La persona y obra de Jesús es un misterio glorioso. Por un lado, la Biblia nos enseña a confesar a Jesús de Nazaret como «el verdadero Dios y la vida eterna» (1 Jn 5:20). Por otro lado, también nos enseña a confesar a Jesús como un verdadero ser humano. De hecho, la Biblia nos condena como mentirosos y anticristos si nos atrevemos a invalidar la humanidad de Jesús (2 Jn v. 7). De esta manera, la Biblia nos orienta frente al misterio de la encarnación de Dios el Hijo.
El gran pináculo de este misterio se pone de manifiesto cuando contemplamos a este Dios encarnado crucificado en un madero, entregando Su espíritu y muriendo (Lc 23:46) ¿Cómo pudo morir el Inmortal? ¿Cómo pudo experimentar la muerte Aquel que es la fuente de vida?
A través de los siglos, las mentes más brillantes de la teología cristiana dieron su aporte para articular una explicación cristológica sana respecto al evento de la cruz. Estos teólogos estuvieron motivados, en parte, por la necesidad de contrarrestar herejías y errores de su época. En este artículo, quiero retomar aquellas reflexiones, para promover y recomendar una cristología sana para nuestra generación que tanto la necesita.
Dos naturalezas que se conservan en una persona
En el año 451 d. C., los obispos y teólogos más importantes del mundo cristiano se reunieron en el Concilio de Calcedonia para concretar una definición cristológica que sirva como respuesta autoritativa ante la herejía del eutiquianismo (monofisismo) y ante casi todas las demás herejías cristológicas que circulaban por aquellos años, como el arrianismo, el nestorianismo y el apolinarismo, entre otras.
La Definición de Calcedonia articuló el entendimiento correcto de Jesús afirmando que Él es:
Un mismo Cristo, Hijo, Señor, unigénito, reconocido en dos naturalezas que no se confunden, no cambian, no se dividen, no se separan; en ningún momento la diferencia entre las naturalezas fue eliminada por la unión, sino que las propiedades de ambas naturalezas se conservan y se reúnen en una sola persona y un solo ser subsistente; no está dividido en dos personas, sino que es un mismo Hijo unigénito.1
En otras palabras, la Definición de Calcedonia nos ayuda a confesar a Jesús como Dios encarnado usando categorías precisas y a reconocer que, desde la encarnación, Él es una sola persona con dos naturalezas. Pero aún más importante, nos ayuda a identificar y negar varios malentendidos sobre Jesús. Por ejemplo, la idea de que Jesús después de Su encarnación afectó, cambió o modificó Su naturaleza divina; o que desde la encarnación, Jesús tiene una nueva naturaleza mezclada (como si fuera una especie de semidiós, al estilo de la mitología griega); o que Jesús se convirtió en dos personas.
En Jesús vemos al Dios inmutable, quien nunca cambió ni afectó Sus atributos al encarnarse, sino que tomó para Sí una naturaleza humana unida a Su persona
La confesión ortodoxa de Jesús como Dios encarnado es mucho más maravillosa y misteriosa que las propuestas de los herejes. En Jesús vemos al Dios inmutable, quien nunca cambió ni afectó Sus atributos divinos al encarnarse, sino que tomó y apropió para Sí una naturaleza humana unida a Su persona (de ahí que se le llama «unión hipostática» o personal). Ambas naturalezas están unidas a la persona, pero sin mezclarse entre sí. La persona del Hijo es siempre única, indivisible e inseparable por toda la eternidad.
¿Cómo esto nos ayuda a entender la cruz?
Las categorías de Calcedonia han permanecido como el lenguaje que ha guiado toda la tradición del pensamiento cristiano ortodoxo hasta nuestros días. Lo vemos de manera explícita en las confesiones y los catecismos de la tradición reformada. Por ejemplo, el Catecismo de Heidelberg afirma:
Cristo es verdadero hombre y verdadero Dios. En Su naturaleza humana, Cristo no está ahora en la tierra; pero en Su divinidad, majestad, gracia y Espíritu nunca está ausente de nosotros… La divinidad de Cristo está ciertamente más allá de los límites de la humanidad que ha asumido, pero al mismo tiempo Su divinidad está en Su humanidad y permanece personalmente unida a ella.2
Notemos que el catecismo enfatiza que Jesucristo, como Dios encarnado, nunca dejó de ser inmutable, omnisciente, omnipresente, inmortal, impasible, eterno, todopoderoso y autoexistente. Al mismo tiempo, como hombre, fue en todo como nosotros, pero sin pecado (He 4:15). Por lo tanto, al nacer, Jesús se hallaba sostenido por los brazos de Su madre, pero no por eso dejó de ser el Dios que sostenía el universo y cada molécula del cuerpo de María (a este concepto se le llama extra calvinisticum).
Los más conocidos representantes de la teología reformada frecuentemente han predicado el misterio de la cruz enfatizando que las propiedades de cada naturaleza de Jesús se conservan, como lo atestigua la definición de Calcedonia. De esta manera se ha predicado la cruz, explicando que la razón por la que el Dios encarnado pudo morir es precisamente porque experimentó la muerte en Su humanidad, sin que esto afecte o destruya ninguno de Sus atributos divinos, como el de Su inmortalidad.
