
Nota del editor: Este es un fragmento adaptado del libro Dios salva pecadores: Una exposición bíblica a los 20 temas más importantes de la salvación (Poiema Publicaciones, 2016), por Oskar E. Arocha.
Ser hijo de Dios es la más grandiosa bendición que puede recibir y experimentar un ser humano. Gracias al glorioso sacrificio de Cristo, Dios Padre nos ha bendecido con toda bendición espiritual, siendo la mayor de estas bendiciones el enorme privilegio de ser Sus hijos (Ef 1:3-6). Hemos sido adoptados en la familia de Dios por medio de la obra redentora de Cristo.
Hay un cambio en nuestro estado legal cuando Dios nos adopta. Pasamos de ser esclavos a hijos. Esta bendición fue comprada en la cruz, toma lugar por medio de la fe en el momento de la unión con Cristo y será revelada por completo en la resurrección final. Esa realidad es sellada por medio del suministro del Espíritu de Dios en nuestros corazones, de manera que nuestro espíritu experimenta una relación filial con Dios. Le escuchamos decir: «Tú eres mi hijo», y nosotros clamamos: «¡Papá!» (cp. Ro 8:16).
El significado de “Padre” en la Biblia
¿Es Dios el Padre de todos? Sí y no. Cuando hacemos un análisis completo de todo el texto divino, encontramos que hay por lo menos tres grandes divisiones en cuanto al uso del término «hijo» en relación a Dios:
1) Dios como Padre de todos por creación.
Dios es Padre y todos somos hijos en el sentido de que Dios es el Creador y nosotros creados a Su imagen. En ese sentido, algunos pasajes hacen referencia explícita a que todos los seres humanos somos hijos de Dios.
Gracias al glorioso sacrificio de Cristo, Dios Padre nos ha bendecido con toda bendición espiritual, siendo la mayor de estas bendiciones el enorme privilegio de ser Sus hijos
Por ejemplo, en Génesis el escritor dice que Adán fue creado «a semejanza de Dios», y luego dice que Adán «engendró un hijo a su semejanza» (Gn 5:1-3). Tomando del mismo concepto, Malaquías 2:10 dice: «¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios?». También en su discurso a los filósofos en Atenas, el apóstol Pablo extiende el mismo concepto a todos al decir: «Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Naturaleza Divina sea semejante a oro, plata o piedra, esculpidos por el arte y el pensamiento humano» (Hch 17:29).
2) Dios como Padre del Israel étnico.
Por elección divina, Dios llamó a Abraham de Ur de los caldeos y destinó una descendencia especial en Israel (Ro 9:6-13). El Señor declaró: «Israel es Mi hijo, Mi primogénito» (Éx 4:22). En Israel se unen ambos conceptos, pues son hijos por creación e hijos por elección y obra divina. Esto lo vemos en las palabras de Moisés cuando reprendió al pueblo: «¿No es Él tu padre que te compró? Él te hizo y te estableció» (Dt 32:6). Pero ser israelita nunca fue equivalente a tener verdadera fe en el Mesías prometido (Cristo).
A pesar de haber recibido «los pactos, la ley y las promesas», no todos los israelitas son Israel (Ro 9:1-6). Muchos escucharon el evangelio y vieron las maravillas de Dios, pero únicamente un remanente fue fiel (Ro 9:6-13, 27, 30-33; 10:1-4, 16-17).
3) Dios como Padre que adopta en Cristo.
Fundamentado en la perfecta obra redentora de Cristo, somos «hijos de Dios mediante la fe en Cristo» (Gá 3:26). A quienes reciben a Cristo y creen en Su nombre, Dios les da «potestad de ser hechos hijos de Dios» (Jn 1:11-13 RV60).
El Padre que adopta
La adopción tiene ciertas similitudes con la justificación porque es algo que se decide fuera de nosotros y es por medio de la fe, pero va un paso más allá. La adopción nos introduce a la relación padre-hijo con Dios. Es como si un juez no solo otorgara el perdón a un criminal sentenciado para ser ejecutado, sino que luego también lo invitara a su casa, por certificación legal le cambiara el nombre y, por si fuera poco, lo hiciera su hijo y heredero de todo.
Los creyentes son adoptados y legalmente se les concede en la corte divina el lugar y la condición de hijos, a pesar de que esta condición no les pertenece de forma natural. Los pasajes más relevantes sobre el tema son Romanos 8, Gálatas 4 y Efesios 1.
Efesios dice que la adopción es una bendición espiritual en Cristo que está íntimamente relacionada con la elección y la predestinación. En ese contexto, explica la razón y el propósito principal de la adopción.
¿Por qué Dios eligió? Por «el puro afecto de su voluntad» desde «antes de la fundación del mundo» (Ef 1:4-5 RV60). ¿Para qué eligió? «Para la alabanza de la gloria de Su gracia… y de Su gloria» (Ef 1:6, 12, 14).
Gracias a la muerte y resurrección de Jesús, en todos los que creemos, el mismo Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros
El pasaje de Gálatas se centra más en el tema de la adopción dentro del contexto de la historia de la redención y la venida del Hijo (Cristo) al mundo. El autor resalta que a todos los que antes vivieron se les promulgó la ley como un tutor hasta el día cuando, según la promesa, viniera Cristo (Gá 3:14-29). Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo «a fin de que redimiera a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos» (Gá 4:5). Por tanto, en Cristo ya no somos siervos, sino hijos; y si hijos, también herederos (Gá 4:7).
¿Cuál es la diferencia entre un siervo (en palabras de Pablo en Gálatas) y un hijo? Gran parte de la respuesta se encuentra en Romanos 8. El siervo es aquel que no es de Cristo, sigue bajo el dominio del pecado y de la muerte y anda conforme a la carne (Ro 8:1-8). Por esa razón, el siervo no tiene cómo relacionarse con Dios, excepto en condenación, espíritu de esclavitud y de temor (Ro 8:1, 15). Pero gracias a la muerte y resurrección de Jesús, en todos los que creemos, el mismo Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en nosotros (Ro 8:11), y se ha comprometido a resucitarnos en el día final (Ro 8:19-25).
Mientras llega ese día, el Espíritu que mora en nosotros nos guía poniendo nuestras mentes en las cosas del Espíritu (Ro 8:5-8), aviva en nuestros corazones la esperanza de que seremos resucitados y viviremos con Cristo (Ro 8:10-11, 13), nos vivifica para hacer morir las obras de la carne (Ro 8:13), nos guía a Dios y nos permite sentirlo como nuestro más íntimo Padre (Ro 8:13-16), y en los sufrimientos nos moldea a la semejanza de nuestro hermano mayor, Jesucristo (Ro 8:17, 29).
Si somos de Cristo, en este mundo también sufriremos como Él sufrió, pero no estaremos solos. El Espíritu que Dios ha hecho morar en nosotros nos tomará de la mano, nos guiará a la verdad y abrirá nuestros ojos a la gloria de Dios. Gracias al Espíritu podemos ver la eternidad incluso en medio del sufrimiento. Allí, quebrantados por las aflicciones de este mundo, diremos tal y como dijo el apóstol Pablo: «Considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que ha de ser revelada» (Ro 8:18).
<strong>Oskar Arocha</strong>
Oskar Arocha sirve a Cristo en Supermercados Bravo, luego de diversos estudios que incluyen una maestría en Economía Aplicada de Clemson University y una maestría en divinidad (mDiv) del Seminario Bautista Reformado, en Carolina del Sur. Conoció al Señor en el año 1981. Está casado con Patricia, con quien tiene tres hermosas hijas: Sara, Nicole y Mía.