En nuestros días nos encontramos una y otra vez con un cristianismo que insiste en resaltar las capacidades del hombre al punto de convertirlo en casi una deidad. Para el efecto, la iglesia ha malinterpretado el hecho de que el hombre fue creado “a semejanza de Dios”, y a partir de ahí ha enseñado que el hombre, en cierta medida, puede hacer lo que Dios hace.
En ese sentido, una de las enseñanzas que está muy arraigada en los círculos cristianos es que los creyentes también podemos declarar y mandar con autoridad, así como Dios lo hace.
Mejor dicho, que nuestras palabras tienen tanto poder, como las palabras de Dios. Dicha autoridad, dicen, incluye un poder que los creyentes tenemos para “atar al diablo y a los demonios”. La justificación bíblica para esta práctica es tomada de dos textos del libro de Mateo, y en ambos casos Jesús les está enseñando a sus discípulos algunas aspectos de la autoridad que la iglesia tendría en su misión en la tierra.
El primer texto lo encontramos en Mateo 16, cuando Jesús está preguntando a sus discípulos “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt. 16:15). Pedro fue el único que respondió, diciendo “tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente”. El Señor anuncia que su iglesia será fundada sobre esta declaración, y es en este contexto que le dice a Pedro:
“Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”, Mateo 16:19.
La referencia inmediata de este texto aplicaba al apóstol Pedro y luego a los otros discípulos, quienes fueron los pioneros que “abrieron” el acceso al reino, a través de la proclamación del evangelio. Su predicación hizo posible que tanto judíos como gentiles tuvieran la oportunidad de ser parte y de recibir las bendiciones del reino de los cielos.
Sin embargo, en su aplicación más amplia, esta autoridad “de atar y desatar” quedaba extendida a toda la iglesia en su misión evangelizadora. En el cumplimiento de la Gran Comisión, la iglesia de Jesucristo puede asegurar las bendiciones de acceso al reino o puede advertir de juicio y condenación a los hombres, según ellos respondan. Por eso, debemos recordar que cuando el creyente predica las buenas nuevas, puede darle seguridad de perdón de pecados a quienes se arrepienten, y aun advertir de juicio a quienes rechazan el mensaje del evangelio. Esa es la autoridad para atar y desatar que vemos en Mateo 16.
Ahora, el otro texto que nos enseña sobre esto de atar y desatar está en Mateo 18, y Jesús nuevamente les está enseñando a sus discípulos diciendo:
“De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo”, Mateo 18:18.
En esta oportunidad, el tema que el Señor está discutiendo es la disciplina eclesiástica. Jesús les está recordando a los discípulos la responsabilidad que la iglesia tiene de ejercer disciplina a quien rehúsa ser corregido y no busca arrepentirse por un acto pecaminoso. Eso lo podemos ver por los versículos que anteceden:
“Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano”, Mateo 18:15-17.
Cuando alguien ha cometido pecado, el deber de la iglesia es restaurarlo, y los creyentes que ejerzan la disciplina deben procurar ganar al hermano. La meta es hacerle ver su pecado y llevarlo a buscar el perdón. Pero si en una instancia íntima, la persona que ha pecado se resiste, debemos llamar un par de testigos para concederle una nueva oportunidad.
Si todavía no hay arrepentimiento, el otro peldaño en la escalera de la restauración es decirlo públicamente a la iglesia. Si el hermano no recibe la disciplina, la cuarta y última medida será tenerlo “por gentil y publicano”, o más bien, expulsarlo de la iglesia, tal como lo había demandado el apóstol Pablo a los corintios cuando uno de sus miembros estaba en abierta desobediencia a las Escrituras practicando un pecado sexual. (1 Corintios 5:13).
En este contexto, “todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo” se refiere al respaldo que el cielo otorga cuando la iglesia cumple su labor y procura la santidad entre sus miembros. Cuando ejercemos bien esa autoridad en la tierra, el cielo aprueba la disciplina.
"Cuando ejercemos bien la autoridad de disciplinar en la tierra, el cielo aprueba la disciplina"
Por lo tanto, pensar que tenemos la necesidad de “atar y desatar” al diablo es un argumento que no se ajusta al testimonio de las Escrituras, y lo que es más, desvía la atención de la iglesia. Los creyentes no tenemos que enfrascarnos en una “batalla campal” con el diablo y sus demonios, ni tampoco “atarlos” en el nombre de Jesús. Por un lado, Satanás, ya fue atado y derrotado hace 2,000 años por un hombre más fuerte que él: Jesús de Nazaret (Mateo 12:29).
Además, la influencia que en cierta medida el diablo pueda tener hoy día siempre estará sujeta a los límites que Dios ha establecido en su soberanía.
En medio de la guerra espiritual —que es real y no ignoramos— el llamado que tenemos en la Escritura es a resistir y estar firmes (Efesios 6:11,13; Santiago 4:7). No tenemos que atar al diablo porque toda su obra está bajo el permiso y control soberano de Dios. Su soberanía y amor hacia nosotros debe constituirse en la base de nuestra confianza.
Gerson Morey es miembro del concilio de Coalición por el Evangelio. Actualmente sirve como pastor en la Iglesia Día de Adoración en la ciudad de Davie, al Sur de la Florida. Es autor del blog: El Teclado de Gerson. Está casado con Aidee y tienen tres hijos: Christopher, Denilson y Johanan. Es el autor de La humildad: El llamado a vivir vidas de bajo perfil.