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Amando a las personas con desórdenes mentales
Tú y yo estamos aquí para amar a Dios y amar a los demás. Incluyendo a las personas con trastornos mentales.
Quizá lo anterior es bastante obvio. La pregunta apremiante es: ”¿Cómo?”. ¿Cómo podemos amar a personas con desórdenes mentales? ¿Cuál es la mejor manera de servirles? En este episodio de Piensa hablamos de que no necesitamos todas las respuestas para cumplir el gran mandamiento de amar a nuestro prójimo.
Transcripción
¡Hola a todos!
Mi nombre es Ana Ávila, soy química bióloga clínica y editora de temas de ciencia y fe en Coalición por el Evangelio.
Esto es PIENSA.
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En los episodios anteriores de PIENSA hemos hablado acerca de que los trastornos mentales son complicados. Cuando hablamos de química cerebral y medicamentos psiquiátricos, tenemos muchas preguntas sin respuestas.
El origen de las condiciones mentales sigue siendo un misterio. Las fronteras entre una y otra no están bien definidas. No sabemos por qué los medicamentos psicotrópicos funcionan para algunas personas mientras que para otras no hacen ninguna diferencia.
Pero también hemos hablado de que no necesitamos todas las respuestas para servir en amor a las personas que nos rodean. La iglesia está aquí para proclamar un reino de justicia, paz y gozo. Para hablar de las buenas nuevas de vida abundante en Cristo Jesús. Para ser sal y luz en un mundo oscuro e insípido.
Tú y yo estamos aquí para amar a Dios y amar a los demás. Incluyendo a las personas con trastornos mentales.
Quizá lo anterior es bastante obvio. La pregunta apremiante es: ”¿Cómo?”. ¿Cómo podemos amar a personas con desórdenes mentales? ¿Cuál es la mejor manera de servirles?
No todos los creyentes tendrán la misma respuesta a esta pregunta. Dentro del cuerpo de Cristo existen diferentes perspectivas sobre cómo podemos utilizar las herramientas que proveen la psicología y la psiquiatría para el cuidado de las almas de nuestras iglesias.
En el episodio de hoy no entraremos en detalles respecto a ese tema. Lo que deseamos hacer es ir al corazón del asunto: ¿cuáles son las cosas que todos los creyentes debemos recordar cuando estamos tratando de servir a las personas con desórdenes mentales?
Pastor Miguel Núñez (MN): “Hello?”.
Ana (A): “¡Hola, pastor!”.
MN: “¡Hola! ¿Cómo estás?”.
A: “Bien, gracias a Dios. Y usted, ¿cómo está?”.
MN: “Muy bien, gracias a Dios, también…”.
Platiqué respecto a esto con el pastor Miguel Núñez. Le pregunté: ¿Cuáles son los principios bíblicos que nunca debemos olvidar para poder cuidar bien de las almas de otros, en particular de aquellos que están atravesando una dificultad con su salud mental?
MN: “Yo creo que en primer lugar debemos recordar que Cristo definió toda la vida en términos de dos mandamientos: Amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, toda tu mente, todo tu corazón, toda tu fuerza; y a tu prójimo como a ti mismo. […] Entonces yo tengo un llamado a amar a ese otro independientemente de la condición en la que él se encuentre. […]
Esta conversación me recordó al intérprete de la Ley en Lucas 10. Él quiso poner a prueba a Jesús preguntándole acerca de la vida eterna: ¿cómo podía heredarla? El Señor respondió que amara a Dios y a su prójimo. Después de oír esto, el experto en la Ley intentó justificarse diciendo: ¿Y quién es mi prójimo?
¿Cuántas veces tú y yo hemos tratado de justificarnos con la misma pregunta? Amar a otros —incluyendo a los que tienen desórdenes mentales— no es una opción. Que hacerlo sea difícil no es una excusa.
