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«He aquí la sierva del Señor» (2)

“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. ”LUCAS 1.26–27, RVR60

(Ver primera parte aquí)

María, su origen y contexto

Las palabras introductorias a María en el evangelio nos comunican mucho más de lo que leemos en principio:

“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María.” (Lucas 1.26–27, RVR60)

La expresión “al sexto mes” conecta este pasaje con la historia anterior, la que narra otro milagro de concepción (esta vez de una anciana estéril) anunciada por el mismo ángel (1.5-25), que traería como resultado el nacimiento de Juan el Bautista. Además de la vinculación ministerial de este con Jesús, el relato se nos brinda para entender la conexión familiar entre María y Elisabet (1.36, 39-45). Es evidente que este es el plan de Dios y no las casualidades que se dan entre los hombres.

En obediencia a dicho plan, Gabriel es enviado a “una ciudad de Galilea, llamada Nazaret”. De acuerdo con lo que relata la Escritura misma, Galilea no tenía la mejor de las reputaciones entre los judíos; en tiempos de Salomón, 20 ciudades de Galilea fueron dadas como presente a Hiram, rey de Tiro que había colaborado ampliamente con la construcción del templo (1 Reyes 9.10-11). Por esto, esta región fue luego bautizada como “Galilea de los gentiles”, siendo reconocida en el Antiguo y Nuevo Testamento como “tierra de sombra de muerte”, y sus habitantes como “pueblo que andaba en tinieblas” (Isaías 9.1-2, Mateo 4.12-16). Los judíos despreciaban a los galileos, tanto que dudaban que de allí pudiera venir el Mesías:

“Respondieron y le dijeron: ¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado profeta.” (Juan 7.52, RVR60)

Este debate no es nada comparado con la opinión que tenían de la ciudad específica de María, la ciudad de Nazaret:

“Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret. Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve.” (Juan 1.45–46, RVR60)

María no provenía de la aristocracia gobernante, tampoco era una señorita de la capital, Jerusalen. Era una mujer humilde, de una región poco apreciada en Israel, que probablemente era solo superada por Samaria en cuanto al repudio nacionalista de los judíos. Celso, un filósofo griego del segundo siglo, escribió en su libro “El verdadero Logos” que la ciudad era notoria por la corrupción, los vicios y la prostitución. Y de entre estos, María halló gracia ante el Señor.


No importa de dónde vengamos, tampoco que tanta erudición, reconocimiento o recursos tenemos, Dios tiene mayor gracia a favor nuestro. Su gracia es suficiente para cubrir las deficiencias que todo ser humano tiene ante su grandeza y majestad.

La siguiente frase trae detalles adicionales: “una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David…”.

La virginidad de María era una necesidad y requisito para el nacimiento del Señor Jesucristo: el Señor lo había profetizado así (Isaías 7.14), era una señal del Poder Divino a favor de su pueblo. Esta es probablemente la característica de María que más engrandece a Cristo Jesús, pues el nacimiento virginal de Cristo tenía que ver con la gloria del Señor y no con la gloria de María. Pero sobre todo, era la manera de enseñar que todo lo que ocurría en el vientre de María era dirigido por Dios Padre, por lo que ninguna duda debía existir acerca de la procedencia de Jesús y su relación con el Padre como su Unigénito Hijo. En palabras de John MacArthur:

“El nacimiento virginal es una suposición subyacente en todo lo que la Biblia dice acerca de Jesús. Desechar el nacimiento virginal es rechazar la deidad de Cristo, la exactitud y la autoridad de las Escrituras, y una serie de doctrinas relacionadas con el centro de la fe cristiana. Ningún problema es más importante que el nacimiento virginal para nuestra comprensión de quién es Jesús.”[1]

Era necesario que Jesús naciese de una virgen porque en el Plan Redentor era necesario que el Hijo de Dios llegara a ser a la vez el Hijo del Hombre, para ser así el verdadero y único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre:

“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” (1 Timoteo 2.5–6, RVR60)

“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos 4.14–16, RVR60)

“Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.” (1 Juan 5.20, RVR60)

No sólo se nos comparte el testimonio de María acerca de su propia virginidad (v. 34), pero igualmente la respuesta de José ante la noticia del embarazo nos provee suficiente información para entender a María como virgen:

“El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor pormedio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS.” (Mateo 1.18–25,RVR60)

