más fervientes que sean, son deseos humildes: su esperanza es una esperanza humilde; y su gozo, aun cuando sea inefable y lleno de gloria, es un gozo humilde y de un corazón quebrantado, que deja al cristiano más pobre de espíritu, más semejante a un niño pequeño y más dispuesto a una humildad universal de conducta (Religious Affections [Afectos religiosos], p. 339).
Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Eduardo Fergusson.
<strong>John Piper</strong>
John Piper (@JohnPiper) es fundador y maestro de desiringGod.org y ministro del Colegio y Seminario Belén. Durante 33 años, trabajó como pastor de la Iglesia Bautista Belén en Minneapolis, Minnesota. Es autor de más de 50 libros.