MN: “El principio número dos es que nosotros somos embajadores de Cristo pero al mismo tiempo somos personas llamadas a reflejar la gracia del evangelio. La gracia no es selectiva. […] Yo no cuidar del alma de otro si no le amo, por un lado, y número dos, si yo no puedo ministrar la gracia de Dios, la gracia que he recibido para mí, si yo no se la puedo ministrar a ese otro. […] La gracia que yo debo expresar debe ser expresada a través de una persona que entiende que vive en un mundo caído, que ese mundo caído necesita conocer la gracia de Dios en toda su extensión. Y eso implica el cuidado de las almas del otro; del que no tiene una enfermedad mental como del que tiene una enfermedad mental. Y convertir la iglesia en un hospital de gracia, por así decirlo. El hospital debe ser un lugar en el que la gente encuentra cosas que no puede encontrar en ningún otro lugar. Entonces yo creo que, cuando llegamos al corazón de lo que es ministrar al otro el principio de la gracia de Dios y el amor hacia el prójimo son dos pilares que deben estar presentes en todo programa o concepción de lo que implica cuidar del otro: cuidar del hermano o del amigo, si todavía no es un hermano en la fe”.
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Voz 1: “Cuando finalmente tuve el valor de poder hablar acerca de la lucha que tenía con la ansiedad, me dijeron que una hija de Dios que confiaba en Dios no podía tener ansiedad. Esto me hizo sentir muy triste y desilusionada”.
Voz 2: “Recuerdo que una vez fui a un retiro. En este tiempo yo no sabía que tenía depresión. Pero hablé con la persona que era mi líder, mi confidente, y le dije que yo todo el tiempo me sentía triste, que a veces no tenía energía para hacer nada. Y me acuerdo que esta persona me tomó de las manos y me dijo que el no ver las bendiciones y las cosas buenas que Dios me daba era ser malagradecida, y que el ser malagradecido con Dios era pecado. Y yo mucho tiempo de mi vida lo creí. Todo el tiempo vivía con miedo que cada vez que me sentía mal o triste era pecado y que estaba siendo malagradecida. Y me costó muchísimo cambiar ese pensamiento y entender que mi cerebro funcionaba diferente”.
Voz 3: “Tengo depresión y ansiedad. Sufrí una crisis de ansiedad. Mi familia pensaba que tenía demonios; ellos son cristianos. Y uno de mis hermanos me tiró al suelo y me gritaba: ‘Sal de ella, demonio’, mientras yo me sentía cada vez más mal. Eso me hizo sentir incomprendida y sin apoyo”.
Un momento, una reacción. Una sola palabra puede quedarse contigo para siempre.
Piénsalo. ¿Cómo has respondido cuando alguien viene a ti con una lucha que no entiendes o te incomoda?
En tu iglesia local hay personas que tienen miedo de pedir ayuda. En tu iglesia local hay personas que han intentado pedir ayuda pero que han sido ignoradas o desestimadas. Algunas han sido disciplinadas por su “falta de fe” o “rebeldía”.
¿Cómo responderías si alguien se acerca contigo para expresar que ha pensado en suicidarse y no puede ver más allá de la angustia en su interior? ¿Cuál sería tu reacción si te enteras que un buen amigo está tomando medicamento por un diagnóstico de bipolaridad o esquizofrenia?
Es importante que nuestras iglesias sean un espacio en el que las personas puedan sentirse con libertad de venir tal y como son. Tanto el que padece un desorden mental como las personas que los rodean deben ser capaces de aceptar la situación para poder abordarla con sabiduría a la luz de la Palabra.
Un amigo y líder de jóvenes (a quien llamaremos Pedro [P]) me contó acerca de cómo muchas personas viven ocultando sus diagnósticos por vergüenza o temor.
P: “O sea, por ejemplo, con los jóvenes, a mí me a tocado con varios jóvenes que ni siquiera el papá es capaz de decir [que tiene un diagnóstico mental]. Y tú le ves al chamaco que no duerme o que está tomando algo, y al papá le da vergüenza y no te dice”.
La mamá de Pedro fue diagnosticada hace más de 40 años con Trastorno Afectivo Bipolar.
