¿Es la religión un estorbo para la ciencia?

Cuando evaluamos la filosofía detrás de religiones (o cuasi-religiones) como el naturalismo, el panteísmo o el animismo, nos damos cuenta de que sí, la religión puede estorbar la ciencia. Sin embargo, la religión cristiana, el teísmo bíblico, no lo hace.
En este episodio de Piensa, nos enfocamos en lo que la fe cristiana enseña acerca del hombre y el mundo, y cómo esto se relaciona con la ciencia. ¿No sería mejor separar para siempre lo que pasa dentro del laboratorio y lo que pasa dentro de la Iglesia? ¿Es siquiera posible separar la ciencia de sus raíces cristianas?

Nota del editor: Este podcast fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton

TRANSCRIPCIÓN

Richard Dawkins, prominente biólogo ateo y miembro de la Royal Society, dijo una vez: “Estoy en contra de la religión porque nos enseña a estar satisfechos con no entender el mundo”.

Uno no puede evitar preguntarse qué pensaría Isaac Newton, miembro también de la Royal Society y prolífico escritor de teología, si hubiera podido escuchar a Dawkins decir estas palabras.

Hola a todos, mi nombre es Ana Ávila. Soy química bióloga clínica y editora de temas de ciencia y fe en Coalición por el Evangelio. Esto es PIENSA.

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En el episodio anterior de PIENSA hicimos un breve repaso histórico a la relación entre la ciencia y la fe. ¿Qué nos dice la historia sobre el supuesto conflicto que existe entre pensar y creer?

Aprendimos que, lejos de impedir el desarrollo de la ciencia, la fe cristiana impulsó el establecimiento del método científico. Conocimos que figuras como Copérnico, Kepler, Newton y Galileo —reconocidos como gigantes en la historia de la ciencia— fueron también hombres religiosos, y no consideraron su teísmo como un impedimento para hacer grandes descubrimientos acerca del universo.

Hoy dejaremos la historia atrás, enfocándonos en lo que la fe cristiana enseña acerca del hombre y el mundo, y cómo esto se relaciona con la ciencia. ¿No sería mejor separar para siempre lo que pasa dentro del laboratorio y lo que pasa dentro de la Iglesia? ¿Es siquiera posible separar la ciencia de sus raíces cristianas?

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Hasta hace poco tiempo, solo escuchar la palabra filosofía me hacía rodar los ojos. Lo único que venía a mi mente cuando pensaba en esta disciplina eran personas que pasaban mucho tiempo hablando acerca de un montón de ideas abstractas que no tenían ninguna utilidad para la sociedad. 

Cuando los cristianos piensan en la filosofía, probablemente viene a su mente Colosenses 2:8. Pablo escribe: “Cuídense de que nadie los cautive con la vana y engañosa filosofía que sigue tradiciones humanas, la que está de acuerdo con los principios de este mundo y no conforme a Cristo”. La advertencia es clara. El problema es que solemos olvidar el hecho de que el apóstol nos dice que no nos dejemos engañar por cierta clase de filosofía —la filosofía vana y engañosa, la que está de acuerdo con los principios del mundo y no los de Cristo— y no con la filosofía en general. 

La filosofía es la disciplina que estudia las preguntas más profundas acerca del conocimiento y la existencia humana. Son esa clase de preguntas que hace un niño y nos confunden por completo, así que mejor cambiamos la conversación. ¿Por qué todo en vez de nada? ¿Es el universo real? ¿Cómo sabemos que sabemos algo?

No es casualidad que Aristóteles —conocido como el filósofo— aparezca en casi todas las clases introductoras que has tomado en la vida. Aristóteles enseñó acerca de lógica, biología, anatomía, política, economía, física, astronomía, ética, retórica, y más. Parece que tenía algo que decir acerca de absolutamente todo, y la razón es que, como filósofo, se dedicaba a estudiar los asuntos más fundamentales de la vida y el conocimiento.

Nos guste o no, todos tenemos algo de filósofos; todos pensamos de vez en cuando en los asuntos más básicos de la realidad. No siempre tenemos respuestas a esta clase de preguntas acerca del mundo (o si las tenemos, no siempre son las respuestas más coherentes), pero por lo menos asumimos ciertas cosas que hacen que navegar por la vida sea más sencillo.

