Jesús es el Hijo de Dios, Aquel a quien conducen todas las Escrituras y el que es Dios y hombre.
SUMARIO
Jesús es el Hijo de Dios. Esta declaración doctrinal es tanto verdadera como problemática.
En la historia de la iglesia ha sido una fuente de gran debate y en la Biblia es un axioma teológico que requiere una consideración cuidadosa. Al comenzar con una teología bíblica de la filiación, veremos cómo la Escritura habla de Jesús como el Hijo de Dios de múltiples maneras. Al entender cómo Adán, Israel y David fueron todos «hijos de Dios», entenderemos mejor lo que significa que Jesús es el Hijo de Dios. Sin embargo, también veremos cómo Su filiación eterna se mantiene y se revela por medio de Su perfecta filiación humana, de modo que los que seguimos a Cristo siempre afirmemos y defendamos la confesión: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios.
Jesús es el Hijo de Dios. Esta afirmación es notablemente bíblica y axiomática para la ortodoxia cristiana. Al mismo tiempo, también ha sido una de las proposiciones mayormente mal entendidas, debatidas y confusas en la historia de la Iglesia. Los concilios de Nicea (325 d. C.) y Calcedonia (451 d. C.), entre otros, respondieron a las herejías relacionadas con lo que significa que Jesús es el Hijo de Dios. De manera más inductiva, cuando miramos las Escrituras, encontramos que «hijo de Dios» se usa de varias maneras.
¿Cómo vamos a entender este título inmensurable?
En lo que sigue, voy a trazar el tema de la filiación a través de la Biblia para ver cómo conduce a Jesucristo. A partir de este análisis, estaremos preparados para entender mejor cómo es que Cristo es el Hijo de Dios. Lo que es más importante, veremos cómo la filiación de Jesús está relacionada tanto con Su humanidad preeminente como con Su filiación eterna.
El Hijo de Dios en la teología bíblica
Al examinar los datos bíblicos sobre el término «hijo de Dios», Graeme Goldsworthy encuentra quince usos diferentes en la Biblia.1 De modo similar, D. A. Carson explica cómo este «título cristológico» ha sido «a menudo pasado por alto, a veces mal entendido y actualmente disputado».2 En su sumario de literatura bíblica, muestra cómo «hijo de X» no siempre es biológico, a menudo es vocacional (es decir, tu padre define tu obra), y lleva consigo una amplia gama de significados.3 Con respecto a «hijo de Dios», Carson enumera siete aplicaciones diferentes:4 Adán, Israel, David, el pueblo del pacto de Dios, los adoptados por Dios (en Cristo),5 los imitadores de Dios y los creyentes que recibirán el reino de Dios son etiquetados como hijos de Dios. Carson también reconoce que «hijo de Dios» es usado para los ángeles (p. ej., Job 1:6; 2:1; 38:7; cp. Gn 6:4), pero reduce su enfoque a las aplicaciones humanas.6 Yo haré lo mismo.
De manera más específica, el propio Cristo recibe el título de «Hijo de Dios» de al menos cuatro maneras.7 Él es el «Hijo de Dios» en el sentido de que cumple el papel de (1) Adán, (2) Israel y (3) David. Sin embargo, más allá de ser un mediador del pacto que reemplaza a estos «hijos de Dios» anteriores, Jesús también es el (4) Hijo divino. Podemos ver de manera clara por qué este título es «a veces malentendido».
Un estudio completo sobre Jesús como Hijo de Dios consideraría todos estos usos. Aquí trataré las maneras en que Jesús es un Hijo de Dios como Adán, Israel y David. Luego voy a relatar cómo Su cumplimiento de estos roles se relaciona con Su propia naturaleza divina como Dios el Hijo.8
La imagen de Dios: Adán como hijo de Dios y Cristo como el último Adán.
