Vida Cristiana

Así es la humildad que Dios quiere formar en ti

«Yo soy, humildemente, uno de los mejores jugadores de baloncesto en el mundo», comentó un popular jugador de la Asociación Nacional de Baloncesto (NBA). Aunque sus registros testifican que es un atleta de grandes capacidades, su autoconfianza mostrada con orgullo fue una expresión que resonó en los oídos de la audiencia.
Escenas como esta apuntan a una sociedad que aplaude la arrogancia y promueve la autoaceptación sin discernimiento. Desafortunadamente, esta manera de pensar se ha convertido en un modelo para las nuevas generaciones. Pero este modelo no encaja con el patrón bíblico. Nos urge recordar cuáles son las virtudes más altas y, entre ellas, considero que la humildad ocupa el primer lugar.

Una definición de humildad

Aunque popularmente es relacionada con la baja estima y, por tanto, es vista con poca relevancia hoy, la humildad constituye un elemento fundamental del carácter íntegro. Por su esencia, debemos valorar este distintivo como una característica digna de ser perseguida y adoptada.

El Diccionario de la lengua española define la humildad como una virtud que reconoce las propias limitaciones y debilidades, y que actúa de acuerdo con este entendimiento. Lo que afirma es válido. Sin embargo, desde la óptica cristiana, esta definición presenta en forma parcial la esencia y el poder de esta excelencia y, de esa manera, desestima la necesidad de incorporarla en nuestras vidas.
Así que, en este artículo quiero compartir contigo seis aspectos de cómo luce la humildad que Dios quiere formar en ti y en mí.

1. La humildad posee raíces profundas

La humildad es el epítome de las virtudes cristianas. Los personajes más grandes de la historia han sido caracterizados por ella. La humildad es la cualidad del contraste: tiene éxito en el (aparente) fracaso, vence cuando pierde y crece cuando desciende. Eso sucede porque sus raíces doblan el tamaño de la altura de su tallo; las tormentas son incapaces de desarraigarla. Sus ramas siempre son verdes y es árbol que da fruto en el tiempo propicio.
Dios desea que, para desarrollar el atributo de la humildad, echemos raíces en el evangelio de Cristo (cp. Fil 2:3-8). Pablo indica que debemos vivir en Cristo, no superficialmente, sino «firmemente arraigados y edificados en Él» (Col 2:7).

2. La humildad se viste del fruto del Espíritu

La verdadera persona humilde es segura; por tanto, no necesita ser reconocida públicamente. La humildad genuina es sana, no piensa del prójimo lo malo ni cree que este tiene malas intenciones, por lo que no cuestiona sus motivaciones ni vive en constante escepticismo, aun cuando posee llagas en su alma producto de traiciones pasadas.
Los cristianos debemos buscar la humildad al llenar nuestro guardarropas de las virtudes del Espíritu Santo
 
Una auténtica humildad se cubre de mansedumbre y la paciencia es su constante compañera. Esta excelencia combina magistralmente todas las demás virtudes de la piedad: amor, gozo, paz, benignidad, bondad, fe y templanza (Gá 5:22). Si encuentras la humildad en la plaza, de seguro hallarás a todas sus demás amigas junto a ella.
Los cristianos debemos buscar la humildad al llenar nuestro guardarropas de las virtudes del Espíritu Santo. Eso lo hacemos viviendo en dependencia de Él, para que como resultado no andemos en los deseos ni en las obras de nuestra carne (Gá 5:16).

3. La humildad es madura emocionalmente

La humildad es sensible y pobre en espíritu (lo que no significa que esté llena de debilidades, sino que el humilde reconoce su dependencia de Dios). La humildad posee un carácter robusto. De hecho, es su aparente debilidad la que la hace fuerte y su pobreza, rica. Tiene tal entereza que el insulto no la mueve a la venganza, la alabanza no dirige los humos a su cabeza, ni la desgracia pinta su alma de amargura.

Las emociones carecen del poder de dominar el timón de su alma, cambiar su genio o controlar el péndulo de su voluntad. Ningún factor externo o interno incide en sus decisiones. La ira es una herramienta que utiliza en su justa medida, para implementar justicia. El fluir de sus lágrimas funge como el conducto de profunda pena, pero comedida para expresar empatía sincera y amor. Goza de la alegría sin exageraciones. Todo sentimiento de su corazón se mantiene expresado plenamente dentro de los límites de la prudencia.