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A pesar de esto, existe la noción de que para hacer buena ciencia necesitas mirar la naturaleza desde una perspectiva libre de cualquier creencia. Esto es un error. Es un error porque mirar la naturaleza desde una perspectiva libre de cualquier creencia es simplemente imposible.

Lo reconozcamos o no, todos los seres humanos tenemos ideas preconcebidas acerca del mundo. Estas ideas no tienen base científica alguna pero influyen profundamente en la manera en que percibimos el cosmos. Todo ser humano debe responder de alguna manera a preguntas como: “¿De dónde surgió el universo? ¿Es lo que puedo ver lo único que existe?”. Muchos nunca han tratado de articular lo que creen acerca de estos asuntos, pero todos tenemos una respuesta interior (si bien no todos tenemos una respuesta coherente) a estas inquietudes. Algunos piensan que lo que podemos percibir con nuestros sentidos es lo único real; que el universo surgió de la nada y se ha desarrollado para formar lo que hoy podemos ver a través de meras colisiones aleatorias entre partículas durante miles de millones de años. Otros afirman que existe un plano espiritual que va más allá de lo que nuestros sentidos pueden percibir. Que hay un creador que puso el Universo en movimiento y lo sostiene hasta hoy. Ambas posturas requieren fe. Ninguna puede demostrarse definitivamente a través de la lógica o la experimentación.

Algunos reconocen que hay preguntas cuya respuesta es inaccesible para la mera razón humana, y llegan a la conclusión de que lo único que podemos considerar como verdad es lo que puede demostrarse empíricamente. Pero no hace falta pensar mucho para darse cuenta de que este argumento se auto destruye: ¿Cómo puedes demostrar en el laboratorio que lo único que es verdad es lo que puede demostrarse en el laboratorio?

Necesitamos algo más que la razón. Necesitamos revelación.

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Atea, teísta, panteísta o lo que sea, cada cosmovisión —cada manera de interpretar el mundo— responde de cierta manera a las preguntas filosóficas más profundas del ser humano. La pregunta es ¿cuál de estas cosmovisiones ofrece la mejor base filosófica para poder desarrollar el método científico? ¿Es cierto que la religión cristiana es un estorbo para la ciencia experimental?

Antes de continuar examinando las creencias básicas de la fe cristiana y su relación con la ciencia, es importante hacer una aclaración. Estudiar la historia de la ilustración y los encuentros contemporáneos entre la ciencia y la fe evidencía que sí es posible que la religión cristiana “estorbe” a la ciencia. No es raro escuchar de jóvenes desanimados porque en sus iglesias no los dejan estudiar ciertas disciplinas científicas, por miedo a que abandonen la fe una vez que se adentren en sus estudios universitarios. Tampoco es extraño escuchar a predicadores decir cosas como “¿A quién le vas a creer, a la ciencia o a Dios?”, como si la verdad revelada en el estudio de la creación y en las páginas de la Escritura pudiera contradecirse.

Pero, por supuesto, el “caso Galileo” no representa la única clase de conflictos en la historia de la religión. La Iglesia Católica mandó a la hoguera a traductores de la Biblia; eso no significa que Dios está en contra de que cualquier persona tenga acceso a la Escritura. El hecho de que la iglesia condenara a Galilei al arresto domiciliario no significa que Dios y Su revelación negaran que la tierra no se encontraba en el centro del universo. No podemos evaluar las enseñanzas de la religión cristiana y su compatibilidad con la ciencia basados en las acciones de cualquiera que se diga cristiano. Necesitamos ir directamente a la fuente.

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Alguien podría decir que no importa la creencia religiosa que tenga un científico. Su responsabilidad como profesional es ponerse la bata y dejar afuera del laboratorio lo que cree acerca de Dios y el mundo espiritual. Parece una solicitud bastante razonable, pero olvidamos algo sumamente importante. La historia nos enseña que el hecho de que existan las universidades y los laboratorios no es fruto de que las personas hayan dejado a un lado sus creencias religiosas y hayan decidido ver con “ojos seculares” el mundo natural. Absolutamente todo lo contrario.

