MinisterioMinisterio de JóvenesMinisterio de Niño
La paradoja de la ambición humilde
Amo la humildad, por eso abogo tan enérgicamente por la ambición.
Pero no la variedad narcisista que se ve en los deportes, la política y Hollywood. Si observas a un hombre cuyo ego se dispara hasta la estratosfera, ora por él. Está desnudo y no se avergüenza.
A continuación, mira hacia abajo y vuelve a comprobar tu propia distancia al suelo. Al fin y al cabo, notamos defectos en otros similares a los que poseemos.
No, ese no es el tipo de ambición del que estoy hablando. En cambio, hablo de una ambición piadosa. La que gana velocidad porque está cubierta de humildad. Para que un líder «espere grandes cosas de Dios e intente grandes cosas para Dios», al estilo de William Carey, Dios debe ser el objeto que cautiva nuestra aspiración. La verdadera humildad no sofoca la ambición en nombre de la modestia. Más bien, la verdadera humildad apaga el amor a uno mismo con el afecto superior por una gloria mayor, específicamente, la gloria de Dios.
La verdadera humildad guía el deseo
La pereza a menudo se disfraza de mansedumbre, pero la verdadera humildad guía, e incluso alimenta, el deseo.
La verdadera humildad apaga el amor a uno mismo con el afecto superior por una gloria mayor, específicamente, la gloria de Dios
Debemos vernos a nosotros mismos como «hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Ef 2:10). Pero a menudo lo entendemos al revés en nuestras iglesias. La «humildad» encubre todo tipo de pereza, ambivalencia y autoprotección. Si la ambición es un vicio, entonces la apatía es una virtud y el menos ambicioso acaba siendo el más alabado. «Vaya, mira qué buen ejemplar cristiano es. Es tan modesto que no aspira a nada ni arriesga nada».
Bienaventurados los mansos… porque ellos, ¿qué, estarán de brazos cruzados?
Los que asumen una «modestia» contraria a la aspiración y que no desea grandes cosas para Dios, a menudo utilizan la humildad como pretexto. Esta no es la clase de humildad que Dios quiere. El que entierra su talento para protegerse del riesgo puede encontrarse con que el Maestro condena su decisión en lugar de celebrarla (ver Mt 25:26).
Mirando a través de la audacia
Otra perspectiva. A veces fomentamos las bajas aspiraciones no porque amemos la humildad, sino porque tememos la ambición. Damos prioridad a erradicar las auto-expectativas infladas por encima de pastorear a la gente hacia una meta más gloriosa. Yo digo, ¡dame al joven que se acerca después de que predico, diciéndome que anhela hacerlo mejor que yo! Puedo sonreír y decir: «Has puesto el listón demasiado bajo», sabiendo que Dios es plenamente competente para aplastar su orgullo. Mi trabajo consiste en ver más allá de su inmadurez y poner en su radar un afecto superior. Quiero captar su anhelo de trascendencia hasta que oiga el «¡ping!» del evangelio, deje a un lado su importancia y fije un rumbo hacia la gran gloria de Dios.
Lo que hace tan hermosa a la verdadera humildad es que expulsa la gloria propia
Si miramos más allá de la audacia de los jóvenes, quizá descubramos el futuro de la iglesia.
Paradójicamente, lo mismo es cierto de su ambivalencia.
Mirando a través de la ambivalencia
La primera vez que conocí al hombre que me reemplazaría en la iglesia donde fui pastor durante casi tres décadas, él era un incrédulo. Además, estaba dormido en la primera fila… mientras yo predicaba. Pero Dios lo sacudió fuertemente con una conversión que eventualmente transformó toda su personalidad. Pasó de aburrirse con la Novia de Dios a querer «gastar y ser gastado» al servicio de su cuidado. Esa iglesia sigue plantando iglesias bajo su liderazgo. Pero nunca lo hubieras esperado si todo lo que hubieras visto era su ambivalencia.
Tanto la ambición impía como la ambivalencia inquebrantable pueden crear un desastre. Una no es más o menos justa que la otra. Pero Dios puede llamar a pastores con cualquier defecto y forjarlos a través de Su programa de trabajo, fracaso, debilidad y sufrimiento. Él puede encender un fuego bajo los desprevenidos que no están convencidos. Él sabe cómo instalar los barandales de humildad para mantener a los soñadores avanzando en la dirección correcta.
La verdadera humildad subordina los deseos
La verdadera humildad funciona como barandal (para los ambiciosos) y gasolina (para los ambivalentes). También actúa como regulador.
En la economía de Dios, el talento que se posee no se traduce en talento que se emplea. La mera presencia de un don no justifica su uso indiscriminado. Dios anhela edificar un carácter que acoja sabiamente el don. Por eso, en las Escrituras, Dios a veces toma a jugadores de gran impacto y los «sienta en la banca» en el desierto, en la cárcel o en la oscuridad. O les trae sufrimiento.
Los tiempos son cada vez más oscuros y necesitamos líderes serios que deseen grandes cosas para la gloria de Dios
Para Dios, un don magnífico y el deseo de utilizarlo son menos importantes que alcanzar la gloria adecuada. Lo que hace tan hermosa a la verdadera humildad es que expulsa la gloria propia. Si no me motiva la gloria de Dios, no hay verdadera virtud ni modestia en mi falta de ambición. Si no estoy dotado para emprender un negocio o ser un líder (y por eso no aspiro), no hay profunda humildad en mi falta de ambición. Juicio sobrio, sí. Pero no humildad. Puedo decirle a las personas todo el día que elegí no lanzar para mi equipo de la universidad. Pero fue la falta de talento, no la humildad, lo que me apartó del atletismo universitario.
La restricción de los intereses propios
Verás, donde hay ausencia de dones y deseo, la humildad es innecesaria. No se está negando ni mortificando nada al abandonar estos caminos. La verdadera humildad, sin embargo, se ve en la aspiración bajo restricción por un bien mayor o una gloria mayor, como el regulador que limita la velocidad de un carro de golf para que pueda servir a su propósito apropiado en el campo.
Del mismo modo, la humildad es el límite consciente de un deseo por la complacencia más gloriosa de otro. «No buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás» (Fil 2:4). No somos humildes porque abandonemos el interés propio, sino porque no nos limitamos a él. La auténtica humildad subordina el interés propio para moverse hacia los intereses de los demás. El «yo» se encoge para que el servicio pueda aumentar.
El esfuerzo por la gloria de Dios
Pablo dijo que, aunque Jesús «existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo» (Fil 2:6-7). Su humildad se manifestó no negando la realidad de Su gloria, sino renunciando a ella (durante un tiempo) para realizar el plan redentor de Dios.
La humildad de Cristo no está en la ausencia de capacidad, deseo o potencial de gloria; está en el control de la misma. Jesús fue el único hombre que pudo decir: «¿O piensas que no puedo rogar a Mi Padre, y Él pondría a Mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles? (Mt 26:53). Además, buscó explícitamente la gloria del Padre: «glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (Jn 17:5). Incluso nos dijo que buscáramos la gloria nosotros mismos, pero la gloria que «viene del Dios único», la gloria que ama al Padre y encuentra la vida en Su Hijo (ver Jn 5:39-45).
Deja que la humilde pasión por la gloria de Dios en Cristo te impulse hacia adelante