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Lectura de Hoy
18-02-2024
Devocional
Devocional: Éxodo 1
“Pero llegó al poder en Egipto otro rey que no había conocido a José” (Éxodo 1:8). Según se afirma, quien no aprende nada de la historia está destinado a repetir todos sus errores. Dicho de otra forma, lo único que la historia enseña es que no se aprende nada de ella. Aforismos arbitrarios al margen, uno no puede leer la Escritura durante mucho tiempo sin reflexionar sobre el triste papel que juega el olvido.
Los ejemplos abundan. Era de esperar que, tras un juicio tan devastador como el Diluvio, los seres humanos posdiluvianos estarían tan atemorizados que habrían procurado evitar la ira de Dios. Pero esto no es lo que sucedió. Dios sacó a Israel de la esclavitud, mediante plagas espectaculares y les hizo atravesar el Mar Rojo. Sin embargo, tan solo transcurrieron unas pocas semanas antes de que los israelitas se dispusieran a atribuir su rescate a un dios representado por un becerro de oro. El libro de Jueces describe el despreciable patrón repetitivo de pecado, juicio, rescate, justicia: siempre el aburrido ciclo que les llevó a la decadencia. Cabía pensar que, bajo la dinastía Davídica, los reyes de su línea sucesoria recordarían las lecciones aprendidas por sus padres y buscarían procurar la bendición de Dios por medio de una obediencia fiel. Pero esto apenas fue así. Tras la catastrófica destrucción del reino del norte y la destitución de sus líderes y artesanos que los exilió bajo dominio asirio, ¿cómo es que el reino del sur no tomó nota y mantuvo la fidelidad del pacto? En realidad, apenas ciento cincuenta años más tarde, los babilonios los sometieron a un destino similar. Tampoco resulta difícil encontrar este mismo olvido deplorable en algunas de las iglesias del Nuevo Testamento.
Por tanto, el olvido de los gobernantes egipcios, ayudado por un cambio de dinastía, no nos sorprende demasiado. Unos cuantos siglos es un tiempo largo. ¿Cuántos cristianos de Occidente han absorbido realmente las lecciones del avivamiento evangélico, por no hablar de la magistral Reforma?
A poca distancia del lugar en el que escribo estas líneas, se encuentra una iglesia que atrae a cinco o seis mil personas cada domingo por la mañana. Sus líderes han olvidado que todo comenzó cuando se plantó aquella iglesia hace tan solo dos décadas. Ahora pretenden retirarse de la denominación que la fundó no por discrepancia teológica ni por un error moral, sino porque están tan impresionados por su propia magnitud e importancia que la arrogancia no les permite ser agradecidos. Acuden a nuestra mente seminarios que han abandonado sus raíces doctrinales de una generación a otra; nos acordamos de algunos individuos, importantes eruditos, tan impresionados por la novedad que han dado a la inteligente originalidad un rango mayor que a la piadosa fidelidad. Las naciones, las iglesias y las personas cambian y se creen cada vez más “avanzadas” que quienes les precedieron.
Para nuestra vergüenza, olvidamos todo lo que deberíamos recordar.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen II, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2016. Usado con permiso.
Devocional: Job 18
El segundo discurso de Bildad de Súah (Job 18) contiene una nota de desesperación. Cuando el argumento es débil, algunas personas simplemente gritan más fuerte.
Prácticamente, Bildad comienza diciendo a Job que no tiene sentido hablar con él hasta que adopte una postura sensata (18:2). Job está más que equivocado: es perverso o está loco. Según Bildad, está dispuesto a desbaratar el propio tejido del universo para justificarse: “Es tal tu enojo que te desgarras el alma; ¡mas no por ti quedará desierta la tierra, ni se moverán de su lugar las rocas!” (18:4).
El resto del capítulo se dedica a una terrible descripción de lo que ocurre al impío, que acaba destruido, despreciado, atrapado, sometido a calamidades y desastres, aterrorizado, quemado y apartado de la comunidad. “Borrada de la tierra ha sido su memoria; de su fama nada queda en el país” (18:17). Tanto los pueblos de oriente como los de occidente “se asombran de su suerte” (18:20), una lección moral para aquellos que lo ven.
Llegados a este punto, los tres “consoladores miserables” se han puesto de acuerdo en que Job es impío. A no ser que el último versículo del capítulo sea una simple analogía, la acusación parece ahora intensificarse un poco: “Así es la morada del malvado, el lugar del que no conoce a Dios” (18:21). En otras palabras, Job no es únicamente impío, sino totalmente ignorante de Dios.