María estaba desposada con José, descendientede David (como asumimos también era María si consideramos la genealogía del Evangelio de Lucas como la de ella), un simple carpintero (Mateo 13.55) pero igualmente un varón justo (Mateo 1.19). En la sociedad de aquel entonces una mujer sin marido era prácticamente invisible, y sólo encontraba validarse a sí misma al casarse (consideremos como ejemplo la historia de Jefté narrada en Jueces 11.34-40). El desposorio no era un matrimonio, tampoco un noviazgo al estilo occidental, pues era el compromiso definitivo que tomaban los padres de la novia con el novio (o con sus padres) previo al matrimonio; este se extendía por un año y los novios no podían tener contacto físico, pues la relación era directamente supervisada por los padres, y solo podía disolverse con el divorcio. Este carácter de pureza era tal, y de tanto valor el compromiso, que la violación traía castigo:

“Si hubiere una muchacha virgen desposada con alguno, y alguno la hallare en la ciudad, y se acostare con ella; entonces los sacaréis a ambos a la puerta de la ciudad, y los apedrearéis, y morirán; la joven porque no dio voces en la ciudad, y el hombre porque humilló a la mujerde su prójimo; así quitarás el mal de en medio de ti. Mas si un hombre hallare en el campo a la joven desposada, y la forzare aquel hombre, acostándose con ella, morirá solamente el hombre que se acostó con ella; mas a la joven no le harás nada; no hay en ella culpa de muerte; pues como cuando alguno se levanta contra su prójimo y le quita la vida, así es en este caso. Porque él la halló en el campo; dio voces la joven desposada, y no hubo quien la librase.” (Deuteronomio 22.23–27, RVR60)

José desistió de repudiarla en secreto no porque la amara (el amarla era la razón para que el repudio no fuera público), pero porque fue convencido por Dios que le envió su ángel para hacerle entender que ella seguía siendo virgen, que no le había faltado, y que su concepción era un milagro que Dios estaba obrando para la salvación de Su pueblo (Mateo 1.18-24)

La última de las frases a considerar hoy es breve pero no por ello insignificante: “… y el nombre de la virgen era María.

El nombre “María” se deriva del hebreo “Mara”, de donde provienen otros nombres como “Marian” y “Miriam”, y significa “amargura”. El término se emplea para describir las aguas de un cierto lugar que, por amargas, eran imposibles de beber (Exodo 15.22-27), pero es en la vida de Noemí (que significa “placentera”) donde mejor podemos entender el significado para los hebreos, pues era un asunto más que culinario:

Y ella les respondía: No me llaméis Noemí, sino llamadme Mara; porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.” (Rut 1.20, RVR60)

Los nombres entre los hebreos tenían un significado real, que reflejaba el contexto de vida de quien lo portaba. Por todo lo que mencionamos acerca de Galilea y de Nazaret sería fácil para nosotros comprender el dolor, las dificultades y precariedades en las que debió crecer esta mujer. Su vida al parecer tenía suficientes razones para ella misma llenarse de amargura, ¿sería esto menos ante el anuncio del ángel Gabriel? En realidad no.

María fue informada por el ángel Gabriel de que había hallado gracia ante los ojos del Señor, participando del Plan de Redención de la humanidad, por lo que sería “bendecida” y “muy favorecida”, pero el precio a pagar sin duda sería altísimo para ella.

José, su consorte, dudó de ella y de su pureza (como ya vimos). De repudiarla a la manera de la ley mosaica, María enfrentaba una condena a ser apedreada hasta morir. De no hacerlo, quedaba expuesta por siempre al “qué dirán”. El ya mencionado Celso, en su libro “El verdadero logos”,  procuraba atacar a los cristianos y su fe, y denostaba a Jesús y su procedencia, sugiriendo que María se había embarazado de un soldado romano llamado Tiberius Julius Abdes Pantera, quien habría entrado en la oscuridad de la noche a la cama de María y a quien ella confundiera con José, teniendo sexo con  ella y dejándola embarazada. Aunque José procuró separarse de ella discretamente, parece ser obvio que tal discreción no fue suficiente para evitar que la comunidad descubriera el embarazo de María antes del matrimonio y que así fuera ella envilecida a los ojos del pueblo; Elisabet, por ejemplo, supo del embarazo de manera sobrenatural y no pudo contener su alegría y alabó a la criatura en el vientre de María, pero a la vez pudo haber hecho público el embarazo (Lucas 1.39-45).

María, además, debió ser testigo de primera mano de los ataques hacia su hijo (Marcos 3.21-35), y acompañarle hasta la misma crucifixión (Mateo 27.55-56, Juan 19.25-27).

¿Cuál fue la respuesta de María?

“Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.”LUCAS 1.38, RVR60)

¡Que grande era su fe, y cuan comprometido su amor por el Señor! Antes que reverenciarla, deberíamos todos procurar aprender de ella estas hermosas y magníficas cualidades.

Sea, pues, esta nuestra oración en este día.


[1] Traducido del artículo “Why the Virgin Birth IsEssential”, de John MacArthur

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