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Las Cinco Solas para la Iglesia de hoy: Sola Fide
«Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: MAS
EL JUSTO POR LA FE VIVIRÁ» (Romanos 1:17).
Si le preguntáramos a las personas que caminan por las calles, especialmente en nuestro contexto latinoamericano, si creen que irán al cielo, lo más probable es que respondan algo como esto: “Creo que sí porque nunca he hecho nada tan malo como para ir al infierno; no he matado a nadie, nunca he robado, nunca le he sido infiel a mi esposa; quizás haya dicho algunas mentiras, pero realmente, ¿quién no las ha dicho?”. He escuchado palabras similares en innumerables ocasiones. Esas palabras reflejan el pensamiento de muchos que creen que cuando Dios examine su vida, lo hará de manera similar a como muchos profesores califican los exámenes: considerando el desempeño de la clase en su conjunto.
Al igual que la doctrina de Sola Scriptura, el principio de la salvación por fe solamente (Sola Fide) formó parte del corazón del movimiento de la Reforma. Para Martín Lutero, la enseñanza de la justificación por fe solamente era el principio sobre el cual la Iglesia se levanta o se cae1. Si la doctrina de la justificación [por fe] se pierde, se pierde todo el resto de la doctrina cristiana2. En cierto modo, esta doctrina es la columna vertebral de la fe cristiana. La iglesia de Roma entiende y enseña que la salvación se obtiene a través de una sinergia entre la gracia de Dios, la fe puesta en Dios, más las obras que realiza el hombre, lo cual contradice las enseñanzas de la Palabra.
Martín Lutero vivió por años atormentado por sus pecados y aterrorizado pensando en su posible condenación. No podía dormir tranquilo pensando en la justicia perfecta de Dios que de ninguna manera encontraba cómo cumplir o satisfacer. Lutero vivía una vida monástica bastante santa ante los ojos de los hombres, pero aun así no encontraba paz para su alma, lo que lo llevaba a confesarse constantemente. Lutero describió este período de su vida como uno de gran desesperación. Dijo haber perdido el contacto con el Cristo salvador y consolador de su vida, quien se había convertido en un carcelero y torturador de su alma3. Esto llegó a atormentarlo tanto que cuando alguien le preguntó si amaba a Dios,
Lutero respondió: “¿Amar a Dios? A veces lo odio”4. Esto ocurrió durante un período entre los años 1510-1517 hasta que Lutero entendió una frase que aparece en Romanos 1:17 que alude a algo que Dios había revelado desde el Antiguo Testamento, que “el justo por la fe vivirá”.
Después de entenderlo, en algún momento, Lutero pronunció estas palabras:
“Finalmente, meditando día y noche, por la misericordia de Dios… comencé a entender que la justicia de Dios es aquella a través de la cual el justo vive como un regalo de Dios, por fe… con esto me sentí como si hubiese nacido de nuevo por completo, y que hubiese entrado al paraíso mismo a través de las puertas que habían sido abiertas ampliamente”5.
La salvación es solo por la fe, y quizás la mejor manera de comenzar a comprender esta importante enseñanza es analizando el pasaje de Romanos 3:20-26, que dice:
«Porque por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él; pues por medio de la ley viene el conocimiento del pecado. Pero ahora, aparte de la ley, la justicia de Dios ha sido manifestada, confirmada por la ley y los profetas. Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen. Porque no hay distinción, por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios. Todos son justificados gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por Su sangre a través de la fe, como demostración de Su justicia, porque en Su tolerancia, Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente, para demostrar en este tiempo Su justicia, a fin de que Él sea justo y sea el que justifica al que tiene fe en Jesús».
“La mayoría de los académicos reconocen este párrafo como el corazón de la epístola [a los Romanos]”6. En este pasaje citado, la primera enseñanza que Pablo presenta es que por las obras de la ley es imposible ser justificado. En otras palabras, el mejor esfuerzo humano no llega a cumplir la ley a cabalidad. Por tanto, tratar de cumplir la ley nunca será suficiente para alcanzar un estado de santificación (carácter moral) tal que podamos ser declarados justos ante de Dios. Lo único que la ley puede hacer inicialmente es revelarnos el carácter de Dios, porque eso es lo que la ley representa, y al hacernos esa revelación, podemos ver nuestro pecado como un contraste entre lo que Dios es y lo que somos y hacemos.
Una de las grandes enseñanzas que necesitamos entender aparece en Romanos 3:23 y es que todos hemos pecado. Al pecar, ninguno ha alcanzado la gloria de Dios. Dicho de otra manera, incluso las personas que mejor han vivido, como Juan el Bautista, Job o Daniel, no vivieron de una manera que les permitiera ganarse la salvación. Ellos también quedaron destituidos de la presencia de Dios. Entonces, si los hombres más justos de la historia bíblica, no pueden entrar a la presencia de Dios, la pregunta lógica sería, ¿qué se requiere para entrar a Su presencia? La respuesta a esa pregunta sería lo que finalmente calmaría la ansiedad de Lutero. Es necesario poseer un carácter moral perfecto, lo que requeriría vivir toda la vida sin cometer un solo pecado, lo cual es imposible.