Es tiempo de reflexionar sobre este tipo de acusación. Por un lado, lo que Elifaz, Bildad y Zofar siguen diciendo concuerda totalmente con un tema repetido en las Escrituras: Dios es justo, hará justicia, y todo ello se verá. Todo el mundo reconocerá un día que Dios es justo, en la sumisión reverente de la fe o en el terror que clama por rocas y montañas donde puedan esconderse de la ira del Cordero (Apocalipsis 6). Este asunto es recurrente prácticamente en todas las partes importantes de la Biblia. La alternativa al juicio es espantosa: no existe el juicio final y perfecto, por lo que no hay justicia, ni distinción entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal. De no haber juicio, se estaría negando el significado del mal.
Sin embargo, aplicar esta perspectiva con demasiada rapidez, o mecánicamente, o como si tuviésemos acceso a todos los hechos, es anular el significado del mal desde otro ángulo. El sufrimiento inocente (como hemos visto) está descartado. Llamar malo a un buen hombre a fin de preservar el sistema no solo es personalmente cruel, sino que relativiza el bien y el mal; cuestiona a Dios al decir que no existe diferencia entre ambos. En algunas ocasiones, debemos apelar simplemente al misterio de la impiedad.
Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
Éxodo 1
Opresión de los israelitas en Egipto
1 Estos son los nombres de los hijos de Israel que fueron a Egipto con Jacob. Cada uno fue con su familia: 2 Rubén, Simeón, Leví y Judá; 3 Isacar, Zabulón y Benjamín; 4 Dan, Neftalí, Gad y Aser. 5 Todas las personas que descendieron de Jacob fueron setenta almas. Pero José estaba ya en Egipto.
6 Y murió José, y todos sus hermanos, y toda aquella generación. 7 Pero los israelitas tuvieron muchos hijos y aumentaron mucho, y se multiplicaron y llegaron a ser poderosos en gran manera, y el país se llenó de ellos.
8 Se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no había conocido a José, 9 y dijo a su pueblo: «Miren, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y más fuerte que nosotros. 10 Procedamos, pues, astutamente con él, no sea que se multiplique y en caso de guerra, se una también con los que nos odian y pelee contra nosotros y se vaya del país».
11 Así que pusieron sobre ellos capataces para oprimirlos con duros trabajos; y edificaron para Faraón las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramsés. 12 Pero cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y más se extendían, de manera que los egipcios llegaron a temer a los israelitas. 13 Los egipcios, pues, obligaron a los israelitas a trabajar duramente, 14 y les amargaron la vida con dura servidumbre en hacer barro y ladrillos y en toda clase de trabajo del campo. Todos sus trabajos se los imponían con rigor.
15 Entonces el rey de Egipto habló a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra, y la otra Puá, 16 y les dijo: «Cuando estén asistiendo a las hebreas a dar a luz, y las vean sobre el lecho del parto, si es un hijo, le darán muerte, pero si es una hija, entonces vivirá». 17 Pero las parteras temían a Dios, y no hicieron como el rey de Egipto les había mandado, sino que dejaron con vida a los niños.
18 El rey de Egipto hizo llamar a las parteras y les dijo: «¿Por qué han hecho esto, y han dejado con vida a los niños?». 19 Las parteras respondieron a Faraón: «Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias, pues son robustas y dan a luz antes que la partera llegue a ellas». 20 Dios favoreció a las parteras; y el pueblo se multiplicó y llegó a ser muy poderoso. 21 Y por haber las parteras temido a Dios, Él prosperó sus familias. 22 Entonces Faraón ordenó a todo su pueblo: «Todo hijo que nazca lo echarán al Nilo, pero a toda hija la dejarán con vida».
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Lucas 4
Jesús es tentado
4 Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu en el desierto 2 por cuarenta días, siendo tentado por el diablo. Y no comió nada durante esos días, pasados los cuales tuvo hambre.
3 Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan». 4 Jesús le respondió: «Escrito está: “No solo de pan vivirá el hombre”».
5 El diablo lo llevó a una altura, y le mostró en un instante todos los reinos del mundo. 6 «Todo este dominio y su gloria te daré», le dijo el diablo; «pues a mí me ha sido entregado, y a quien quiero se lo doy. 7 Por tanto, si te postras delante de mí, todo será Tuyo».
8 Jesús le respondió: «Escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás”».
9 Entonces el diablo lo llevó a Jerusalén y lo puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, lánzate abajo desde aquí, 10 pues escrito está:
“A Sus Ángeles te encomendará para que te guarden”,
11 y:
“En las manos te llevarán,
Para que Tu pie no tropiece en piedra”».
12 Jesús le respondió: «Se ha dicho: “No tentarás al Señor tu Dios”».
13 Cuando el diablo hubo acabado toda tentación, se alejó de Él esperando un tiempo oportuno.
Ministerio en Galilea
14 Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu, y las nuevas acerca de Él se divulgaron por toda aquella región. 15 Y enseñaba en sus sinagogas, siendo alabado por todos.
Jesús en Nazaret
16 Jesús llegó a Nazaret, donde había sido criado, y según Su costumbre, entró en la sinagoga el día de reposo, y se levantó a leer. 17 Le dieron el libro del profeta Isaías, y abriendo el libro, halló el lugar donde estaba escrito:
18 «El Espíritu del Señor está sobre Mí,
Porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los pobres.
Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos,
Y la recuperación de la vista a los ciegos;
Para poner en libertad a los oprimidos;
19 Para proclamar el año favorable del Señor».
20 Cerrando el libro, lo devolvió al asistente y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en Él. 21 Y comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que han oído». 22 Todos hablaban bien de Él y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de Su boca, y decían: «¿No es este el hijo de José?».
23 Entonces Él les dijo: «Sin duda me citarán este refrán: “Médico, cúrate a ti mismo; esto es, todo lo que oímos que se ha hecho en Capernaúm, hazlo también aquí en Tu tierra”». 24 Y Jesús añadió: «En verdad les digo, que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra. 25 Pero en verdad les digo, que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses y cuando hubo gran hambre sobre toda la tierra; 26 sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta, en la tierra de Sidón. 27 Muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio».
28 Y todos en la sinagoga se llenaron de ira cuando oyeron estas cosas, 29 y levantándose, echaron a Jesús fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para tirar a Jesús desde allí. 30 Pero Él, pasando por en medio de ellos, se fue.
Jesús enseña en Capernaúm
31 Jesús descendió a Capernaúm, ciudad de Galilea, y les enseñaba en los días de reposo. 32 Todos se admiraban de Su enseñanza porque Su mensaje era con autoridad. 33 Y había en la sinagoga un hombre poseído por el espíritu de un demonio inmundo, y gritó a gran voz: 34 «Déjanos. ¿Qué tienes que ver con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo sé quién Tú eres: el Santo de Dios».
35 Jesús entonces lo reprendió, diciendo: «¡Cállate y sal de él!». Y después que el demonio lo derribó en medio de ellos, salió de él sin hacerle ningún daño. 36 Todos se quedaron asombrados, y discutían entre sí: «¿Qué mensaje es este? Porque con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos y salen». 37 Y Su fama se divulgaba por todos los lugares de aquella región.
Jesús sana a la suegra de Simón y a muchos otros
38 Levantándose, Jesús salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón se hallaba sufriendo con una fiebre muy alta, y le rogaron por ella. 39 Inclinándose sobre ella, Jesús reprendió la fiebre y la fiebre la dejó; al instante ella se levantó y les servía.
40 Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades se los llevaban a Él; y poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. 41 También de muchos salían demonios, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». Pero, reprendiéndolos, no les permitía hablar, porque sabían que Él era el Cristo.
Jesús recorre otras ciudades
42 Cuando se hizo de día, Jesús salió y se fue a un lugar solitario. Las multitudes lo buscaban, y llegaron adonde Él estaba y procuraban detener a Jesús para que no se separara de ellos. 43 Pero Él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto Yo he sido enviado».
44 Y predicaba en las sinagogas de los judíos.
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Job 18
Bildad describe al impío
18 Entonces Bildad, el suhita respondió:
2 «¿Hasta cuándo estarán rebuscando palabras?
Muestren entendimiento y entonces hablaremos.
3 ¿Por qué somos considerados como bestias,
Y torpes a sus ojos?
4 ¡Oh tú, que te desgarras en tu ira!
¿Ha de ser abandonada la tierra por tu causa,
O removida la roca de su lugar?
5 »Ciertamente la luz de los impíos se apaga,
Y no brillará la llama de su fuego.
6 La luz en su tienda se oscurece,
Y su lámpara sobre él se apaga.
7 Su vigoroso paso es acortado,
Y su propio designio lo hace caer.
8 Porque es arrojado en la red por sus propios pies,
Y sobre mallas camina.
9 Por el talón lo aprisiona un lazo,
Y una trampa se cierra sobre él.
10 Escondido está en la tierra un lazo para él,
Y una trampa lo aguarda en la senda.
11 Por todas partes lo atemorizan terrores,
Y lo hostigan a cada paso.
12 Se agota por el hambre su vigor,
Y la desgracia está presta a su lado.
13 Devora su piel la enfermedad,
Devora sus miembros el primogénito de la muerte.
14 Es arrancado de la seguridad de su tienda,
Es conducido al rey de los terrores.
15 Nada suyo mora en su tienda;
Azufre es esparcido sobre su morada.
16 Por abajo se secan sus raíces,
Y por arriba se marchita su ramaje.
17 Su memoria perece de la tierra,
Y no tiene nombre en toda la región.
18 Es lanzado de la luz a las tinieblas,
Y de la tierra habitada lo echan.
19 No tiene descendencia ni posteridad entre su pueblo,
Ni sobreviviente alguno donde él peregrinó.
20 De su destino se asombran los del occidente,
Y los del oriente se sobrecogen de terror.
21 Ciertamente tales son las moradas del impío,
Este es el lugar del que no conoce a Dios».
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1 Corintios 5