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Lectura de Hoy
17-02-2024
Devocional
Devocional: Génesis 50
El último capítulo de Génesis incluye una sección que es gloriosa y patética a la vez (Génesis 50:15-21).
Todo lo triste, todo lo defectuoso de esta familia vuelve a salir a la superficie tras la muerte de Jacob. Los hermanos de José temen que su ilustre hermano tal vez haya aparcado su resentimiento vengativo hasta la muerte de su padre. ¿Por qué pensaban así? ¿Acaso no se habían librado aún de sus sentimientos de culpa? ¿Proyectaban sobre José las medidas que ellos seguramente habrían tomado de estar en su lugar?
Su estrategia les involucra en otro patrón de comportamiento pecaminoso: mienten con respecto a lo que su padre les había dicho, con la esperanza de que esta apelación, supuestamente por parte de Jacob, sirviese para tocar la fibra sensible de su hermano. A la luz de esta estrategia, su sumisión absoluta (reflejada en las palabras “somos tus esclavos”, 50:18) parece no tanto un homenaje real como un intento de manipulación.
José, en cambio, llora. No puede por menos ver cómo estas mentiras serviles delatan lo poco que le aman y confían en él, aun después de 17 años de reconciliación nominal (47:28). Su respuesta verbal exhibe no sólo una gran ternura pastoral – “con el corazón en la mano, José los reconfortó”, prometiendo además que cuidaría a sus familias (50:21) – sino que también procede de un hombre que ha reflexionado profundamente acerca de los misterios de la providencia divina, de la soberanía de Dios y de la responsabilidad humana. “—No tengáis miedo —les contestó José—. ¿Puedo acaso tomar el lugar de Dios? Es verdad que vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente” (50:19-20).
La profundidad de este razonamiento se demuestra en la medida en que reflexionamos en lo que José no dice. No dice que durante un pequeño lapsus por parte de Dios sus hermanos le vendieron como esclavo, pero que Dios, Maestro por excelencia de ajedrez, dio la vuelta a la partida e hizo que José llegase incluso a ser Primer Ministro de Egipto. La intención de Dios no había sido, ni mucho menos, que traerle a Egipto en un carro especialmente preparado para él, pero como sus hermanos estropearon este propósito divino, Dios se vio obligado a intervenir con una serie de contramedidas para llevar su propósito a buen puerto. Más bien, en este episodio concreto, la venta de José como esclavo, había dos partidos, cada uno de los cuales perseguía un propósito diferente. Por un lado, los hermanos de José habían actuado, y sus intenciones eran malévolas; por otra parte, Dios actuaba, y sus intenciones eran buenas. Los dos actuaron para que este episodio tuviese lugar, pero mientras lo que contiene de malo tiene su origen en el corazón de sus hermanos, y no más allá de esto, lo que contiene de bueno tiene su origen en Dios.
Este es un motivo recurrente en las Escrituras. Da lugar a muchas discusiones filosóficas muy complejas. Pero el quid de la cuestión es bien sencillo: Dios es Soberano e invariablemente bueno; nosotros somos moralmente responsables por nuestros actos, y nuestros actos a menudo son malos.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.
Devocional: Job 16 – 17
Cuando Job responde al segundo discurso de Elifaz, sus primeras palabras son tan poco moderadas como las de sus oponentes, aunque, sin duda, más provocadoras (Job 16—17): “He escuchado muchas cosas como estas; ¡valiente consuelo el de todos vosotros!” (16:2). Aparentemente, han venido a compadecerse de él y consolarlo (2:11), pero cada vez que abren la boca sus palabras son como cera hirviendo sobre heridas abiertas. Desde la perspectiva de Job, pronuncian “peroratas” que no tienen “fin” (16:3). Job declara que, si se intercambiasen sus papeles, él no se rebajaría a su nivel, sino que les proporcionaría aliento y alivio genuinos (16:4-5).
Existe una forma de emplear la teología y sus argumentos que hiere en lugar de curar. No es culpa de estos, sino del “consolador miserable” que se ciñe a un fragmento inapropiado de la verdad, cuyo manejo de los tiempos no es el adecuado, cuya actitud es condescendiente, cuya aplicación es insensible o cuya verdadera teología se fundamenta en tópicos culturales que hacen daño en lugar de consolar. En tiempos de gran angustia y pérdidas, he recibido muchas veces el ánimo y la sabiduría de otros creyentes; algunos de ellos también me han dado algún golpe, sin que fuesen conscientes de que estaban haciéndolo. Eran consoladores miserables.
