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«He aquí la sierva del Señor»

“Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta. Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. Y he aquí tu parienta Elisabet, ella también ha concebido hijo en su vejez; y este es el sexto mes para ella, la que llamaban estéril; porque nada hay imposible para Dios. Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.” (Lucas 1.26–38, RVR60) 

La disputa sobre el papel de María, la madre de nuestro Señor, en la historia y vida de la fe cristiana, no ha sido poca. El Catolicismo Romano (junto con el Cristianismo Ortodoxo de Oriente) ha elevado la figura de María a nivel de semidiosa. Es de todos conocido que estos igualan la tradición de la iglesia a la Revelación Divina contenida en las Sagradas Escrituras, y es a esta tradición (junto a un conjunto de especulaciones de hombres llevadas a extremos impensables para los creyentes del primer siglo) que debemos todo lo que de María se enseña dentro del catolicismo.  

En años recientes, el marianismo ha experimentado un nuevo auge, ya no por las múltiples apariciones de María (como las narradas por los niños pastores Lucía, Jacinta y Francisco, en la Cova da Iria, en Fátima – Portugal) que han sido creídas y documentadas por los católicos, pero ahora creyentes evangélicos han cedido y procurado que otros evangélicos vean a María con ojos católicos; el 21 de Marzo del 2005 la revista TIME en su portada reseñaba el artículo “Should Mary be venerated by Protestants?” (“Debería María ser venerada por los Protestantes?”), de David Van Biema. «La historia de la portada de TIME es parte de un fenómeno más grande, con muchos protestantes de la línea principal (no tradicionales) que recurren a una reconsideración de María e incorporan la veneración de María en las devociones personales y la adoración corporativa. Algunos van tan lejos como para reconocer a María como intercesora, dirigiendo oraciones a ella y a otros santos» ( Traducido del artículo “Mary for Protestants? A New Look at an Old Question”, del Rev. Albert Mohler Jr. ).

Beverly Roberts Gaventa, profesora de Literatura y Exegesis del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico Princeton, ha escrito algunos libros sobre María (“Mary: Glimpses of the Mother of Jesus”, “Blessed One: Protestant  Perspectives on Mary”), proponiendo la necesidad de que los protestantes revisemos nuestras enseñanzas con relación a María y la consideremos “Madre de todos los creyentes”. De acuerdo con ella: 

«No hay una figura comparable a ella… [los evangelios resaltan] el consentimiento de María a la intervención de Dios en su vida, su exaltación por la redención de Dios, su reflexión sobre el significado de Jesús y, ciertamente, su presencia perseverante con otros creyentes. Al identificar a María como nuestra Madre, no elevamos tanto a María como reconocemos en su historia la afirmación fundamental de Lucas de que nada será imposible para Dios, ni siquiera nuestro consentimiento a la voluntad de Dios».

Es necesario que recuperemos una perspectiva bíblica de María, la sierva del Señor, pero primero debemos identificar las creencias comunes (y erradas) sobre ella. 

María de acuerdo al Catecismo Católico Romano: 

Los elementos marianos introducidos por los católicos a la fe cristiana y que son disputados por los evangélicos pudieran resumirse en cuatro, tal como lo plantea el sitio web Desiring God, en este artículo de Thomas Schreiner (los números entre paréntesis representan el artículo del Catecismo Católico Romano al que se hace referencia): 

Su virginidad perpetua 

Afirma que María fue una virgen perpetua (499, 510). Según el catolicismo, María era una virgen al concebir a Jesús, siguió siendo virgen al dar a luz y mantuvo su virginidad toda su vida. Los hermanos y hermanas de Jesús no son los hijos de María y José, sino que son los primos de Jesús: los hijos de José de un matrimonio anterior, o cercanos relacionados con Jesús. 

En el siglo II, el Protoevangelio de Santiago enseñó la virginidad de María antes e incluso después del nacimiento, aunque no afirma que ella haya mantenido su virginidad después. Ireneo en el segundo siglo enseñó la perpetua virginidad de María, pero no se sostuvo universalmente, ya que fue discutido por Tertuliano en el mismo siglo y Helvidio en el cuarto siglo también cuestionó su validez. 

Aún así, la doctrina fue ganando terreno, y fue apoyada por Agustín y Gregorio de Nyssa, y afirmada en el sexto concilio ecuménico en 680 dC. En realidad, muchos reformadores apoyaron la perpetua virginidad de María, incluyendo a Lutero, Zwinglio, Bullinger, Latimer y Cranmer.

Este es un argumento innecesario y carente de evidencia bíblica. José se abstuvo de sostener relaciones sexuales con su esposa “hasta” que dio a luz (Mateo 1.25; cf. Mateo 2.13,15). El Nuevo Testamento, en más de una ocasión menciona a María junto con sus otros hijos e hijas, hermanos del Señor (Mateo 12.46-50 & 13.55, Marcos 3.31-35 & 6.3, Lucas 8.19-21, Juan 7.1-9 y Hechos 1.14).

Nota: Luego de publicar este post llamó mi atención el pasaje de Mateo 1.25, donde dice que José «no la conoció [a María] hasta que dio a luz a su hijo primogénito»; aquí el pronombre personal «su» es el griego αὐτῆς , que es genitivo singular femenino (en contraste con αὐτοῦ , que es genitivo singular masculino), por lo que el pasaje comunica que Jesús era el primogénito de María, lo que sin duda es una evidencia más a favor de lo que claramente afirma la Palabra del Señor de que María tuvo otros hijos, por lo que no murió virgen.