Lucas 3:38 es inequívoco: Adán es el «hijo de Dios». Al final de la genealogía de Jesús (3:23-38), Lucas identifica a Jesús como descendiente de Adán, por medio de la línea familiar de Abraham. Situada al comienzo de Su ministerio público, esta genealogía identifica a Jesús como «hijo de Adán» y como «Hijo de Dios». Al explicar el trasfondo de esta conexión de Génesis 5:1-3, Brandon Crowe escribe: «Al igual que la paternidad de Adán con Set (y más abajo), Dios es el Padre de Adán y, por lo tanto, Adán debe entenderse como hijo de Dios».9
El significado teológico de esta conexión entre Jesús y Adán se desarrolla en los evangelios, por Pablo y el autor de Hebreos.10 Pablo presenta a Adán como un tipo de Cristo en Romanos 5:14. Retoma la tipología de Adán en 1 Corintios 15:45, donde llama a Jesús el «último Adán». Colosenses 1:15 declara que Jesús es «la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación». Hebreos 1:3 presenta al Hijo como «el resplandor de la gloria de Dios y la expresión exacta de Su naturaleza».
En estos versículos, encontramos una fuerte conexión entre filiación, imagen y gloria. Solo que, mientras que Adán no alcanzó su gloria (aunque retuvo la imagen de Dios), el postrer Adán es el verdadero hijo/imagen/gloria de Dios. En este papel, está guiando a los hijos de Dios a la gloria (He 2:10). Para decirlo de otra manera: como verdadero hombre, Jesús es el verdadero Hijo de Dios. Y lo que es más importante, como hijo de Dios como Adán, todo lo que era cierto del primer hombre es cierto de Jesús, solo que mejor.
El pueblo del pacto de Dios: Israel como hijo de Dios y Cristo como el verdadero Israel.
A continuación, se identifica a Israel como el «hijo primogénito» de Dios (Éx 4:22-23). En el contexto, Yahvé llama a Israel como Su hijo primogénito, cuando amenaza con matar al primogénito del faraón. Lo que sigue en Éxodo es una competencia para ver quién es el verdadero hijo de Dios. Según las creencias egipcias, el primogénito del faraón se convertiría en el próximo «hijo de Dios». Sin embargo, al liberar a los hijos de Abraham del cautiverio en Egipto, Dios muestra quién es el verdadero hijo de Dios.
La revelación posterior identifica el éxodo como el momento en que Dios se convirtió en el padre de Israel (Dt 32:18; Sal 80:15; Jr 31:9; Os 11:1). Lo que es más importante, esta identificación corporativa del hijo de Dios explica de qué manera Israel es como Adán: Israel es un «Adán corporativo».11 Así, lo que comenzó con Adán ahora se lleva a cabo en Israel hasta que llega a Cristo.
En su Evangelio, Mateo identifica a Jesús como el verdadero Israel cuando cita Oseas 11:1 en 2:13-15: «De Egipto llamé a Mi hijo». Al tomar el título de Israel y aplicarlo a Jesús, el evangelista explica cómo Jesús es el Hijo de Dios.12 De manera similar, cuando Jesús es conducido por el Espíritu al desierto durante cuarenta días (4:1-11), Mateo repite los eventos de Israel, dando a entender la clase de hijo que es Jesús: un hijo como Israel.13 Pero Jesús no desobedecerá a Su Padre como lo hizo Israel; se demostrará obediente hasta la muerte, convirtiéndose así en el primogénito de entre los muertos (Col 1:18).
El rey de Dios: el hijo de David como hijo de Dios y Cristo como Hijo de David.
El título más importante de «Hijo de Dios» que recibe Jesús está relacionado con David. En el Salmo 2:7 encontramos las palabras: «Mi Hijo eres Tú, / Yo te he engendrado hoy». En su contexto original, esta declaración es una expansión poética del pacto de Dios con David en 2 Samuel 7, no una declaración directa sobre la divinidad de Jesús.14 Anteriormente, en el mismo pasaje de 2 Samuel 7, Dios prometió construir una casa (es decir, una dinastía) para David. En este pacto, Dios prometió a David un hijo que se sentaría en un trono eterno (vv. 12-14) y sería el hijo de Dios. Como dice Dios del hijo de David: «Yo seré padre para él y él será hijo para Mí» (v. 14). En la historia posterior inmediata de Israel, Salomón cumplió esta promesa al gobernar con sabiduría y justicia, trayendo paz y bendición al pueblo por su manera de guiar a la nación desde Sión.
