“Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (Éxodo 20:12)
“Ora e intenta buscar cuando eras niña o adolescente, si hay algún momento en el que se produjo esa ruptura entre ustedes” fueron las palabras de mi hermana mientras desayunábamos juntas ese día en el cual, una vez más, le abría mi corazón con desesperación, pidiéndole que orara por mi porque anhelaba tener una relación armoniosa con mi mamá y pedía al Señor que no permitiera que ella, o yo, partiéramos de este mundo sin que fuéramos sanadas.
Cada persona que vive en esta tierra tiene una madre. Solo las mujeres, fueron creadas por Dios con lo necesario para albergar y dar a luz una vida. Hay madres presentes, amorosas, responsables; hay otras a las que sus hijos nunca conocieron; hay abuelas que se convierten en las madres de los nietos porque, aunque ya a su edad no tienen la misma fuerza para criar, se han hecho responsables de los hijos de sus hijos. No se cual sea tu caso, pero si se lo que nos enseña la Palabra en cuanto a cómo relacionarnos con ellas.
Uno de los Diez mandamientos dados por Dios a Moisés en el Monte Sinaí, implica precisamente, el cómo debemos tratar a nuestros padres: “honra a tu padre y a tu madre”. No es algo que eliges, no depende de si la conociste o no, si te mostró amor o no, si te crio o te abandonó. Es un mandato y éste, tiene una promesa muy significativa: “para que tus días sean largos en la tierra que Dios te da”.
¿Qué significa honrar? Según el Diccionario Webster 1828, honrar proviene del latín honoro, y quiere decir, respetar, tratar con deferencia y sumisión, realizar ciertos deberes para la persona honrada. Tratar con civismo y respeto en las relaciones ordinarias de la vida. Sinónimos de respetar, serían admirar, apreciar, considerar, aceptar.
Nací y crecí en un hogar con padres responsables y trabajadores, que suplieron, tanto a mi como a mis hermanas, todas nuestras necesidades. Había comunicación abierta y espacios para compartir. Trabajé con mi mamá por muchos años en el colegio de la familia, pero en algún momento, que no puedo claramente identificar, comenzó a producirse un distanciamiento entre nosotras. No es que dejáramos de vernos ni hablar, porque fuimos vecinas por alrededor de veinte años, pero en mi interior, no había paz.
Para honrar a mi mamá debía respetarla, admirar quien ella era, apreciarla como Dios la creó, aceptarla y ser considerada con ella.
Por años oré e intenté en mis propias fuerzas que todo estuviera bien, sin embargo, solo parecía funcionar por tan solo un momento.
¡Y el Señor inclinó su oído y escuchó mi clamor! Mi mamá fue diagnosticada con un cáncer de hueso que ya venía causándole mucho dolor y tuve el privilegio de poder estar muy cerca de ella, prodigarle amor y cuidados en sus últimos seis meses de vida en esta tierra. ¡Qué bendición tan grande es poder ser testigo de las misericordias de Dios que son nuevas cada mañana y de Su fidelidad que es tan grande! Tuvimos conversaciones profundas y liberadoras, oramos juntas muchas veces y Dios reconcilió nuestros corazones. En ese corto tiempo, ¡la abracé tantas veces y pude decirle con un corazón libre que la amaba y recibir su amor!
Amiga, hermana, comparto contigo mi testimonio de lo que significa honrar a las madres. Espero que te sea de inspiración y ánimo sabiendo que con Dios nada es imposible y aún estás a tiempo de mostrarle amor, respeto y aprecio a tu madre.
Cristina Incháustegui
Esposa de José Alfonso Poy y madre de dos hijos. Sicóloga escolar de profesión con diplomado en Educación cristiana del Seminario Teológico Presbiteriano, Mérida, México. Miembro de la IBI desde el 2010 y parte del ministerio de misiones Antioquía y del Ministerio de mujeres Ezer. Directora del Programa AMO para América Latina y el Caribe. Apasionada por la enseñanza bíblica y convencida del poder de la educación para bien o para mal, según donde estén sus raíces.
Acerca del Autor
0.00 avg. rating (0% score) - 0 votes