Su ascensión a los cielos 

Los católicos romanos confiesan y declaran que María fue asumida (o llevada) al cielo (966), aunque no fue declarada dogmáticamente como una doctrina hasta 1950 por Pío XII. Podríamos pensar que la ascensión de María en «cuerpo y alma» significa que ella no murió, pero la doctrina no determina definitivamente si ella murió antes de su ascensión. 

Las referencias más tempranas a la ascensión de María fueron en el siglo III o IV, pero la enseñanza se hizo bastante popular en los siglos posteriores. Esta creencia es fantasiosa, carente por completo de la más mínima base bíblica ni teológica. 

Su inmaculada concepción 

Los católicos confiesan la doctrina de la concepción inmaculada, que debe distinguirse del nacimiento virginal de Jesús o de la concepción virginal. Por una concepción inmaculada, la Iglesia Católica enseña que María fue preservada del pecado original por los méritos de Cristo. 

La inmaculada concepción no fue declarada formalmente como doctrina de la iglesia hasta 1854 por el Papa Pío IX (491, 966). La doctrina se desarrolló lentamente en la historia de la iglesia, e incluso Tomás de Aquino se opuso. Aún así, en el siglo XIX había crecido en popularidad. Técnicamente hablando, la inmaculada concepción de María debe separarse de la noción de que estuvo sin pecado durante toda su vida, pero la impecabilidad de María también es afirmada por la Iglesia Católica, y por lo tanto también se afirma su ausencia de pecado personal (493, 508). 

La razón que muchos aducen para sostener esta postura es el hecho de preservar a Jesús como perfecto y sin pecado, pues su madre también lo fue y así el pecado era imposible que pasara a formar parte de la naturaleza de nuestro Señor. Sin embargo, me pregunto: el mismo Dios que milagrosamente colocó a su Unigénito Hijo en el vientre de una virgen, ¿no podría preservarlo allí de la influencia del pecado? El razonamiento sobre esto es circular, pues si María debía ser sin pecado para que su Jesús también lo fuera, entonces la madre de María debió ser igualmente inmaculada,  y lo mismo su abuela, ¡y así hacia atrás hasta llegar a Eva! María en sus declaraciones se reconoce a sí misma como pecadora (Lucas 1.46-48) y de acuerdo con el texto griego ella junto a los hermanos del Señor en algún momento le consideraron estar “fuera de sí” (vs. Marcos 3.21, 31-35). 

Si María hubiera sido sin pecado entonces ella misma habría podido ser la redentora de la humanidad, y el Padre no habría necesitado sacrificar a su Hijo (Romanos 3.10-26) 

Su reconocimiento como “Reina de los cielos” 

María es el objeto de la devoción en el catolicismo romano como la Reina del Cielo. María es considerada la Madre de la Iglesia (963). Los católicos aclaran que María no es adorada como Dios es (latria), pero es venerada (doulia), y esa veneración la distingue de otros mediadores (hiperdoulia, 971). Su intercesión puede traer «salvación eterna», y se le otorgan «títulos de Defensora, Ayudante, Benefactora y Mediadora» (969). 

El Catecismo insiste en que la mediación de María no resta valor a la mediación de Cristo, sino que fluye de ella (970). El papel de María como Mediadora se encontró por primera vez en el siglo IV y creció en popularidad a partir de entonces. Hay algunos dentro del catolicismo abogando por la idea de que María era una corredentora, pero esta doctrina no ha sido reconocida oficialmente. 

Esta es la razón por la que ella es  objeto de devoción y de oración, empequeñeciendo entonces el Poder del Todopoderoso Hijo de Dios que es capaz, por sí mismo, de crear y sostener el universo, y a la vez de crear la salvación y sostener a los salvados (Colosenses 1.15-23, 2.8-19, 3.1-4), siendo entonces el Hijo el único mediador entre Dios y los hombres (1 Timoteo 2.5-6), nadie más es necesario para tal labor, ni aún María. 

Como resume Thomas Schreiner: 

«Al colocar a María en el mismo plano que Jesús, la gloria incomparable de Cristo disminuye… Orar a María y venerar a María quita la gloria de Jesucristo… Las concepciones católicas de María disminuyen la expiación de Cristo, comprometen a su persona y le roban la gloria que merece». 

¿Significa todo lo anterior que debemos despreciar a María? ¿Es la opinión “evangélica” una que considera a María insignificante? Es probable que nuestro afán de salvaguardar la Doctrina tal como es enseñada en la Palabra de Dios produjese en nosotros un celo tal que no prestáramos atención a las grandes virtudes de esta creyente, de esta sierva del Señor. 

“De todas las mujeres extraordinarias en las Escrituras, una sobresale por encima de todas las demás como la más bendecida, la más favorecida por Dios y la más universalmente admirada. De hecho, ninguna mujer es más notable que María. Fue elegida soberanamente por Dios, de entre todas las mujeres que nacieron, para ser el instrumento singular a través del cual Él finalmente traería al Mesías al mundo.” John MacArthur

Esperamos ocuparnos de entender a María y su contexto previo al nacimiento del Señor Jesús, y al hacerlo reconocer las virtudes de esta bendita mujer y ser motivados a imitar su fe. El Señor nos guíe. 

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