Nota del editor:
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Hay diferentes sistemas teológicos para leer, interpretar y armonizar la manera en que Israel y la iglesia se relacionan. Una de las más generalizadas es por medio de la teología del reemplazo (o supersesionismo), la cual afirma que el pueblo de Israel ha sido desechado en el plan de Dios para ser reemplazado con un pueblo nuevo, la iglesia.
Para comprender las implicaciones de la teología del reemplazo, podemos considerar —a grandes rasgos— el dispensacionalismo y la teología del pacto como los métodos hermenéuticos principales que los teólogos protestantes usan para dividir la estructura de la historia redentora, que comienza en Génesis 1-3 y termina con el estado eterno descrito en Apocalipsis 21-22.
El dispensacionalismo
Aunque el dispensacionalismo se puede dividir en diferentes categorías, en general, tiene la característica de separar lo que podríamos llamar las promesas físicas y específicas hechas a Israel en el Antiguo Testamento —refiriéndonos a promesas materiales, como las de una tierra y, algunos argumentan, un futuro templo— de las promesas destinadas a todas las naciones por medio de la fe en Jesucristo en el Nuevo Testamento, manifestadas en la iglesia.
El argumento que muchos teólogos dispensacionalistas esgrimen para separar el cumplimiento de las promesas físicas para Israel de lo que recibe la iglesia —por medio de su identidad como «el verdadero Israel» (cp. Gá 6:16)— es el entendimiento de que los cumplimientos universales no invalidan los cumplimientos particulares.
Es decir, cuando Dios promete a Israel como nación que poseerá la tierra, cumplirá esa promesa de manera particular y aislada del cumplimiento universal de que la iglesia también heredará todas las cosas. En el dispensacionalismo, la iglesia es ontológicamente diferente a Israel; por eso la iglesia solo recibe las promesas espirituales que fueron hechas a Israel (p. ej., en Abraham —por medio de Jesús— serían benditas todas las naciones de la tierra, Gn 12:3; 18:18; 22:18; cp. Hch 3:21; Gá 3:8).
En un dispensacionalismo más clásico, la iglesia es considerada como solo un paréntesis en el plan de Dios, puesto que Él restaurará de nuevo a Israel como Su verdadera nación escogida y se mantendrá eternamente separada de la iglesia en su identidad y en el cumplimiento de las promesas que recibirá.
La teología del pacto
En términos más amplios, la teología del pacto considera tres pactos claves en la historia de la redención que encontramos en la Biblia: «el pacto de redención» o el plan eterno de Dios; «el pacto de las obras» hecho con Adán, como representante de la raza humana y el «pacto de la gracia», establecido por Cristo para la salvación del pueblo de Dios y que se desarrolla en la historia bajo diferentes administraciones.
Una variación más reciente de la teología del pacto es el «pactualismo progresivo», en el cual el teólogo Stephen Wellum desarrolla la historia redentora por medio de los pactos, viendo el nuevo pacto como el que cumple los anteriores y como la base de una nueva identidad en Cristo para el pueblo del Dios verdadero y eterno.
El dispensacionalismo y la teología del reemplazo en la escatología
Cuando se trata de escatología —el estudio de la enseñanza bíblica sobre los últimos tiempos—, el premilenialismo dispensacional afirma los principios dispensacionales de separar las promesas hechas a Israel de las que fueron hechas a la iglesia, y propone que el reino milenial descrito en Apocalipsis 20 es el tiempo específico en el que se cumplen. El período de la gran tribulación, la reconstrucción del templo en Jerusalén y la manifestación final del anticristo se centran en el pueblo judío y preparan el camino para un avivamiento masivo de Israel para creer en Jesús como su Mesías.
Por su parte, el catolicismo romano, los «testigos de Jehová» y grupos como el angloisraelismo interpretan la relación entre Israel y la iglesia por medio de la teología del reemplazo,1 por lo que creen que los judíos han abandonado su relación pactual con Dios al rechazar a Cristo. Por lo tanto, Dios les ha dado la espalda a los judíos por completo y los ha reemplazado con devotos de cada grupo étnico gentil. Los angloisraelitas, por ejemplo, creen que los protestantes blancos anglosajones se han convertido literalmente en el Israel físico hoy.
No obstante, ninguna de estas corrientes representa la postura que afirma la mayoría de denominaciones cristianas que surgieron de la Reforma protestante, y que considero que es la postura bíblica.
Israel es la sombra, la iglesia es la realidad.
Se ha asumido incorrectamente que la teología del pacto y las posturas escatológicas que no afirman un cumplimiento específico o «literal» de las promesas terrenales para Israel creen también en la teología del reemplazo. Digo que se ha asumido incorrectamente, porque los cristianos protestantes que adoptamos una postura amilenial, por ejemplo, no afirmamos que la iglesia haya reemplazado a Israel.