El cristianismo nos ofrece razones por la que podemos entender el mundo, y nos invita a hacerlo, ejerciendo dominio sobre la creación. Y no solo nos dice por qué y cómo podemos hacer ciencia, también nos enseña el propósito de la misma: glorificar a Dios y hacer el bien a nuestro prójimo.

Nuestras universidades y laboratorios son fruto del trabajo de creyentes que entendieron lo que la Biblia enseña acerca del mundo en que vivimos:

La Biblia enseña que la naturaleza es real.

La Biblia enseña que la naturaleza es valiosa.

La Biblia enseña que la naturaleza no es Dios.

La Biblia enseña que la naturaleza es ordenada.

La Biblia enseña que los hombres pueden percibir el orden de la naturaleza.

La Biblia enseña que los hombres pueden y deben someter la naturaleza.

Cada una de estas declaraciones son vitales para la ciencia. Y cada una de estas declaraciones tiene su base en lo que la Biblia revela acerca del mundo en que vivimos. Exploremos cada una de ellas para descubrir más acerca de su importancia y de cómo afecta la manera en que hacemos ciencia:

1) La Biblia enseña que la naturaleza es real.

¿Cómo es que sabemos lo que es real? Para discutir este problema, los filósofos utilizan una ilustración llamada “el cerebro en la cubeta”. El resto de nosotros la conocemos como la película de Matrix.

Imagina que un científico loco ha decidido extraer tu cerebro, suspenderlo en una cubeta, y conectarlo a un súper computador que lo alimente de señales eléctricas idénticas a las que recibe en el mundo real. Suponiendo que este científico es increíblemente talentoso en su oficio y no hayan errores en la Matrix que revelen que tus experiencias son fabricadas, no hay manera en que puedas determinar si eres o no un cerebro en la cubeta. 

Suena como algo ridículo, pero piénsalo solo por un momento. ¿Cómo sabes qué es real? ¿Es posible decir con certeza si algo es cierto? El escenario del cerebro en la cubeta nos da una pista de que, por nosotros mismos, es difícil estar seguros de lo que es verdadero y lo que no. Lo único que tenemos es nuestra experiencia, nuestros sentidos… ¿pero quién dice que podemos confiar en ellos?

Bueno, la Biblia lo dice. Y para un cristiano tiene bastante sentido ir al laboratorio para observar e intentar describir la realidad. Pero un escéptico ni siquiera puede estar seguro de que la realidad es, bueno, real.

2) La Biblia enseña que la naturaleza es valiosa.

Una cosa es decir que el mundo es real y otra cosa es decir que vale la pena invertir tiempo en él. Algunos griegos de la antigüedad pensaban que el mundo material era solo una sombra de la realidad, mientras que otros lo veían como lo más bajo del universo. El verdadero tesoro estaba en el razonamiento humano. El mundo material (incluyendo nuestros cuerpos) era solo un estorbo.

Por eso los griegos jamás desarrollaron la ciencia experimental. Estaban muy ocupados pensando que, a través de solo pensar, descubrirían todos los secretos del universo. 

La cosmovisión cristiana enseña que Dios creó al mundo y todo lo que hay en él como algo bueno y lleno de potencial. Le dio la tarea al hombre de cuidarlo y desarrollarlo. Incluso después de la caída, labrar la tierra es la responsabilidad de los seres humanos.

El cristiano científico estudia el mundo con esta tarea en mente. 

3) La Biblia enseña que la naturaleza no es Dios.

Si bien algunas culturas enseñan que la naturaleza no tiene mucho valor y quieren librarse del mundo material para dedicarse a lo espiritual, hay otras culturas que erran en el sentido opuesto: le dan a la naturaleza el lugar que solo le pertenece a Dios.

Las culturas animistas creen que detrás de cada objeto del universo hay un espíritu que debe ser venerado. El panteísmo enseña que la realidad es lo mismo que la divinidad. La naturaleza misma es parte de dios.

