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Lectura de Hoy
08-01-2024
Devocional
Devocional: Mateo 8
¿Por qué Jesús encuentra tan asombrosa la fe del centurión? (Mateo 8:5-13) El centurión asegura a Jesús que no es necesario que el Señor venga a su casa para curar a su siervo paralítico. Comprende que, sólo con decir la palabra, su siervo será curado: “Porque”, explica el centurión, “yo mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores, y además tengo soldados bajo mi autoridad.” ¿Por qué esto es evidencia tan asombrosa de su fe?
Hay tres hechos a destacar. El primero es que, en una época en la que prevalecía la superstición. El centurión no creía que el poder de Jesús para sanar fuera cosa de encantamientos, ni que dependiese de su presencia física, sino que consistía simplemente en su palabra. No era necesario que Jesús tocase ni manipulase al siervo, ni que siquiera estuviera presente; sólo hacía falta que dijese la palabra, y sería hecho.
El segundo hecho que se destaca es que llegase a esta convicción, a pesar de que no estaba inmerso en las Escrituras. Era gentil. No sabemos qué conocimientos tenía de las Escrituras, pero sin duda eran mucho menores que los de los eruditos de Israel. No obstante, su fe era más pura, más sen- cilla, más perspicaz, más reconocedora de Cristo que la de aquellos.
El tercer elemento sorprendente de la fe de este hombre es la analogía que usa. Reconoce que es un hombre bajo autoridad, por lo cual tiene autoridad cuando habla dentro del marco de esta relación. Cuando dice a un soldado romano bajo su autoridad que haga algo, no habla como hombre a otro hombre. El centurión habla con la autoridad de su oficial inmediatamente superior, el tribuno, el cual habla a su vez con la autoridad de César; con la autoridad, en definitiva, del mismo imperio romano. Esta es la autoridad que pertenece al centurión, no porque él sea de hecho tan poderoso como el César en todas las dimensiones, sino porque es un hombre bajo autoridad: la cadena de mando significa que, al hablar el centurión con un soldado de a pie, habla Roma. Implícitamente, el centurión dice que reconoce en Jesús una relación semejante: la que Jesús tiene con Dios, bajo la autoridad de Dios; que, al hablar Jesús, habla Dios. Por supuesto que el centurión no se expresa desde dentro del marco de una doctrina cristiana madura con respecto a la identidad de Cristo, pero los ojos de la fe le habían permitido ver muy lejos.
Esta es la fe que nos hace falta. Tener confianza en la palabra de Jesús, refleja una profundidad sencilla y da por sentado que, cuando habla Jesús, habla Dios.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.
Devocional: Hechos 8
Nuestra visión es miope y nuestro entendimiento disperso. Es raro que “leamos” bien los acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor. Consideremos las consecuencias inmediatas del martirio de Esteban (Hechos 8:1-5). “Aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia en Jerusalén” (8:1). Esa situación no fue probablemente demasiado cómoda para los creyentes que pasaron por ella. Sin embargo:
(1) “Todos, excepto los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria” (8:1). Sin duda, era más fácil esconder a doce hombres que a los miles de personas que ahora constituían la iglesia. Además, mantenerlos en Jerusalén era dejarlos en primera línea, con lo que podían supervisar en cierto modo los acontecimientos que se desarrollaban tan velozmente.
(2) “Los que se habían dispersado predicaban la palabra por dondequiera que iban” (8:4). Esto indicaba una expansión bastante más rápida del Evangelio que si los apóstoles hubiesen ido de misiones mientras el resto de la iglesia se quedaba en casa. Ahí había una fuerza de miles y miles de personas, la mayoría de las cuales solo “chismorreaban del Evangelio”, mientras otros eran evangelistas altamente preparados, diseminados por la persecución.
(3) “Felipe bajó a una ciudad de Samaria y les anunciaba al Mesías” (8:5). En el libro de Hechos, Lucas frecuentemente hace una afirmación general y después da un ejemplo concreto de la misma. Por ejemplo, en 4:32-36, cuenta cómo los creyentes vendían habitualmente propiedades y ponían los beneficios en la cesta común para ayudar a los pobres. Relata entonces la historia de un hombre en particular, José, apodado Bernabé por los apóstoles, que hace eso mismo. Esto ofrece simultáneamente un ejemplo concreto del hilo general que Lucas acaba de describir, y presenta a Bernabé (que desempeñará un papel más importante más adelante). Este supone a su vez un contraste con Ananías y Safira, que mintieron acerca de los ingresos obtenidos por una venta suya (Hechos 5). De esta forma, el relato sigue adelante. Ocurre lo mismo también en Hechos 8: Lucas describe la dispersión de los creyentes, observando que “predicaban la palabra por dondequiera que iban”, y después menciona una historia particular, la de Felipe. Él fue uno de los siete hombres escogidos para el naciente “diaconado” (Hechos 6); ahora pasa a ser un evangelista estratégico, llevando el Evangelio más allá de una de sus primeras barreras socioculturales: de los judíos a los samaritanos.
