Vida Cristiana

El pecado grave de la falta de oración

Cuatro razones para inclinarnos ante Dios

La oración se sitúa en el corazón de nuestra relación con Dios. La oración predica que Dios es Dios y nosotros somos criaturas débiles y necesitadas. Sin embargo, ¿cuántos cristianos persisten en el pecado de la falta de oración? Deseamos orar, pero la falta de oración está ahí.

Nos deleitamos en la oración en nuestro ser interior, pero vemos en nuestros miembros que la falta de oración libra una guerra contra ese deseo interior, dejándonos vivir como pequeños dioses que persiguen la piedad sin depender del poder de Dios.

Aunque Jesús nos dice que debemos «orar en todo tiempo, y no desfallecer» (Lc 18:1), nos desanimamos con regularidad (quizá por nuestra falta de oración).

En mis propias luchas por orar, me ha resultado útil pensar más claramente por qué la falta de oración es un pecado tan grave y cómo Dios da muerte a nuestra falta de oración.

Mi mente se remonta a una historia en 1 Samuel 12, donde Israel rechaza el gobierno de Dios y descarta clamar a Dios por sí mismos, pidiendo a Samuel que orara por ellos (1 S 12:19).

En primer lugar, Samuel anima al pueblo de Dios a no temer, aunque ellos hayan ocasionado «todo este mal» (1 S 12:20). «Porque el SEÑOR, a causa de Su gran nombre, no desamparará a Su pueblo, pues el Señor se ha complacido en hacerlos pueblo Suyo» (1 S 12:22).

A pesar de su grave pecado, Dios no los abandonará y Samuel decide orar por ellos.

En segundo lugar, Samuel hace una promesa: «Y en cuanto a mí, lejos esté de mí que peque contra el SEÑOR cesando de orar por ustedes, antes bien, les instruiré en el camino bueno y recto» (1 S 12:23). Las palabras de Samuel me parecen fascinantes porque, en este momento de la historia redentora, Dios aún no ha ordenado orar. No ha consagrado en la ley: «Debes dedicarte a la oración». Sin embargo, Samuel ve la falta de oración como un pecado: «Lejos esté de mí que peque contra el Señor cesando de orar por ustedes».

¿Por qué? Considera cuatro razones de peso para la convicción de Samuel.

1. La historia de Dios

Según Samuel, la historia de Israel ha sido una historia en la que Dios ha coronado los clamores de Israel mediante la liberación. Dios salvó a Israel cuando clamaba a Él en la esclavitud, le dio la tierra (1 S 12:8) y ha sido su ayuda hasta la fecha (1 S 7:12).

Al sufrir por sus pecados, Israel ha clamado a Dios a menudo y Dios los ha salvado (1 S 12:810-11).

Samuel no ve la falta de oración como un pecado porque la ley ordene orar, sino porque la relación de Dios con Su pueblo redimido lo constriñe a orar. ¿Cómo puede no depender de Dios para el futuro de Israel cuando el pasado de Israel ha sido una historia de humillación y humilde dependencia de Dios? Dios ha sido su ayuda en épocas pasadas y solo Dios le ayudará ahora.

"La falta de oración es pecado porque ignora la historia de Dios y el diseño de Dios para Su pueblo"

Al igual que Israel, nuestra salvación comienza con un clamor de fe a Dios en busca de liberación. Israel clamó a Dios en su esclavitud a Egipto y nosotros clamamos a Dios en nuestra esclavitud al pecado. Hoy somos el pueblo de Dios porque Él escuchó nuestro clamor.

Si nuestra historia ha sido una de clamar a Dios por ayuda y experimentar Su liberación, ¿qué futuro tenemos sino uno de clamar a Dios por ayuda? La falta de oración es pecado porque ignora la historia de Dios y el diseño de Dios para Su pueblo.

El diseño de Dios es que dependamos de Él y clamemos a Él para que pueda salvarnos una y otra y otra vez.

La historia de Dios es la de coronar nuestro clamor con la salvación y el futuro no será diferente. Dios coronará tus súplicas con salvación. Solo asegúrate de clamar.

2. Las promesas de Dios

Como Dios ha prometido: «No te dejaré ni te abandonaré» (Jos 1:5), Samuel confía en que «el SEÑOR no desamparará a Su pueblo» (1 S 12:22). Esta promesa motiva a Samuel a orar.

