Pareciera que los cristianos de hoy han apartado de su vocabulario la expresión «la ley de Dios»; hablamos de la Palabra de Dios y nos referimos a las Escrituras.
Pero ¿es necesario dirigirnos a la Palabra de Dios como la ley? ¿Acaso ella no se satisfizo en la cruz y ahora vivimos en la era de la gracia? ¿Cómo podríamos siquiera considerar si debemos o no «amar la ley»? Es sin duda una frase extraña para los cristianos de nuestro tiempo.
Comprendamos el papel de la ley de Dios
La ley de Dios revela Su carácter, es decir, nos dice quién es Él.
La ley mostró al pueblo de Israel un camino seguro para transitar, bajo la promesa de que quien lo siguiera tendría una vida próspera (p, ej., Dt 30:19; Sal 1:3).
Sin embargo, la ley también muestra lo incapaces que somos de obedecerla plenamente y cumplir el estándar que revela al Dios perfecto y santo. En otras palabras, la ley nos muestra la realidad de nuestra naturaleza caída, lo lejos que estamos de nuestro Creador y cuánto necesitamos de un Salvador.
Antes de considerar la pregunta central de este artículo, es necesario que reflexionemos en qué es la ley de Dios.
Cuando Moisés subió al monte Sinaí recibió los Diez Mandamientos que representarían toda la ley de Dios sobre la cual se regiría la nación de Israel. En diez líneas, la ley habla de vivir una vida que —en amor— exalte y adore a Dios por sobre todo y cuide la vida, posesión e integridad de los demás.
La realidad es que esas líneas no nos describen a nosotros, sino a Aquel que las ha dado.
Los mandamientos nos recuerdan que Él es el único merecedor de adoración y gloria. También nos revelan lo diferente que es el corazón humano al de Dios, cuál es Su estándar de santidad y lo lejos que estamos de cumplirlo.
"La ley de Dios no es solo una serie de reglas para cumplir; es la revelación del carácter santo, amoroso y bueno de un Dios que a su vez es justo"
Así, la ley de Dios no es solo una serie de reglas para cumplir; es la revelación del carácter santo, amoroso y bueno de un Dios que a su vez es justo. Por eso necesitamos aprender a ir más allá de la ley en sí misma y encontrarnos con aquello que Dios nos está diciendo cuando la establece: No se hagan daño, ámense y encuentren plenitud en Mí, porque en ninguna otra parte la encontrarán.
Entonces, la ley nos revela que hay un camino que Dios quiere que transitemos, pero que no hemos logrado hacerlo por nosotros mismos. No podemos. La ley en sí misma nos condena y nos recuerda quienes somos (Ro 3:20). Por eso la vida de Cristo se hace más gloriosa y brilla más fuerte, porque Él sí la cumplió y lo hizo a cabalidad. Su vida nos recuerda que la ley es necesaria porque es la vida que Dios quiso para nosotros y que Dios ha prometido seguir construyendo en cada uno de Sus hijos haciéndonos a imagen de Aquel que la cumplió (Ro 8:29).
Comprendamos por qué necesitamos amar la ley de Dios
Entonces, ¿debemos amar la ley? Claro que sí. ¡Necesitamos amarla cada día de nuestras vidas! Por eso resuenan fuerte las palabras del salmista: «¡Cuánto amo Tu ley! / Todo el día es ella mi meditación» (Sal 119:97).
El salmista había entendido que la ley revela el corazón y el carácter de un Dios inigualable y la amaba porque es el mejor y más puro estándar beneficioso.
La ley expresa el amor de Dios por Su creación al decirles cómo proceder para tener una vida buena, próspera y exitosa, no según el mundo, sino según el Creador.
Pero esa no es la única razón por la que debemos amarla. La ley nos recuerda diariamente cuánto necesitamos de nuestro Salvador y cuán precioso es Él, lo que nos apunta a la grandeza de Su gracia y amor. Nos recuerda lo bajo que hemos caído, lo incapaces que somos de cumplirla y cuánto necesitamos escondernos en Aquel que la cumplió a cabalidad (Col 3:3).
"La ley nos recuerda la vida gloriosa y obediente de Cristo, quien nos hace partícipes de una relación íntima con el Padre"
La ley nos recuerda la vida gloriosa y obediente de Cristo, quien nos hace partícipes de una relación íntima con el Padre. Esto nos permite disfrutar del corazón santo y bueno de un Dios que nos ama sin medida y que ha prometido seguir tratando con nosotros, para que cada día nos parezcamos más a Su Hijo, de modo que podamos vivir la vida plena resumida en estas líneas:
Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mt 22:37-39).
Los cristianos debemos amar la ley y anhelar vivirla a cabalidad, porque al hacerlo evidenciamos en nosotros la obra inmerecida de Dios por medio de Jesús; se evidencia un corazón transformado al que le pesa el pecado, el cual mira a la cruz como el recordatorio de que no merecía tanto amor. Sin embargo, lo recibió por pura gracia y, entonces, quiere y anhela vivir la vida que Dios diseñó para él.
María José Rivera estudió comunicaciones y tiene un maestría en marketing y gestión comercial. Es graduada del Instituto Integridad y Sabiduría y cursa una maestría en el Southern Baptist Theological Seminary. También estudia en el Instituto Reforma de Guatemala. Tiene una compañía de adiestramiento canino y otra de alimentos saludables para perros. Produce material cristiano para las redes sociales y también traduce y hace doblaje de libros y autores cristianos. Es miembro de la Iglesia IBC en Lima, Perú. Está casada con Alonso y tiene dos hijos, Aitana y Salvador. Puedes seguirla en Instagram: @riveramajose.