P: “No ha habido persona con la que yo hable abiertamente que no me diga: ‘Ah, yo tengo un tío así’ o ‘Ah, mi amá también se ha enfermado’”.
Tenemos que dejar de fingir que todo anda bien todo el tiempo entre nosotros. Conforme permitamos que otros compartan sus luchas sin exponerlos a vergüenzas o acusaciones, nos daremos cuenta de que los desórdenes mentales son mucho más comunes de lo que pensamos. Y entre más nos expongamos a la realidad de estas condiciones, mejor equipados estaremos para servir a los que las padecen.
Si luchas con tu salud mental, no estás solo.
Y si alguien con este tipo de luchas se acerca a ti, no le hagas sentir que lo está.
Hay muchas cosas que no entendemos y eso está bien. No necesitamos comprender perfectamente la condición de un hermano para mostrar compasión. No necesitamos tener todo el conocimiento del mundo para, como dice Santiago, ser prontos para oír y tardos para hablar. No necesitamos tener todas las respuestas para amar.
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Quizá tú has sido una de esas voces que escuchamos antes. Quizá intentaste expresar tu lucha con la salud mental y todo lo que recibiste fueron palabras vacías, acusaciones, o rechazo.
Lamento muchísimo que hayas tenido que pasar por eso. Eso no debió suceder, especialmente en la iglesia. El Cuerpo de Cristo debe ser un hospital de gracia. Todos estamos quebrantados de alguna u otra manera. Todos luchamos. Todos pecamos.
Reconociendo lo terrible que es ser lastimado por las personas en quienes confiabas, quiero animarte a no permanecer hundido en el dolor que otros te han causado. Quiero animarte a perdonar.
Todos hemos lastimado a otros. No es excusa para seguir haciéndolo, pero es la verdad. Todos hemos amado de manera imperfecta.
Si bien es cierto que el abuso espiritual es una realidad pecaminosa que debemos confrontar en las iglesias, lo más probable es que aquellos que te dijeron que “ores más y leas más la Biblia” estaban tratando de ayudar. Quizá fue una manera muy ignorante de tratar de resolver la situación, pero tenían buenas intenciones. Te estaban amando de la manera que sabían hacerlo.
Pedro, el líder de jóvenes, vivió eso también. Su familia atravesó un largo proceso dentro de la congregación. Empezaron percibiendo que la iglesia era totalmente ignorante en el tema de las enfermedades mentales. Poco a poco los líderes y miembros más cercanos a ellos fueron aprendiendo más acerca de la condición de su mamá —el Trastorno Afectivo Bipolar—, reconociendo que necesitaban la asistencia de profesionales de la salud, y apoyándolos en lo que necesitaran cuando ella tenía una crisis. Hoy reciben completo apoyo y acompañamiento por parte de la misma iglesia. Incluso cuando Pedro no está, puede confiar en que su mamá está en buenas manos cuando necesita cuidado constante.
Pedro y su mamá pudieron haberse amargado y dejar la iglesia sin más. Pero permanecieron. Dios les concedió la bendición de ver una comunidad que salió de la ignorancia y aprendió a amar mucho mejor al prójimo en medio de los retos que trae consigo una enfermedad mental.
P: “No, no sé… es complicado. Pero yo te puedo decir: yo no juzgo a nadie que se haya equivocado queriendo ayudar, sí juzgo al que no le busca a partir de ahí”.
Todos hemos amado en ignorancia. En cierta medida, lo hacemos todos los días. Lo que no podemos permitirnos es quedarnos ahí.
Es muy probable que tu comunidad tenga que pasar por un proceso para comprender mejor los trastornos mentales y cómo servir a las personas que están padeciéndolos. El camino no será fácil, pero tampoco es imposible. Dios es el más interesado en restaurar corazones aún en medio del dolor de los desórdenes orgánicos y mentales. Nosotros solo tenemos que estar dispuestos a ser instrumento de su gracia en la vida de nuestros hermanos. Para eso debemos ser humildes y enseñables.
