Vida Cristiana
Cómo mantener la Biblia como tu prioridad de lectura
Nadie me tuvo que animar a leer. A mi madre le gusta contar cómo le exigía que me enseñara los sonidos de las consonantes cuando apenas estaba aprendiendo las vocales en el preescolar. También recuerdo mis intentos por ocultar un libro bajo el plato de sopa, leyendo a través del cristal de la mesa del comedor mientras los demás charlaban.
Así, no me sorprende que, mientras que algunos se preguntan cómo pueden disciplinarse para desarrollar el hábito de la lectura, otros tenemos la inquietud opuesta: ¿Cómo podemos asegurarnos de no estar leyendo demasiado? Más específicamente: ¿Cómo es que los cristianos amantes de la lectura podemos guardarnos de no dejar la Escritura en segundo plano, mientras avanzamos por nuestra siempre creciente lista de libros pendientes?
La pregunta es válida; no es en vano que Salomón escribió que «el hacer muchos libros no tiene fin, y demasiada dedicación a ellos es fatiga del cuerpo» (Ec 12:12). Los seres humanos somos expertos en tomar lo bueno —como la reflexión y el aprendizaje— y convertirlo en un ídolo.
Estas son algunas ideas que pueden ayudarte a guardar tu corazón de ignorar la Palabra de Dios, mientras te dedicas a explorar el mundo de Dios a través de las páginas que llenan tu biblioteca.
Primero lo primero
Lo sencillo suele ser lo más importante: para mantener la Biblia en el primer lugar, por encima de tus otras lecturas, pon constantemente la Biblia antes de tus otras lecturas. Lee la Escritura antes de que leas cualquier otra cosa.
Con frecuencia, ir primero a la Biblia pondrá el resto de tus lecturas en su lugar
Esto es tan obvio que nos vemos tentados a pasarlo de largo. Pero es importante detenernos para examinar nuestro corazón: ¿Por qué es que, mientras repetimos «¡Cuán dulces son a mi paladar Tus palabras!, / Sí, más que la miel a mi boca» (Sal 119:103) y «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil…» (2 Ti 3:16), nos es tan fácil hacer a un lado la Biblia para favorecer otro tipo de lectura? ¿Realmente creemos lo que tantas veces hemos escuchado y dicho acerca de la Escritura? ¿Estamos convencidos de que la Palabra inspirada es superior a cualquier otra cosa impresa en la historia? Nuestras acciones podrían evidenciar que no es así.
Oremos entonces que Dios abra nuestros ojos para ver las «maravillas de [Su] ley» (Sal 119:18) y pongamos primero lo primero. Aunque no «tengamos ganas», digamos en fe: «Señor, vengo a Tu Palabra primero porque sé que en ella encuentro vida como en ningún otro lugar».
Con frecuencia, ir primero a la Biblia pondrá el resto de tus lecturas en su lugar. La historia del jarrón en el que primero se colocan las rocas grandes, luego las rocas pequeñas, luego la arena y luego el agua se ha contado millones de veces porque dice algo cierto sobre ordenar las prioridades. Si colocas primero la lectura de la Biblia y la oración cada día, pidiéndole al Señor que te muestre cada vez más la superioridad de Su Palabra inspirada ante todo lo demás, tus otras lecturas pasarán a segundo plano y encajarán en los espacios secundarios a lo largo del día.
Las interacciones con la Biblia en sus múltiples formas —devocional personal, estudio en comunidad, predicación expositiva, cantar la Palabra, etc.— son las «rocas grandes» que colocamos primero en el frasco de nuestra vida intelectual. Lo demás puede caber en los espacios que queden. ¿Cómo poner las rocas grandes? Tu calendario y un compañero de rendición de cuentas son una buena idea para empezar.
Mantén lo primero también en lo segundo
La prioridad de la Escritura no desaparece cuando estás leyendo libros que no son la Biblia.
Mientras exploras una novela o un ensayo, pregúntate: «¿Qué dice Dios acerca de lo que estoy aprendiendo?». Si no tienes idea de qué responder, tienes una pista muy importante: estás absorbiendo un montón de información nueva sin un estándar sólido para separar la verdad del error. Es probable que tengas poco conocimiento de la Escritura y que debas dedicar más tiempo al estudio profundo de la misma antes de integrar otros materiales a tu tiempo de lectura.
Mientras exploras una novela o un ensayo, pregúntate: ‘¿Qué dice Dios acerca de lo que estoy aprendiendo?’, para ver si puedes separar la verdad del error