Lutero entendió eso y casi pierde la razón porque la idea de permanecer bajo condenación lo atemorizaba grandemente, pero a la vez sabía que era imposible vivir una vida a la perfección que le permitiera entrar a la presencia de Dios. Finalmente, Lutero entendió que era posible tener un carácter moral perfecto, pero que no adquirimos ese carácter a través de nuestras obras de santificación porque ninguna de nuestras obras es perfecta para pasar el estándar de Dios; sino que esa rectitud moral proviene de Cristo quien la otorga por la fe puesta en Él. Por eso Romanos 3:21 dice: «Pero ahora, aparte de la ley, la justicia [la rectitud moral] de Dios ha sido manifestada, confirmada por la ley y los profetas». Y el siguiente versículo nos deja ver cómo ocurre: «Esta justicia [rectitud moral] de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen» (Rom. 3:22). En otras palabras, la ley no puede darnos dicha justicia; por eso la rectitud moral de Dios se manifestó “aparte de la ley”. Es una rectitud moral que obtenemos por medio de la fe en Jesucristo. De ahí la frase Sola Fide o por fe solamente.
El día que Cristo murió, nuestros pecados le fueron cargados a Su cuenta de una manera real; por eso Cristo sufrió un puro “infierno” en la cruz; un infierno de dolor y de separación temporal del Padre, expresado en Su grito: “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. De esa misma manera, el día que depositamos nuestra fe en Cristo como Señor y Salvador, ese día, Su santidad o Su carácter moral perfecto es cargado a nuestra cuenta. En teología, a eso llamamos imputación (del latín imputare que significa ‘cargar a la cuenta de otro’).
La única manera de ser libres de la deuda que Adán nos dejó era que viniera alguien y cumpliera cabalmente con la ley de Dios, viviendo una vida perfecta, sin pecado, y que estuviera dispuesto a que nuestra deuda fuera cargada a su cuenta y muriera en nuestro
lugar ofreciendo un sacrificio sustitutivo. Y eso fue lo que ocurrió en la cruz. Cristo, el hombre perfecto, cumplió perfectamente la ley de Dios y al cumplirla acumuló los méritos necesarios para morir en nuestro lugar; y allí en la cruz, nuestros pecados fueron imputados a Su cuenta y Su santidad es cargada a nuestra cuenta el día que le entregamos nuestra vida. Pablo afirma esto en 2 Corintios 5:21: «Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él». Aquí vemos claramente las bendiciones que recibe el pecador justificado… recibe el carácter santo de Cristo mediante el cual es declarado santo o justo sin serlo. A esto se refería Lutero cuando dijo que el hombre es símul justus et peccator, es decir, justo y pecadora la vez.
En la cruz, Cristo fue tratado por el Padre como si hubiera vivido la vida del pecador para que un día, cuando ese pecador lo recibiera como Señor y Salvador, Dios pudiera tratarlo como si hubiera vivido la vida de Cristo. En eso consiste la imputación de nuestros pecados a Cristo y de Su santidad a la persona del pecador. Y cuando recibimos Su santidad, entonces somos justificados: Dios Padre nos declara justos sin serlo.
Para ser salvos, necesitamos absoluta confianza (fe) en que la santidad de Cristo imputada a nuestra persona es lo único (Sola Fide) que nos puede calificar para entrar al reino de los cielos y eso ocurre el día que nos arrepentimos de todo corazón, pedimos perdón por nuestros pecados basados en el sacrificio de Cristo en la cruz y entregamos nuestra vida a Dios y recibimos la Suya; la vida eterna que Él nos regala.
*Para más información sobre este tema, recomendamos leer “Enseñanzas que transformaron el mundo” por Miguel Núñez.
1 Michael Horton, The Sola’s of the Reformation en Here We Stand (Grand Rapids: Baker Books, 1996), 121.
2 Martin Luther, Jaroslav Pelikan, ed., Walter Hansen, ed., Luther’s Works, Volume 26, Lectures on Galatians Chapters 1-4 (St. Louis: Concordia Publishing House, 1963), 9.
3 James Kittelson, Luther The Reformer (Minneapolis: Augsburg Fortress Publishing House, 1986), 79.
4 Citado en R. C. Sproul, The Holiness of God (Carol Streams, IL: Tyndale House Publishers, 1998), 82.
5 James Kittelson, Luther The Reformer (Minneapolis: Augsburg Fortress Publishing House, 1986), 134.
6 Thomas R. Schreiner, Romans, Baker ECNT (Grand Rapids: Baker Academic, 1998), 178.
Miguel Núñez
El Dr. Miguel Núñez sirve como Pastor Titular de la Iglesia Bautista Internacional en Santo Domingo y es el presidente y fundador del Ministerio Integridad & Sabiduría, que tiene como visión impactar la generación de hoy con la revelación de Dios en el mundo hispano-parlante.