La muerte del Hijo de Dios según la teología reformada clásica
R. C. Sproul, representante de la cristología reformada clásica, explica el evento de la cruz diciendo:
Deberíamos retroceder horrorizados ante la idea de que Dios realmente murió en la cruz. La expiación fue hecha por la naturaleza humana de Cristo. De alguna manera, la gente tiende a pensar que esto disminuye la dignidad o el valor del acto sustitutivo, como si estuviéramos negando implícitamente la deidad de Cristo. Dios no lo quiera. Es el Dios-hombre quien muere, pero la muerte es algo que solo se experimenta por la naturaleza humana, porque la naturaleza divina no es capaz de experimentar la muerte (The Truth of the Cross [La verdad de la cruz], pp. 160-61).
Por otro lado, el celebrado erudito en teología sistemática trinitaria, Fred Sanders, describe el misterio de la cruz así:
«Dios murió» significa que Dios experimentó el único tipo de muerte que se puede experimentar, y esa es la muerte de las criaturas. ¿Cómo pudo haber ocurrido eso? Aquí es precisamente donde entran en juego las categorías calcedonias… Según la explicación calcedonia de la encarnación, el Hijo de Dios tomó en unión personal consigo mismo una naturaleza humana completa y, por lo tanto, existió como una persona teantrópica (divina y humana). No dejó de ser Dios, sino que asumió la naturaleza humana en una unión hipostática (personal) consigo mismo. Hizo Suya esa humanidad, y en esa humanidad apropiada se apropió de la muerte humana real. Murió la única muerte que hay para morir, nuestra muerte. «Dios murió» también se puede decir en esta forma más larga: «La eterna segunda persona de la Trinidad, Dios Hijo, tomó unión personal consigo mismo, sin confundirla, cambiarla, dividirla o separarla de Su eterna naturaleza divina; una naturaleza humana completa a través de la cual experimentó la muerte» (Jesus in Trinitarian Perspective [Jesús en una perspectiva trinitaria], p 15).
Aunque la lista de citas de teólogos podría ser larga, veo necesario incluir la contribución de Brandon D. Crowe. En su reconocida obra introductoria a la cristología reformada clásica, explica la muerte de Jesús en la cruz de esta manera: «Dios no puede morir. Sin embargo, es posible que el Hijo de Dios muera en virtud de Su naturaleza humana, pues Su naturaleza humana es débil y mortal» (The Lord Jesus Christ [El Señor Jesucristo] p. 248).
Procuremos con ansias conocer la verdad bíblica en toda su profundidad y proclamarla de todo corazón
Aunque estas afirmaciones pueden provocar reacciones emocionales en aquellos que desconocen cómo se ha explicado este asunto en la historia de la cristología, debemos reconocer el hecho indiscutible de que esta ha sido la forma cristiana milenaria de entender y confesar el misterio de la muerte del Hijo de Dios en la cruz. Afirmando la larga tradición de esta enseñanza, Crowe concluye:
Esta postura también ha quedado firmemente establecida en la historia de la teología cristiana. Atanasio sostiene que el Hijo de Dios no podía sufrir ni morir en Su esencia, sino solo en Su humanidad (C. Ar. 2.16; 3.56). Como divino, el Hijo de Dios es impasible; como hombre, es pasible (C. Ar. 3.31-34; Gregorio Nacianceno, Or. 30.16). Gregorio Nacianceno explica que el grito de abandono de Jesús en la cruz («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» [Sal 22:1]) no se refiere a que el Hijo divino fuera abandonado por Su Padre o por la Deidad en Su sufrimiento (pues eso no es posible), sino que era Cristo, en Su persona, representándonos (p. 248).
Una verdad que no debe desaparecer del púlpito
Nuestros púlpitos necesitan de manera urgente recuperar la teología cristiana sana clásica.
Además, aunque nuestra teología debe depender de la Palabra de Dios, debemos reconocer que hay un gran peligro en ignorar o rechazar todo vocabulario solo porque no aparezca explícitamente en la Palabra. Recordemos que la palabra «Trinidad» tampoco aparece en la Biblia, ni la palabra «infalible», ni las «cinco solas», ni la frase que resume el evangelio bíblico: «Salvos en Cristo por gracia mediante la fe». Sin embargo, todas estas son expresiones que resumen enseñanzas fieles a las Escrituras.
El repudio del vocabulario cristológico de Calcedonia desembocará inevitablemente en imprecisiones que se acercan peligrosamente a la herejía. Si la teología clásica e histórica no regresa a las mentes y los corazones de los pastores, maestros y miembros de nuestras iglesias, seguiremos escuchando en los púlpitos frases como: «La Trinidad fue separada en la cruz» o «Al hacerse hombre, Jesús dejó de ser Dios por un tiempo» o «Dios pausó por un tiempo Sus atributos divinos para vivir como hombre». Lamentablemente, todas estas frases representan herejías y errores que son muy populares en nuestros días.
Por lo tanto, procuremos con ansias conocer la verdad bíblica en toda su profundidad y proclamarla de todo corazón. ¡Que el misterio glorioso de la cruz no sea distorsionado ni ocultado, sino contemplado y adorado! El Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, murió en la cruz y experimentó la muerte humana de una manera tan real y verdadera como tú y yo lo haremos algún día. Esta verdad es digna de ser enseñada, predicada, proclamada y estudiada por todas las generaciones.
1. Citado en: Chad Van Dixhoorn, Creeds, Confessions, and Catechisms: A Reader’s Edition (Wheaton: Crossway, 2022), p. 27. ↩
2. Heidelberg Catechism, Revised Edition, preguntas 47 y 48 (Cleveland, OH: Central Publishing House, 1907), pp. 60-61. ↩