Vida Cristiana

¿Mi esposo es mi ídolo?

La Biblia nos llama a alejarnos de los ídolos (1 Jn 5:21) y a no tener ningún otro dios delante del Dios verdadero (Éx 20:3). Esto es así porque nuestros corazones tienen una tendencia a la idolatría.

Por causa de nuestro pecado, todo el tiempo estamos frente a la tentación de tomar algo, inclusive bueno en sí mismo, y sentarlo en el trono de nuestro corazón. Anhelos insatisfechos, bienes materiales, posición y relaciones pueden llegar a convertirse en ídolos de nuestro corazón.

El problema de la idolatría

En su libro Counterfeit Gods [Dioses que fallan] el autor Timothy Keller definió la idolatría de la siguiente manera: «¿Qué es un ídolo? Es cualquier cosa más importante para ti que Dios, cualquier cosa que absorba tu corazón e imaginación más que Dios, cualquier cosa que busques para darte lo que solo Dios puede darte» (loc. 199).

Entonces, un ídolo es cualquier cosa sobre lo que construyamos nuestras vidas que no sea Dios. Eso que pensamos que nos traerá felicidad si tan solo lo obtenemos.

Eso de lo que pienso: «Esto es lo que me hará feliz. Si lo consigo, estaré completa».
El apóstol Pablo resumió este problema de la mejor manera:

Porque ellos cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar del Creador, quien es bendito por los siglos. Amén (Ro 1:25).

Eso es exactamente lo que hacemos con los ídolos: adoramos y servimos a lo creado en lugar del Creador. Lo que perdemos de vista al hacer esto es que, cada vez que buscamos que algo creado nos dé el significado, la esperanza o la plenitud que solo Dios puede darnos, eventualmente eso termina fallándonos y rompiendo nuestros corazones, porque demandamos de ellos lo que jamás podrán darnos.

"Tener ídolos no quiere decir que no amamos a Dios en ninguna proporción, sino que amamos a Dios muy poco en comparación con esos ídolos"

Fíjate, los ídolos de nuestro corazón son un problema de amor, de un amor desordenado. Es decir, tener ídolos no quiere decir que no amamos a Dios en ninguna proporción, sino que amamos a Dios muy poco en comparación con eso creado en lo que hemos puesto nuestra esperanza.

Y esta es la razón por la que los ídolos nos dominan: porque aquello que amamos nos controla. El mayor movilizador en nuestras vidas es el amor.

Aquello que amamos más terminará recibiendo nuestra confianza y nuestra obediencia.
Por eso Jesús nos enseñó que la clave para obedecerle es amarlo (Jn 14:15). Porque, una vez más, aquello que amamos nos moviliza.

Mi esposo, mi ídolo

Ahora bien, identificar un ídolo de nuestro corazón no siempre es fácil y uno de los altares que a veces puede ser difícil de identificar es aquel que levantamos a nuestros esposos.

Darme cuenta de si he hecho un ídolo de mi marido no siempre es tan sencillo como preguntarme si lo amo mucho, porque en un matrimonio saludable se supone que cada vez nos amemos más. No es tan sencillo como preguntarnos si quizás disfrutamos mucho estar con ellos, porque sin lugar a dudas el disfrute mutuo debe ser parte de nuestros matrimonios.

Entonces, ¿cómo sé si mi matrimonio ha pasado de ser un hermoso regalo de Dios a ser el lugar de mi total seguridad? ¿Qué tanto sería «amar demasiado»? ¿Cómo sé si estoy idolatrando a mi esposo?

Teniendo todo lo anterior en mente, quiero dejarte tres preguntas que pueden ayudarte a discernir si has levantado a tu esposo como un ídolo de tu corazón:

1. ¿Qué me causa la idea de perder a mi esposo?

Obviamente un matrimonio normal y sano jamás quisiera la pérdida del otro. Tan solo pensar en la idea de que mi esposo muera es algo que me causa tristeza y mi corazón se duele con aquellas que han atravesado esa cruda realidad.

