Fragmento adaptado de “El misterio revelado: Descubriendo a Cristo en el Antiguo Testamento”. Edmund Clowney. Poiema Publicaciones.
El drama de Dios no es una ficción que se revela paulatinamente ni es una leyenda que se desarrolla sorprendentemente. La historia de la Biblia es una historia verdadera, forjada en las vidas de cientos y miles de seres humanos.
En un mundo donde la muerte reinaba soportaron confiando en la fidelidad de la promesa de Dios. Si olvidamos la línea de la historia del Antiguo Testamento, también pasaremos por alto el testimonio de la fe de ellos.
Esa omisión elimina el corazón de la Biblia. Las historias de la escuela dominical se cuentan, por consiguiente, como versiones educadas de los cómics dominicales, en donde Sansón sustituye a Supermán. Por esta razón el encuentro de David con Goliat languidece convirtiéndose en una versión antigua escrita en hebreo de Jack, el Asesino Gigante.
No, David no es un muchacho valiente que no le tiene miedo al gigante enorme y malvado. Él es el ungido del Señor, escogido por Dios para ser rey y liberar a Israel. Dios escogió a David como un rey conforme a Su propio corazón con el fin de preparar el camino al admirable Hijo de David, nuestro Libertador y Campeón.
La respuesta de David a las burlas de Goliat nos muestra que David era un guerrero de fe: “Tú vienes contra mí armado de espada, lanza y jabalina; pero yo vengo contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado” (1 Sa. 17:45).
Puesto que David peleó en el nombre del Señor, su lucha y su victoria tuvieron un significado más allá de la batalla inmediata. Él estaba seguro de la victoria porque sabía que Dios había llamado a Israel para que fuera Su pueblo. Él era el Dios de las huestes celestiales, pero también el Dios de los ejércitos de Israel.
El profeta Samuel había ungido a David. Él sabía que el Señor lo había llamado de cuidar las ovejas de su padre para que se convirtiera en el pastor de Israel. David cumplió un papel. A través de él Dios concedió la liberación, no porque él fuera valiente o por el golpe mortal con la honda, sino porque él fue escogido y fue llenado del Espíritu de Dios.
Cuando Dios prometió después dar un dominio eterno al Hijo de David, aclaró que la monarquía de David no era un fin en sí misma, sino que servía como una preparación para la venida del gran Rey.
De esta manera el Antiguo Testamento nos da tipos que prefiguran el cumplimiento del Nuevo Testamento. Un tipo es una forma de analogía que es característico de la Biblia. Como todas las analogías, un tipo combina identidad y diferencia.
Tanto a David como a Cristo se les dio poder y dominio real. A pesar de las enormes diferencias entre la realeza de David y la de Cristo, hay puntos de identidad formal que hacen valiosa la comparación.
Pero es exactamente este grado de diferencia lo que caracteriza los tipos bíblicos. Las promesas de Dios que están en la Biblia no nos ofrecen regresar a una época de oro del pasado. El Hijo de David que vendría no es solo otro David. Más bien, puesto que Él es mucho mayor, David puede hablar de Él como Señor (Sal. 110:1).
Los doctos en las Escrituras de los días de Jesús no entendían esto. No pudieron contestar la pregunta de Jesús: “Si David lo llama ‘Señor’, ¿cómo puede entonces ser su Hijo?” (Mt. 22:45).
Tanto Jesús como Sus adversarios sabían que el Mesías prometido tenía que ser Hijo de David.
Pero solo Jesús entendía por qué David en el Espíritu lo había llamado “Señor”.
La historia de Jesús, entonces, no comienza con el cumplimiento de la promesa, sino con la promesa misma y con los actos de Dios que acompañaron su Palabra.
Edmund P. Clowney (1917 – 2005) fue Profesor Emérito de Teología Práctica en Westminster Theological Seminary de Filadelfia, puesto que ocupó por espacio de más de tres décadas, siendo durante dieciséis años presidente del seminario. Autor de varios libros, destaca de forma muy particular el renombrado The Unfolding Mystery: Discovering Christ in the Old Testament.