Lamentablemente, la obediencia de los hijos de David duró poco. Salomón apartó su corazón de Dios para servir a los ídolos. Más tarde, los herederos de David, con unas pocas excepciones, rompieron su pacto con Dios y perdieron su derecho a sentarse en el trono.
Aun así, se estableció el criterio para un rey davídico que fuera hijo de Dios. Mientras los profetas lamentaban la caída de la casa de David, comenzaron a prometer un hijo de David cuya justicia restauraría el reino de Israel. Por medio de muchas profecías adicionales sobre un rey que sufriría como siervo (Is 42, 49, 50, 53) y se acercaría al trono de Dios como sacerdote (Jr 30:21; Zac 3:1-10; 6:9-15 ; Sal 110, 132), surgió la esperanza de una nueva alianza.
En todos los casos esta esperanza se planteó en términos de la descendencia de David.15
En el Nuevo Testamento, Jesús es el hijo de David, cuya justicia bajo las promesas de la ley prueba que Él es el verdadero Hijo de Dios, lo cual lleva a su realización todas las promesas del nuevo pacto. De hecho, es revelador que el mensaje del evangelio se base en las promesas hechas a David (Ro 1:3; 2 Ti 2:8). Para limitarnos a un pasaje, Romanos 1:2-4 explica cómo Jesús, como hijo de David, es el Hijo de Dios y la esperanza de salvación.
En estos versículos, Pablo habla de que Cristo recibe el título de «Hijo de Dios» en Su resurrección. Los versículos 3 y 4 dicen: «acerca de Su Hijo, que nació de la descendencia de David según la carne, y que fue declarado Hijo de Dios con un acto de poder, conforme al Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos: nuestro Señor Jesucristo».
Críticamente, este pasaje se entiende mejor en la exaltación de Cristo en Su resurrección.16 Si bien Jesús es Dios Hijo a lo largo de toda Su vida humana, Su resurrección le asigna el título de «Hijo de Dios». Este es el testimonio de Hechos 13:32-33 y Hebreos 5:5-6.
Este título exaltado se remonta a 2 Samuel 7:14. Solo ahora se aplica a Jesús, quien ha demostrado ser el verdadero Hijo de Dios y digno de un trono eterno. Como lo confirma Hebreos, es solo después de que la humanidad de Jesús es «perfeccionada» que recibe el título de «Hijo de Dios» (He 5:5-6). Por eso Hebreos argumenta que era necesario que el Hijo aprendiera la obediencia por medio del sufrimiento (v. 8). En otras palabras, cuando Cristo resucitó de entre los muertos y ascendió a la diestra del Padre (cumpliendo el Salmo 110:1), toda la creación fue puesta bajo Sus pies. En Su exaltación, Jesús recibió el derecho de gobernar sobre el cielo y la tierra (Mt 28:18), como hijo de David, quien es hijo de Dios.17
En resumen, Adán, Israel y David no lograron probar su filiación, Jesús lo hizo. De un modo maravilloso, Su resurrección resulta ser Su coronación. Pablo identifica esto al comienzo de Romanos y lo define como el núcleo del mensaje del evangelio. En verdad, así es como Dios en Cristo une todas las cosas en el cielo y en la tierra (Ef 1:10), ya que el Hijo eterno de Dios es reconocido como el Hijo de Dios a quien la historia de la redención ha ido señalando (cp. 1 P 1:10-12).
El Hijo divino: El Hijo de Dios es Dios Hijo.
«Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, a fin de que redimiera a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción de hijos» (Gá 4:4-5). Dicho de otro modo, cuando el Hijo divino asumió la humanidad vino a cumplir el papel que Adán, Israel y David le habían señalado. Solo que no es como si Jesucristo fuera una ocurrencia tardía. Estos «primeros» hijos de Dios eran tipos y sombras del verdadero Hijo, quien en realidad vino antes que ellos porque el Hijo es el Dios eternamente engendrado (Jn 1:18).
