5 servidores que toda iglesia necesita

Jack asistía con su esposa al servicio matutino todos los domingos. En el tiempo que lo conocí, nunca predicó desde el púlpito ni dirigió ministerios. Pero sí que sabía orar.

De manera apasionada, Jack alentaba a la oración cuando había que tomar decisiones. Organizaba reuniones de oración en la iglesia y en su casa. Enviaba mensajes a los líderes, incluido mi esposo, para hacerles saber que pensaba en ellos, escribiendo oraciones en textos y correos electrónicos. Escuchar a Jack era entrar en una interminable conversación con Dios.

Cada iglesia necesita un siervo como Jack, cada iglesia probablemente tenga un siervo como Jack. Pero hombres o mujeres como él simplemente pueden ser pasados por alto. Cuando vemos dones de enseñanza y liderazgo en los congregantes, es fácil entusiasmarse y querer nutrir esos dones más obvios. Sin embargo, muchos otros dones y miembros necesitan ser notados y animados.

Tal y como demostró la Iglesia primitiva, todo don recibido es para el bien común, la entrega desinteresada de uno mismo por los demás (1 Co 12:6-7). En Hechos, Lucas incluye relatos de hombres y mujeres que escuchan el evangelio, responden y sirven a sus iglesias, siguiendo el ritmo del arrollador movimiento del evangelio hacia el exterior (Hch 1:8). Muchos no dirigieron grandes ministerios, no escribieron libros de la Biblia ni predicaron a multitudes. La mayoría permaneció en el anonimato. Aun así, Dios utilizó a estos siervos allí donde estaban, con los dones que tenían, para edificar y animar a su iglesia. Dios sigue obrando a través de tales siervos en nuestras iglesias hoy, y ellos necesitan ser animados y equipados al igual que aquellos que tienen dones más visibles.

5 tipos de servidores

Estos son cinco servidores que vemos entretejidos a lo largo del libro de los Hechos y que toda iglesia necesita cultivar.

1. El siervo dedicado a la oración

Los amigos más íntimos de Jesús vieron cómo ascendía al cielo, con Sus últimas palabras en la mente: no salgan de Jerusalén, esperen a que el Padre derrame Su Espíritu (Hch 1:4-5). Así que esperaron con gran expectación y oraron.

El corazón de una persona para la oración puede animar a otros a seguir buscando, a seguir creyendo y a seguir orando

 

Lucas nos dice que María se contaba entre aquellos que oraban continuamente y en unidad (Hch 1:14). Ya la habíamos oído orar antes, cuando aceptó humildemente su papel como madre de Jesús (Lc 1:46-55), y ahora vemos a María junto a otros creyentes haciendo lo que Jesús les mandó: Permanecer. Esperar. Dios cumplirá pronto Su promesa.

¿Quién ora con valentía y frecuencia en tu congregación? ¿A quién ves orando por los demás después del servicio dominical? Al igual que María, el corazón de una persona para la oración puede animar a otros a seguir buscando, a seguir creyendo y a seguir orando.

2. El servidor que usa sus habilidades para los propósitos del reino

A unos cincuenta kilómetros de Jerusalén, los discípulos llamaron a Pedro y se reunieron en torno al lecho de muerte de Tabita. Viudas sollozantes sostenían en alto las ropas que ella les había confeccionado, demostrando por qué Lucas la declaró una mujer «rica en obras buenas y de caridad» (Hch 9:36). Dios devolvió la vida a Tabita, y su resurrección animó a muchos a confiar en el Señor (Hch 9:40-42).

Tabita usó sus habilidades para satisfacer necesidades, y en cada congregación hay quienes hacen lo mismo. El hombre que va a arreglar la cerca del pastor, las mujeres que preparan las comidas para las nuevas mamás, los que decoran el santuario para Navidad: todos ellos usan sus habilidades para amar a los miembros de la iglesia.

3. El servidor generoso con recursos

Después de que Pablo predicara el evangelio en la colonia romana de Filipos, una mujer de negocios llamada Lidia fue convertida y bautizada. Pablo y sus compañeros necesitaban un lugar donde alojarse, y Lidia les ofreció gustosamente su casa (Hch 16:15).

El ofrecimiento de hospitalidad cristiana de Lidia proporcionó la comida y el alojamiento seguro que estos forasteros necesitaban. Su servicio permitió a Pablo y a sus amigos seguir predicando el evangelio hasta los confines de la tierra (Hch 1:8).

No se trataba de un gasto o empleo de tiempo insignificante. Al igual que la familia que invita a estudiantes universitarios a almorzar después del servicio dominical, el miembro que proporciona alojamiento a los misioneros y la mujer mayor que compra pañales para los bebés de madres solteras, Lidia dio generosamente de lo que tenía para proveer al pueblo de Dios.

