El cristiano con frecuencia se encuentra ante dos textos que debe aprender a interpretar correctamente: el primero, y el más importante, es el texto bíblico, la Palabra de Dios que es útil para enseñar, reprender, corregir e instruir en justicia (2 Ti 3:16); el segundo es el texto cultural, por decirlo de una manera; es decir, los rasgos centrales del mundo en el que ha sido llamado a vivir para la gloria de Dios (1 Co 10:31). Por eso es crucial que los creyentes reconozcamos nuestro doble llamado: alimentarnos de la Palabra de Dios y vivir sus principios en el mundo bajo la guía del Espíritu Santo.
Existen recursos que pueden ayudarnos a cumplir con este doble llamado que implica interpretar de manera correcta la Palabra de Dios, es decir, que nos ayudan en el proceso de hacer uso adecuado de la hermenéutica y la exégesis bíblica, seamos creyentes con estudios bíblicos formales o no.
Sin embargo, al mismo tiempo no deberíamos descuidar la importancia de aprender a hacer exégesis cultural.
La exégesis cultural
El término «exégesis» proviene del griego exēgéomai, que significa: explicar, dar significado, declarar, relatar o interpretar. Para ser más específicos, la exégesis busca «extraer» el significado del texto que el autor quiso transmitir a sus destinatarios originales.
Ahora bien, es importante aclarar que el término exégesis no se usa solo para hablar de la interpretación de las Escrituras, sino también para la labor de interpretar el contexto actual. Me refiero a la exégesis cultural, la cual busca observar, entender e interpretar la cultura, así como la hermenéutica y la exégesis bíblica lo hacen con la Palabra de Dios.
Si la exégesis bíblica busca extraer el significado del texto bíblico, la exégesis cultural pretende entender los «textos culturales» de las sociedades, es decir, sus productos culturales como las canciones, las películas, las ideologías políticas, los patrones de conducta, las tendencias, entre otros.
Definiendo qué es la cultura
Antes de continuar, es necesario definir lo que en este artículo se entiende por «cultura». Aunque hay diversos estudios y debates sobre su significado, aquí parto de dos definiciones.
Para el teólogo Bruce Riley Ashford, «cultura es cualquier cosa que los seres humanos producen cuando interactúan entre sí y con la creación de Dios» (Every Square Inch [Cada pulgada cuadrada], p. 12). Es decir, «la cultura es el producto de todas las sociedades humanas, el producto de la actividad humana deliberada» (Plowing in Hope [Arando con esperanza] p. 12).
Ashford concluye que podemos interactuar entre nosotros y con la creación de Dios de distintas maneras:
Cuando interactuamos entre nosotros y con la creación de Dios, cultivamos la tierra (granos, verduras, ganado), producimos artefactos (ropa, viviendas, automóviles), construimos instituciones (gobiernos, empresas, escuelas; p. 12).
Lo cual nos lleva a la conclusión de que, en cierto sentido, todo lo que hacemos es cultura. Como afirma Andy Crouch: «Cultura es todo: pinturas (ya sea pinturas hechas con los dedos o la mismísima Capilla Sixtina), tortillas de huevo, sillas, etc. Es lo que los seres humanos hacen con el mundo» (Culture Making [Crear cultura] (p. 23).
La exégesis cultural busca entender el pensamiento humano del momento por medio de los productos culturales que produce
Todo esto nos permite afirmar que la exégesis cultural busca entender el pensamiento humano del momento por medio de los productos culturales que produce, sea una pintura, una canción, una producción cinematográfica, un libro o ideas abstractas. Es decir, todo revela una filosofía de vida: lo que se hace, la manera en que se hace y el propósito con el que se hace.
En otras palabras, nos ayuda a responder a la pregunta: ¿Cómo entender la cultura y proceder ante ella a la luz de la Escritura?
El ejemplo de Pablo en Atenas
En los tiempos de Pablo, Atenas todavía traía a la mente de las personas ciertas filosofías de vida, como el intelectualismo, la política, el Estado y la religión;1 esta última era en extremo importante.2
Lucas menciona que en Atenas, tanto atenienses como extranjeros, pasaban el tiempo buscando oír algo nuevo en especial sobre la religión (Hch 17:21). Tanto era el fervor religioso de Atenas que Petronio, un contemporáneo del apóstol Pablo, afirmó con ironía que en la ciudad era «más fácil encontrar a un dios en la calle que a un humano».3
Presta atención a cómo Pablo se acercó a las personas de Atenas:
Entonces, Pablo poniéndose en pie en medio del Areópago, dijo: «Varones atenienses, percibo que ustedes son muy religiosos en todo sentido. Porque mientras pasaba y observaba los objetos de su adoración, hallé también un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido”. Pues lo que ustedes adoran sin conocer, eso les anuncio yo» (Hch 17:22-23).
