Nota del editor: «A tu descendencia daré esta tierra». Esta promesa divina hecha a Abraham en Génesis 12:7 introduce el profundo vínculo entre la tierra que se prometió a Israel y la narrativa del pueblo que la habita. Este tema de las promesas de la tierra, tan perdurable como controvertido, se extiende desde la historia bíblica hasta la geopolítica moderna. Al cumplirse un mes de la guerra entre Hamás e Israel, pedimos a tres eruditos veteranos evangélicos de alto nivel —G. K. Beale, Darrell Bock y Gerald McDermott— que explicaran la profundidad de esta relación bíblica entre Israel y la tierra y que consideraran si sigue siendo relevante para la iglesia en nuestro tiempo. Lee las otras perspectivas: G. K. Beale | Darrell Bock
Resumen: En este ensayo, Gerald McDermott explora la noción de supersesionismo en la teología cristiana, que sugiere que las promesas hechas al pueblo judío en el Antiguo Testamento, incluida la promesa de la tierra, han sido sustituidas por la iglesia cristiana.
Sostiene que este punto de vista ha dominado la interpretación cristiana desde el siglo IV, lo que ha llevado a la marginación de las referencias del Nuevo Testamento a la promesa de la tierra. McDermott presenta pruebas en el Nuevo Testamento que contradicen el supersesionismo, y sostiene que reconocer la importancia actual de la promesa de la tierra es vital para comprender la confiabilidad de Dios y el cumplimiento de Sus promesas.
¿Está la promesa de la tierra a Abraham y su descendencia también en el Nuevo Testamento? ¿Esto es importante?
Para la mayoría de los cristianos y judíos desde el siglo IV, la respuesta ha sido «no» y «no». Ningún intérprete importante encontró allí tal promesa, y de todos modos no importaría, pues lo que determinaba la doctrina hacia el pueblo y la tierra de Israel era la interpretación que la tradición hacía de los textos bíblicos, no los textos en sí mismos.
La tradición había desarrollado una forma de leer el texto del Nuevo Testamento llamada «supersesionismo», la noción de que en el plan de Dios, el pueblo judío de Israel ha sido sustituido por el nuevo pueblo (tanto judío como gentil) de la iglesia cristiana.
Una implicación de esta teología se refiere a las promesas de Dios sobre la tierra de Israel. La lógica es la siguiente: Antes del siglo I, Dios había establecido Su reino en y a través de la tierra de Israel —esa pequeña franja en el borde oriental del Mediterráneo del tamaño de Nueva Jersey—, pero desde la partida de Jesús de la cima del monte de los Olivos, la atención de Dios se había desviado de esa pequeña tierra al mundo entero. Como dijo Jesús en una de sus bienaventuranzas: «Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra [entendida como “mundo”]» (Mt 5:5, énfasis añadido).
Permítanme explicar la lógica del supersesionismo con respecto a la tierra. Según los supersesionistas cristianos, es decir, la mayoría de los intérpretes cristianos desde el siglo IV, Jesús universalizó lo particular, transfiriendo la promesa de una tierra para los judíos en el Antiguo Testamento (lo particular) a una promesa de todo el mundo para sus seguidores (lo universal).
Esta lógica tuvo sentido para mí durante varias décadas después de convertirme en un lector serio del Nuevo Testamento griego desde que tenía veinte años. Los estudiosos del Nuevo Testamento de Jesús decían que la promesa de la tierra no aparece en esta parte de la Biblia.
Los estudiosos paulinos escribieron que Pablo abandonó el judaísmo del Segundo Templo y reconoció que la promesa de la tierra era obsoleta ahora que Jesús había venido a ser el Mesías para todo el mundo.
Pero un día, hace varias décadas, me di cuenta de que se había echado un velo sobre mis ojos, cerrándolos a la evidencia de la promesa de la tierra en la superficie del texto del Nuevo Testamento, justo delante de mis ojos. ¿Cómo pude estar tan ciego?
Viendo la promesa de la tierra
Cuando estudiaba en la Universidad de Chicago, leí La estructura de las revoluciones científicas (1961) de Thomas Kuhn, que demostraba que al principio de cada revolución científica (pensemos en Galileo, Newton, Einstein) los científicos de élite ya tenían pruebas de la nueva teoría. Pero no podían ver las pruebas porque el paradigma científico existente les había puesto un velo sobre los ojos.
Me di cuenta de que esto podría haber sucedido a los académicos y teólogos bíblicos durante siglos. No eran capaces de ver la promesa de la tierra en el Nuevo Testamento porque habían sido entrenados para no verla.
Por ejemplo, cuatro veces en el Nuevo Testamento se llama a Jerusalén «ciudad santa». El diablo llevó a Jesús a «la ciudad santa» para tentarlo a saltar desde lo alto del templo (Mt 4:5).
Después de la muerte de Jesús, muchos cuerpos de los santos resucitaron y se pasearon por «la santa ciudad» y se aparecieron a muchos (27:53). Los gentiles pisotearán «la ciudad santa» durante cuarenta y dos meses (Ap 11:2), y Dios hará descender del cielo «la ciudad santa Jerusalén» (21:10).