(4) “Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo, por su parte, causaba estragos en la iglesia: entrando de casa en casa, arrastraba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel” (8:2-3). El contraste es sorprendente. Saulo cree que está haciendo la obra de Dios; en realidad, los verdaderamente piadosos hacen duelo y entierran al primer mártir cristiano. No obstante, en la peculiar providencia del Señor, este Saulo se convertirá en uno de los misioneros interculturales más importantes de todos los tiempos y autor humano de aproximadamente una cuarta parte del Nuevo Testamento.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
Génesis 8
Bajan las aguas
8 Entonces Dios se acordó de Noé y de todas las bestias y de todo el ganado que estaban con él en el arca. Y Dios hizo pasar un viento sobre la tierra y decrecieron las aguas. 2 Las fuentes del abismo y las compuertas del cielo se cerraron, y se detuvo la lluvia del cielo. 3 Las aguas bajaron gradualmente de sobre la tierra, y después de 150 días, las aguas habían disminuido.
4 Y en el día diecisiete del mes séptimo, el arca descansó sobre los montes de Ararat. 5 Las aguas fueron decreciendo lentamente hasta el mes décimo; y el día primero del mes décimo, se vieron las cimas de los montes.
6 Después de cuarenta días, Noé abrió la ventana del arca que él había hecho, 7 y envió un cuervo, que estuvo yendo y viniendo hasta ver que se secaran las aguas sobre la tierra. 8 Después envió una paloma para ver si las aguas habían disminuido sobre la superficie de la tierra. 9 Pero la paloma no encontró lugar donde posarse, de modo que volvió a él, al arca, porque las aguas estaban sobre la superficie de toda la tierra. Entonces Noé extendió la mano, la tomó y la metió consigo en el arca.
10 Esperó aún otros siete días, y volvió a enviar la paloma desde el arca. 11 Hacia el atardecer la paloma regresó a él, trayendo en su pico una hoja de olivo recién arrancada. Entonces Noé comprendió que las aguas habían disminuido sobre la tierra. 12 Esperó aún otros siete días y envió de nuevo la paloma, pero ya no volvió más a él.
Noé sale del arca
13 Y aconteció que en el año 601 de Noé, en el mes primero, el día primero del mes, se secaron las aguas sobre la tierra. Entonces Noé quitó la cubierta del arca y vio que la superficie de la tierra estaba seca. 14 En el mes segundo, el día veintisiete del mes, la tierra estaba seca. 15 Entonces dijo Dios a Noé: 16 «Sal del arca tú, y contigo tu mujer, tus hijos y las mujeres de tus hijos. 17 Saca contigo todo ser viviente de toda carne que está contigo: aves, ganados y todo reptil que se arrastra sobre la tierra, para que se reproduzcan en abundancia sobre la tierra, y sean fecundos y se multipliquen sobre la tierra».
18 Salió, pues, Noé, y con él sus hijos y su mujer y las mujeres de sus hijos. 19 También salieron del arca todas las bestias, todos los reptiles, todas las aves y todo lo que se mueve sobre la tierra, cada uno según su especie.
20 Entonces Noé edificó un altar al SEÑOR, y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia, y ofreció holocaustos en el altar. 21 El SEÑOR percibió el aroma agradable, y dijo el SEÑOR para sí: «Nunca más volveré a maldecir la tierra por causa del hombre, porque la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud. Nunca más volveré a destruir todo ser viviente como lo he hecho.
22 Mientras la tierra permanezca, La siembra y la siega, El frío y el calor, El verano y el invierno, El día y la noche, Nunca cesarán».
Nueva Biblia de las Américas Copyright © 2005 por The Lockman Foundation, La Habra, California. Todos los derechos reservados. Para más información, visita www.exploranbla.com
Mateo 8
Curación de un leproso
8 Cuando Jesús bajó del monte, grandes multitudes lo seguían. 2 Y se acercó un leproso y se postró ante Él, diciendo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». 3 Extendiendo Jesús la mano, lo tocó, diciendo: «Quiero; sé limpio». Y al instante quedó limpio de su lepra. 4 Entonces Jesús le dijo*: «Mira, no se lo digas a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio a ellos».
