Vida Cristiana

Cómo cultivar sabiduría en un mundo saturado de información

Cada vez que entro a una librería me inunda un revoltijo de emociones difícil de describir: apenas puedo contener las ganas de reír y llorar al mismo tiempo. Por un lado, me llena de alegría contemplar la oportunidad que tengo de conocer sobre teología, ciencias naturales, historia, filosofía y literatura. Por otro lado, me entristece profundamente reconocer que, por mucho que me esfuerce, jamás aprenderé todo lo que quiero aprender (de este lado de la eternidad, al menos. Tengo la esperanza de que existirán muchas bibliotecas en el cielo).

No importa qué día leas esto: hoy hay más información que nunca al alcance de la punta de nuestros dedos. Cada segundo se acumula más y más. Una búsqueda rápida en Google puede ofrecerte respuestas a las preguntas más ridículas o extrañas que se te ocurran. Parecemos capaces de dar respuesta inmediata a cualquier inquietud, desde «¿Quién es ese actor que me parece tan familiar? ¡Estoy segura de haberlo visto en otro lado!» hasta «¿Cuál es el mejor método para dormir a mi bebé?».

Sentimos que podemos saberlo todo y —lejos de traernos paz— esto produce en nosotros una insaciable hambre de más y más información. Pensamos que, tal vez, si obtenemos un dato más nos sentiremos satisfechos con nuestro acervo de conocimiento o nuestras decisiones. Pero nunca hay verdadero descanso; la tranquilidad solo dura un rato antes de que volvamos a navegar sin rumbo en el infinito mar de información.

Algunos hemos vestido de piedad esta incansable búsqueda de datos. Nos justificamos con base en los deberes: «Debo estar atento a lo que hacen los jóvenes de mi iglesia, por eso los sigo minuto a minuto en todas sus redes sociales». «Debo ser un ciudadano informado, por eso paso las primeras tres horas del día pegado a Twitter y las noticias». «Debo escribir un buen artículo, por eso debo leer cinco libros y quince ensayos sobre los peligros del exceso de información». Nos engañamos a nosotros mismos, convenciéndonos de que necesitamos saber más, en lugar de saber bien. Nos ahogamos en información, mientras permitimos que nuestras almas desfallezcan en una sequía de sabiduría.

La buena noticia es que hoy mismo podemos empezar a caminar de manera diferente. A continuación te comparto seis consejos proverbiales para cultivar la sabiduría en un mundo saturado de información.

1. Teme al Señor

El temor del Señor es el principio de la sabiduría;
Los necios desprecian la sabiduría y la instrucción (Pr 1:7).

Para ser verdaderamente sabios —para vivir una buena vida— debemos empezar buscando a Dios, no buscando en Internet. La sabiduría no se trata meramente de acumular un montón de datos acerca de cómo funciona el mundo. Ni siquiera podemos volvernos sabios memorizando las respuestas de un juego de trivia bíblica. El conocimiento es importante pero no suficiente. Debemos aplicar ese conocimiento de manera adecuada; debemos buscar caminar de acuerdo al estándar divino y no de acuerdo a la moda de nuestra generación.

Dios hizo todo lo que vemos y lo que no podemos ver; Él comprende cómo funciona todo en este mundo quebrantado y también cómo debería funcionar. ¿Quién mejor para decirnos cómo vivir bien que el Autor de la vida? Para empezar a ser sabios debemos rendirnos bajo el señorío del Sabio.

2. Pide sabiduría

Porque el Señor da sabiduría,
De Su boca vienen el conocimiento y la inteligencia (Pr 2:6).

Hay una buena noticia para todos los hambrientos de sabiduría: Dios no es tacaño con ella. Nuestro Señor se deleita en derramarla abundantemente sobre todos aquellos que la piden con fe (Stg 1:5). Para caminar bien en este mundo no necesitamos intentar ser omniscientes como Dios. Podemos clamar a Él por sabiduría para que nos muestre cuáles son las buenas obras que preparó para nosotros y qué es lo que necesitamos saber y hacer para andar en ellas.

Para caminar bien en este mundo no necesitamos intentar ser omniscientes como Dios, pero podemos clamar a Él por sabiduría

 

Por ejemplo, si soy un líder de jóvenes, mi trabajo es discipularlos, no vigilarlos como policía. Lo más sabio será invertir tiempo en cultivar mi conocimiento de la Palabra de Dios (la cual es poderosa para transformarlos) y en reunirme con ellos con regularidad para ver cómo están y orar juntos. Conocer cada detalle de los movimientos de los jóvenes en las redes sociales podrá hacerme sentir muy preocupado por ellos, pero en realidad no me ayuda mucho a servirlos.

3. Llénate de la Palabra

Hijo mío, no te olvides de mi enseñanza,
Y tu corazón guarde mis mandamientos (Pr 3:1).

En un mundo con incontables fuentes de información es fácil olvidarse de beber continuamente de la fuente de verdad eterna: la Palabra. Es en la Escritura que Dios ha revelado los asuntos más importantes acerca de Sí mismo, de nosotros y del mundo que habitamos.

