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Cosmovisión: elasticidad, crisis y evangelismo
Lecciones sobre cómo evangelizar a un mundo poscristiano
Vivimos en una sociedad cada vez más secularizada. No todas las personas son abiertamente ateas o agnósticas, pero es un hecho que la enseñanza bíblica ha dejado de funcionar como pilar moral de nuestra cultura. Este nuevo contexto poscristiano trae desafíos para los creyentes a la hora de compartir y defender su fe, en gran parte porque ya no existe el terreno común provisto por una cosmovisión cristiana.
No obstante, estos desafíos no disminuyen el poder del evangelio para confrontar y transformar el mundo. Para reflexionar sobre el evangelismo en este contexto poscristiano, primero conviene definir qué es una cosmovisión no cristiana, para luego entender cómo el evangelio la confronta.
Cosmovisión y elasticidad
Todos tenemos una cosmovisión. En muchos casos, no es el producto de un proceso sistemático y serio de contemplación sobre la vida y el mundo, sino que es el resultado de la acumulación de opiniones y prejuicios absorbidos de forma aleatoria de los medios de información y de la opinión popular. En cualquier caso, la cosmovisión es la concepción global del universo, aquello que una persona cree acerca de todas las cosas. Son los lentes por los cuales vemos e interpretamos la realidad.
Pero esto no quiere decir que se trate de algo acabado y rígido. Las cosmovisiones son elásticas: se expanden y se modifican de muchas maneras, lo que puede ocasionar inconsistencias internas. Con frecuencia, las personas no son capaces de ver la falta de coherencia dentro de su propia cosmovisión y prefieren torcer o distorsionar su comprensión de la realidad que los rodea antes que efectuar un cambio radical. A esto se refiere la elasticidad de una cosmovisión.
El filósofo Karl Popper sostenía que una teoría científica que lo explica todo no es, en realidad, una buena teoría. Una buena teoría es la que puede ser falseada. Popper se refiere a que el conocimiento avanza gracias al descubrimiento y descarte de los errores, y no tanto a la pretensión de explicarlo todo de una sola vez. Una teoría que quiere abarcar todo, en algún momento dejará de ser coherente. Si quiere explicar «todo», probablemente no explique nada.
El encuentro con Dios, con Su poder y Su gloria es el hecho que derriba las mentiras con las que construimos nuestra cosmovisión
La crítica de Popper apuntaba al psicoanálisis de Sigmund Freud, pero es posible aplicar su observación al concepto de la cosmovisión. Cuando la visión del mundo de una persona pretende explicarlo todo a través de la recolección de una gran variedad de posturas y convicciones que asimila del ambiente actual, sin aplicar un filtro razonable, empieza a mostrar sus fallas.
Para los que estudian teología, esto no es sorprendente. Entienden que el corazón humano tiene una tendencia a la incoherencia como producto del efecto noético del pecado. Nuestra condición caída nos lleva a la distorsión y la incongruencia. Preferimos defender el error antes que confrontar una crisis de creencia producida por las incoherencias de nuestra cosmovisión.
Sin embargo, esta elasticidad de nuestra cosmovisión puede llegar a romperse cuando la crisis es lo suficientemente aguda. Cuando nuestra cosmovisión es confrontada, solo nos quedan dos caminos posibles: ignorar los hechos que no concuerdan con nuestra idea del mundo o aceptar la transformación.
Cosmovisión, crisis y transformación
Un buen ejemplo en las Escrituras sobre esta crisis de creencias es la conversión de Saulo. Él tenía una explicación de toda su realidad, un entendimiento de Dios, el mundo y de su propio lugar en el mundo; es decir, una cosmovisión (cp. Fil 3:4-7). Según su forma de ver el mundo, los nuevos predicadores que proclamaban a un tal Jesús no podían venir de Dios. Por lo tanto, estaba convencido de que perseguir a los cristianos era correcto.
Pero Saulo vivió un cambio radical cuando tuvo un encuentro que ya no pudo explicar dentro de los parámetros de su cosmovisión. Se encontró con el mismo Señor Jesús en el camino a Damasco. Estando ciego y tirado en el suelo, toda su vida cambió por completo. Se trató de un hecho real que también sirve como una buena metáfora de lo que sucede en la conversión.
En toda conversión genuina hay una crisis que hace añicos nuestra cosmovisión. De repente hay datos que ya no encajan, que ya no podemos explicar y que demuestran la incoherencia de nuestra postura. Algo poderoso sucede y nos vemos obligados a aceptar un cambio que no queríamos. Esto es lo que Pablo explica más adelante en su ministerio y, aunque habla en términos generales, sin duda que es algo que vivió en carne propia: «No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Ro 1:16, énfasis añadido).
Ante una crisis de tal magnitud, es entendible que haya una resistencia inicial. El evangelio es la buena noticia de Jesús, y sin embargo, la gente se resiste porque aceptar estas verdades significa aceptar el derrumbe de su cosmovisión y enfrentarse a la crisis. Por eso Pablo sigue diciendo: «La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad» (v. 18).
En Finlandia se realizó una investigación interesante sobre las creencias y que ejemplifica esta resistencia profunda que hay en el corazón humano. Durante la investigación se compararon dos grupos, uno de creyentes y otro de ateos, a los que se les hizo las mismas preguntas respecto al concepto de Dios. Las personas estaban conectadas a ciertas máquinas que medían el nivel de nerviosismo o incomodidad, mediante sus reacciones físicas. Las preguntas eran del tipo: «¿Estarías dispuesto a decirle a Dios que mate a tu cónyuge?». Incluso, les pedían a los participantes que lo dijeran: «Dios, por favor, mata a mi cónyuge».
Debemos rogar y clamar para que Él salga al encuentro de las personas a quienes les presentamos el evangelio