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¿Medicamentos transgénero para niños? 4 conclusiones de un nuevo informe
Este mes se ha publicado «el estudio más grande jamás realizado en el campo de la salud transgénero». Dirigido por la Dra. Hilary Cass, expresidenta del Royal College of Paediatrics (Colegio Real de Pediatría) del Reino Unido, fue encargado por el Servicio Nacional de Salud británico (NHS por sus siglas en inglés) con el objetivo declarado de averiguar «la mejor manera de ayudar al creciente número de niños y jóvenes que buscan apoyo del NHS en relación con su identidad de género». Las conclusiones de esta revisión de cuatro años se plasmaron en un informe de 388 páginas que es, como dice The Economist, «condenatorio de prácticas que eran habituales en Inglaterra hasta hace poco y siguen estando muy extendidas en otros países, sobre todo en Estados Unidos».
Este artículo no se centrará en la reflexión teológica o pastoral, por importante que sin duda sea dicha reflexión, ni presentará argumentos en contra de los fundamentos de la ideología transgénero, argumentos que cada vez se plantean más incluso por filósofos laicos e intelectuales públicos. Mi objetivo es simplemente demostrar que el informe Cass desacredita cuatro afirmaciones muy extendidas.
Este artículo demostrará: primero, que la disforia de género en la adolescencia no predice la experiencia a lo largo de la vida; segundo, que los bloqueadores de pubertad no se limitan a «ganar tiempo» para pensar; tercero, que los bloqueadores de pubertad y las hormonas masculinizantes o feminizantes no son medicamentos «salvavidas»; y cuarto, que el aumento exponencial de la identidad trans en los últimos años no se explica por una mayor aceptación social. Por último, este artículo sugerirá cómo el informe Cass podría ayudarnos a todos a mantener mejores conversaciones, especialmente con aquellos con quienes discrepamos profundamente en cuestiones de identidad trans.
1. La disforia de género en la adolescencia no predice una identificación en la edad adulta.
La identidad trans se presenta a menudo como una realidad innata, que no debe cuestionarse. Se afirma que los niños o adolescentes que experimentan disforia de género simplemente son trans y, por lo tanto, se les debe permitir tomar decisiones sobre esa base. Pero según el informe Cass, la disforia de género en la infancia «no predice de forma fiable si ese joven tendrá una incongruencia de género duradera en el futuro, o si la intervención médica será la mejor opción para ellos» (p. 29).
De hecho, lejos de que la disforia de género en menores refleje una realidad inmutable, la gran mayoría de las personas que la experimentan en la infancia o la adolescencia dejarán de hacerlo en la edad adulta. Como informa Cass, una revisión de estudios «encontró tasas de persistencia del 10-33 % en cohortes que habían cumplido criterios diagnósticos formales en la evaluación inicial» (p. 67). En otras palabras, al menos dos tercios de los que manifestaron disforia de género de niños dejaron de experimentarla en la edad adulta. La mayoría crecieron como adultos atraídos por el mismo sexo, que se identificaban con su sexo biológico (p. 67). (En consonancia con gran parte de la investigación académica secular, el informe Cass utiliza el término «atracción por el mismo sexo»).
2. Los bloqueadores de pubertad no se limitan a «ganar tiempo para pensar».
Los bloqueadores de pubertad se recetan rutinariamente a los adolescentes con el argumento de que solo «ponen pausa» al desarrollo sexual y dan a los jóvenes «tiempo para pensar». Esta afirmación se hace hoy en día en las clases de salud de las escuelas secundarias de todo Estados Unidos. Pero, como señala el informe Cass, «no hay pruebas de que los bloqueadores de pubertad den tiempo para pensar, y existe cierta preocupación de que puedan cambiar la trayectoria del desarrollo psicosexual y de la identidad de género» (p. 32). Sorprendentemente, «la gran mayoría de los jóvenes que empiezan a tomar bloqueadores de pubertad pasan de los bloqueadores de pubertad a las hormonas masculinizantes/feminizantes» (p. 32). Además, los bloqueadores de pubertad pueden afectar negativamente a aspectos físicos importantes como el desarrollo cognitivo y la fertilidad (p. 32).
Entonces, ¿por qué son tan recetados?
En el año 2011, un equipo de científicos holandeses publicó un estudio sobre setenta pacientes que habían recibido tratamiento precoz con bloqueadores de pubertad entre 2000 y 2008. La edad mínima de inclusión en el estudio era de doce años, y los niños tenían que haber «padecido disforia de género de por vida que hubiera aumentado en torno a la pubertad, estar psicológicamente estables sin trastornos psiquiátricos comórbidos graves que pudieran interferir en el proceso de diagnóstico y contar con apoyo familiar» (p. 68). Dados los «malos resultados en salud mental de la población transgénero adulta, gran parte de los cuales se atribuían al estrés de las minorías y a la dificultad para ser aceptados en el género expresado» (p. 68), la lógica era que recetar bloqueadores de pubertad a los niños prepúberes y adolescentes les permitiría vivir con más éxito en la edad adulta, ya que en última instancia se parecerían más al sexo con el que querían identificarse. Dado que se consideraba que tomar bloqueadores de pubertad era simplemente «hacer una pausa», la lógica era también que recetarlos daría a los jóvenes tiempo para pensar, antes de tomar una decisión de alto riesgo sobre las hormonas del otro sexo.
