Reflexiones
Deja tú cautiverio en pos de tú libertad
“El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel;
(Isaías 61:1)”
Muchas veces nosotros los cristianos no disfrutamos de todas las bendiciones que el Señor nos provee a consecuencia de la falta de conocimiento de las Escrituras.
Pero lo cierto es que en otras ocasiones es a consecuencia de que no tomamos la determinación de asumir la posición que el Señor ha venido a traernos.
Y así podemos ver que hay muchos cristianos que pasan años en sus congregaciones pidiendo misericordia a nuestro Dios sin darse cuenta de que son ellos mismos quienes deben dar el gran paso hacia la libertad que ya nuestro Señor Jesucristo ha establecido para Sus seguidores. A lo largo del Antiguo Testamento podemos ver a través de las profecías lo que se anunciaba acerca del Mesías, pero hoy, mis queridos hermanos, veremos la misión que nuestro Señor Jesús tenía en la tierra y que Él mismo la refresca con Sus propias palabras, cuando lee las Escrituras en el templo diciendo:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos. A predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. (Lucas 4:18-21)”
Para entender esta gran exposición que hace nuestro Señor Jesucristo, deberemos transportarnos a través del tiempo cuando nuestro Dios le prometió al patriarca Abraham, una tierra de bendición, una tierra que pasaría a ser nuestra por heredad y como dueños lo lógico sería no pagar arriendo por algo que es nuestro y que además no estamos ocupando, esa situación siempre será molesta, ya que nuestro Dios había prometido a Abraham una tierra propia y de bendición.
“Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu descendencia daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, quien le había aparecido. (Génesis 12:7)”
Abraham, en obediencia, había dejado su propia tierra y a su parentela para viajar largos kilómetros hasta llegar a Canaán, la cual ocupó durante cuatro generaciones hasta que tuvieron que abandonar dicha tierra a consecuencia de la maldad de los paganos que allí habitaban. (ver Gén 15:12-21)
Pasó el tiempo y llegó el momento que nuestro Dios había establecido, manifestándose a Moisés quien luego de salir de Egipto dirige a los descendientes de Abraham en busca de la tierra que Dios les había prometido, pero esta vez la conquista tuvieron que efectuarla militarmente, mediante innumerables batallas, la cual, hicieron huir a los paganos invasores, quitándoles todo aquello que le pertenecía al pueblo de Dios.
“No pienses en tu corazón cuando Jehová tu Dios los haya echado de delante de ti, diciendo: Por mi justicia me ha traído Jehová a poseer esta tierra; pues por la impiedad de estas naciones Jehová las arroja de delante de ti. No por tu justicia, ni por la rectitud de tu corazón entras a poseer la tierra de ellos, sino por la impiedad de estas naciones Jehová tu Dios las arroja de delante de ti, y para confirmar la palabra que Jehová juró a tus padres Abraham, Isaac y Jacob. Por tanto, sabe que no es por tu justicia que Jehová tu Dios te da esta buena tierra para tomarla; porque pueblo duro de cerviz eres tú. (Deuteronomio 9:4-6)”
Por otro lado, la descendencia de Abraham a través de Moisés comenzaba a recuperar lo que Dios les había prometido a través de Su Palabra, y eso era la preciada libertad para sus vidas. Hemos visto que nuestro Dios, a través de Su Palabra, nos ha prometido libertad de todos nuestros opresores, apertura de las cárceles espirituales que nos mantienen cautivos y de un enemigo que lucha día y noche sin piedad para que no podamos recibir las bendiciones que nuestro Dios tiene preparadas para todos nosotros. Hoy en día, por Su gracia divina, todos podemos participar de las promesas que nuestro Dios le entregó a Abraham y de hecho a todos nosotros como descendientes espirituales de este patriarca, pero además nuestro Señor nos refresca la promesa de libertad al igual que a ellos.
Tú y yo deberemos batallar para conquistar esa ansiada libertad que nuestro Señor nos ha prometido, y para ejecutar dicha acción deberemos desatar una verdadera guerra espiritual en conquista de nuestra libertad, equipándonos con la armadura que nuestro Dios nos sugiere en el libro de Efesios:
“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. (Efesios 6:12-17)”
Cuando al pueblo de Israel le llegó el momento de tomar la conquista de la tierra prometida después de la muerte de Moisés, fue Josué quien continuó liderando al pueblo de Dios y todos sus guerreros estaban dispuestos a dar sus vidas con el fin de obtener lo que Dios les había prometido y así como ellos debemos estar todos nosotros unidos en estos tiempos si es que queremos que las puertas de los oprimidos sean abiertas por nuestro Señor Jesucristo. Josué y sus valientes guerreros ya habían puesto sus pies sobre la tierra prometida, y así como ellos, tú y yo deberemos poner nuestros pies sobre las promesas que nuestro Señor Jesucristo nos hizo al momento de recibirlo en nuestros corazones, como nuestro Señor y Salvador personal. Fue así cuando Dios le habló a Josué para decirle:
“Más Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra. (Josué 6:02)
¡¡¡Y HOY NOS DISE MIS QUERIDOS HERMANOS!!! ¡¡¡MIRA YO TE HE ENTREGADO EN TUS MANOS LAS HUESTES DE MALDAD QUE TE HAN MANTENIDO ATADO Y OPRIMIDO!!!
“Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres. (Efesios 4:7-8)”
Nuestro Dios, a través de Josué, le infundió ánimo y confianza al pueblo de Israel en la batalla que les tocaría enfrentar, y para tal efecto les entregó las estrategias precisas y necesarias que tendrían que hacer para lograr la anhelada victoria. Veamos cómo narra este impactante episodio las Escrituras.
“Y cuando toquen prolongadamente el cuerno de carnero, así que oigáis el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará a gran voz, y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el pueblo, cada uno derecho hacia adelante. (Josué 6:5)”
Más adelante, en este mismo libro de Josué, nos relata el momento exacto en que Dios les entrega Jericó y luego la tierra que Dios le había prometido a Su siervo Abraham.
“Entonces el pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las bocinas; y aconteció que cuando el pueblo hubo oído el sonido de la bocina, gritó con gran vocerío, y el muro se derrumbó. El pueblo subió luego a la ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron. (Josué 6:20)”