Por supuesto, esas experiencias me han llevado a preguntarme cuándo habré utilizado la Palabra de forma errónea, causando un dolor parecido. No quiere decir que nunca se deba administrar la clase de amonestación bíblica que induce adecuadamente al dolor: Dios ordena que se aplique la disciplina justificada (Hebreos 12:5-11). Es triste, sin embargo, que cuando causamos daño a otra persona por nuestra aplicación de la teología, demos por hecho de forma natural que el mismo se debe a su torpeza. Puede ser, pero al menos deberíamos examinarnos, analizar nuestras actitudes y argumentos con detenimiento para que no nos engañemos mientras oprimimos a otros.
La mayor parte del resto del discurso de Job se dirige a Dios y se sumerge profundamente en la retórica de la desesperación. No es sabio condenar a Job si nunca hemos experimentado lo que él. No querríamos hacerlo si hubiésemos pasado por sus calamidades. Para comprender su retórica correctamente, y hacerlo a un nivel más profundo que el meramente intelectual, deben confluir dos cosas: en primer lugar, deberíamos estar seguros de que el nuestro es un sufrimiento inocente. En cierta medida, podemos comprobarlo comparando nuestro propio historial con el modelo excepcional que Job mantuvo (véase especialmente caps. 26-31). En segundo lugar, por muy amarga que sea nuestra queja a Dios, nuestra postura seguirá siendo la de un creyente que trata de solucionar las cosas, no la de un cínico que menosprecia al Señor.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
Génesis 50
Sepultura de Jacob
50 José se echó sobre el rostro de su padre, lloró sobre él y lo besó. 2 José ordenó a sus siervos médicos que embalsamaran a su padre, y los médicos embalsamaron a Israel. 3 Se requerían cuarenta días para ello, porque este es el tiempo requerido para el embalsamamiento. Y los egipcios lo lloraron setenta días.
4 Cuando pasaron los días de luto por él, José habló a la casa de Faraón: «Si he hallado ahora gracia ante los ojos de ustedes, les ruego que hablen a Faraón, diciendo: 5 “Mi padre me hizo jurar, diciendo: ‘Yo voy a morir. En el sepulcro que cavé para mí en la tierra de Canaán, allí me sepultarás’. Ahora pues, le ruego que me permita ir a sepultar a mi padre, y luego volveré”». 6 Y Faraón dijo: «Sube y sepulta a tu padre como él te hizo jurar».
7 Entonces José subió a sepultar a su padre, y con él subieron todos los siervos de Faraón, los ancianos de su casa y todos los ancianos de la tierra de Egipto, 8 y toda la casa de José, y sus hermanos, y la casa de su padre. Solo dejaron a sus pequeños, sus ovejas y sus vacas en la tierra de Gosén. 9 Subieron también con él carros y jinetes; y era un cortejo muy grande.
10 Cuando llegaron hasta la era de Atad, que está al otro lado del Jordán, allí hicieron duelo con una grande y dolorosa lamentación. Y José guardó siete días de duelo por su padre. 11 Cuando los habitantes de la tierra, los cananeos, vieron el duelo de la era de Atad, dijeron: «Este es un duelo doloroso de los egipcios». Por eso llamaron al lugar Abel Mizrayim, el cual está al otro lado del Jordán.
12 Sus hijos, pues, hicieron con él tal como les había mandado. 13 Pues sus hijos lo llevaron a la tierra de Canaán, y lo sepultaron en la cueva del campo de Macpela, frente a Mamre, la cual Abraham había comprado de Efrón el hitita, junto con el campo como heredad de una sepultura. 14 Después de sepultar a su padre, José regresó a Egipto, él y sus hermanos, y todos los que habían subido con él para sepultar a su padre.
Muerte de José
15 Al ver los hermanos de José que su padre había muerto, dijeron: «Quizá José guarde rencor contra nosotros, y de cierto nos devuelva todo el mal que le hicimos». 16 Entonces enviaron un mensaje a José, diciendo: «Tu padre mandó a decir antes de morir: 17 “Así dirán a José: ‘Te ruego que perdones la maldad de tus hermanos y su pecado, porque ellos te trataron mal’”. Y ahora, te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre». Y José lloró cuando le hablaron.
18 Entonces sus hermanos vinieron también y se postraron delante de él, y dijeron: «Ahora somos tus siervos». 19 Pero José les dijo: «No teman, ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? 20 Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios lo cambió en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente. 21 Ahora pues, no teman. Yo proveeré para ustedes y para sus hijos». Y los consoló y les habló cariñosamente.
22 José se quedó en Egipto, él y la casa de su padre; y José vivió 110 años. 23 José vio la tercera generación de los hijos de Efraín; también los hijos de Maquir, hijo de Manasés, nacieron sobre las rodillas de José.
