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Lectura de Hoy
05-02-2024
Devocional
Devocional: Marcos 8
Al ser preguntados, los discípulos de Jesús confiesan quién es él (Marcos 8:27-30). Cristo es la forma griega de Mesías, que tiene un trasfondo hebreo. Esta confesión desata un aluvión de nueva revelación por parte del Señor Jesús (8:31-38). Ahora enseña que el Hijo del Hombre “tiene que sufrir muchas cosas y ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Es necesario que lo maten y que a los tres días resucite” (8:31). Tal como señala Marcos, Jesús “Habló de esto con toda claridad” (8:32). Al parecer, con anterioridad había comentado este asunto de una manera más encubierta.
Viviendo como lo hacemos de este lado de la cruz, nos resulta fácil ser un tanto condescendientes con la reacción de Pedro y la reprensión del Maestro (8:32). El discípulo consideraba sencillamente que Jesús debía estar equivocado en esto. Después de todo, no se mata a los mesías: ellos ganan siempre. ¿Cómo podía ser que el Mesías ungido de Dios, que hacía milagros como Jesús, pudiera ser derrotado? Por supuesto, Pedro estaba en un error; era una gran equivocación. Y es que ni siquiera los discípulos habían llegado a entender aún que Jesús, el Mesías, era el Rey conquistador y, a la vez, el Siervo Sufriente.
Pero aún había más. Jesús no solo insistió en que él mismo iba a sufrir, morir y resucitar, sino que advirtió: “Si alguien quiere ser mi discípulo —les dijo—, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz y me siga” (8:34). Para un oyente del siglo I, este tipo de lenguaje sonaría desconcertante. “lleve su cruz” no significaba soportar un dolor de muelas, perder el trabajo o una discapacidad personal. La crucifixión se consideraba, universalmente, el tipo de ejecución romano de mayor barbarie, y apenas se mencionaba entre la gente educada. El criminal condenado “llevaba su cruz”, es decir, cargaba con el travesaño y lo llevaba hasta el lugar de la ejecución. Cuando a uno le tocaba llevar su cruz, no había esperanza para él. Solo le esperaba una muerte ignominiosa y espantosa.
A pesar de todo, este es el lenguaje utilizado por Jesús, porque lo que todos sus discípulos deben aprender es que ser un seguidor suyo implica una dolorosa renuncia al interés personal para buscar de todo corazón los intereses del Señor. El abrupto lenguaje utilizado no es una invitación al masoquismo espiritual, sino a la vida: la norma infalible del reino es que centrarse en uno mismo desemboca en muerte, mientras que “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa y por el evangelio, la salvará” (8:35). Este compromiso sólo acarreará la pérdida de la vida física para unos cuantos; para todos nosotros, significa morir a uno mismo y ser discípulo de Jesús. Y esto incluye confesar a Jesús con alegría y negarse por principio a avergonzarse de él y de sus palabras, en esta generación adúltera y pecadora (8:38).
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.
Devocional: Job 4
El primer discurso de Elifaz abarca dos capítulos. En la primera parte (Job 4), este da forma a su argumento:
(1) Las primeras líneas son seductoras (4:2-4). Se podría pensar que Elifaz está pidiendo respetuosamente permiso para ofrecer consejos útiles a Job, del mismo modo que este lo había hecho con otras personas en tiempos pasados. Sin embargo, no lo está haciendo en absoluto; más bien, está culpando a Job por estar desesperado. Según Elifaz, resulta que el gran Job que ha ayudado a muchos no es capaz de salir adelante cuando encuentra dificultades (4:5).
(2) El siguiente versículo sirve de transición hacia el meollo del argumento de Elifaz: “¿No debieras confiar en que temes a Dios y en que tu conducta es intachable?” (4:6). En otras palabras, si Job fuese tan piadoso e intachable como muchos habían creído, no se encontraría en este apuro o al menos sería capaz de vivir por encima de la desesperación. Los desastres caídos sobre Job, y las reacciones de este ante ellos, demuestran que está escondiendo una vergüenza o culpa que debe afrontarse.
(3) En pocas palabras, Elifaz sostiene que en el universo de Dios se tiene lo que se merece (4:7). El Señor tiene el control, y él es bueno, por lo que se siega lo que se siembra (4:8).