Es más, tres veces el Nuevo Testamento se refiere explícitamente a la promesa de la tierra. El autor de Hebreos dice que Dios condujo a Abraham a un lugar para que lo recibiera como herencia y que Isaac y Jacob eran «coherederos de la misma promesa» (He 11:9). Antes de su martirio, Esteban dijo que Dios prometió dar a Abraham esta tierra, que «se la daría en posesión a Él y a su descendencia después de Él» (Hch 7:4-5). Pablo dijo a la sinagoga de
Antioquía de Pisidia que el Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres, y «después de destruir siete naciones en la tierra de Canaán, repartió sus tierras en herencia» (13:17-19).
Cabe preguntarse por qué solo hay estas tres menciones explícitas a la promesa de la tierra.
Hay dos respuestas posibles. Primero, la promesa de la tierra se asumió porque, para los autores del Nuevo Testamento, su Biblia (el Tanaj) ya repetía la promesa de la tierra mil veces (he contado y tabulado estas referencias en The New Christian Zionism [El nuevo sionismo cristiano] y en Israel Matters [Israel importa]). En segundo lugar, los autores del Nuevo Testamento vivieron en la tierra. Era reconocida como Judea, la tierra de los judíos, por lo que no parecía necesario repetir o defender la promesa.
Jesús y la promesa de la tierra
Jesús se refirió al futuro de la tierra de Israel muchas veces. Daré cinco ejemplos. En Hechos, los discípulos preguntaron al Mesías resucitado si «restauraría el reino a Israel» (Hch 1:6). El Mesías no rechazó la pregunta como una pregunta tonta o poco espiritual (como han afirmado a menudo los académicos), sino que dijo que el Padre había establecido tiempos y épocas para ello, y que ellos aún no los conocían. Isaac Oliver, un erudito judío del Nuevo Testamento, sostiene en Luke’s Jewish Eschatology [La escatología judía de Lucas] que Jesús tenía en mente un reino terrenal, aunque escatológico.
En Lucas 13, Jesús dice que un día los habitantes de Jerusalén le darán la bienvenida (v. 35), y en el capítulo 21 profetiza que Jerusalén será pisoteada por los gentiles hasta que se cumplan los tiempos de los gentiles (v. 24).
El cese del pisoteo de Jerusalén por los gentiles significa el comienzo de la soberanía judía sobre Jerusalén. Esto significa que Jesús predijo una época en la que los judíos tendrían el control político sobre su capital. No sería demasiado exagerado decir que el comienzo de la soberanía judía sobre Jerusalén —en 1967, casi 2000 años después de que los judíos la perdieran en el 63 a. C. a manos de Pompeyo— podría considerarse un cumplimiento de la profecía por parte de Jesús en el Nuevo Testamento.
Esto no es lo mismo que decir que el Estado judío es un cumplimiento directo de la profecía. O que el actual estado judío está más allá de toda crítica. O que este es el último estado judío antes del escatón.
Pero no está fuera de nuestra imaginación que, sobre la base de esta notable profecía de Jesús, podamos decir que el auge de la soberanía judía sobre su capital después de dos milenios podría ser una «señal de los tiempos», del tipo que Jesús reprendió a algunos líderes judíos por no reconocer (Mt 16:3).
Mateo muestra a Jesús diciendo que en la paliggenesia, o renovación de todas las cosas, Sus apóstoles gobernarían sobre las doce tribus de Israel, evocando no solo la tierra de Israel, sino también la reconstitución de las diez tribus del norte (Mt 19:28).
Como ya hemos visto, Jesús se refiere a la tierra en un versículo que casi siempre se traduce mal. Debería ser «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra [entendida como “la tierra prometida”]» (Mt 5:5, traducción del autor). Cada vez más estudiosos reconocen que Jesús está citando el Salmo 37:11 palabra por palabra. Cinco veces este salmo utiliza la frase «heredarán la tierra», y cada vez la palabra hebrea eretz se refiere inequívocamente a la tierra de Israel, no a toda la tierra.
Es posible que Jesús se refiriera a la profecía de Isaías, según la cual, cuando la tierra se renueve, «el monte de la casa del SEÑOR será establecido como cabeza de los montes… Y confluirán a él todas las naciones… para que [les] enseñe acerca de Sus caminos» (Is 2:2-3).
Muchos objetan que el Evangelio de Juan anula estas expectativas de futuro para la tierra porque el Jesús de Juan dice que Su cuerpo es el nuevo templo, y que la verdadera adoración ya no estaría restringida a Jerusalén, sino que se daría dondequiera que hubiera «adoración en Espíritu y en verdad» (Jn 2:21; 4:21-24).