Jesús sana al criado del centurión
5 Al entrar Jesús en Capernaúm, se acercó un centurión y le suplicó: 6 «Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, sufriendo mucho».
7 Y Jesús le dijo*: «Yo iré y lo sanaré». 8 Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que Tú entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado quedará sano. 9 Porque yo también soy hombre bajo autoridad, con soldados a mis órdenes; y digo a este: “Ve”, y va; y al otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace».
10 Al oírlo Jesús, se maravilló y dijo a los que lo seguían: «En verdad les digo que en Israel no he hallado en nadie una fe tan grande. 11 Y les digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. 12 Pero los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de dientes».
13 Entonces Jesús dijo al centurión: «Vete; así como has creído, te sea hecho». Y el criado fue sanado en esa misma hora.
Jesús sana a la suegra de Pedro y a muchos otros
14 Cuando Jesús llegó a casa de Pedro, vio a la suegra de este que estaba en cama con fiebre. 15 Le tocó la mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó y le servía.
16 Y al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; y expulsó a los espíritus con Su palabra, y sanó a todos los que estaban enfermos, 17 para que se cumpliera lo que fue dicho por medio del profeta Isaías cuando dijo: «ÉL TOMÓ NUESTRAS FLAQUEZAS Y LLEVÓ NUESTRAS ENFERMEDADES».
Lo que demanda el discipulado
18 Viendo Jesús una multitud a Su alrededor, dio orden de pasar al otro lado del mar. 19 Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». 20 Jesús le respondió*: «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza». 21 Otro de los discípulos le dijo: «Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre». 22 Pero Jesús le contestó*: «Ven tras Mí, y deja que los muertos entierren a sus muertos».
Jesús calma la tempestad
23 Cuando entró Jesús en la barca, Sus discípulos lo siguieron. 24 Y de pronto se desató una gran tormenta en el mar de Galilea, de modo que las olas cubrían la barca; pero Jesús estaba dormido. 25 Llegándose a Él, lo despertaron, diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».
26 Y Él les contestó*: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?». Entonces Jesús se levantó, reprendió a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. 27 Los hombres se maravillaron, y decían: «¿Quién es Este, que aun los vientos y el mar lo obedecen?».
Los endemoniados gadarenos
28 Al llegar Jesús al otro lado, a la tierra de los gadarenos, fueron a Su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, violentos en extremo, de manera que nadie podía pasar por aquel camino. 29 Y gritaron: «¿Qué hay entre Tú y nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes del tiempo?».
30 A cierta distancia de ellos estaba paciendo una manada de muchos cerdos; 31 y los demonios le rogaban: «Si vas a echarnos fuera, mándanos a la manada de cerdos». 32 «¡Vayan!», les dijo Jesús. Y ellos salieron y entraron en los cerdos; y la manada entera se precipitó por un despeñadero al mar, y perecieron en las aguas.
33 Los que cuidaban la manada huyeron; y fueron a la ciudad y lo contaron todo, incluso lo de los endemoniados. 34 Y toda la ciudad salió al encuentro de Jesús; y cuando lo vieron, le rogaron que se fuera de su región.
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Esdras 8
Los que volvieron con Esdras
8 Estos son los jefes de sus casas paternas, con su genealogía, que subieron conmigo de Babilonia en el reinado del rey Artajerjes: 2 de los hijos de Finees, Gersón; de los hijos de Itamar, Daniel; de los hijos de David, Hatús; 3 de los hijos de Secanías, que era de los hijos de Paros, Zacarías, y con él 150 varones que estaban en la lista genealógica; 4 de los hijos de Pahat Moab, Elioenai, hijo de Zeraías, y con él 200 varones; 5 de los hijos de Zatu, Secanías, hijo de Jahaziel, y con él 300 varones; 6 de los hijos de Adín, Ebed, hijo de Jonatán, y con él cincuenta varones; 7 de los hijos de Elam, Jesaías, hijo de Atalías, y con él setenta varones; 8 de los hijos de Sefatías, Zebadías, hijo de Micael, y con él ochenta varones; 9 de los hijos de Joab, Obadías, hijo de Jehiel, y con él 218 varones; 10 de los hijos de Bani, Selomit, hijo de Josifías, y con él 160 varones; 11 de los hijos de Bebai, Zacarías, hijo de Bebai, y con él veintiocho varones; 12 de los hijos de Azgad, Johanán, hijo de Hacatán, y con él 110 varones; 13 de los hijos de Adonicam, los postreros, cuyos nombres son estos: Elifelet, Jeiel y Semaías, y con ellos sesenta varones; 14 y de los hijos de Bigvai, Utai y Zabud, y con ellos setenta varones.