En una era de redes sociales donde las publicaciones no siempre son filtradas por la prudencia, la sensibilidad y el amor —y donde tales actitudes son replicadas en el tránsito, los servicios y las entrevistas políticas—, somos llamados a madurar emocionalmente. Reflejemos mansedumbre y humildad, así como Cristo las modeló (Mt 11:29).

4. La humildad vive con sabiduría

La sabiduría es amiga personal de la sencillez de corazón. Lo compruebas cuando observas que alguien humilde habla cuando se le pide, escucha con proactividad y es sumamente lento para airarse (Stg 1:19). El conocimiento y la reflexión ocupan su mente todo el tiempo. El discernimiento es como espada afilada en su pensamiento y proceso de toma de decisiones. Por consiguiente, la humildad planifica con tiempo y ejecuta con oportunidad. El temor del Señor constituye la base de su verdadero conocimiento (Pr 1:7).
Renunciemos a la altivez, quebremos la rebelión en nosotros y admitamos nuestra completa necesidad de Cristo para depender de Su gracia y glorificarle
 
Los hijos de Dios somos llamados a vivir sabiamente y a ser caracterizados por discernir lo malo de lo bueno y lo bueno de lo que es mejor. Donde la actual generación propone numerosos estilos de vida, vivamos con humildad, con una actitud de búsqueda de
sabiduría, anhelando un comportamiento agradable a Cristo (Ef 5:10).

5. La humildad imita al Salvador

La humildad por naturaleza es sumisa y pronta para reconocer sin reservas ni hipocresía a quienes merecen reconocimiento. Eso lo implementa al tratar con los demás, pero en especial y primeramente al tratar con el Altísimo. A propósito —hablando de Él— es obligatorio mencionar el Patrón perfecto que nos sirve de guía en esta y otras cualidades santas: si la humildad es el atributo más alto de la cristiandad, Cristo es la cima del Himalaya en ejemplo de virtudes. No hay otro que modele mejor esta característica. El apóstol de los gentiles nos da un expediente de razones digno de detallar:

El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2:6-8).

Es la encarnación del soberano Señor y Salvador, la que lo catapulta a la gloria y lo convierte en el prototipo supremo de humildad. Él es el ejemplo que todo cristiano está llamado a imitar, rechazando el orgullo que divide, corrompe y es nocivo para el alma como el veneno cuando entra al organismo.

6. La humildad se rinde plenamente al Señor

Ante la obra de salvación que el evangelio testifica, la respuesta natural es ilustrada por la humildad: entrega completa al Dios que salva. De hecho, muestra una rendición total y una dependencia absoluta hacia Cristo, lo que a su vez constituye el primer paso para caminar hacia la humildad cristiana.

Hermanos, renunciemos a la altivez, quebremos la rebelión en nosotros y admitamos nuestra completa necesidad de Cristo para depender de Su gracia y vivir de una manera que glorifique Su nombre.

Crezcamos en humildad

Debemos admitir que no hemos llegado al punto donde esta excelencia caracteriza en forma perfecta nuestro caminar. Peor aún, a veces parece que su contraparte es lo que domina nuestro carácter.

Reconocemos que la humildad es un edificio en construcción en el alma de cada cristiano. Sin embargo, se nos ordena cultivarla (Ef 4:2Col 3:12Stg 1:21). Las Escrituras nos exhortan a revestirnos de ella «porque Dios… da gracia a los humildes» (1 P 5:5).
Seamos motivados al recordar que «La recompensa de la humildad y el temor del SEÑOR / Son la riqueza, el honor y la vida» (Pr 22:4). Seamos animados al saber que imitamos a nuestro Salvador y honramos el evangelio cuando perseguimos con intencionalidad esta virtud de oro. Confiemos en el poder del Espíritu para seguir creciendo en humildad (Gá 5:22).

<strong>Leo Meyer</strong>

Leo Meyer es esposo de Masi Meyer, y padre de Mia y Zac. Nació en Santo Domingo, República Dominicana. Actualmente cursa su maestría en divinidad en el Southern Baptist Theological Seminary. Vive en Louisville, Kentucky, y sirve en la Iglesia Highview en español.

Acerca del Autor

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