De hecho, lo que encontramos en el Nuevo Testamento es que Jesús es el Hijo de Dios en dos sentidos. Es hijo de Dios como Adán, Israel y David, y también es Dios Hijo, la segunda persona de la Trinidad. Esta verdad nos lleva al misterio de la encarnación, pero también resuelve la tensión que encontramos en los múltiples usos del título «hijo de Dios». A continuación, consideraremos algunos lugares donde vemos esta verdad en las Escrituras, a saber, que Jesús es el Hijo divino.
El Evangelio de Juan es el lugar para iniciar. Comenzando en su prólogo (Jn 1:1-18), encontramos a Juan llamando a Jesús el Hijo divino. Al declarar que la Palabra eterna se hizo carne y habitó entre nosotros, Juan identifica a Jesús como «el único Hijo del Padre» (v. 14). La palabra griega monogenēs —que ha sido traducida como «unigénito» (LBLA, RV60), o «único» (NVI, NTV, NBV)— tiene un único significado para Juan (ver 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn 4:9) y ha planteado muchos desafíos a los intérpretes.18 Ya sea que esta palabra apoye o no la generación eterna, claramente identifica a Jesús como el Hijo divino de Dios. Es un Hijo diferente a cualquier otro hijo de Dios y, a lo largo de su evangelio, Juan vuelve a la naturaleza divina de Jesús.19
Por ejemplo, cuando Juan el Bautista cita Isaías 40:3 se identifica a sí mismo como el que prepara el camino del Señor (1:23). Jesús es Yahvé encarnado, de quien Juan dice que es mayor que él porque vino antes que él (vv. 15, 30).20Juan 5:18 también identifica al Hijo como «igual» al Padre, lo que llevó a los líderes judíos a desear la muerte de Jesús. Los versículos 19-29 explican la relación del Padre con el Hijo. Mientras enfatizan la obediencia humana del Hijo al Padre, estos versículos dan testimonio de la filiación divina de Jesús. Como declara Juan 5:26: «Porque como el Padre tiene vida en Él mismo, así también le dio al Hijo el tener vida en Él mismo». En el contexto de Juan, «esta afirmación de la aseidad divina [es decir, la vida en Sí mismo] debe referirse a la ontología eterna del Hijo, no a una función de Su encarnación».21
Apoyando esta interpretación, Juan 8 identifica a Jesús como el Hijo divino, cuando Jesús dice que «antes que Abraham naciera, Yo soy» (v. 58). El «Yo soy» (gr. egō eimí) recuerda el nombre divino del Señor («Yo soy el que soy», Éx 3:14), y la existencia precedente de Jesús («antes que Abraham») seguramente identifica a Jesús como el Hijo eterno. Para mencionar solo un caso más, Jesús se dirige a su Padre en Juan 17. Orando para que Dios lo glorificara en la tierra (v. 2), Jesús describe la gloria que compartió con Su Padre antes de la creación (v. 5). Cuando Jesús dice que compartirá Su gloria con Sus discípulos (v. 24), es evidente que lo que verán Sus discípulos es el reflejo de la gloria que ha compartido de manera eterna con el Padre. En otras palabras, Jesús, como Hijo de Dios, es uno con el Padre en Su esencia divina compartida (10:30).22
Los otros tres evangelios también indican la naturaleza divina de Jesús. Mateo 1:23 identifica a Jesús como «Emmanuel, Dios con nosotros». Marcos 2:1-12 y 4:35-41, respectivamente, demuestran que Jesús perdona los pecados y calma la tormenta. Estos son dos ejemplos donde las acciones de Jesús demuestran cómo hizo lo que solo Dios podía hacer (cp. Jn 5:19, 30; 7:16; 14:31; 15:15). Haciendo una mención más explícita al título «Hijo de Dios», Lucas 1:35 identifica a Jesús sin un padre terrenal. En cambio, «Jesús es designado como el Hijo de Dios porque fue concebido por el Espíritu Santo en lugar de un padre humano».23 Luego, al final del Evangelio de Mateo, el Hijo es identificado con el Padre y el Espíritu Santo en la fórmula bautismal de Mateo 28:19. Por último, en Mateo 26:63-64, Jesús es acusado de blasfemia porque se identificó con Dios. Al igual que en el Evangelio de Juan, a Jesús se le acusa de blasfemia porque se hace uno con el Padre.