(4) Elifaz asegura que basa su argumento en la revelación (4:12-21). Dice que un espíritu rozó su rostro en una especie de visión nocturna (4:15), pronunciando palabras de suprema importancia: “¿Puede un simple mortal ser más justo que Dios? ¿Puede ser más puro el hombre que su Creador?” (4:17). Dios es tan trascendentemente poderoso y justo que incluso los ángeles que lo rodean son despreciables y de poca confianza a sus ojos. Así pues, los seres humanos, “los que habitan en casas de barro, cimentadas sobre el polvo” (4:19), son menos importantes, menos fiables. La conclusión entonces es que un hombre como Job debe simplemente admitir su fragilidad, su error, su pecado y dejar de pretender que no merece lo que ha caído sobre él. Elifaz insinúa que la forma como Job se está comportando provoca que corra peligro de poner en tela de juicio al Dios cuya justicia está mucho más allá de la valoración y comprensión humanas.
Debemos detenernos a evaluar el argumento de Elifaz. En cierto sentido, este tiene razón: Dios es totalmente justo, trascendentemente santo. La Biblia asevera en otros pasajes que un hombre siega lo que siembra (por ejemplo, Proverbios 22:8: Gálatas 6:7). Sin embargo, estas verdades, por sí solas, pueden pasar por alto dos factores. Primero, el periodo de tiempo en que las ruedas de la justicia divina trituran es a veces muy largo. Elifaz parece aferrarse a un sistema de recompensa por contraprestación bastante rápido y obvio. Segundo, no contempla la categoría del sufrimiento inocente, por lo que se está embarcando en una causa que condena a un hombre inocente.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
Génesis 38
Judá y Tamar
38 Por aquel tiempo Judá se separó de sus hermanos, y visitó a un adulamita llamado Hira. 2 Allí Judá vio a la hija de un cananeo llamado Súa. La tomó, y se llegó a ella. 3 Ella concibió y dio a luz un hijo, y le puso por nombre Er. 4 Concibió otra vez y dio a luz otro hijo, y le puso por nombre Onán. 5 Aún dio a luz a otro hijo, y le puso por nombre Sela. Y fue en Quezib que le nació.
6 Entonces Judá tomó mujer para Er su primogénito, la cual se llamaba Tamar. 7 Pero Er, primogénito de Judá, era malo ante los ojos del Señor, y el Señor le quitó la vida.
8 Entonces Judá dijo a Onán: «Llégate a la mujer de tu hermano, y cumple con ella tu deber como cuñado, y levanta descendencia a tu hermano». 9 Y Onán sabía que la descendencia no sería suya. Acontecía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, derramaba su semen en tierra para no dar descendencia a su hermano. 10 Pero lo que hacía era malo ante los ojos del Señor. También a él le quitó la vida. 11 Entonces Judá dijo a su nuera Tamar: «Quédate viuda en casa de tu padre hasta que crezca mi hijo Sela»; pues pensaba: «Temo que él muera también como sus hermanos». Así que Tamar se fue y se quedó en casa de su padre.
12 Pasaron muchos días y murió la hija de Súa, mujer de Judá. Y pasado el duelo, Judá subió a los trasquiladores de sus ovejas en Timnat, él y su amigo Hira el adulamita. 13 Y se lo hicieron saber a Tamar, diciéndole: «Mira, tu suegro sube a Timnat a trasquilar sus ovejas». 14 Entonces ella se quitó sus ropas de viuda y se cubrió con un velo, se envolvió bien y se sentó a la entrada de Enaim que está en el camino de Timnat. Porque veía que Sela había crecido, y ella aún no había sido dada a él por mujer.
15 Cuando la vio Judá, pensó que era una ramera, pues se había cubierto el rostro. 16 Y se acercó a ella junto al camino, y le dijo: «Vamos, déjame estar contigo»; pues no sabía que era su nuera. «¿Qué me darás por estar conmigo?», le dijo ella. 17 «Yo te enviaré un cabrito de las cabras del rebaño», respondió Judá. «¿Me darás una prenda hasta que lo envíes?», le dijo ella. 18 «¿Qué prenda tengo que darte?», preguntó Judá. «Tu sello, tu cordón y el báculo que tienes en la mano», dijo ella. Y él se los dio y se llegó a ella, y ella concibió de él. 19 Entonces ella se levantó y se fue. Se quitó el velo y se puso sus ropas de viuda.