24 Y José dijo a sus hermanos: «Yo voy a morir, pero Dios ciertamente cuidará de ustedes y los hará subir de esta tierra a la tierra que Él prometió en juramento a Abraham, a Isaac y a Jacob». 25 Luego José hizo jurar a los hijos de Israel, diciendo: «Dios ciertamente los cuidará, y ustedes se llevarán mis huesos de aquí».
26 Y murió José a la edad de 110 años. Lo embalsamaron y lo pusieron en un ataúd en Egipto.
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Lucas 3
Predicación de Juan el Bautista
3 En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de la región de Iturea y Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, 2 durante el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y Juan fue por toda la región alrededor del Jordán, predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados; 4 como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías:
«Voz del que clama en el desierto:
“Preparen el camino del Señor,
Hagan derechas Sus sendas.
5 Todo valle será rellenado,
Y todo monte y collado rebajado;
Lo torcido se hara recto,
Y las sendas Ásperas se volverán caminos llanos;
6 Y toda carne verá la salvación de Dios”».
7 Por eso, Juan decía a las multitudes que acudían para que él las bautizara: «¡Camada de víboras! ¿Quién les enseñó a huir de la ira que vendrá? 8 Por tanto, den frutos dignos de arrepentimiento; y no comiencen a decirse a ustedes mismos: “Tenemos a Abraham por padre”, porque les digo que Dios puede levantar hijos a Abraham de estas piedras. 9 El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego».
10 Y las multitudes le preguntaban: «¿Qué, pues, haremos?». 11 Juan les respondía: «El que tiene dos túnicas, comparta con el que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo». 12 Vinieron también unos recaudadores de impuestos para ser bautizados, y le dijeron: «Maestro, ¿qué haremos?». 13 «No exijan más de lo que se les ha ordenado», les respondió Juan. 14 También algunos soldados le preguntaban: «Y nosotros, ¿qué haremos?». «A nadie quiten dinero por la fuerza», les dijo, «ni a nadie acusen falsamente, y conténtense con su salario».
15 Como el pueblo estaba a la expectativa, y todos se preguntaban en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo, 16 Juan les habló a todos: «Yo los bautizo con agua; pero viene Uno que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de Sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y fuego. 17 El bieldo está en Su mano para limpiar completamente Su era y recoger el trigo en Su granero; pero quemará la paja en un fuego que no se apaga».
18 Y también con muchas otras exhortaciones Juan anunciaba las buenas nuevas al pueblo. 19 Pero Herodes el tetrarca, siendo reprendido por él por causa de Herodías, mujer de su hermano, y por todas las maldades que Herodes había hecho, 20 añadió además a todas ellas, esta: que encerró a Juan en la cárcel.
Bautismo de Jesús
21 Y aconteció que cuando todo el pueblo era bautizado, Jesús también fue bautizado; y mientras Él oraba, el cielo se abrió, 22 y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma corporal, como una paloma, y vino una voz del cielo, que decía: «Tú eres Mi Hijo amado, en Ti me he complacido».
Genealogía de Jesús
23 Cuando Jesús comenzó Su ministerio, tenía unos treinta años, siendo, como se suponía, hijo de José, quien era hijo de Elí,
24 y Elí, de Matat; Matat, de Leví; Leví, de Melqui; Melqui, de Jana; Jana, de José;