La cosmovisión cristiana enseña todo lo contrario. Dios es completamente santo y trascendente. No es parte de la creación. Va mucho más allá. Así que no hay ningún problema con poner bacterias en un tubo de ensayo y manipularlas para conocer más acerca de su comportamiento. Por supuesto, cuando dominamos la creación del Señor lo hacemos como sus representantes, reflejando su carácter de amor y sabiduría, no abusando de los recursos que Él nos ha dado. Al estudiar y manipular la creación no estamos deshonrando a Dios, porque Dios no es parte de la creación.

4) La Biblia enseña que la naturaleza es ordenada.

Si todo es producto de meras partículas interactuando al azar a lo largo del tiempo, ¿de dónde viene el increíble orden que vemos en la naturaleza? ¿De dónde surgen las leyes físicas que mantienen en movimiento los planetas? ¿De dónde viene la información genética que hace que una bellota se transforme en un roble? ¿Por qué habríamos de esperar que el universo se comporte de manera predecible?

Para el que tiene una cosmovisión bíblica, esto tiene perfecto sentido. Como escribió C.

S. Lewis: “Los hombres se hicieron científicos porque esperaban la Ley en la Naturaleza, y esperaban la Ley en la Naturaleza porque creían en un Legislador”. La Biblia enseña que Dios, un Dios de orden, no solo creó el universo y lo dejó a su suerte, sino que también lo sostiene.

Las culturas de la antigüedad no desarrollaron ciencia porque muchas de ellas creían que el mundo estaba dominado por dioses caprichosos a los que tenían que apaciguar a través de sacrificios. No esperaban orden. Por otro lado, la religión naturalista no tiene explicación para la elegancia de las leyes físicas. Simplemente existen y ya. ¿Pero de dónde surgieron? No hay respuesta.

5) La Biblia enseña que los hombres pueden percibir el orden de la naturaleza.

B. S. Haldane, ateo inglés, reconoció lo siguiente: “Me parece muy poco probable que la mente sea mero producto de la materia. Si mis procesos mentales se determinan completamente por el movimiento de los átomos de mi cerebro, no tengo razón para pensar que mis creencias son ciertas. Pueden ser químicamente sólidas, pero eso no significa que sean lógicamente sólidas. Por tanto, no tengo razón para suponer que mi cerebro está compuesto de átomos”.

Lo que Haldane está diciendo es que, si su cerebro es fruto del azar y de átomos chocando entre sí, no tiene fundamentos para decir que lo que está sucediendo en su cerebro corresponde con la realidad.  No tenemos razones para decir que nuestras facultades mentales son confiables. Por otro lado, como escribe el filósofo Alvin Plantinga en su libro “Where The Conflict Really Lies”, “la religión teísta nos ofrece razón para esperar que nuestras capacidades cognitivas encajen con el mundo de manera que la ciencia moderna sea posible. El naturalismo no nos da razones para esperar este tipo de correspondencia; desde el punto de vista del naturalismo, esta correspondencia sería una coincidencia cósmica abrumadora”.

6) La Biblia enseña que los hombres pueden y deben someter la naturaleza.

Finalmente, la religión cristiana no solo ofrece todas las bases que necesitamos para hacer ciencia. También nos da un motivo para desarrollarla. Por supuesto, un naturalista puede tener razones muy nobles para hacer ciencia durante su corta vida en la tierra: sus descubrimientos pueden hacer de este mundo un lugar mejor para los demás. Al final de todo, sin embargo, para el naturalista, la batalla de la humanidad es una batalla perdida. Nuestro único destino es la extinción. Si lo que vemos es lo único que existe, “¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!” (Isaías 22:13).

Sin embargo, el cristiano puede ir mucho más allá de eso. El cristiano hace ciencia con motivos sublimes: reflejar la imagen de Dios al someter la tierra y explotar al máximo su potencial. Usando nuestros telescopios, mostramos al mundo la gloria de Aquel que creó las estrellas y las llama por su nombre. Usando nuestros microscopios, somos parte del plan de Dios de restaurar todas las cosas, trayendo alivio en un mundo quebrantado.