Afirmar que Israel y la iglesia forman parte de una misma progresión en el plan redentor de Dios no implica un reemplazo, sino un cumplimiento. Una analogía usada (en inglés) para ilustrar esto es la de una oruga y una mariposa. ¿Diríamos que la mariposa reemplaza a la oruga o que la oruga se convierte en la mariposa? Hay una diferencia entre las dos afirmaciones. De manera similar, la iglesia no es un reemplazo de Israel, sino el cumplimiento de Israel. Es decir, Israel es el pueblo en el plan redentor de Dios que nos apunta hacia la iglesia. Israel es la sombra, la iglesia es la realidad.
Podemos encontrar esta misma idea en la persona y la obra de Jesús, según lo explica el autor de Hebreos:
Así que si Él [Jesucristo] estuviera sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es copia y sombra de las cosas celestiales, tal como Moisés fue advertido por Dios cuando estaba a punto de erigir el tabernáculo. Pues, dice Él: «Haz todas las cosas conforme al modelo que te fue mostrado en el monte» (8:4-5).
Jesús no vino a reemplazar a los profetas, a los reyes, al templo, al sacerdocio ni a los sacrificios; tampoco vino a reemplazar a la ley, sino a cumplirla (Mt 5:17). Ese es el lenguaje de la progresión y la armonía entre el Antiguo Testamento y el Nuevo.
El reemplazo implica que lo nuevo está entrando para ocupar el mismo lugar. En cambio, el cumplimiento implica que lo nuevo no es exactamente lo mismo, sino más bien que hay una amplificación de lo que había antes. En muchos sentidos, lo previo podría desaparecer (como el templo o los sacrificios), porque ha sido absorbido por una nueva realidad. No obstante, no es reemplazo, sino algo más grande que sigue a la progresión natural de lo que Dios está haciendo en la historia. Como afirma el teólogo Palmer O. Robertson, al hablar sobre la creencia en una futura restauración del templo y los sacrificios del antiguo pacto:
Cualquier restauración del templo y sacrificio de acuerdo al antiguo pacto suplantaría el ministerio del sumo sacerdocio de Jesús. La idea es impensable. Ningún sacerdocio en la tierra podría compararse con el sacerdocio perfecto de Jesús en el cielo, y sería un insulto a Su sacrificio perfecto sugerir que cualquier ofrenda subsecuente por otros sacerdotes podría reconciliar al pecador con Dios (The Israel of God, p. 82).
En la Biblia hay al menos dos ejemplos muy claros de cómo se relaciona Israel con la iglesia en cuanto a las promesas. El primero es como una nación santa, según registra Éxodo:
Ahora pues, si en verdad escuchan Mi voz y guardan Mi pacto, serán Mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque Mía es toda la tierra. Ustedes serán para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa». Estas son las palabras que dirás a los israelitas (Éx 19:3-6).
Esta promesa, dada específicamente a Israel, se cumple en la iglesia: «Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncien las virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable» (1 P 2:9; cp. Ap 5:10). Con esto en mente, Stephen Wellum concluye:
La iglesia es el pueblo del nuevo pacto de Dios (He 8 – 10), edificada por el propio Cristo (Mt 16:18). Permanecerá para siempre donde se identifica como la esposa de Cristo y Jerusalén la celestial (Ap 21:2; cp. He 12:22-24). Es el nuevo templo de Dios (1 Co 6:19; 2 Co 6:16; Ef 2:21), lo que implica que no existirán otros templos. La iglesia (tanto a nivel individual como colectivo) es la nueva creación y humanidad que pertenece a Dios, identificada como el «siglo venidero» que durará para siempre en su actual forma del pacto. En su calidad de nueva humanidad de Dios, la iglesia está formada por creyentes judíos y gentiles, que reciben la misma salvación y herencia en Cristo (Gá 3:15 – 4:7; Ef 2:11-22). El hombre nuevo no se transforma en naciones diferentes, ya que la iglesia es «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa» (1 P 2:9) (Teologías del pacto y dispensacional, pp. 247-48).
El segundo ejemplo sobre la relación entre Israel y la iglesia en cuanto a las promesas se da como un nuevo pacto. El profeta Jeremías señaló:
«Vienen días», declara el SEÑOR, «en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto, no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto, Mi pacto que ellos rompieron, aunque fui un esposo para ellos», declara el SEÑOR. «Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días», declara el Señor. «Pondré Mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré. Entonces Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo. No tendrán que enseñar más cada uno a su prójimo y cada cual a su hermano, diciéndole: “Conoce al SEÑOR”, porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande», declara el SEÑOR, «pues perdonaré su maldad, y no recordaré más su pecado» (Jr 31:31-34).
Nuevamente, debemos notar que en ambos pasajes del nuevo pacto (Ez 36:23-28), la promesa se le hace específicamente a Israel como nación. Sin embargo, Jesús declara que el nuevo pacto se cumple en Su sacrificio y resurrección (Lc 22:20) y, por lo tanto, en todos los que han puesto su fe en Él como la única esperanza de vida. Jesús representa al verdadero Israel, y en Él la nueva humanidad del nuevo pacto recibe la herencia de todas las promesas (Ro 4:13-14).