25 José, de Matatías; Matatías, de Amós; Amós, de Nahúm; Nahúm, de Esli; Esli, de Nagai;
26 Nagai, de Maat; Maat, de Matatías; Matatías, de Semei; Semei, de José; José, de Judá;
27 Judá, de Joana; Joana, de Resa; Resa, de Zorobabel; Zorobabel, de Salatiel; Salatiel, de Neri;
28 Neri, de Melqui; Melqui, de Adi; Adi, de Cosam; Cosam, de Elmodam; Elmodam, de Er;
29 Er, de Josué; Josué, de Eliezer; Eliezer, de Jorim; Jorim, de Matat; Matat, de Leví;
30 Leví, de Simeón; Simeón, de Judá; Judá, de José; José, de Jonán; Jonán, de Eliaquim;
31 Eliaquim, de Melea; Melea, de Mainán; Mainán, de Matata; Matata, de Natán; Natán, de David;
32 David, de Isaí; Isaí, de Obed; Obed, de Booz; Booz, de Salmón; Salmón, de Naasón;
33 Naasón, de Aminadab; Aminadab, de Admín; Admín, de Aram; Aram, de Esrom; Esrom, de Fares; Fares, de Judá;
34 Judá, de Jacob; Jacob, de Isaac; Isaac, de Abraham; Abraham, de Taré; Taré, de Nacor;
35 Nacor, de Serug; Serug, de Ragau; Ragau, de Peleg; Peleg, de Heber; Heber, de Sala;
36 Sala, de Cainán; Cainán, de Arfaxad; Arfaxad, de Sem; Sem, de Noé; Noé, de Lamec;
37 Lamec, de Matusalén; Matusalén, de Enoc; Enoc, de Jared; Jared, de Mahalaleel; Mahalaleel, de Cainán;
38 Cainán, de Enós; Enós, de Set; Set, de Adán; y Adán, de Dios.
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Job 16 – 17
Queja de Job
16 Respondió entonces Job:
2 «He oído muchas cosas como estas;
Consoladores molestos son todos ustedes.
3 ¿No hay fin a las palabras vacías?
¿O qué te provoca para que así respondas?
4 Yo también hablaría como ustedes,
Si yo estuviera en su lugar.
Podría recopilar palabras contra ustedes,
Y mover ante ustedes la cabeza.
5 Les podría alentar con mi boca,
Y el consuelo de mis labios podría aliviar su dolor.
6 »Si hablo, mi dolor no disminuye,
Y si callo, no se aparta de mí.
7 Pero ahora Él me ha agobiado;
Tú has asolado toda mi compañía,
8 Y me has llenado de arrugas
Que en testigo se han convertido;
Mi flacura se levanta contra mí,
Testifica en mi cara.
9 Su ira me ha despedazado y me ha perseguido,
Contra mí Él ha rechinado los dientes;
Mi adversario aguza los ojos contra mí.
10 Han abierto contra mí su boca,
Con injurias me han abofeteado;
A una se han juntado contra mí.
11 Dios me entrega a los impíos,
Y me echa en manos de los malvados.
12 Estaba yo tranquilo, y Él me sacudió,
Me agarró por la nuca y me hizo pedazos;
También me hizo Su blanco.
13 Me rodean Sus flechas,
Parte mis riñones sin compasión,
Derrama por tierra mi hiel.
14 Abre en mí brecha tras brecha;
Me ataca como un guerrero.
15 Sobre mi piel he cosido cilicio,
Y he hundido en el polvo mi poder.
16 Mi rostro está enrojecido por el llanto,
Y cubren mis párpados densa oscuridad,
17 Aunque no hay violencia en mis manos,
Y es pura mi oración.
18 »¡Oh tierra, no cubras mi sangre,
Y no deje de haber lugar para mi clamor!
19 Aun ahora mi testigo está en el cielo,
Y mi defensor está en las alturas.
20 Mis amigos son mis escarnecedores;
Mis ojos lloran a Dios.
21 ¡Ah, si un hombre pudiera discutir con Dios
Como un hombre con su vecino!
22 Pues cuando hayan pasado unos pocos años
Me iré por el camino sin regreso.
17 »Mi espíritu está quebrantado, mis días extinguidos,
El sepulcro está preparado para mí.
2 No hay sino escarnecedores conmigo,
Y mis ojos ven su provocación.
3 »Coloca, pues, junto a Ti una fianza para mí;
¿Quién hay que quiera ser mi fiador?
4 Porque has escondido su corazón del entendimiento,
Por tanto no los exaltarás.
5 Al que denuncie a sus amigos por una parte del botín,
A sus hijos se les debilitarán los ojos.
6 »Porque Él me ha hecho burla del pueblo,
Y soy uno a quien los hombres escupen.
7 Mis ojos se oscurecen también por el sufrimiento,
Y todos mis miembros son como una sombra.
8 Los hombres rectos se quedarán pasmados de esto,
Y el inocente se indignará contra el impío.
9 Sin embargo, el justo se mantendrá en su camino,
Y el de manos limpias se fortalecerá más y más.
10 Pero vuélvanse todos ustedes, y vengan ahora,
Pues no hallo entre ustedes a ningún sabio.
11 Mis días han pasado, se deshicieron mis planes,
Los deseos de mi corazón.
12 Algunos convierten la noche en día, diciendo:
“La luz está cerca”, en presencia de las tinieblas.
13 Si espero que el Seol sea mi casa,
Hago mi lecho en las tinieblas;
14 Si digo al hoyo: “Mi padre eres tú”,
Y al gusano: “Mi madre y mi hermana”.
15 ¿Dónde está, pues, mi esperanza?
Y mi esperanza ¿quién la verá?
16 ¿Descenderá conmigo al Seol?
¿Nos hundiremos juntos en el polvo?».
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1 Corintios 4