Pero el asunto aquí es si la idea de perder a mi esposo me causa un grado de ansiedad tal que me domina y me debilita. Es decir, si la idea de perderlo, ya sea por muerte o separación, es un temor constante.

Una manera en la que podemos evaluarnos al respecto es tratando de observar nuestro nivel de control hacia nuestros esposos. Quizás estamos todo el tiempo tratando de controlar lo que hacen: con quiénes están o con quiénes hablan, o evitando que se involucren en cosas que pensamos podrían representar un riesgo para su vida o para nuestra relación. En estas acciones hay un temor detrás que es el que nos lleva a intentar controlarlos.

Si esto es así para ti, es una alerta ante la posibilidad de que hayas sentado a tu esposo en el trono de tu vida.

2. ¿Nuestros afectos y deleite por nuestros esposos nos distraen de o disminuyen el afecto por el Señor y por otros?

Como mencioné antes, que amemos y disfrutemos a nuestros esposos es algo que debe ocurrir en un matrimonio sano, pero pudiera darse el caso de que nuestros esposos sean las únicas personas con las que queramos estar.

¿Nuestro deseo de estar siempre con ellos nos limita de dedicarle tiempo a nuestros hijos, de compartir con amigos o incluso de servir al Señor?

"Solo cuando Jesús está en el trono de nuestro corazón podemos amar y disfrutar a otros en la medida correcta"

Pero también, y más importante todavía, puede que nuestro deleite y amor por nuestros esposos nos esté distrayendo de nuestro amor por Cristo, de buscarle a través de Su Palabra y de la oración. Esto sucede cuando ellos se convierten en el centro de nuestros pensamientos.

Jesús advirtió: «El que ama al padre o a la madre más que a Mí, no es digno de Mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí» (Mt 10:37).

3. ¿Está la relación con nuestros esposos guiada por la Palabra?

El éxito de todo matrimonio debe ser medido por el estándar de Dios y no por el nuestro.

Quizás pensamos que tenemos un matrimonio sano por las razones incorrectas, por aquello que el mundo aprueba y no necesariamente por aquello que la Palabra de Dios dice que debe caracterizar a un buen matrimonio.

Quizás incluso hemos permitido prácticas pecaminosas por la necesidad, que nosotras mismas nos hemos impuesto, de que nuestros esposos siempre estén bien, contentos y agradados. Así nos olvidamos de buscar agradar a la persona más importante de todas: Jesús.

Quizás hemos caído en un patrón en el que permitimos acciones que no son correctas y preferimos guardar silencio para evitar un conflicto o incomodar a nuestros esposos, en lugar de estar dispuestas a traer siempre con gracia la verdad.

La Palabra nos enseña: «Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (He 12:14). Recuerda, no hay verdadera paz a costa de la santidad.

El trono a quien le corresponde

Mi querida amiga, el éxito de un buen matrimonio, de una buena relación, se mide según la calidad de nuestra relación con Cristo.

Solo cuando Él está en el trono de nuestro corazón, cuando Él gobierna como el Señor de nuestras vidas, podemos amar y disfrutar a otros en la medida correcta.

Si alguna de estas preguntas ha encendido una alerta sobre la relación con tu esposo, te animo a que sigas observando tu corazón y a que busques a alguien con quien puedas hablar al respecto. Ve delante del Señor en arrepentimiento y hazlo a la luz del evangelio.

Ese evangelio de Jesús que nos hace estar seguras en Él, ese que nos restaura, ese que no nos echa fuera, sino que nos ofrece perdón y redención.

Patricia Namnún es coordinadora de iniciativas femeninas de Coalición por el Evangelio, desde donde escribe, contacta autoras, y adquiere contenidos específicos para la mujer. Sirve en el ministerio de mujeres en la Iglesia Piedra Angular, República Dominicana. Patricia es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute. Ama enseñar la Palabra a otras mujeres y está felizmente casada con Jairo desde el 2008 y juntos tienen tres hermosos hijos, Ezequiel, Isaac, y María Ester. Puedes encontrarla en Instagram y YouTube.

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