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Escucha las palabras del genetista ateo Richard Lewontin:

“Tomamos el lado de la ciencia a pesar del patente absurdo de alguno de sus constructos, a pesar de su fracaso para cumplir muchas de sus promesas extravagantes de salud y vida, […] porque tenemos un compromiso o previo, un compromiso con el materialismo. No es que los métodos e instituciones de la ciencia de alguna manera nos obliguen a aceptar una explicación material del mundo de los fenómenos, sino que, al contrario, somos forzados por nuestra adherencia a priori a causas materiales para producir un aparato de investigación y un conjunto de conceptos que produzcan explicaciones materiales, sin importar hasta qué punto son contra intuitivas y desconcertantes para el no iniciado. Todavía más, ese materialismo es un absoluto, porque no podemos permitir un pie divino en la puerta”.

Lewontin admite que la ciencia no requiere adoptar una cosmovisión materialista —que concibe que todo lo que existe es producto de la materia y sus interacciones— sino más bien dice que el materialismo debe ser un compromiso previo para los científicos.

Pero Lewontin se equivoca. El científico no necesita estar comprometido con el materialismo para hacer buena ciencia. ¡El método científico no fue diseñado por pensadores materialistas! Por supuesto, el científico se dedica a estudiar los fenómenos naturales, pero esto no significa que el científico debe creer que los fenómenos naturales son lo único que existe. 

Si estoy sujetando una pelota y la suelto, la ley de la gravedad me dirá que acabará en el suelo y predecirá correctamente la velocidad del impacto. Sin embargo, la ley de gravedad no puede predecir si alguien meterá la mano y atrapará la pelota en el aire, impidiendo que llegue al suelo. La ciencia me puede decir qué sucederá en un sistema si nadie interviene (¡y puede iluminar si alguien ha intervenido!). Pero que la ciencia pueda explicar cómo funciona un sistema no significa que el sistema no puede ser intervenido en ningún momento.

Dios creó un mundo ordenado, pero no significa que no exista nada más allá de ese mundo. Tampoco significa que Él no pueda intervenir en ese mundo cuando lo desee.

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En su libro Where The Conflict Really Lies, el filósofo cristiano Alvin Plantinga dice que el naturalismo cumple con los requisitos para ser llamado una religión o, por lo menos, una cuasi-religión. Él escribe que el naturalismo “satisface una de las funciones principales de una religión: ofrece una narrativa maestra, responde a las preguntas humanas más importantes”. Más adelante, Plantinga continúa diciendo que el naturalismo “nos dice cómo es la realidad definitiva, cómo encajamos en el universo, cómo nos relacionamos con otras criaturas y cómo llegamos a ser”.

Las respuesta del naturalismo a las preguntas más básicas del ser humano es que el universo se creó a sí mismo, y que llegamos a donde estamos por la acción de las leyes físicas y el paso del tiempo. Vale la pena explorar qué tan razonables son estas declaraciones filosóficas pero no podemos permitir que unos cuantos ateos las disfracen de ciencia.

Por supuesto, esto no significa que los científicos naturalistas no puedan hacer buena ciencia, sino que simplemente tienen que ignorar las implicaciones de su filosofía cada vez que entran al laboratorio. Tienen que confiar en su propio razonamiento y el de sus colegas al desarrollar y evaluar los resultados de sus experimentos. Tienen que confiar que los fenómenos que están observando en realidad están sucediendo en el mundo real y no solo en su imaginación. Tienen que aceptar el diseño y el orden que perciben en el cosmos, mientras niegan la existencia de un Diseñador.

El filósofo alemán Immanuel Kant decía que los seres humanos no podemos saber si Dios existe, pero que debemos vivir como si existiera para que la sociedad y la ética puedan sobrevivir. Los científicos naturalistas deben hacer algo similar. Mientras niegan la existencia de Dios, deben vivir como si le reconocieran… es más fácil pretender que humillarse.

Cuando evaluamos la filosofía detrás de religiones (o cuasi-religiones) como el naturalismo, el panteísmo o el animismo, nos damos cuenta de que sí, la religión puede estorbar la ciencia. Sin embargo, la religión cristiana, el teísmo bíblico, no lo hace.

Nota del editor: Este podcast fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

Ana Ávila es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus dos hijos. Puedes encontrarla en YouTubeInstagram y Twitter.

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