¿Qué hay de las promesas de la tierra para Israel?
El nuevo pacto establecido por Jesús es la razón principal para afirmar que Dios está desarrollando un plan para Israel paralelo al de la iglesia, pero Ezequiel 36:23-28 incluye la promesa de la tierra para Israel junto con una promesa que afirma: «Él será su Dios y ellos serán su pueblo». Las promesas reiteradas de «Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» a lo largo del Antiguo Testamento para Israel se cumplen para la iglesia (Ap 21:7). De hecho, el autor de Hebreos nos aclara que la esperanza de Abraham no estaba en la posesión de la tierra, sino en el cumplimiento celestial de la promesa (He 11:8-10).
Pablo afirmó que todas las promesas de Dios se cumplen en Jesús (2 Co 1:20). En ningún lugar del Nuevo Testamento encontramos la afirmación de que hay promesas físicas para Israel que todavía no se han cumplido. De hecho, Josué afirma que la tierra prometida a Abraham se cumplió en su tiempo (Jos 21:43-45). Como ya vimos, la esperanza del pueblo de Dios nunca estuvo en la tierra misma, sino en la salvación que vendría por medio del Mesías (cp. He 12:22-24).
Esto no significa que no haya promesas físicas de la tierra por cumplirse, más bien estas incluyen toda la tierra renovada como herencia para todo el pueblo redimido de Dios (2 P 3:8-13; Ro 4:13-14).
El apóstol Pablo expone la mejor ilustración que podemos encontrar en la Biblia sobre la relación entre Israel y la iglesia, ya que explica en Romanos 11 que los gentiles han sido injertados a la rama de las promesas hechas a Israel (vv. 17-27). Allí Pablo expone de manera clara que no hay dos raíces diferentes. Hay una sola raíz y la rama injertada no reemplaza a la rama que fue cortada, sino que ha sido agregada y la rama original puede ser injertada nuevamente. Como explica Robert Godfrey:
Es lo que Pablo enseña consistentemente. El Antiguo Testamento no es la historia de otro pueblo; el Antiguo Testamento es nuestra historia como iglesia. La iglesia no reemplaza a Israel. La iglesia es el cumplimiento de todo lo que Israel fue y de aquello a lo que apuntaba. La historia de Israel es la historia de la iglesia (Sesión 18 del Estudio de Romanos, Ligonier).
El erudito Vern Poythress aporta a este tema con esta explicación:
¿Qué significa la fe? La fe no es fe en [ella misma], o la fe en un vacío, sino fe en las promesas de Dios, Sus compromisos pactuales apuntando hacia adelante al día en que la salvación será plenamente consumada en Jesucristo. Cuando el tiempo de consumarla venga, veremos la obra de Jesucristo como la obra del último Adán. Encontramos que la unidad de la única obra de salvación implica la unidad de una nueva humanidad que es salva en Cristo. Por tanto, la conclusión inevitable es que solo hay un pueblo de Dios (Understanding Dispensationalists, p. 128).
¿Hay un cumplimiento futuro para Israel? Dios tiene un plan para redimir a judíos étnicos, con Pablo mismo como testimonio de este plan (Ro 11:1). Esto implica que Dios puede traer salvación para Israel en cualquier momento de la historia que Él controla soberanamente. Sin embargo, cuando un judío es salvo, se vuelve parte de la iglesia universal y, por lo tanto, adquiere todas las bendiciones por medio de Jesús que todos los creyentes disfrutamos desde ahora y por la eternidad en la consumación del reino (Ef 2:11-18; 2 Co 1:20).
Entonces, aunque sí existen aspectos de discontinuidad entre el Antiguo Testamento y el Nuevo, el pueblo escogido de Dios —el remanente, Su verdadera iglesia y nación—, siempre ha existido en Su plan eterno. La progresión de Su revelación sobre cómo sería redimido ese pueblo, y el alcance que tendría al llegar a todas las naciones, es lo que vemos desarrollarse por medio de los diferentes pactos que Dios fue haciendo en la historia, y que es plenamente revelado en el nuevo pacto.
¿La iglesia reemplazó a Israel? No. La iglesia es una manifestación más grande de lo que realmente significa ser descendiente de Abraham (Gá 3:29). Nosotros somos el «Israel de Dios» (Gá 6:14-16), que comenzó desde el Antiguo Testamento con todos los que pusieron su esperanza en las promesas que encontraron su cumplimiento en Jesús (2 Co 1:20) y que será conformado por gente de todas las naciones, judíos y gentiles por toda la eternidad (Ef 2:14; Ap 7:9).
1. El israelismo británico o angloisraelismo es una doctrina del fundamentalismo cristiano que establece la creencia de que los anglosajones eran una de las tribus perdidas de Israel (como la de Efraím, Gn 13-19), siendo así los verdaderos elegidos por Dios en la actualidad. Entre sus bases para esta teoría estaba la idea de que anglo derivaba de la palabra «ángel» y de que sajón, en inglés saxon, era una transliteración de Isaac’s Son o hijo de Isaac. ↩