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Una de las mejores maneras de aprender a amar mejor a las personas es simplemente escuchando sus historias.
Nohemí (NR) es mamá de Víctor, quien a los dos años y medio empezó a manifestar comportamientos característicos de los trastornos del espectro autista. Durante nuestra conversación, ella compartió conmigo cuáles habían sido los retos más grandes de todo este proceso.
NR: “El primer reto para mí fue aceptar el hecho de que él recibiera un apoyo de un fármaco; para mí fue muy difícil. […] El segundo reto para mí fue que Dios me hiciera libre de la culpa, porque yo me sentía culpable de lo que mi hijo estaba pasando. Y yo en mi mente repasaba una y otra vez como lo había criado, todo lo que había hecho desde que nació. […] Sentía que yo como mamá no había sido suficientemente buena, que no me había esforzado lo suficiente y que por eso él tenía esas dificultades”.
Nohemí compartió su carga con una hermana de su congregación, quien le ayudó a ver que Dios había formado a su hijo y que ella no era culpable de su condición.
NR: “Esa fue la segunda cosa que aprendí: No es mi culpa pero sí es mi responsabilidad como mamá y sí es nuestra responsabilidad como padres buscar la dirección de Dios para ver cómo vas a ayudar a tu hijo a salir adelante. Dejar de hacerte la víctima, de ‘¡Ay! ¿Por qué a mí me tocó batallar en esto con mi hijo?’. […] Y también abrazar este proceso en el que la mayor bendición, además de ver a Víctor que ha salido adelante gracias a Dios, ha sido como Dios ha trabajado en mi carácter y en el de mi esposo”.
Parte de amar a las personas con desórdenes mentales es amar a sus familias.
Dependiendo del trastorno y de la edad de la persona afectada, ser responsable de su cuidado puede ser increíblemente debilitante. Nosotros podemos aligerar sus cargas acompañándolos en la cotidianidad de las visitas médicas o al preparar comida. Podemos ser un hombro para llorar. Podemos ser oídos para escuchar. Podemos ser palabras de aliento. Podemos ofrecer nuestro tiempo para que ellos puedan descansar.
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Otro aspecto importante para amar a las personas con un desorden mental es el ser equipados. Desafortunadamente, es difícil que los consejeros en Latinoamérica encuentren una capacitación integral para ministrar a las personas con desórdenes mentales.
Charlé sobre esto con Cornelia Hernández (CH), médico, terapeuta familiar y de parejas, y consejera bíblica de la Iglesia Bautista Internacional. Ella me habló de las diferencias en la educación de un consejero en Estados Unidos y en Latinoamérica:
CH: “No es lo mismo un consejero formado en un lugar como Estados Unidos que un consejero en Latinoamérica. Un consejero en Estados Unidos tiene la misma formación que un psicoterapeuta aquí, en términos de información. Quizá no en términos de enfoque, de aplicación, porque un consejero bíblico lo ve con una cosmovisión bíblica.
Pero conoce muchas cosas, muchos trastornos, muchas situaciones sociales (no solamente mentales) profundas: la violencia, maltrato, abuso, abuso sexual, trastornos obsesivos, trastornos alimenticios… todo ese tipo de cosas, un consejero bíblico certificado en Estados Unidos, ha durado años estudiando todo eso. Acompañado de la Palabra de Dios, pero con muchísima información clínica.[…] No es igual un consejero en Latinoamérica. Un consejero en Latinoamérica es una persona piadosa que ama al Señor que ha hecho Instituto Bíblico pero no conoce mucho de la ciencia y del abordaje psicoterapéutico del origen de las enfermedades. […] Tener la información de cómo funciona el cuerpo humano te da una herramienta impresionante durante la consejería. ¿La consejería puede resolver cualquier tipo de casos? Sí, yo creo que sí. La pregunta es: ¿Qué nivel de formación tiene el consejero al que vas a ir?”.