Richard Hays, especialista en Nuevo Testamento, no cree que Juan sea un supersesionista de la promesa de la tierra, sino que deberíamos pensar que los evangelios hablan a distintos niveles. En efecto, señala, el Jesús de Marcos declara sobre el templo: «Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones» (Mr 11:17), afirmando la visión de Isaías de una Jerusalén y un templo escatológicamente restaurados. En Mateo, Jesús sorprende a los cristianos (la mayoría nunca han visto esto) diciendo que Dios todavía «habita» en el templo de ese tiempo (Mt 23:21). Así pues, el retrato compuesto que hace el Nuevo Testamento de Jesús sobre el templo es que es a la vez la casa de Dios y también el símbolo del cuerpo de Jesús como casa de Dios. La verdadera adoración, para Jesús, será en todas partes en Espíritu y en verdad y estará centrada en Jerusalén en el escatón.
Si Jesús se refirió claramente al futuro de la tierra de Israel, también lo hizo Pedro. En su segundo discurso en Jerusalén, pronunciado después de la resurrección de Jesús, Pedro dice que aún está por venir una apokatastasis futura, utilizando la palabra griega de la Septuaginta para el regreso de los judíos a la tierra desde los cuatro puntos cardinales (Hch 3:21). Así que, para Pedro, el regreso del exilio en Babilonia no cumplió las profecías de retorno del Tanaj. Tampoco la resurrección de Jesús. Había un retorno futuro por venir. Y sabemos que esto no ocurrió en los siguientes 1800 años.
Ya hemos visto en Hechos que Pablo dejó claro que se aferraba a la promesa de la tierra. Hay más pruebas en Romanos. Pablo dice que los «dones… de Dios» son «irrevocables» (Ro 11:29). No cabe duda de que para Pablo la tierra era uno de esos dones, pues en los escritos de destacados judíos del siglo I —Filón, Josefo y Ezequiel el Tragediano— la tierra era el principal don de Dios al pueblo judío.
La iglesia primitiva lo vio así. Según Robert Wilken en The Land Called Holy [La tierra llamada santa], los primeros cristianos interpretaron la promesa del ángel a María de que su Bebé recibiría «el trono de David, Su padre» y que «reinaría sobre la casa de Jacob para siempre» (Lc 1:32-33) como indicaciones de «la restauración y el establecimiento del reino en Jerusalén».
El libro del Apocalipsis está repleto de referencias al futuro de la tierra de Israel. Los dos testigos morirán en Jerusalén (11:8); la batalla de Armagedón tendrá lugar en un valle del norte de Israel (16:16); las puertas de la Nueva Jerusalén (que, como es de notar, no es la Nueva Roma ni la Nueva Constantinopla) llevan inscritos «los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel» (21:12); los 144 000 con los nombres del Cordero y del Padre en sus frentes están en el Monte Sión en Jerusalén (14:1); Gog y Magog marcharán sobre la «anchura de la tierra» de Israel y rodearán a los santos y «la ciudad amada» de Jerusalén antes de ser consumidos por el fuego celestial (20:9). La tierra renovada tendrá su centro en Jerusalén (11:2; 21:10).
Para el autor del Apocalipsis, por tanto, la tierra de Israel era santa no solo porque Israel y Jesús vivían allí, sino también porque sería el escenario de futuros acontecimientos cruciales en la historia de la redención.
En resumen, hay pruebas abundantes en los evangelios, Hechos, las epístolas y el Apocalipsis de (1) la promesa de la tierra, (2) la santidad de Jerusalén y (3) la importancia teológica de la tierra de Israel en el futuro y en el escatón.
Por qué son importantes las promesas sobre la tierra
¿Es esto importante? Sí, por tres razones.
En primer lugar, si la promesa de la tierra terminó con la venida de Jesús, entonces Dios no es digno de confianza, porque prometió a Abraham y a su descendencia que la tierra sería de ellos como posesión eterna (Gn 17:8).
En segundo lugar, si la promesa de la tierra a Israel es quebrantada, entonces también podría serlo la promesa de Dios de renovar y restaurar los cielos y la tierra. El cumplimiento parcial de la promesa de la tierra —al traer a los judíos de los cuatro puntos cardinales de vuelta a la tierra a partir del siglo XVIII— es el pago inicial de la promesa de un nuevo cielo y una nueva tierra.
En tercer lugar, es una profunda razón teológica por la que debemos apoyar a Israel en esta nueva guerra contra el nuevo nazismo. Los judíos tienen más derechos sobre la tierra que cualquier otro pueblo. Dios les llamó a compartir la tierra en justicia, y ellos han demostrado una y otra vez que están dispuestos. Hoy en día, dos millones de árabes son ciudadanos de pleno derecho en Israel y disfrutan de libertades políticas, de una educación y atención sanitaria de primera clase, mucho más de lo que disfrutan los árabes en cualquier otro lugar del mundo árabe. Al igual que los nazis de Hitler, Hamás está llevando a cabo un genocidio, intentando eliminar a todo un pueblo, los judíos. Si los cristianos pensamos que era correcto destruir el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, entonces deberíamos apoyar los esfuerzos de Israel por destruir a Hamás, un nuevo nazismo.
Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
Gerald R. McDermott es un teólogo anglicano que enseña en el Reformed Episcopal Seminary y en el Jerusalem Seminary. Es editor de The New Christian Zionism: Fresh Perspectives on Israel and the Land (IVP Academic), y autor de Israel Matters: Why Christians Must Think Differently About the People and the Land (Brazos Press).