IntegridadMomentos
Confiando en Dios a través de la infertilidad
En el mes de mayo nuestro país, junto con muchas otras naciones celebran el día de las madres. Una fecha que rinde homenaje y se dedica a celebrar y destacar la importancia de las madres, su aporte y amor incondicional. Para mí estas fechas me recuerdan, mas estruendosamente que mis anhelos no han sido cumplidos una vez más.
Mi esposo y yo llevamos más de 8 años recorriendo el camino de la infertilidad, y nosotros, como cualquier otra pareja, nunca esperábamos que esto formara parte de nuestra historia. Es un proceso doloroso y triste, que te llena de impotencia, incertidumbre, ansiedad y desesperanza. Te agota de manera emocional, física y espiritual, y trae consigo consecuencias relacionales y matrimoniales. Puede consumir fácilmente cada pensamiento y cada decisión. Si siguen un tratamiento como el caso de nosotros, invade tu calendario, tu cuenta bancaria, tu dormitorio y tu cuerpo. Y, sin embargo, a menudo sigue siendo una lucha muy solitaria y oculta, disimulada por la propia sensibilidad del tema.
Esta situación ha puesto de manifiesto la soberanía de Dios de un modo que ha probado mi fe de tantas maneras. Me ha revelado aquello en lo que he dependido para obtener satisfacción y felicidad. Me ha revelado muchas veces en que he puesto mi confianza: en mi fuerzas, en mi proactividad, en tratamientos, en estrategias, en la ciencia, en mis recursos y tantas otras cosas dejando a un lado a Dios.
Seria deshonesto decir que siempre lo he hecho bien. En Los momentos más duros, solitarios y dolorosos he estado en la encrucijada muchas veces. Me ve he visto huir de Dios con frustración, resentimiento y amargura; y aun así ver que en medio de mi aislamiento El me recuerda que me ama, me perdona y me espera. Pero también otras veces he corrido hacia sus brazos amorosos depositando mis cargas sobre El, donde he podido experimentar su sanación, aliento y fortaleza. He podido refugiarme en Su palabra donde realmente encuentro descanso para mi alma abatida.
«El SEÑOR es mi roca, mi baluarte y mi libertador; Mi Dios, mi roca en quien me refugio; Mi escudo y el poder de mi salvación, mi altura inexpugnable«. Salmos 18:2
Dios conoce nuestras cargas. En la biblia podemos ver en Proverbios 30:16 como Salomón pone de manifiesto el peso del dolor en la infertilidad: «el sepulcro, el vientre estéril, la tierra, que nunca se sacia de agua, y el fuego, que no se cansa de consumir.» También numerosas veces en el Antiguo Testamento se habla de la infertilidad de las mujeres. Una de las historias más conocida es la de Ana. En 1 Samuel leemos que Ana clama al Señor, pidiéndole que le conceda un hijo con tanta angustia que el sacerdote Elí creyó que estaba ebria. Esta imagen refleja la desesperación de una mujer que anhela profundamente un hijo que Dios ha decidido providencialmente no darle.
Dios conoce la profundidad del dolor que conlleva la infertilidad. Solo El podrá traer consuelo a nuestros corazones y plenitud en medio de nuestro vacío, darnos identidad, propósito y gozo en medio del dolor y la confusión. Mirando a través del lente de la Cruz, Sus planes y propósitos son buenos. Se nos asegura que “…Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos.” Romanos 8:28
Si entonces Dios hace que todo lo que ha provisto para nuestras vidas sea para nuestro bien, entonces debemos confiar en El, aquel que es bueno y quien ha escrito nuestras historias. Dios es el dador de vida, El es quien abre y cierra las matrices. El tiene control de todas las cosas, para que sucedan y para que no sucedan. Puedo tratar (y lo he hecho) pero no puedo hacer las cosas con mi propio poder, voluntad o fuerza, y es en mi debilidad que se manifiesta Su poder. Dios nos dice «Te basta mi gracia”. Confiar en su bondad, en su buena providencia para nuestras vidas, nos proporciona una sensación de satisfacción y paz a lo largo de cualquiera que sean nuestras luchas; Todos estos años me han llevado a lugares de dependencia, humildad y debilidad, encontrándome con Dios en la compasión y la esperanza. Hoy puedo decir que mi vida está segura en manos de Aquel que me hizo y que me ha redimido. Hoy puedo decir que mis necesidades y felicidad no serán saciadas ni completadas por el regalo de un bebé. Solo en Jesus es que podemos depositar toda nuestra esperanza. El nunca nos fallará, ni desampara.
«El SEÑOR irá delante de ti; Él estará contigo, no te dejará ni te desamparará; no temas ni te acobardes«. Deuteronomio 31:8