Me gusta la lectura, en especial de autores que transmiten lo que han aprendido de la Escritura sobre el carácter de Dios y Su obra redentora a través de Su Hijo. Admito que existen diferentes ángulos para abordar el contenido de la Biblia y cómo se relaciona con la vida del creyente. Pero, por alguna razón, los libros más populares en las librerías cristianas tienen que ver con la superación personal y la autoayuda, al igual que en las librerías regulares.
La ironía de este fenómeno es que, si fuéramos tan mejorables como dichos libros sugieren, ese mercado dejaría de existir, o al menos no existirían tantos títulos que se repiten uno tras otro. Bastaría con leer el libro correcto y seguir sus instrucciones para encontrar la solución a nuestros problemas y sentirnos realizados.
Podríamos vencer la pereza y ser diligentes en nuestros deberes, podríamos ser productivos y eficientes en el manejo de nuestro tiempo, podríamos aprender la empatía y ganar amigos o podríamos ser personas de mucha influencia en nuestras redes sociales. Sin embargo, en lugar de encontrar sentido y respuestas objetivas para nuestros dilemas en cualquiera de los libros de autoayuda, lo único que podemos hacer es comprar otro libro.
El sentido de insuficiencia
Seguimos leyendo libros de autoayuda salpicados de cristianismo porque no logramos alcanzar ese sentido de suficiencia que anhelamos. Tenemos este deseo de mejorar cuando nos vemos al espejo, reconocemos que algo en nosotros no anda bien y queremos arreglarlo.
Si somos honestos, admitiremos que hay aspectos de nuestra vida que están rotos. Es natural querer repararlos, corregirlos o, al menos, explicarlos. De esa manera, podríamos dar una justificación de por qué somos como somos. En otras palabras, «validaríamos» nuestra existencia.
Muchos escogen algún proyecto que demuestre a los demás su valía. Si llegaran a alcanzar cierto ideal que han trazado en sus mentes, podrían tener la satisfacción de sentirse suficientes. Podrían obtener el aprecio, la ratificación y la aceptación de los demás.
"El evangelio no es solo para los perdidos, sino que también es el pan diario de los cristianos"
Ningún ser humano escapa de esta sed de anhelar ser validado, aceptado y considerado como suficiente. Aún las celebridades que han alcanzado grandes logros testifican que se sienten insuficientes. Tal es el caso de la cantante norteamericana Madonna, la «reina del pop» desde la década de los ochenta. Tiene un récord mundial como la cantante femenina con más discos vendidos, con más de 300 millones de copias distribuidas internacionalmente.
Su fortuna neta oscila entre 590 y 800 millones de dólares. Sin embargo, Madonna asegura que nada de esto le ha podido dar el veredicto de suficiente.
En una entrevista hecha por la revista Vanity Fair, la cantante reconocía que su impulso en la vida viene del miedo a sentirse mediocre. Por eso crea un nuevo espectáculo para sentirse suficiente. Pero luego reconoce que se sigue sintiendo mediocre y poco interesante hasta que hace otra cosa: «Todavía tengo que probar que soy alguien… mi lucha no ha terminado y supongo que nunca lo hará».1
Ese afán de validar nuestra existencia a través de nosotros mismos —mejorando nuestro carácter o logros— es el corazón de la religión humana. La religión, vista de esta forma, es nuestro intento por llegar a sentirnos suficientes a través de nuestras obras. Pero no importa cuánto logremos en esta vida, por nuestro esfuerzo nunca llegaremos a ser suficientes.
Los cristianos no estamos exentos de este deseo y enfrentamos la tentación de buscar nuestra suficiencia fuera de Cristo.
La suficiencia en Cristo
El apóstol Pablo aprendió a encontrar su suficiencia a través de la buena noticia del evangelio que anuncia el pacto de Dios que nos declara Sus hijos:
No que seamos suficientes en nosotros mismos para pensar que cosa alguna procede de nosotros, sino que nuestra suficiencia es de Dios, el cual también nos hizo suficientes como ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida (2 Co 3:5-6).
Esta comparación entre la letra y el espíritu se refiere al contraste entre la justicia conforme a la ley y la justicia conforme al evangelio. Pablo compara la imposibilidad de alcanzar la suficiencia con base en la ley, en contraposición al evangelio, que proclama la suficiencia de Dios garantizada en la justicia de Cristo y aplicada al creyente por el Espíritu.