En los evangelios, encontramos que Jesús no es solo el Hijo de Dios, según Su humanidad; Él es el Hijo de Dios, según Su deidad. Este testimonio continúa en el resto del Nuevo Testamento (ver Hch 20:28; Ro 9:5; Col 1:19; 2:9; Tit 2:13; He 1:8; 2 P 1:1). El espacio no permite un examen completo de estos pasajes, pero baste decir que en la adoración de Jesucristo, como Hijo de Dios, encontramos evidencia clara de que Jesucristo como Hijo de Dios, de naturaleza humana plena, es aún más que un hombre y mayor que cualquier otro hijo de Dios.24 Como concluye Larry Hurtado: «De todo el tejido de la cristología de Pablo, es evidente que Pablo vio a Jesús como partícipe de los atributos y funciones de Dios, compartiendo la gloria divina y, lo que es más importante, digno de recibir veneración formal con Dios en las congregaciones cristianas».25 En verdad, tal adoración solo es posible si Jesús, el Hijo de Dios, es Dios.
Así, para todos los que son hijos de Dios por la fe en Cristo (Gá 3:26) existe la necesidad continua de confesar que Jesús es el Hijo de Dios (Jn 20:31). Porque solo quien conoce al Hijo, como lo revela la Escritura, tiene la vida que Dios promete en Su nombre. Esto es lo que claramente enseña el Nuevo Testamento, lo que la iglesia ortodoxa siempre ha reconocido y defendido, y lo que los verdaderos discípulos continúan confesando y creyendo: Jesús es el Hijo de Dios, a quien conduce toda la Escritura y quien es Dios y hombre.
Este ensayo es parte de la serie Concise Theology (Teología concisa). Todas las opiniones expresadas en este ensayo pertenecen al autor. Este ensayo está disponible gratuitamente bajo la licenciaCreative Commons con Attribution-ShareAlike (CC BY-SA 3.0 US), lo que permite a los usuarios compartirlo en otros medios/formatos y adaptar/traducir el contenido siempre que haya un enlace de atribución, indicación de cambios, y se aplique la misma licencia de Creative Commons a ese material. Si estás interesado en traducir nuestro contenido o estás interesado en unirte a nuestra comunidad de traductores, comunícate con nosotros.
NOTAS AL PIE
1Graeme Goldsworthy, The Son of God and the New Creation, Short Studies in Biblical Theology [El Hijo de Dios y la nueva creación, estudios breves de teología bíblica] (ed. Dane Ortlund and Miles Van Pelt; Wheaton, IL: Crossway, 2015), pp. 31-32.
2Este es el subtítulo de este libro. D. A. Carson, Jesus the Son of God: A Christological Title Often Overlooked, Sometimes Misunderstood, and Currently Disputed (Wheaton, IL: Crossway, 2012). 3Ibíd., pp. 17-27. 4Ibíd., pp. 29-34. Mi orden es diferente al suyo.
5El Nuevo Testamento hace distinciones entre la filiación de Cristo y la filiación de Sus seguidores (ibíd., 33-34). La adopción es una forma clave de distinguir la filiación de Cristo de Sus seguidores: Él es el Hijo de Dios por naturaleza; sus seguidores son hijos de Dios por adopción (ver Ro 8:15, 23; 9:4; Gá 4:5 ; Ef 1:4-5). Nicholas Perrin explica esta diferencia de la filiación por vía del sacerdocio: Jesús es el Sumo Sacerdote; todos Sus seguidores, como hijos de Dios, son sacerdotes y levitas que sirven junto a sus hermanos mayores. Ver Nicholas Perrin, Jesus the Priest (Londres: SPCK, 2018), pp. 53-90. 6Ibíd., p. 28. 7Ibíd., pp. 34-42.
