¿Qué sentido tiene sufrir en la oscuridad?
Esa pregunta me atormentó durante años. Me preguntaba si los días, meses e incluso décadas de dolor que nadie presenciaba tenían algún propósito. Mi sufrimiento no era limpio y ordenado, con un comienzo definido, una duración corta y un propósito claro. Se alargó hasta que tuve la tentación de perder la esperanza y enfurecerme contra mis circunstancias. Me preguntaba si mi fidelidad no tenía sentido. Supuse que mi respuesta privada al sufrimiento era, en última instancia, intrascendente.
Nada podría estar más lejos de la realidad.
Desde entonces he aprendido que, en lugar de ser insignificante, nuestro sufrimiento privado tiene una importancia enorme, con consecuencias eternas de largo alcance. De hecho, nuestro sufrimiento nunca es privado, porque todo lo que hacemos y decimos está siendo observado por el mundo invisible, un mundo de ángeles y demonios, de potestades y principados, de una gran nube de testigos y de nuestro trino Dios. Aunque esto pueda parecer desconcertante para algunos, saber que estamos rodeados de todos estos espectadores invisibles me ha inspirado a seguir adelante a través de mi propio dolor.
El mundo (invisible) que observa
Puede que sienta que nadie ve o sabe por lo que estoy pasando, pero en realidad todos estamos en un gigantesco campo de batalla, donde ángeles y demonios están estirándose para ver qué pueden aprender sobre Dios a través de nosotros. Nos observan para ver cómo Dios nos ayuda, cómo Su presencia disipa nuestros miedos y cómo inspira nuestra adoración. Nuestras vidas están a la vista por completo. No se trata de una fantasía de ciencia ficción ni de un mito tranquilizador diseñado para aliviar nuestro dolor y nuestra soledad. No, la asombrosa verdad de que somos observados constantemente está firmemente fundamentada en las Escrituras.
Sabemos que estamos rodeados de una gran nube de testigos (He 12:1), que incluye seres celestiales «vigilantes» que ven lo que ocurre en la tierra (Dn 4:13, 17). Satanás también nos vigila, acusándonos ante Dios (Zc 3:1; Ap 12:10), como hizo con Job (Job 1:6-12), mientras sus ángeles caídos, «las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes», llevan a cabo sus planes (Ef 6:12). Satanás quiere que dudemos de la bondad de Dios y que creamos que el valor de Dios está ligado a las bendiciones materiales que da. Por eso, cuando bendecimos a Dios en medio de la prueba, estamos mostrando a Satanás y a sus demonios la grandeza y el valor del Dios que ellos rechazaron.
Muchos de los seres celestiales son ángeles que nos vigilan de cerca, y Dios los envía en respuesta a nuestras oraciones (Dn 9:21-23), a menudo rodeándonos con una protección que no podemos ver (2 R 6:17; Sal 34:7). Se alegran cuando los pecadores se arrepienten (Lc 15:10) y observan atentamente nuestras vidas para comprender los misterios de Dios (1 P 1:12).
Mi vida es para la gloria de Dios, y cuando encuentro satisfacción en Dios más que en Sus dones, estoy resaltando el valor de Dios ante un público inmenso e invisible