15 Y los reuní junto al río que corre hacia Ahava, donde acampamos tres días; y habiendo buscado entre el pueblo y los sacerdotes, no hallé ninguno de los hijos de Leví allí. 16 Por eso envié a llamar a Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Jarib, Elnatán, Natán, Zacarías y Mesulam, jefes, y a Joiarib y a Elnatán, hombres sabios; 17 y los envié a Iddo, jefe en la localidad de Casifia. Puse en boca de ellos las palabras que debían decir a Iddo y a sus hermanos, los sirvientes del templo en la localidad de Casifia, para que nos trajeran ministros para la casa de nuestro Dios. 18 Y conforme a la mano bondadosa de nuestro Dios sobre nosotros, nos trajeron a un hombre con entendimiento de los hijos de Mahli, hijo de Leví, hijo de Israel, es decir, a Serebías, con sus hijos y hermanos, dieciocho hombres; 19 y a Hasabías y a Jesaías de los hijos de Merari, con sus hermanos y sus hijos, veinte hombres; 20 y de los sirvientes del templo, a quienes David y los príncipes habían puesto para el servicio de los levitas, 220 sirvientes del templo, todos ellos designados por sus nombres.
21 Entonces proclamé allí, junto al río Ahava, un ayuno para que nos humilláramos delante de nuestro Dios a fin de implorar de Él un viaje feliz para nosotros, para nuestros pequeños y para todas nuestras posesiones. 22 Porque tuve vergüenza de pedir al rey tropas y hombres de a caballo para protegernos del enemigo en el camino, pues habíamos dicho al rey: «La mano de nuestro Dios es propicia para con todos los que lo buscan, pero Su poder y Su ira contra todos los que lo abandonan». 23 Ayunamos, pues, y pedimos a nuestro Dios acerca de esto, y Él escuchó nuestra súplica.
24 Entonces aparté a doce de los sacerdotes principales, a Serebías, a Hasabías, y con ellos diez de sus hermanos. 25 Les pesé la plata, el oro y los utensilios, la ofrenda para la casa de nuestro Dios que habían ofrecido el rey, sus consejeros, sus príncipes y todo Israel que allí estaba. 26 Pesé, pues, y entregué en sus manos 22.1 toneladas de plata, y utensilios de plata que valían 3.4 toneladas, y 3.4 toneladas de oro; 27 también veinte tazas de oro que pesaban 1,000 dáricos (8.5 kilos), y dos utensilios de fino y reluciente bronce, valiosos como el oro.
28 Y les dije: «Ustedes están consagrados al SEÑOR, y los utensilios son sagrados. La plata y el oro son ofrenda voluntaria al SEÑOR, Dios de sus padres. 29 Vigilen y guárdenlos hasta que los pesen delante de los principales sacerdotes, los levitas y los jefes de casas paternas de Israel en Jerusalén, en las cámaras de la casa del SEÑOR». 30 Así que los sacerdotes y los levitas recibieron la plata, el oro y los utensilios ya pesados, para traerlos a Jerusalén a la casa de nuestro Dios.
31 Partimos del río Ahava el día doce del mes primero para ir a Jerusalén; y la mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros, y nos libró de mano del enemigo y de las emboscadas en el camino. 32 Llegamos a Jerusalén y nos quedamos allí tres días. 33 Y al cuarto día la plata y el oro y los utensilios fueron pesados en la casa de nuestro Dios y entregados en mano de Meremot, hijo del sacerdote Urías, y con él estaba Eleazar, hijo de Finees; y con ellos estaban los levitas Jozabad, hijo de Jesúa, y Noadías, hijo de Binúi. 34 Todo fue contado y pesado, y todo el peso fue anotado en aquel tiempo.
35 Los desterrados que habían venido de la cautividad ofrecieron holocaustos al Dios de Israel: doce novillos por todo Israel, noventa y seis carneros, setenta y siete corderos, doce machos cabríos como ofrenda por el pecado; todo como holocausto al SEÑOR. 36 Entonces entregaron los edictos del rey a los sátrapas del rey, y a los gobernadores del otro lado del Río; y estos apoyaron al pueblo y a la casa de Dios.
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Hechos 8
8 Y Saulo estaba de completo acuerdo con ellos en su muerte.