En la Biblia, por supuesto, no encontramos respuestas a todas las preguntas curiosas de nuestra mente… y la razón es que no necesitamos respuestas a todas esas preguntas. Esa curiosidad insaciable es muchas veces lo que nos distrae de lo que necesitamos con mayor desesperación: respuestas a las inquietudes más profundas de nuestras almas. En las páginas de la Biblia encontramos identidad, propósito y esperanza. Las verdades de la Escritura nos alimentan, a diferencia de la chatarra de la que solemos atiborrarnos para entretenernos. Si descuidamos nuestra alimentación de la Palabra de Dios, no debería sorprendernos que nos sintamos espiritualmente anémicos y busquemos saciar el ansia de ser nutridos con más y más datos.

4. Olvídate de saberlo todo

Miren tus ojos hacia adelante,
Y que tu mirada se fije en lo que está frente a ti (Pr 4:25).

Cuando Pablo escribió «examínenlo todo cuidadosamente, retengan lo bueno» (1 Ts 5:21), Internet no existía. Examinarlo «todo» era relativamente sencillo cuando tu todo consistía en unas cuantas conversaciones a lo largo del día, algunas cartas a la semana y quizá un pergamino por aquí o por allá, si eras una persona intelectual y acomodada.

Debemos trabajar duro para limitar las fuentes de información que nos rodean y así ser capaces de examinar lo que leemos o escuchamos

 

Ahora nuestro «todo» es, bueno, prácticamente todo. Tenemos al alcance de la punta de nuestros dedos casi toda la información que se ha producido en la historia de la humanidad: lo bueno, lo malo y lo terrible. Además, el correo electrónico, las aplicaciones de mensajería, de streaming y de redes sociales nos bombardean con un montón de datos que demandan nuestra atención cada minuto. ¿Nos sorprende que tantos hayan dejado de examinar y simplemente consuman sin pensar? ¿Nos sorprende que nuestra mirada vaya de un lugar a otro, en lugar de enfocarnos en lo importante? Debemos trabajar duro para limitar las fuentes de información que nos rodean y así ser capaces de examinar lo que leemos o escuchamos.

5. Sé corregido

No reprendas al insolente, para que no te aborrezca;
Reprende al sabio, y te amará (Pr 9:8).

Dios no nos creó para que estemos solos. Por eso es bueno participar en grupos de lectura, de estudio bíblico y tomar café con amigos piadosos con quienes podamos compartir lo que estamos aprendiendo. Debemos estar abiertos a escuchar y a ser instruidos por otros que son capaces de ver lo que nosotros no.

Ni todo lo que consumes ni todo lo que pasa por tu mente está siempre alineado con la realidad. Necesitamos de otros que nos muestren en dónde nos estamos quedando cortos, en la teoría y en la práctica. Busca a esas personas llenas de la Palabra, con experiencia y puntos de vista distintos a los tuyos, que puedan ayudarte a perseverar en sabiduría.

6. Glorifica a Dios en tu ignorancia

La recompensa de la humildad y el temor del Señor
Son la riqueza, el honor y la vida (Pr 22:4).

Nuestra ignorancia no debe hacernos sentir amenazados. Podemos descansar y maravillarnos en que Dios lo entiende todo mientras decimos ‘no sé’

 

Cuando nos encontramos con algo que supera nuestro entendimiento, el primer impulso suele ser improvisar alguna respuesta medio cocinada o correr a estudiar durante horas para determinar una opinión. Pero no es necesario ceder ante esos impulsos.

Por supuesto, tal vez nos estamos enfrentando a un tema que sí vale la pena analizar en el futuro. Pero nuestra ignorancia no debe hacernos sentir amenazados. Podemos descansar en que Dios lo entiende todo y maravillarnos de Su gloria mientras decimos «no sé».

¿Estás dispuesto a ser sabio?

La sabiduría está disponible para todos nosotros (Pr 1:20-23). La pregunta es: ¿la queremos? Es fácil decir que sí; buscarla es otra cosa. Nuestro mundo lleno de distracción nos satura de información para distraernos de buscar la sabiduría. No lo permitas.

Jesús se entregó en la cruz para que tú y yo podamos recibir corazones nuevos que se someten al señorío del Dios de toda sabiduría. No volvimos a nacer para vivir en la necedad. Los días son malos (Ef 5:16); dejemos de perder el tiempo en el remolino de datos y procuremos caminar como Jesús anduvo. En Él tenemos todo lo que necesitamos para hacerlo.


Ana Ávila es escritora senior en Coalición por el Evangelio, Química Bióloga Clínica, y parte de Iglesia El Redil. Es autora de «Aprovecha bien el tiempo: Una guía práctica para honrar a Dios con tu día». Vive en Guatemala junto con su esposo Uriel y sus dos hijos. Puedes encontrarla en YouTubeInstagram y Twitter.

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