20 Cuando Judá envió el cabrito por medio de su amigo el adulamita, para recobrar la prenda de mano de la mujer, no la halló. 21 Y preguntó a los hombres del lugar: «¿Dónde está la ramera que estaba en Enaim, junto al camino?». «Aquí no ha habido ninguna ramera», dijeron ellos.
22 Él volvió donde Judá, y le dijo: «No la encontré. Además, los hombres del lugar dijeron: “Aquí no ha habido ninguna ramera”». 23 Entonces Judá dijo: «Que se quede con las prendas, para que no seamos causa de burla. Ya ves que envié este cabrito, y tú no la has encontrado».
24 Y a los tres meses, informaron a Judá, diciendo: «Tu nuera Tamar ha fornicado, y ha quedado encinta a causa de las fornicaciones». «Sáquenla y que sea quemada», dijo Judá. 25 Cuando la sacaban, ella envió a decir a su suegro: «Del hombre a quien pertenecen estas cosas estoy encinta». Y añadió «Le ruego que examine y vea de quién es este sello, este cordón y este báculo».
26 Judá los reconoció, y dijo: «Ella es más justa que yo, por cuanto yo no la di por mujer a mi hijo Sela». Y no volvió a tener más relaciones con ella.
27 Y sucedió que al tiempo de dar a luz, había mellizos en su seno. 28 Aconteció, además, que mientras daba a luz, uno de ellos sacó su mano, y la partera la tomó y le ató un hilo escarlata en la mano, diciendo: «Este salió primero». 29 Pero sucedió que cuando él retiró su mano, su hermano salió. Entonces ella dijo: «¡Qué brecha te has abierto!». Por eso le pusieron por nombre Fares. 30 Después salió su hermano que tenía el hilo escarlata en la mano; y le pusieron por nombre Zara.
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Marcos 8
Alimentación de los cuatro mil
8 En aquellos días, cuando había de nuevo una gran multitud que no tenía qué comer, Jesús llamó a Sus discípulos y les dijo*: 2 «Tengo compasión de la multitud porque ya hace tres días que están junto a Mí y no tienen qué comer; 3 y si los despido sin comer a sus casas, desfallecerán en el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos».
4 Sus discípulos le respondieron: «¿Dónde podrá alguien encontrar lo suficiente para saciar de pan a estos aquí en el desierto?». 5 «¿Cuántos panes tienen?», les preguntó Jesús. Ellos respondieron: «Siete».
6 Entonces mandó* a la multitud que se recostara en el suelo; y tomando los siete panes, después de dar gracias, los partió y los iba dando a Sus discípulos para que los pusieran delante de la gente; y ellos los sirvieron a la multitud. 7 También tenían unos pocos pececillos; y después de bendecirlos, mandó que estos también los sirvieran.
8 Todos comieron y se saciaron; y recogieron de lo que sobró de los pedazos, siete canastas. 9 Los que comieron eran unos 4,000. Jesús los despidió, 10 y subiendo enseguida a la barca con Sus discípulos, se fue a la región de Dalmanuta.
Los fariseos buscan señal
11 Entonces salieron los fariseos y comenzaron a discutir con Él, buscando de Él una señal del cielo para poner a prueba a Jesús. 12 Suspirando profundamente en Su espíritu, dijo*: «¿Por qué pide señal esta generación? En verdad les digo que no se le dará señal a esta generación». 13 Y dejándolos, se embarcó otra vez y se fue al otro lado del lago.
La levadura de los fariseos
14 Los discípulos se habían olvidado de tomar panes, y no tenían consigo en la barca sino solo un pan. 15 Jesús les encargaba diciendo: «¡Tengan cuidado! Cuídense de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes». 16 Y ellos discutían entre sí que no tenían panes.
17 Dándose cuenta Jesús, les dijo*: «¿Por qué discuten que no tienen panes? ¿Aún no comprenden ni entienden? ¿Tienen el corazón endurecido? 18 Teniendo ojos, ¿no ven? Y teniendo oídos, ¿no oyen? ¿No recuerdan 19 cuando partí los cinco panes entre los cinco mil? ¿Cuántas cestas llenas de pedazos recogieron?». «Doce», le respondieron*.
20 «Y cuando partí los siete panes entre los cuatro mil, ¿cuántas canastas llenas de los pedazos recogieron?». «Siete», le dijeron*. 21 Entonces les dijo: «¿Aún no entienden?».