De hecho, sin las promesas de Dios, no tendríamos base alguna para la oración. Las promesas de Dios impulsaron la oración de David. Él encontró valor para orar porque Dios le prometió que obraría (2 S 7:27). Lo mismo hicieron Daniel (Dn 9:1-4) y la iglesia primitiva (Hch 4:23-30), por citar algunos ejemplos.

¿Qué es entonces la oración? Orar es pedir a Dios que haga lo que se ha comprometido a hacer.

La oración no es un intento humano de vencer la renuencia de Dios a obrar por el bien de Su pueblo. Más bien, las oraciones bíblicas están impulsadas por el compromiso y la promesa de Dios de obrar. Las promesas de Dios para Su pueblo motivan la oración.

La oración expresa nuestra confianza en Dios, que ha prometido hacernos bien.

¿Qué es la falta de oración? Es no confiar en Dios y en Sus promesas. Samuel sabía que esa falta de oración sería un pecado grave. ¿Cómo puedes no confiar en las promesas de Dios, que ha sido tan fiel, y expresar esa confianza en tus oraciones?

3. La gloria de Dios

Samuel sabe que Dios solo podría preservar a Israel «a causa de Su gran nombre» (1 S 12:22) después de que le rechazaran como Rey. Por eso, busca la gloria de Dios orando para que no abandone a Israel. El compromiso de Dios de glorificarse a Sí mismo hace que la falta de oración sea pecado. Dios dice que no abandonará a Su pueblo «a causa de Su gran nombre» (1 S 12:22). Samuel intercede por Israel porque a Dios le apasiona Su gloria y a Samuel también.

"Si Dios se ha comprometido a salvar a Su pueblo para Su gloria, entonces es pecado que Sus siervos no busquen Su gloria a través de la oración"

Cuando oramos, alineamos nuestras pasiones, deseos y voluntad con los de Dios.

Si Dios se ha comprometido a salvar a Su pueblo para Su gloria, entonces es pecado que Sus siervos no busquen Su gloria en la salvación de Su pueblo a través de la oración.

La falta de oración es, pues, una falta de búsqueda de la gloria de Dios.

La falta de oración traiciona no solo nuestra falta de amor por el pueblo de Dios, sino también nuestra falta de amor por el Dios que difunde Su fama a través de la salvación y preservación de Su pueblo humilde y lleno de clamor.

4. El evangelio de Dios

A diferencia de Samuel, nosotros hemos recibido de Dios mandamientos para orar (Ro 12:12Col 4:21 Ts 5:17Stg 5:13). Cuando no oramos, estamos quebrantando el mandato de Dios.

Pero, según el Nuevo Testamento, encontramos el poder para guardar los mandamientos de Dios en el evangelio. Por lo tanto, la falta de oración demuestra que no estamos captando el evangelio.

En la cruz de Cristo, Dios hace un pueblo para Sí a costa de la vida de Su Hijo unigénito.

En la cruz, Dios muestra Su compromiso de no abandonar nunca a Su pueblo.
– En la cruz, Dios trabaja para salvar y preservar a un pueblo por causa de Su nombre.
– En la cruz, encontramos el «sí» de Dios a todas Sus promesas del pacto (2 Co 1:20).
– Su amor de pacto, Su fidelidad y Su compromiso de salvar para Su propia gloria, revelados en la cruz, hacen posible la oración y convierten en pecado la falta de oración.

Dando muerte a la falta de oración

Saber que algo es pecado no nos da el poder para matarlo. Necesitamos el poder del evangelio. La cura para nuestros corazones faltos de oración no son más mandamientos para orar, sino el bálsamo sanador del evangelio.

La cruz expone nuestro orgullo pecaminoso, nuestra falta de dependencia de Dios. En la cruz, sabemos que nunca podremos orar lo suficiente para ganarnos el favor de Dios. En la cruz, sabemos que nunca podremos merecer la misericordia de Dios.

En la cruz, sabemos que ninguna obra buena es suficientemente buena para nuestro Dios bueno. En la cruz somos humildes y esa humildad es el combustible para la oración.

"La cura para nuestros corazones faltos de oración no son más mandamientos para orar, sino el bálsamo sanador del evangelio"

Humillados por el Dios que nos salvó cuando no podíamos salvarnos a nosotros mismos, dependemos de Él en oración. El Dios que nos salvó de la condenación es el mismo Dios que necesitamos para salvarnos del poder del pecado día tras día.

La cruz que nos salvó es la misma cruz a la que necesitamos aferrarnos día tras día. Comprender el evangelio destruye el orgullo de la falta de oración.

Jesús murió por nuestra falta de oración y también nos da ejemplo de cómo orar. Jesús oró sin cesar en la tierra y sigue intercediendo por nosotros en el cielo (He 7:25).