8El espacio no me permite incluir el análisis del aspecto sacerdotal de la filiación en el cuerpo de este artículo. Pero el sacerdocio está profundamente conectado con el título de «hijo de Dios». Para una discusión completa sobre la filiación y el sacerdocio, ver mi libro The Royal Priesthood and the Glory of God, Short Studies in Biblical Theology (ed. Dane Ortlund y Miles Van Pelt; Wheaton, IL: Crossway). 9Brandon Crowe, The Last Adam: A Theology of the Obedient Life of Jesus in the Gospels [El último Adán: Una teología de la vida de obediencia de Jesús en los Evangelios] (Grand Rapids: Baker Academic, 2017), p. 29. 10Ver ibíd., pp. 23-53. 11G. K. Beale, The Temple and the Church’s Mission: A Biblical Theology of the Dwelling Place of God (NSBT 17; Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2004), pp. 120-21. 12G. K. Beale, A New Testament Biblical Theology: The Unfolding of the Old Testament in the New (Grand Rapids: Baker Academic, 2011), pp. 406-12. 13En el mismo contexto, el diablo incluso tienta a Jesús y Su pretensión de filiación, diciendo: «Si eres Hijo de Dios…» (Mt 4:3, 6). 14Esta no es una interpretación indiscutible. Ver Wellum, God the Son Incarnate, pp. 99-101, para obtener una explicación de cómo leer el Salmo 2 dentro del plan de redención y la revelación progresiva que se desarrolla. 15Por ejemplo, Is 9:6-7; 11:1-10; Jr 23:5-6; Ez 34:23-24; Os 3:5; Am 9:11-12; Mi 5:2; Zac 6:9-15. Estos pasajes se refieren a la esperanza de un nuevo David. 16«El título griego huiou theou o Hijo de Dios en Romanos 1:4 no es una referencia a la deidad de Jesús, sino a Su realeza mesiánica como descendiente de David (cp. 2 S 7:14; Sal 2:7)», una realeza mesiánica que se le confirió a Él «en Su resurrección». Thomas R. Schreiner, Romans (BECNT; Grand Rapids, MI: Baker Academic, 1998), p. 42. 17No debemos olvidar que el hijo de David también fue hijo de Israel e hijo de Adán. Sobre la relación entre David y Adán, ver Peter J. Gentry y Stephen J. Wellum, God’s Kingdom through God’s Covenant: A Concise Biblical Theology (Wheaton, IL: Crossway, 2015), pp. 194-95. 18Para conocer dos enfoques contrastantes de monogenēs y para una defensa del «solo y único Hijo» ver Andreas J. Köstenberger y Scott R. Swain, Father, Son, and Holy Spirit: The Trinity and John’s Gospel (NSBT 24; Downers Grove, IL: InterVarsity, 2008), pp. 76-79. Ver Charles Lee Irons, «A Lexical Defense of the Johannine “Only Begotten”», en Retrieving Eternal Generation (ed. Fred Sanders y Scott R. Swain; Grand Rapids: Zondervan , 2017), pp. 98-116, y su artículo Let’s Go Back to ‘Only Begotten’ para una defensa del término «unigénito». 19«Después de todo, los judíos se veían a sí mismos como “hijos de Dios” en algún sentido, pero entienden de manera correcta que Jesús está afirmando algo más que eso al referirse a Dios como Su Padre». En Carson, Jesus the Son of God, p. 65. 20Ver Richard Bauckham, Jesus and the God of Israel: God Crucified and Other Studies on the New Testament’s Christology of Divine Identity (Grand Rapids: Eerdmans, 2008), pp. 37-40, 219. 21Wellum, God the Son Incarnate, p 162. 22También podríamos considerar Juan 20:31, donde Juan explica por qué escribió su Evangelio («para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios»). Como señala Thomas Schreiner, New Testament Theology: Magnifying God in Christ (Grand Rapids: Baker Academic, 2008), p. 241: «En esta declaración de propósito, los términos “Cristo” e “Hijo de Dios” no son meramente equivalentes. “Cristo” se refiere a que Jesús es el Mesías, pero “Hijo de Dios” también indica la relación especial de Jesús con Dios: Su divinidad». De hecho, en este libro vemos con claridad cómo Jesús, quien cumple las promesas del Antiguo Testamento, es aún más grande que cualquier «hijo de Dios» del Antiguo Testamento. 23Ibíd., p. 240. 24Bauckham, Jesus and the God of Israel, pp. 152-81. 25Larry W. Hurtado, «Son of God» in Dictionary of Paul and His Letters (ed. Gerald F. Hawthorne, Ralph P. Martin, Daniel G. Reid; Downers Grove, IL: InterVarsity, 1993), p. 903.
