Inmutabilidad significa que Dios no cambia de ninguna manera. Impasibilidad, una consecuencia de la inmutabilidad, significa que Dios no experimenta ningún cambio emocional en ninguna forma; Él no sufre.
SUMARIO
La inmutabilidad y la impasibilidad son atributos claves e históricos que la iglesia ha confesado, atributos que distinguen al Creador infinito y eterno de la criatura finita y temporal. Inmutabilidad significa que Dios no cambia de ninguna manera; Él es inmutable y, por lo tanto, es perfecto en todos los sentidos. La impasibilidad, una consecuencia de la inmutabilidad, significa que Dios no experimenta cambios emocionales de ninguna manera, ni tampoco no sufre. Para aclarar, Dios no elige simplemente ser impasible; es impasible por naturaleza. La impasibilidad es intrínseca a Su propio ser. La impasibilidad no significa que Dios sea apático, ni socava el amor divino. Dios está completamente vivo; Él es Sus atributos en medida infinita. Por tanto, la impasibilidad garantiza que el amor de Dios no puede ser más completo e infinito en Su hermosura. Finalmente, la impasibilidad proporciona una gran esperanza, porque solo un Dios que no es vulnerable al sufrimiento en Su divinidad es capaz de rescatar a un mundo que se ahoga en el sufrimiento.
Introducción
Las ideas tienen consecuencias. Al mirar hacia el siglo XX, una idea que tuvo serias consecuencias fue la suposición común de que Dios sufre. Teólogos influyentes, como Jürgen Moltmann, buscaron brindar esperanza a un mundo que sufre, un mundo dividido por dos guerras mundiales. Moltmann analizó con detenimiento las atrocidades de los campos de concentración nazis y cuando escuchó a los judíos clamar «¿Dónde está Dios?», Moltmann respondió que Dios estaba allí y que Él también sufría. Fue Dios quien sufrió en la cámara de gas; fue Dios quien colgó de la horca. Por eso, tenemos esperanza en un mundo de dolor porque sabemos que Dios conoce nuestro dolor.
Seamos honestos, el argumento de Moltmann puede ser muy persuasivo y emocionalmente atractivo. Quizás has estado en un estudio bíblico donde un amigo cercano estaba llorando por una tragedia. Si es así, es probable que alguien haya dicho: «No te preocupes, Dios está sufriendo contigo. Tiene tanto dolor como tú. Está tan abrumado por el dolor como tú». La idea de un Dios sufriente resuena con nuestros instintos relacionales y parece ser un gran consuelo en tiempos de sufrimiento.
Sin embargo, en esos momentos difíciles, cuando las lágrimas inundan nuestros rostros, es cuando la teología importa más. Si bien puede parecer reconfortante en este momento decirle a un amigo que Dios también sufre, si lo reflexionamos más a fondo, es una idea peligrosa que da poco consuelo o esperanza al final.
¡Ayuda! ¡Mi casa está en llamas!
Para aclarar este punto, considera una ilustración de mi libro None Greater: The Undomesticated Attributes of God [No hay otro más grande: Los atributos no domesticados de Dios]. Imagina si tu casa se incendiara repentinamente. Mientras escapas de las llamas y miras desde la calle, te das cuenta de que tu hijo todavía está adentro. ¿Qué tal si en ese momento, un vecino corriera hacia ti y, queriendo sentir tu dolor y empatizar contigo, tu vecino se prendiera fuego?
Naturalmente, lo mirarías con incredulidad, tal vez incluso enfurecido por la locura de su reacción. ¿A quién necesitas realmente en ese momento? Necesitas a ese bombero que —con una confianza constante y controlada— pueda examinar la situación, correr hacia las llamas y salvar a tu hijo de las garras de la muerte. Solo el bombero que se niega a dejarse vencer por el colapso emocional es tu esperanza en esa experiencia infernal.
El punto es que un Dios que sufre, sujeto a cambios emocionales, no es tan consolador si lo piensas dos veces. Un Dios que sufre puede ser como nosotros, pero no puede rescatarnos.
De hecho, un Dios emocional es tan indefenso como nosotros. En tiempos de sufrimiento necesitamos un Dios que no sufra, que pueda vencer el sufrimiento para redimirnos y devolver la justicia a este mundo malvado.
Recuperando una palabra antigua: Impasible
Por esta razón, desde los primeros padres hasta la Confesión de Westminster, la iglesia ha creído que el Dios de la Biblia es un Dios sin pasiones; es decir, Él es impasible. Hasta el siglo XIX, «pasiones» era una palabra que solo se aplicaba a la criatura, no al Creador. Era una palabra que tenía connotaciones negativas, la cual se refería a alguien o algo que era vulnerable al cambio, sujeto al poder emocional de los demás. Cuando nuestros padres negaron las pasiones en Dios, lo estaban distinguiendo como el Creador inmutable y autosuficiente de la siempre cambiante criatura necesitada (como lo hace Pablo en Hechos 17).
En esta sola palabra, «pasiones», vemos la diferencia entre el Dios cristiano y los dioses de la mitología griega: susceptibles a la fluctuación emocional, vencidos por una variación en el estado de ánimo, dioses cambiados o manipulados por la voluntad de otro. Un minuto son dados a la lujuria y al siguiente pierden los estribos en un ataque de ira. Por el contrario, el Dios cristiano, dice Thomas Weinandy, «no pasa por estados emocionales sucesivos y fluctuantes; ni el orden creado puede alterarlo de tal manera que le haga sufrir alguna modificación o pérdida».1 Eso es lo que significa para Dios ser impasible.