El mismo año en que se publicó el estudio holandés, un estudio británico empezó a probar el uso de bloqueadores de pubertad en niños con disforia de género. Los resultados preliminares del estudio en 2015-2016 no demostraron beneficios. En lugar de ser solo un paso neutral, este estudio encontró que el 98 % de los niños a los que se les recetaron bloqueadores de pubertad pasaron a tomar hormonas del sexo opuesto (p. 71). Pero los resultados del estudio «no se publicaron formalmente hasta 2020, momento en el que se demostró la ausencia de resultados positivos cuantificables» (p. 68).
Mientras tanto, sobre la base de lo que se conoció como «el protocolo holandés», a partir de 2014 en Europa y Estados Unidos, los bloqueadores de pubertad se recetaron rutinariamente a los niños, a pesar de que muchos de ellos «no habrían cumplido con los criterios de inclusión del protocolo original», incluyendo «pacientes sin antecedentes de incongruencia de género antes de la pubertad, así como aquellos con neurodiversidad y presentaciones complejas de salud mental» (p. 73).
Los defensores de prescribir bloqueadores de pubertad afirman que alivian la disforia de género y mejoran la imagen corporal y el bienestar psicológico. Pero la revisión sistemática de la literatura en la que se basa el informe Cass «no encontró pruebas de que los bloqueadores de pubertad mejoren la imagen corporal o la disforia, y pruebas muy limitadas de resultados positivos para la salud mental, que sin un grupo de control podrían deberse al efecto placebo o al apoyo psicológico concomitante» (p. 179). También halló que «la densidad ósea se ve comprometida durante la supresión de la pubertad» y que había «pruebas insuficientes/inconsistentes sobre los efectos de la supresión de la pubertad en el bienestar psicológico o psicosocial, el desarrollo cognitivo, el riesgo cardiometabólico o la fertilidad» (p. 32).
A la luz de los riesgos potenciales en relación con una serie de resultados de salud, en julio de 2023 se aconsejó al Servicio Nacional de Salud del Reino Unido que los bloqueadores de pubertad solo se ofrecieran a menores que participaran en investigaciones científicas (p. 32). Posteriormente, el Reino Unido se convirtió en el quinto país europeo en suspender el uso de bloqueadores de pubertad para jóvenes que se identifican como trans fuera de estudios científicos cuidadosamente controlados.
3. Los bloqueadores de pubertad y las hormonas del sexo opuesto no son medicamentos «salvavidas».
Los bloqueadores de pubertad y las hormonas del sexo opuesto se presentan a menudo como intervenciones que salvan vidas. A menudo se pregunta a los padres de niños que se identifican como trans: «¿Preferiría tener una hija viva o un hijo muerto?», o viceversa. «Se ha sugerido que el tratamiento hormonal reduce el elevado riesgo de muerte por suicidio en esta población», observa el informe Cass, «pero las pruebas encontradas no respaldan esta conclusión». (p. 33)
Lejos de confirmar los beneficios para la salud mental de los bloqueadores de pubertad, los resultados preliminares del estudio de intervención precoz del Reino Unido de 2011 sugirieron que los bloqueadores de pubertad pueden empeorar la salud mental de algunos jóvenes, no mejorarla. El estudio «no demostró una mejora en el bienestar psicológico y, de hecho, algunas mujeres registradas al nacer tuvieron un empeoramiento de los problemas de “internalización” (depresión, ansiedad) basado en el informe de los padres». Resulta preocupante que, «en respuesta a la Youth Self Report Scale (Escala de autoinforme de los jóvenes), hubo un aumento significativo después de un año de tratamiento en los adolescentes que puntuaron la afirmación “intento hacerme daño o suicidarme deliberadamente” como “a veces cierta”, especialmente entre aquellas registradas como femeninas al nacer» (pp. 70-71).
Entonces, ¿por qué está tan extendida la creencia de que los bloqueadores de pubertad salvan vidas?
El informe Cass explica que «hay muchos informes que indican que los bloqueadores de pubertad son beneficiosos para reducir la angustia mental y mejorar el bienestar de los niños y jóvenes con disforia de género», y estos se han utilizado para presionar a los médicos «para que continúen prescribiendo dichos tratamientos basándose en que no hacerlo pondría a los jóvenes en riesgo de suicidio». Pero la revisión sistemática en la que se basa el informe Cass concluyó que «la calidad de estos estudios es deficiente» (p. 179).