Notemos que el apóstol parte de la observación minuciosa de los altares atenienses y considera el altar «Al Dios desconocido» como oportunidad para predicar a los atenienses sobre el Dios único y verdadero.
El resto del discurso de Pablo tiene varios puntos que podríamos analizar, pero lo que compete en este escrito es que —a riesgo de sonar simplista y de ser señalado de incurrir en un anacronismo— Pablo ilustra en este pasaje la estrategia de lo que hoy llamamos exégesis cultural. Es decir, Pablo pudo entender el estado del ser humano y la sociedad por medio de sus productos culturales, con el propósito de responder bíblicamente y de vivir fielmente los principios bíblicos.
De la agorafobia al agoranomos
En psiquiatría, la agorafobia se define como la «fobia a los espacios abiertos, como plazas, avenidas, campo, etc.». Este miedo a los lugares públicos puede ser análogo al miedo que, en muchas ocasiones, los cristianos sentimos al tratar de ejercer nuestra fe en el ámbito público (las artes, la economía, las leyes, la política, la ciencia y otras ramas del saber). En muchas ocasiones, este miedo hace que releguemos nuestra fe a algo meramente privado, que solamente tiene que ver con nuestras emociones y no con la realidad externa.
Sin embargo, cuando leemos las Escrituras, no existe la noción de una «fe privada» o relegada a los sentimientos, sino que nuestra fe está puesta en el Señor que posee autoridad sobre el cielo y la tierra, que reina no solo sobre nuestros «sentimientos privados», sino sobre las naciones y el universo entero (Mt 28:18; cp. Sal 24:1).
Cuando leemos las Escrituras, no existe la noción de una «fe privada» o relegada a los sentimientos
Por lo tanto, si un comportamiento parecido a los síntomas de la agorafobia no es una opción para los cristianos, ¿cómo hacemos una exégesis de la cultura de manera que honre a nuestro Dios? Permíteme concluir al hablarte brevemente sobre esto.
La palabra agorafobia deriva del griego ágora, que significa «lugar de reunión» o «mercado, plaza» y fobia significa «miedo». En la antigua Grecia, el ágora era una plaza que funcionaba como mercado, pero que también funcionaba como un lugar de reunión donde los ciudadanos se involucraban en la vida de la polis (gr. ciudad), hablando de las ideas, las religiones y las costumbres del momento.
En la plaza existía también el oficio del agoranomos, que deriva de ágora (mercado) y nomos (ley). Es decir, el agoranomos era el «inspector del mercado» que supervisaba el uso justo de pesos y medidas, la calidad de las mercancías y las transacciones entre compradores y vendedores en los mercados. Nota cómo su vocación involucraba un aspecto de justicia en las medidas y calidad de los productos.
Si me permites la analogía, los cristianos deberíamos actuar menos como agorafóbicos y más como agoranomos si hemos de entender los tiempos en que vivimos. Nuestra actitud hacia la «plaza cósmica» de la cultura debe ser la de alguien que «prueba los espíritus» (1 Jn 4:1) y que pone «todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo» (2 Co 10:5 ss.). Debemos actuar como agoranomos al evaluar todo producto cultural para saber si están en sintonía con el peso y la gloria de Dios.
Por medio de esta labor podremos desenmascarar los ídolos a la luz de la Palabra, los cuales pueden ser políticos como el liberalismo, el socialismo, el capitalismo, el anarquismo, el progresismo, el totalitarismo, incluso el nazismo; pueden ser ídolos sociales como el individualismo, el materialismo o la sexualidad; pueden de igual manera ser ídolos intelectuales como el racionalismo, el empirismo, materialismo o el naturalismo.
Todos estos ídolos se expresan a través de nuestros productos culturales y como buenos agoranomos haremos bien en identificarlos para llevarlos cautivos a Cristo.
1. Atenas era una de las tres ciudades intelectuales más importantes del mundo conocido. Atenas contaba con una larga línea de filósofos influyentes, además de Platón, estaban Zenón, Epicteto, Epicuro y Aristóteles. Visto en Copan, P. y Litwak, K. D., The Gospel in the Marketplace of Ideas [El evangelio en el mercado de las ideas] (InterVarsity Press, 2014), p. 28. ↩
2. El filósofo Paul Copan explica el fervor religioso en Atenas: «El nombre de la ciudad proviene de la diosa griega Atenea. El famoso escritor griego Esquilo dijo de Atenas que es «querida por los dioses» (Eum. 869). El Areópago, recibió su nombre de Ares, el dios griego de la guerra. Según Pausanias, un escritor del siglo II a. C. que escribió una descripción detallada de Grecia, dijo que Ares fue juzgado allí por el cargo de asesinar al hijo de Poseidón (Descr. 1.28.5). El Areópago también se conoce como la «Colina de Marte». Esto se debe a que el dios griego Ares se identificó con el dios romano de la guerra, Marte. Ibíd., p. 29. ↩
3. Petronio, El Satiricón, p. 17. ↩