4. El servidor que discierne sabiamente

Algunas personas de nuestras iglesias conocen la Biblia en profundidad, y tú sabes quiénes son. Priscila y Aquila eran dos de esas personas, un equipo de confianza formado por un esposo y una esposa que hacían tiendas y trabajaban junto a Pablo.

Cuando esta pareja oyó al también creyente Apolos enseñar con valentía en la sinagoga, lo apartaron y en privado «le explicaron con mayor exactitud el camino de Dios» (Hch 18:26). Apolos llevó lo que había aprendido de Priscila y Aquila a Acaya, donde demostró por medio de las Escrituras que Jesús era el Cristo (Hch 18:28). El discernimiento de este matrimonio reforzó el ministerio de enseñanza de Apolos y le ayudó a crecer.

Me animan los pastores que invitan a hombres y mujeres de sus congregaciones a hablar de las Escrituras y sus aplicaciones para los próximos sermones. Es una forma de enriquecerse mutuamente, un recordatorio público de que se valora el interés de los miembros de la iglesia por las Escrituras y sus experiencias de vida.

Los que viven sabiamente pueden ayudar a responder a las preguntas pendientes del lunes para los que predican y enseñan. ¿Sirvieron bien las aplicaciones a la congregación? ¿Qué impresión le causaría el sermón a una mujer que ha abortado, a un hombre que acaba de perder su trabajo o a un incrédulo escéptico? No tenemos que responder a estas preguntas por nuestra cuenta.

5. El siervo anónimo que ama a su iglesia local

A lo largo de Hechos, vemos el patrón de cumplimiento de las promesas del crecimiento de la iglesia. A menudo, recordamos el crecimiento como grandes acontecimientos que llevaron a miles de personas a creer: poderosos sermones, milagros e imposición de manos para recibir el Espíritu Santo.

Sin embargo, ¿qué ocurrió cuando esos apóstoles se marcharon, dejando a miles de convertidos sin nombre? La iglesia primitiva no podría haberse multiplicado únicamente sobre las espaldas de los apóstoles. Como señaló Tim Keller, «los cristianos laicos, no predicadores ni evangelistas capacitados, llevaron a cabo la misión de la iglesia no mediante la predicación formal, sino a través de conversaciones informales».

Cuando animamos a todos los miembros a usar sus modestos dones para la gloria del Dador, el Espíritu los usa para edificar Su iglesia, cerca y lejos

 

La obra de Dios continuó, gracias al entusiasmo y al amor que estos primeros convertidos anónimos tenían por sus iglesias locales y por el evangelio. Sí, no tienen nombre para nosotros, pero ciertamente Dios no los desconocía. Si en tu congregación hay siervos como ellos, no son desconocidos para ti.

Toma tiempo para animar

¿Cómo sería si los miembros de la iglesia supieran que sus dones son valorados, y lo escucharán desde el púlpito o a través de la confirmación personal de parte de los líderes de la iglesia? Imagino que estos dones se ejercitarían con mayor osadía. Entonces, ¿por dónde empezamos?

Equipar a todos los santos exige una autorreflexión en oración. Significa darnos cuenta de nuestra posible inclinación a valorar los dones y personalidades más afines a los nuestros, a veces a expensas de otros dones. Exige conocer a los miembros de la iglesia, discernir la salud espiritual e identificar los puntos fuertes y débiles.

Entonces, trabajamos para reescribir la narrativa de que los dones menos visibles son menos valiosos. Con permiso, no temas compartir ejemplos desde el púlpito de la mujer que te animó con las Escrituras o del estudiante universitario que compartió el evangelio con sus compañeros de habitación incrédulos. Dedica tiempo a animar al miembro que ora continuamente, a la mujer que hace cobijas para bebés y a los hombres que siempre limpian la cocina después de las comidas.

Desde que me mudé, Jack y yo ya no asistimos a la misma iglesia. Aun así, mi esposo y yo recibimos mensajes suyos haciéndonos saber que —adivinaste— está orando. Puede que este servicio no llegue a una plataforma ni se convierta en un ministerio organizado. Actos sencillos como este pueden sentirse pequeños. Pero la iglesia local necesita de todos sus miembros y dones (1 Co 12:14-20). Cuando animamos a todos los miembros a usar sus modestos dones para la gloria del Dador, el Espíritu los usa para edificar Su iglesia, cerca y lejos.


Publicado originalmente en The Gospel CoalitionTraducido por Eduardo Fergusson.


Ashley Anthony
 sirve junto a su esposa, Matt, en College Church en Wheaton, Illinois. Tiene cuatro hijos, enseña cursos de literatura y estudia en el Westminster Theological Seminary.

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