El ciego de Betsaida
22 Llegaron* a Betsaida, y trajeron* a Jesús un ciego y le rogaron* que lo tocara. 23 Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera de la aldea; y después de escupir en sus ojos y de poner las manos sobre él, le preguntó: «¿Ves algo?».
24 Y levantando la vista, dijo: «Veo a los hombres, pero los veo como árboles que caminan». 25 Entonces Jesús puso otra vez las manos sobre sus ojos, y él miró fijamente y fue restaurado; y veía todo con claridad. 26 Y lo envió a su casa diciendo: «Ni aun en la aldea entres».
La confesión de Pedro
27 Jesús salió con Sus discípulos a las aldeas de Cesarea de Filipo; y en el camino preguntó a Sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que soy Yo?». 28 Le respondieron: «Unos, Juan el Bautista; y otros, Elías; pero otros, uno de los profetas». 29 Él les preguntó de nuevo: «Pero ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?». «Tú eres el Cristo», le respondió* Pedro. 30 Y Jesús les advirtió severamente que no hablaran de Él a nadie.
Jesús anuncia Su muerte y resurrección
31 Jesús comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer muchas cosas, y ser rechazado por los ancianos, los principales sacerdotes y los escribas, y ser muerto, y después de tres días resucitar. 32 Y les decía estas palabras claramente. Entonces Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprender a Jesús. 33 Pero Él volviéndose y mirando a Sus discípulos, reprendió a Pedro y le dijo*: «¡Quítate de delante de Mí, Satanás!, porque no tienes en mente las cosas de Dios, sino las de los hombres».
Condiciones para seguir a Jesús
34 Llamando Jesús a la multitud y a Sus discípulos, les dijo: «Si alguien quiere venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame. 35 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí y del evangelio, la salvará. 36 O, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? 37 O, ¿qué dará un hombre a cambio de su alma? 38 Porque cualquiera que se avergüence de Mí y de Mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se avergonzará de él, cuando venga en la gloria de Su Padre con los santos ángeles».
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Job 4
Reproches de Elifaz
4 Entonces respondió Elifaz, el temanita:
2 «Si alguien tratara de hablarte, ¿te pondrías impaciente?
Pero ¿quién puede abstenerse de hablar?
3 Tú has exhortado a muchos,
Y las manos débiles has fortalecido.
4 Al que tropezaba, tus palabras lo levantaban,
Y las rodillas débiles fortalecías.
5 Pero ahora que te ha llegado a ti, te impacientas;
Te toca a ti, y te desalientas.
6 ¿No es tu temor a Dios tu confianza,
Y la integridad de tus caminos tu esperanza?
7 »Recuerda ahora, ¿quién siendo inocente ha perecido jamás?
¿O dónde han sido destruidos los rectos?
8 Por lo que yo he visto, los que aran iniquidad
Y los que siembran aflicción, eso siegan.
9 Por el aliento de Dios perecen,
Y por la explosión de Su ira son consumidos.
10 El rugido del león, el bramido de la fiera
Y los dientes de los leoncillos son quebrantados.
11 El león perece por falta de presa,
Y los cachorros de la leona se dispersan.
12 »Una palabra me fue traída secretamente,
Y mi oído percibió un susurro de ella.
13 Entre pensamientos inquietantes de visiones nocturnas,
Cuando el sueño profundo cae sobre los hombres,
14 Me sobrevino un espanto, un temblor
Que hizo estremecer todos mis huesos.
15 Entonces un espíritu pasó cerca de mi rostro,
Y el pelo de mi piel se erizó.
16 Algo se detuvo, pero no pude reconocer su aspecto;
Una figura estaba delante de mis ojos,
Hubo silencio, después oí una voz:
17 “¿Es el mortal justo delante de Dios?
¿Es el hombre puro delante de su Hacedor?
18 Dios no confía ni aún en Sus mismos siervos;
Y a Sus ángeles atribuye errores.
19 ¡Cuánto más a los que habitan en casas de barro,
Cuyos cimientos están en el polvo,
Que son aplastados como la polilla!
20 Entre la mañana y la tarde son hechos pedazos;
Sin que nadie se dé cuenta, perecen para siempre.
21 ¿No les es arrancada la cuerda de su tienda?
Mueren, pero sin sabiduría”.
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Romanos 8