Pablo amplía esta idea en otra de sus cartas, donde da testimonio de que antes de ser convertido tenía un cúmulo de méritos que parecerían atribuirle una identidad envidiable: judío de nacimiento, de la tribu de Benjamín, circuncidado al octavo día, sujeto a la más rigurosa escuela judía de los fariseos, entre otras credenciales (Fil 3:3-6). Ahora, por el evangelio, comprendió que su identidad no dependía de sus méritos.
La intención del apóstol al mencionar sus logros anteriores es mostrar que no tiene sentido confiar en nuestro currículum o credenciales, como si esos logros pudieran validar nuestra identidad, en contraposición a confiar en las credenciales heredadas de la justicia de Cristo, recibidas por medio de la fe. Pablo ahora quería «ser hallado en Él, no teniendo [su] propia justicia derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios
sobre la base de la fe» (v. 9).
Lo extraño es que Pablo no estima su currículum como algo útil o, al menos, neutral. Lo considera directamente «como basura a fin de ganar a Cristo» (v. 8). La palabra original que en español se suele traducir como «basura» es el término skubala (gr. σκύβαλα).
Esta palabra se puede traducir como excremento, estiércol, vómito o basura en descomposición. Cualquiera que sea su significado exacto, transmite la idea de algo repugnante.
"Solo el evangelio crea y renueva en nosotros la fe para creer que en Cristo estamos satisfechos y somos declarados suficientes"
¿Por qué Pablo no atribuía algún valor a sus credenciales, sino que los estimaba como estiércol? La respuesta se encuentra en que Pablo no confiaba en su «propia justicia, que es por la ley», sino que, en vez de ello, depositaba toda su confianza en la justicia «que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe», tal como anuncia el evangelio (vv. 8-9).
El peligro de considerar nuestro currículum como algo valioso es que tendemos a depositar nuestra confianza en nuestros logros temporales y débiles en lugar de los logros perfectos y eternos de Jesús. Aun los cristianos tendemos a menudo a buscar las bendiciones de Dios por los deberes de la ley, antes que por Su promesa anunciada en el evangelio.
Es decir, aunque aceptamos que la salvación no se alcanza por las obras, tendemos a actuar como si las bendiciones que recibimos dependieran de nuestras obras. Irónicamente, la confianza en nuestras mejores obras nos aleja más de Dios; en su lugar, debemos arrepentirnos por las motivaciones escondidas con las que las hacemos.
La ley muestra que no somos suficientes en nosotros mismos y nos apunta a Cristo, anunciado por el evangelio como nuestra única suficiencia.
El evangelio cada día
Por esa razón debemos exponernos al anuncio del evangelio cada día. El evangelio no es solo para los perdidos, sino también que es el pan diario de los cristianos. Debido a que somos tentados a confiar en nuestros logros imperfectos para construir una justicia propia, necesitamos ser expuestos a la ley y al evangelio: la ley nos recuerda que no somos suficientes, y el evangelio proclama que la obra perfecta de Jesús es acreditada a nuestra cuenta, por medio de la fe sola, dándonos el verdadero sentido de suficiencia que anhelamos.
Cualquier meta de superación personal —a través de libros o grandes logros— nos deja sedientos de seguir intentando en vano otro proyecto de autovalidación, porque tales logros imperfectos nunca nos llevan a ser suficientes.
Solo el evangelio crea y renueva en nosotros la fe para creer que en Cristo estamos satisfechos y somos declarados suficientes por gracia.
1 Lynn Hirshberg, “The Misfit,” Vanity Fair (1991) Vol. 54, pp. 160, 196-202.
Arturo Pérez es miembro del board de directores de Knox Theological Seminary donde obtuvo su grado de Maestría en Estudios Bíblicos y Teológicos. Es autor de ¡El problema soy yo!: Mi lucha con el pecado, la ley que me acusa, y el evangelio que me libera (Xulon Press, 2022), Síntesis del Antiguo Testamento (Xulon Press, 2014) y Síntesis del Nuevo Testamento (Xulon Press, 2012). Como vocación profesional, Arturo es Ingeniero Industrial enfocado en la Industria de Tecnología y ha estado trabajando en Microsoft Corp por los últimos 25 años. Vive en el sur de la Florida junto a su esposa Jeannie y su hija Priscilla, sirviendo en la iglesia de su comunidad. Puedes encontrarlo en LinkedIn, Twitter o en su blog www.lex-evangelium.com