Es necesario aclarar, entonces, que la ilustración de la casa en llamas tiene un defecto (¿no lo tienen todas las ilustraciones?). En ese momento de pánico y caos, el bombero elige no dejarse vencer por la fluctuación emocional; sin embargo, Dios es impasible no solo por elección sino por naturaleza. Él es impasible. La pasibilidad, en otras palabras, es contraria a Su esencia misma; Él es incapaz de ser pasible.
Quizás te preguntes, ¿por qué? Hay muchas razones que responden al porqué, pero una razón importante es porque un Dios pasible es susceptible al cambio, al cambio emocional.
Sin embargo, sabemos por las Escrituras que Dios no cambia (Mal 3:6; Stg 1:17); Él es inmutable. La impasibilidad, entonces, es el resultado consecuente de la naturaleza inmutable de Dios. Es esencial para saber quién es Dios, no simplemente para lo que hace.
¿Apático?
Si Dios es impasible, ¿significa eso que es estoico, sin vida, indiferente, apático e incapaz de amar o de tener compasión? Desafortunadamente, esa es una caricatura demasiado común. En realidad, la impasibilidad asegura todo lo contrario: Dios no podría estar más vivo ni más amoroso de lo que es eternamente.
Recuerda, la Escritura no solo declara que Dios es inmutable, sino que también afirma que Él es infinito (Sal 147:5; Ro 11:33; Ef 1:19; 2:7). Él es inmensurable, ilimitado no solo en tamaño sino en Su propio ser. Él no tiene limitaciones; Él es la perfección absoluta. Si Dios es infinito, nunca se da el caso de que algo en Dios esté esperando ser activado para alcanzar su máximo potencial. Para usar un lenguaje teológico elaborado, no hay potencia pasiva en Dios. Más bien, Dios es Sus atributos en medida infinita. Dicho de otro modo, Él está vivo al máximo; no podría estar más vivo de lo que está eternamente. A los padres de la iglesia les gustaba resaltar este punto llamando a Dios acto puro (actus purus). No puede ser más perfecto en acto de lo que es, pues de lo contrario sería menos que perfecto, finito y necesitado de mejora.
Aplica esta verdad a un atributo como el amor, por ejemplo, y se vuelve claro por qué la impasibilidad marca la diferencia. Si Dios es impasible, entonces no solo posee amor, Él es amor y es amor en medida infinita. No puede llegar a ser más amoroso de lo que ya es eternamente. Si lo hiciera, entonces Su amor sería pasible, cambiaría, tal vez de bien a mejor, lo que implicaría que no era perfecto para empezar.
Bajo esa luz, la impasibilidad asegura que Dios es amor en medida infinita. Mientras que el amor de un Dios pasible está sujeto a cambios y mejoras, el amor de un Dios impasible no cambia en su perfección infinita. La impasibilidad garantiza que el amor de Dios no podría ser más infinito en su hermosura. Dios no depende de otros para activar y realizar Su amor; no, Él es amor en medida infinita, eterna, inmutable e independientemente del orden creado.
Todo eso para decir que puede parecer contradictorio, pero solo la impasibilidad puede darnos un Dios personal que es amor eterno e inalterable. Lejos de ser apático o incapaz de moverse, la impasibilidad promete al creyente que Dios no puede ser más amoroso de lo que es eternamente. Eso es algo que un Dios pasible no puede prometer.
La impasibilidad es nuestra esperanza verdadera en tiempos de sufrimiento
Lo diré de nuevo: las ideas tienen consecuencias. Aunque al principio no lo parezca, un Dios pasible y sufriente es una idea peligrosa. Es peligroso porque socava la confianza y la seguridad del cristiano, incluso la esperanza del cristiano, especialmente en tiempos de verdadera dificultad. Si Dios está sujeto a cambios emocionales, ¿cómo sabemos si se mantendrá fiel a Sus promesas? Sus promesas contenidas en el evangelio pueden cambiar tan rápido como cambie de humor. Si Dios es vulnerable a la fluctuación emocional, ¿qué confianza tenemos en que Su propio carácter permanecerá constante? Su amor puede no permanecer firme, Su misericordia puede no ser eterna y Su justicia no puede garantizar ninguna victoria futura.
Pero también es una idea deprimente. Como confiesa Katherin Rogers: «Yo misma, encuentro la idea de un Dios que está hecho para sufrir por nosotros, y quien necesita de nosotros para estar satisfecho, una concepción deprimente de la divinidad».2 Es deprimente porque no nos hace volver a Dios como nuestra roca y nuestra fortaleza (Sal 18:2), sino que nos hace sentir lástima de Dios como de alguien que es tan impotente en el sufrimiento como nosotros, Sus criaturas finitas.
La buena noticia de la impasibilidad, sin embargo, es una de esperanza. Cuando las pruebas más difíciles de la vida golpean con fuerza, el plan inescrutable de nuestro Dios personal y amoroso no vacila porque es un Dios inmutablemente impasible. Aunque el dolor aseste un duro golpe, nos levantaremos con Lutero y cantaremos, Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo.
Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licenciaCreative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.
NOTAS AL PIE
1Thomas Weinandy, Does God Suffer? [¿Dios sufre?] (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 2000), p. 111.
2Katherin Rogers, Perfect Being Theology [La teología del Ser perfecto] (Edinburgh: Edinburgh University Press, 2000), p. 52.