La Escritura es suficiente para guiarnos a la verdad; es suficiente para para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia. Pero no debemos olvidar que, así como un médico debe estar consciente de la relación entre el cuerpo y la mente para ofrecer el mejor cuidado posible a un paciente, los que cuidan de las almas de las personas también deben ser entrenados para no ignorar las señales de que una disfunción en el cuerpo está afectando la vida espiritual de un individuo.
Actualmente, algunas instituciones estadounidenses ofrecen sus cursos de capacitación en consejería de manera periódica en Latinoamérica. Es nuestra oración que los programas de consejería en el mundo hispanohablante sigan robusteciéndose para ofrecer la educación bíblica y científica más completa posible a sus estudiantes.
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En el primer episodio de PIENSA hablamos del error de concebir a los seres humanos como “fantasmas en la máquina”; considerando el cuerpo como meramente un cascarón que no afecta al espíritu.
No somos “fantasmas en la máquina”; somos “almas encarnadas”. Somos un espíritu y también somos un cuerpo. Cuando ministramos a alguien con un desorden mental, tenemos que hacerlo de manera integral.
En ese episodio también hablamos de la guía que el consejero Ed Welch ofrece en su libro: ”¿Es el cerebro culpable?”. Vale la pena recordarla. Welch nos dice que lo primero que debemos hacer al ministrar a una persona con un desorden mental es investigar con diligencia acerca de su condición. Una vez que tengamos información acerca del trastorno, podemos empezar a distinguir entre los problemas espirituales y los problemas físicos para tratar con cada uno como corresponde.
Conforme hacemos todo esto, debemos recordar que, como escribe Ed Welch “la discapacidad cerebral no significa discapacidad espiritual”. Las personas con desórdenes mentales son capaces de ver su pecado y volverse a Dios. Sus luchas quizá son más intensas que las nuestras, pero en medio de ellas pueden glorificar al Señor tanto como cualquier otro creyente.
Quizá ahora mismo no convives de cerca con una persona con algún trastorno mental. Con todo, en algún momento alguien que está sufriendo se acercará a ti. Tenga esa persona una condición mental o no, debes estar listo para responder.
Para amar a las personas con desórdenes mentales no necesitamos complicarnos la vida. No todos tenemos que volvernos expertos en el cerebro y la salud mental. Lo que sí podemos hacer todos es aplicar hacer un alto, atender, aprender, alentar, y ayudar. Llamémosle “las 5 As”.
- Primero que nada, si alguien se acerca a compartir sus luchas con sus pensamientos y emociones, haz un alto. Detente. Seguramente tienes muchas ideas acerca de esta persona y sus problemas. Quizá has leído libros y artículos, has asistido a conferencias y cursos de capacitación, has escuchado los tres episodios de PIENSA, y sientes que ya conoces el tema. Alto. Esta persona es singular, su situación es diferente a cualquier otra. Tu prójimo no es una estadística o un caso de estudio; él es un ser humano único, hecho a la imagen de Dios.
- Una vez que te hayas detenido, atiende a la persona. Préstale atención. Escúchala. Mientras que ella comparte sus luchas, tu mente podría estarse llenando de respuestas y versículos útiles para resolver su problema. Detente de nuevo, no interrumpas en tu emoción por compartir el “pasaje perfecto” ahora mismo. Escucha y escucha de verdad. No escuches para responder.
- Escucha para entender. Escucha para aprender. Por mucho que hayamos estudiado un tema, ninguno de nosotros tenemos todas las respuestas. Sea quien sea la persona que se ha acercado a ti, tienes algo que aprender de ella. Cuando disponemos que nuestro corazón sea enseñable, nuestra actitud hacia la persona y su situación cambia por completo. Así, tu prójimo podrá ver que realmente te interesa y tú podrás crecer también mientras ayudas a otros.