Lejos está de Jesús, el nuevo y mejor Samuel, pecar contra Su Padre dejando de interceder por la iglesia, el pueblo de Dios del nuevo pacto. Como cantaba Charles Wesley:

Las llagas de Emanuel
suplican sin cesar,
Interceden ante Dios,
Con fuerza han de clamar:
¡Señor, perdona al pecador!
¡Señor, perdona al pecador!
¡No lo dejes morir! ¡No!


Las cicatrices de la cruz suplican por nosotros ahora mismo ante el trono de Dios. Cuando oramos, nos unimos al Señor crucificado, resucitado y ascendido en Su pasión por que Dios guarde al pueblo que Él hizo en la cruz por amor de Su nombre.

Hay pocos privilegios en la tierra tan grandes como poder orar con nuestro Salvador. En el poder del evangelio, seguimos el ejemplo de Jesús.

Cuando la oración va mal

Sin embargo, mientras nos esforzamos por unirnos a Jesús en oración, debemos cuidarnos de un tipo de oración que sigue siendo pecado contra Dios. Después de utilizar la parábola de la viuda insistente para enseñarnos a orar sin desanimarnos (Lc 18:1), Jesús cuenta otra parábola sobre un recaudador de impuestos y un fariseo que suben al templo a orar.

El recaudador de impuestos ora y confiesa su necesidad, suplicando simplemente: «Dios, ten piedad de mí, pecador» (Lc 18:13). Al mismo tiempo, un «santo» en oración, que ha hecho muchas más obras buenas que el recaudador de impuestos, se presenta confiadamente ante Dios y explica sus cualidades para ser aceptado:

«Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano» (Lc 18:11-12). Este fariseo no ora como los demás pecadores.

De hecho, intensifica sus oraciones con el ayuno. Pero sus oraciones están corrompidas por dos razones:

En primer lugar, en su mente, sus oraciones son la base para que Dios le acepte.
Enumera todo lo que ha hecho para Dios, pero no le pide nada.
Él ora como si Dios necesitara sus buenas obras, pero él no necesita la obra de gracia de Dios en la cruz.

En segundo lugar, sus oraciones también se convierten en motivo de competencia con los demás. Compara sus fieles e intensas oraciones con las de los demás y ve que los demás se quedan muy cortos. Su oración se convierte en su propia condena porque es el motivo para condenar a los demás.

Sale de su lugar de oración sintiéndose bien, pero no porque haya disfrutado de Dios, ni porque haya recibido Su misericordia, ni porque haya descansado en la obra salvadora de Dios. Más bien, se siente bien porque oró durante más tiempo, con más regularidad y con más pasión que los demás. La percepción de la falta de oración de los demás aumenta su orgullo ante Dios, pero Dios lo rechaza a él y a sus oraciones intensas (Lc 18:14).

"Dios no diseñó la oración para la autojustificación o la competición, sino para la humillación"

Dios no diseñó la oración para la auto justificación o la competición, sino para la humillación. La oración genuina mata nuestro orgullo y promueve Su alabanza.

Ora con regularidad, seriedad y fidelidad, pero nunca pongas tu confianza en tus oraciones ni compitas con otros a través de ellas.

Lejos esté de nosotros

Lejos esté de nosotros pecar contra Dios por no orar, y lejos esté de nosotros pecar contra Dios por confiar en nuestra oración. La cruz hace posible y necesaria la oración humilde y dependiente, y la cruz es nuestro único mérito ante Dios.

Deja que la cruz de Cristo mate tu falta de oración y tu oración orgullosa. Deja que la cruz encienda la oración que confía en la suficiencia de Cristo y suplica la misericordia de Dios.

Cuando te cueste orar, no te mires a ti mismo. No esperes que la culpa, una mejor planificación o una determinación más firme transformen tu manera de orar. Mira a Jesús.

El evangelio es la cura para nuestra falta de oración. El evangelio purga nuestra culpa por la falta de oración, prueba nuestra necesidad de la gracia de Dios, fundamenta nuestra esperanza de oraciones contestadas, fortalece nuestra resolución de orar, promueve nuestra dependencia de Dios en la oración y nos protege de la jactancia en nuestras oraciones.

Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por Eduardo Fergusson.

Dieudonné Tamfu es profesor asociado de Biblia y Teología, y coordinador de la extensión camerunesa del Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Dominique, viven en Yaundé, Camerún, con sus dos hijos.

Acerca del Autor

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