Una de las dificultades de estudiar los resultados de la terapia de género es que muchos de los jóvenes que son remitidos a las clínicas de género tienen otros problemas. Una revisión de las derivaciones en varios países concluyó: «Estos niños muestran niveles más altos de lo esperado de TEA, TDAH, ansiedad, depresión, trastornos alimenticios, tendencia al suicidio, autolesiones y ACE» (p. 97). Por ejemplo, investigadores de Finlandia descubrieron que «más de tres cuartas partes de la población adolescente derivada necesitaba apoyo psiquiátrico especializado para niños y adolescentes debido a problemas distintos de la disforia de género, muchos de los cuales eran graves, anteriores y no se consideraban secundarios a la disforia de género» (p. 91). Mientras tanto, los estudios han descubierto que las personas que se identifican como trans tienen «entre tres y seis veces más probabilidades de ser autistas» que sus pares (p. 93).
Los jóvenes remitidos a los servicios de género también tienen una probabilidad desproporcionada de haber pasado por «experiencias adversas en la infancia». Por ejemplo, los estudios han revelado que cerca de la mitad de los niños remitidos a los servicios de género se habían visto afectados por enfermedades mentales o abuso de sustancias por parte de la madre, mientras que casi una cuarta parte habían estado expuestos a violencia doméstica (p. 94).
En cuanto a ideas e intentos de suicidio, las tasas entre los jóvenes que se identifican como trans son superiores a las de la población en general. Pero en lugar de que esto se deba a la falta de aceptación social de las personas trans o a la falta de «medicamentos de afirmación de género» (como se suele afirmar), se debe en gran medida a otros problemas de salud mental. Un estudio reciente que analiza datos internacionales, «revisó todos los adolescentes remitidos a la clínica de género entre 1996 y 2019 (2083) y los comparó con controles de edad similar (16 643)». El estudio encontró que: «Aunque la tasa de suicidio en los jóvenes referidos por género fue más alta que en la población general, esta diferencia se niveló cuando se tuvo en cuenta el tratamiento de salud mental a nivel especializado» (p. 96). El informe Cass concluye: «En general, es difícil sacar conclusiones firmes porque el riesgo absoluto de suicidio en la población de jóvenes con disforia de género y en la población de control era muy bajo, por lo que las cifras eran, afortunadamente, pequeñas» (p. 96).
El discurso popular es que los niños que se identifican como trans sufren porque son trans y que la «medicina de afirmación de género», unida a la aceptación social, resolverá sus problemas de salud mental y evitará que se suiciden. La verdad es que muchos jóvenes que se identifican como trans tienen problemas de salud mental aparte de la disforia de género, y estas otras necesidades suelen desatenderse. El informe Cass concluye que «las pruebas no respaldan adecuadamente la afirmación de que el tratamiento de afirmación de género reduce el riesgo de suicidio» (p. 187).
4. El aumento exponencial de la identidad trans no se explica por una mayor aceptación social.
En los últimos quince años, tanto en el Reino Unido como en todo el mundo occidental, el número de menores remitidos a clínicas de género ha crecido exponencialmente, y la proporción masculina-femenina se ha invertido. En el Reino Unido, «en 2009, 15 adolescentes mujeres fueron remitidas a la clínica de género del Reino Unido y 24 adolescentes varones. Pero en 2016, se derivaron 1071 adolescentes mujeres y 426 adolescentes varones». De hecho, «A partir de 2014, las tasas de remisión al Gender Identity Development Service (Servicio de desarrollo de la identidad de género) comenzaron a aumentar a un ritmo exponencial, y la mayoría de las remisiones eran mujeres registradas al nacer que se presentaban en los primeros años de la adolescencia» (p. 85). Para 2022, el GIDS (por sus siglas en inglés) estaba recibiendo más de 5000 remisiones, aunque el mal mantenimiento de los registros hace que sea difícil decirlo con exactitud (p. 85).
El informe Cass señala que una mayor aceptación social es una «explicación comúnmente presentada» para explicar este aumento de las remisiones. Sin embargo, aunque es evidente que «la aceptación de las identidades trans es mucho mayor, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, el cambio exponencial de las remisiones en un periodo especialmente corto de cinco años es mucho más rápido de lo que cabría esperarse de la evolución normal de la aceptación de un grupo minoritario». Además, el informe observa que una mayor aceptación social «no explica adecuadamente el cambio de varones registrados al nacer a mujeres registradas al nacer, que no se parece a las presentaciones trans de ningún periodo histórico anterior» (p. 26).
Entonces, ¿qué ha impulsado este crecimiento exponencial y el cambio de niños a niñas?
El informe Cass señala que «la influencia de los compañeros en esta etapa de la vida es muy poderosa» (p. 122). Señala la influencia de las redes sociales en los niños que se identifican como trans y la evidencia de que las redes sociales están asociadas a una serie de problemas de salud mental:
En una revisión sistemática de veinte estudios se observó que el uso de las redes sociales se asociaba a problemas de imagen corporal y trastornos alimenticios (Holland y Tiggermann, 2016). Otros numerosos estudios implican el uso de teléfonos inteligentes y redes sociales en la angustia mental y el suicidio entre los jóvenes, en particular las chicas, con una clara relación dosis-respuesta (Abi-Jaoude et al., 2020); es decir, cuantas más horas pasan conectados, mayor es el efecto (p. 110).