LECTURAS ADICIONALES
Athanasius, On the Incarnation, Popular Patristic Series [En la encarnación] trad. John Behr (Yonkers, NY: St. Vladimir’s Seminary Press, 2011). Richard Bauckham, Jesus and the God of Israel: God Crucified and Other Studies on the New Testament’s Christology of Divine Identity [Jesús y el Dios de Israel: El Dios crucificado y otros estudios sobre la cristología de la identidad divina del Nuevo Testamento] (Grand Rapids: Eerdmans, 2008). D. A. Carson, Jesus the Son of God: A Christological Title Often Overlooked, Sometimes Misunderstood, and Currently Disputed [Jesús el Hijo de Dios: Un título cristológico a menudo pasado por alto, a veces mal entendido y actualmente en disputa] (Wheaton, IL: Crossway, 2012). Brandon D. Crowe, The Last Adam: A Theology of the Obedient Life of Jesus in the Gospels [El último Adán: Una teología de la vida obediente de Jesús en los evangelios] (Grand Rapids: Baker Academic, 2017). Nicholas Perrin, Jesus the Priest [Jesús el Sacerdote] (London: SPCK, 2018). Graeme Goldsworthy, The Son of God and the New Creation [El canto de Dios y la nueva creación], Short Studies in Biblical Theology [Estudios breves en teología bíblica] (ed. Dane Ortlund y Miles Van Pelt; Wheaton, IL: Crossway, 2015). Larry W. Hurtado, «Son of God [Hijo de Dios]», en Dictionary of Paul and His Letters [Diccionario de Pablo y sus cartas] (eds. Gerald F. Hawthorne, Ralph P. Martin, Daniel G. Reid; Downers Grove, IL: InterVarsity, 1993), pp. 900-06. Andreas J. Köstenberger and Scott R. Swain, Father, Son, and Holy Spirit: The Trinity and John’s Gospel [Padre, Hijo y Espíritu Santo: La Trinidad y el Evangelio de Juan] New Studies in Biblical Theology (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2008). Fred Sanders and Scott R. Swain, Retrieving Eternal Generation [Recuperando la generación eterna] (Grand Rapids: Zondervan, 2017). Thomas R. Schreiner, «Son of God [Hijo de Dios]» en New Testament Theology: Magnifying God in Christ [Teología del Nuevo Testamento: Magnificando a Dios en Cristo] (Grand Rapids: Baker Academic, 2008), pp. 233-48. David S. Schrock, The Royal Priesthood and the Glory of God [El sacerdocio real y la gloria de Dios], Short Studies in Biblical Theology [Estudios breves en teología bíblica] (eds. Dane Ortlund and Miles Van Pelt; Wheaton, IL: Crossway, 2020). Stephen J. Wellum, God the Son Incarnate: The Doctrine of Christ [Dios el Hijo encarnado: La doctrina de Cristo], Foundations of Evangelical Theology [Fundamentos de teología evangélica] (ed. John S. Feinberg; Wheaton, IL: Crossway, 2016).