- Una vez que hayas hecho un alto, atendido, y aprendido, es un buen tiempo para alentar al que se siente derrotado. Las personas abatidas necesitan ser consoladas. La Escritura nos enseña en 2 de Corintios que nosotros hemos sido consolados por Dios para consolar a otros. A veces alentar a otros significará ofrecer una palabra de ánimo, pero en la mayoría de los casos —especialmente cuando las heridas están frescas y no han empezado a ser sanadas— significará lamentarnos juntos con el que sufre. Dios diseñó un universo libre de dolor, abuso, violencia, y enfermedad. Cuando lloramos con los que lloran estamos reconociendo que en este mundo caído las cosas no están bien. Estamos clamando juntos: ¡Jesús, ven!
- Finalmente, es hora de ayudar. Esto luce completamente diferente para cada situación. Puede ser que esa persona simplemente necesite a alguien para leer la Biblia juntos y aplicar la Escritura a su condición en particular. Alguien más podría estar aterrado de buscar ayuda médica a pesar de que la necesita; podrías acompañarlo mientras navega esa situación. Puede ser que otra persona esté luchando por ser diligente con su tratamiento. Su dificultad de aceptar su condición se manifiesta en descuidar su dieta, el ejercicio, o las horas de sueño. Podrías ayudar a esa persona a ser más disciplinada siendo su compañero de rendición de cuentas. Otros necesitarán nuestra ayuda económica. Quizá hay un niño con autismo en tu iglesia que necesita terapias costosas varias veces a la semana. O tal vez alguien sin seguro médico requiere de tratamientos farmacológicos que no puede pagar.
Dios nos llama a extender nuestro tiempo, nuestros oídos, nuestra mente, nuestro hombro, y nuestras manos a aquellos que están en aflicción. Cuando hacemos un alto, atendemos a otros, aprendemos de su situación, alentamos en la angustia, y ayudamos en la necesidad, estamos haciendo esas cosas.
Estamos amando.
Estamos siendo la iglesia.
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Amar al prójimo es una tarea que dura toda la vida.
En particular, cuando hablamos de personas que son afectadas por un trastorno mental, no podemos esperar que acompañarlas sea asunto de unas cuantas horas o un par de días. Hay personas que luchan con su condición durante décadas. Los procesos de sanidad y crecimiento pueden ser largos y llenos de obstáculos.
¡Dios es quien da el crecimiento! Seamos pacientes, así como el Señor ha sido paciente con nosotros. No esperemos aplicar “las 5 As” en una sola conversación y que la persona salga de ahí con su problema resuelto.
Si padeces de alguna desorden mental, no dejes de buscar ayuda. Aceptar tu condición seguramente no ha sido fácil, y las cosas se complican aún más si te has encontrado con una respuesta desagradable al tratar de compartir tu situación. No te rindas. Dios quiere redimir tu historia, en medio de cualquier dificultad. Perdona a los que te han herido así como Cristo te perdonó. Sigue adelante buscando la santidad (¡eso incluye ser diligente con tu tratamiento!) y creciendo en el conocimiento del evangelio.
Para los que no luchamos con los desórdenes mentales, el llamado es a arrepentirnos y educarnos. Quizá has sido insensible a la lucha de tu prójimo porque no puedes entender cómo es que no recibe el gozo del Señor. O tal vez has mirado de reojo a la madre con un niño en el espectro autista que no deja de gritar en el tiempo de adoración. Vayamos delante del Señor en arrepentimiento por nuestro orgullo. Pidámosle que abra nuestros ojos a la realidad de la lucha de las personas con diagnósticos mentales y sus familias. Que nos permita ser sensibles a sus necesidades y que podamos suplirlas. Que abandonemos la comodidad y conozcamos las historias de aquellos que sufren.
Nuestro llamado es sencillo: amar a Dios y amar al prójimo.
¿Quién es tu prójimo?
Esa persona en la que estás pensando ahora mismo, ese es tu prójimo.
Nota del editor: Este podcast fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.
<strong>Ana Ávila</strong>
Ana Ávila es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus dos hijos. Puedes encontrarla en YouTube, Instagram y Twitter.