DiscipuladoEvangelismo
No, la elección incondicional no es el tema principal de Romanos 9.
Creo en lo que la teología reformada ha llamado “la doctrina de la elección incondicional”: la enseñanza bíblica de que nuestra elección desde antes de la fundación del mundo para salvación en Cristo es una obra incondicional de la gracia de Dios, no basada en algo que Él haya previsto en nosotros, sino en su amor soberano conforme a sus propósitos eternos.
Creo que ella tiene implicaciones valiosas para nuestra vida como creyente. He mencionado algunas de ellas aquí. En otras palabras, creo en las doctrinas de la gracia, lo que comúnmente ha sido llamado “el sistema calvinista”, no porque las haya aprendido de Calvino, sino porque he podido verlas por mí mismo en la Palabra de Dios. Y uno de los textos bíblicos más explícitos sobre este tema es Romanos 9.
Sin embargo, creo que muchos calvinistas cometemos el error de pensar que ese es el tema principal de Romanos 9. Nos enfocamos en el árbol de la doctrina de la elección y perdemos de vista el bosque en el que Pablo, guiado por el Espíritu Santo, nos habla sobre ella. Y pienso que esto tiene serias implicaciones para nosotros, como menciono al final de este artículo.
El verdadero problema que Pablo aborda en Romanos 9
Piensa en esto: ¿de qué viene hablando el apóstol Pablo en su carta a los Romanos antes de entrar en el capítulo 9? (Ten en cuenta que las divisiones de los capítulos no estaban en el escrito original). Pablo ha venido enseñando específicamente sobre el evangelio, las promesas y bendiciones gloriosas que ahora gozamos en Cristo.
Puedes leer esto en los primeros ocho capítulos de la carta, y su gran clímax al final de Romanos 8: “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8:38-39). ¡Amén! ¡Qué promesa tan gloriosa! ¡Qué evangelio tan sublime!
Sin embargo, hay un problema GRANDE en el que pensaba la audiencia original de Pablo: ¿qué pasó entonces con las promesas que Dios le hizo a Israel?
En el Antiguo Testamento se prometen muchas cosas para Israel. Por ejemplo, un avivamiento, que Dios haría un nuevo pacto con ellos y cambiaría sus corazones para que le obedecieran en verdad (Jer. 31:27-34). Pero más adelante en la historia vemos que fueron los judíos quienes crucificaron a Jesús. Es evidente que Dios no cumplió sus promesas si iban dirigidas a todo el pueblo de Israel. Y si Dios no cumplió sus promesas para Israel, ¿cómo creerle entonces cuando nos promete que nuestros pecados son perdonados por la fe en Cristo y somos justificados en Él? ¿Y cómo creer que en Cristo nada nos separará del amor de Dios?
En otras palabras, si Dios no fue fiel a sus promesas para con el pueblo de Israel, entonces no tiene sentido creer el evangelio. Así de simple. Este es, entonces, el gran asunto que Pablo desea abordar en Romanos 9. Su meta principal no es darnos una explicación de la elección incondicional (algo que Pablo definitivamente hace), sino mostrarnos que Dios es digno de toda nuestra confianza aunque parezca que no cumplió sus promesas para Israel.
Míralo por ti mismo. Considera cómo Pablo comienza el capítulo 9 de Romanos. Pablo reconoce la realidad de que hay israelitas que se están perdiendo sin Cristo. Y él sufre por ellos y desearía poder hacer mucho más de lo que está haciendo con tal de que ellos puedan ser salvos. En ese mismo contexto, es enfático al decir que eso no significa que las promesas de Dios para ellos hayan fallado.
“Digo la verdad en Cristo, no miento, dándome testimonio mi conciencia en el Espíritu Santo, de que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque desearía yo mismo ser anatema, separado de Cristo por amor a mis hermanos, mis parientes según la carne. Porque son Israelitas, a quienes pertenece la adopción como hijos, y la gloria, los pactos, la promulgación de la ley, el culto y las promesas, de quienes son los patriarcas, y de quienes, según la carne, procede el Cristo, el cual está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén. Pero no es que la palabra de Dios haya fallado” (Ro. 9:1-6a, énfasis añadido).
¿Cómo Pablo puede decir que la palabra de Dios no ha fallado? En otras palabras, ¿cómo puede decirnos que Dios siempre ha sido fiel con Israel, y que por tanto no es una perdida de tiempo creer el evangelio y que nada nos separará del amor de Dios?
Lo que Pablo dice sobre la elección soberana
Ese es el contexto en el que Pablo empieza entonces a hablar de la soberanía de Dios en la elección de pecadores para salvación.
Primero, Pablo señala que no todos los que son descendientes de Israel (Jacob) y su abuelo Abraham son verdaderos israelitas: “Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque no todos los descendientes de Israel son Israel; ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham” (Ro. 9:6-7). Esto va en sintonía con lo que Pablo ha dicho antes en la carta: solo porque alguien sea judío físicamente, con la sangre de Israel en sus venas y circuncidado en su cuerpo, no significa que sea un judío de verdad ante los ojos de Dios. En otras palabras, formar parte del Israel étnico no te hace miembro del verdadero pueblo de Dios. Lo que cuenta es tener un corazón circuncidado ante el Señor:
“Porque no es Judío el que lo es exteriormente, ni la circuncisión es la externa, en la carne. Pues es Judío el que lo es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, por el Espíritu, no por la letra; la alabanza del cual no procede de los hombres, sino de Dios” (Ro. 2:28-29; compara esto con la promesa del nuevo pacto en Jer. 31:27-34).
Pablo no solo está recordando esta verdad en Romanos 9. Además, como buen predicador y maestro de la Palabra, presenta un ejemplo bíblico irrefutable: el caso de Isaac. Él no fue el único hijo que tuvo Abraham. Sin embargo, Isaac fue el hijo de la promesa y es una prueba de que no todos los hijos físicos de Abraham son receptores de las promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento:
“… ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham, sino que ‘por Isaac será llamada tu descendencia’. Esto es, no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes. Porque la palabra de promesa es esta: ‘Por este tiempo volveré, y Sara tendrá un hijo’” (vv. 7-9).
Y aún más, el apóstol en su exposición guiada por el Espíritu Santo para mostrar la soberanía de Dios en este asunto, presenta el ejemplo de Jacob, el hijo menor de Isaac. En aquella época, era el hijo mayor del padre el que debía heredar las bendiciones de su padre, y sin embargo Dios escogió en su soberanía a Jacob en vez de Esaú, el hijo mayor, como heredero de las promesas. Dios lo escogió no conforme a nada que Él haya visto previamente en Jacob, sino conforme a su propósito soberano:
“Y no solo esto, sino que también Rebeca concibió mellizos de uno, nuestro padre Isaac. Porque cuando aún los mellizos no habían nacido, y no habían hecho nada, ni bueno ni malo, para que el propósito de Dios conforme a Su elección permaneciera, no por las obras, sino por Aquél que llama, se le dijo a Rebeca: ‘El mayor servirá al menor’. Tal como está escrito: ‘A Jacob ame, pero a Esaú aborrecí’” (vv. 10-13).