Vida Cristiana
Valora la encarnación del Hijo de Dios
Una carta de un pastor a su iglesia
Queridos hermanos,
La Biblia nos dice que cuando llegó el tiempo indicado, en un lugar llamado Israel, Dios se hizo carne, habitó entre nosotros y se dio a Sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo (Gá 1:4; 4:4; Jn 1:14).
En un momento de la historia, por medio de un hecho que una Persona de carne y hueso llevó a cabo, se pagó el castigo por el pecado, nuestra redención. Por medio de la acción de un Hombre, se compró nuestra comunión con Dios y nuestra vida eterna.
En un acto, en un día se logró algo glorioso: la reconciliación con Dios y la salvación de nuestra alma.
El ser que vino en aquel momento de la historia para hacer una obra concreta era un Hombre de carne y hueso, pero no cualquier hombre. La inmutabilidad, la trascendencia y la eternidad de esta Persona dignificaron todo lo que afectó: el tiempo, el espacio y la humanidad.
Las horas de esta existencia fueron redimidas por lo que sucedió en Jerusalén, porque en la misma secuencia de tiempo se logró nuestra redención. El tiempo fue dignificado por todo lo que Cristo hizo en Su vida, muerte y resurrección.
La tierra sirvió de escenario para un hecho eterno y glorioso que se logró en nuestro beneficio. Es inquietante la idea de que Cristo respiró la misma clase de aire que respiramos hoy.
Es conmovedor saber que los rayos del mismo sol que tocan nuestra piel tocaron la Suya. El lugar llamado Tierra fue ennoblecido por Cristo.
La vida cotidiana y los actos humanos también quedaron contenidos y tocados por la trascendencia de Cristo. Actos concretos, cotidianos y sencillos, esos que hacemos sin entusiasmo ni sobresaltos, también fueron tocados y enaltecidos, porque Dios en Cristo los llevó a cabo. Sobre todo, la humanidad fue dignificada porque Dios mismo la asumió.
El Señor, con toda la plenitud de Su persona trascendente e inmutable, tomó forma de hombre y, de esa manera, redimió la dignidad humana por medio de Su obra.
Las personas, los quehaceres, los días y los lugares de este mundo fueron investidos de dignidad y valor, porque a esta misma existencia vino Dios cuando se hizo carne.
Si pudiéramos tener esto siempre en perspectiva, nuestra existencia sería vivida de una mejor manera; más apreciada y admirada.
Si recordáramos con frecuencia que este mundo —con sus días, lugares y actos concretos— fue visitado por el Dios Hombre, quizá seríamos más cuidadosos antes de quejarnos o de menospreciar lo que tenemos.
Cristo redime el tiempo, el mundo y los actos de la vida. Cristo ennoblece y dignifica al ser humano, los días, los lugares e incluso toda buena obra, de manera que no hay personas comunes, horas simples, lugares ordinarios ni actos insignificantes.
Cada hora debería ser vivida con expectación, cada momento con detenimiento, cada lugar apreciado con santa admiración, cada acción ponderada como un espectáculo y cada persona observada con maravilla y reverencia.
Mis hermanos, desde la encarnación del Hijo de Dios, la existencia terrenal fue elevada y la experiencia humana enriquecida.
Nuestra respuesta debería ser de disfrute, gratitud y alabanza a Dios. Ante esta realidad, lo más apropiado sería vivir a plenitud y de acuerdo a Sus mandamientos, disfrutar cada hora, considerar cada acto, admirar a cada persona y estimar cada lugar al que lleguemos. Luego debemos dar gracias a Dios y glorificarlo por siempre en nuestro diario vivir.
¡Ánimo!
GERSON MOREY