¿Has trabajado en armar un rompecabezas de miles de piezas? ¿De esos que necesitas una gran mesa para armar el paisaje? Finalizar un proyecto de esa magnitud requiere paciencia, determinación, visión y, sobre todo, concentración para entender que cada pieza no es independiente del resto. Juntas esquina con esquina, buscas los colores similares y tratas de que las partes encajen correctamente para obtener el paisaje completo.
Con las Escrituras ocurre algo similar. La Biblia no es una colección de libros aislados, sino que sus piezas colaboran, como un conjunto armonioso, para revelar un gran paisaje: la persona de Dios, Su plan y Su historia. Nuestra labor consiste en acercarnos a la Biblia con esa comprensión para desear conocer cómo se desarrolla Su revelación. Queremos entender lo que Él quiere de nosotros, sin imponer lo que nosotros quisiéramos de Él.
El libro de Malaquías, el último del Antiguo Testamento, no es la excepción. Su mensaje forma parte de la gran historia de Dios y nos apunta a Cristo y Su evangelio. ¿Cómo? Estas son tan solo tres maneras en las que lo hace.
1. Un profeta que expone nuestro pecado
«Yo los he amado», dice el SEÑOR. Pero ustedes dicen: «¿En qué nos has amado?» (Mal 1:2a).
El libro de Malaquías fue escrito luego de uno de los periodos más tristes y oscuros en la historia de Israel: el exilio en Babilonia. La nación escogida por Dios, elegida como la sede de Su reino (Gn 12), había fallado en su misión. Debían ser un pueblo que reflejara la imagen y gloria de Dios, pero no pudieron ni quisieron hacerlo. Querían ser un reino a su modo y así lo hicieron. Por eso Dios los entregó a manos del Imperio babilónico.
Malaquías señala nuestra necesidad del evangelio, pues necesitamos ver nuestra maldad para entonces reconocer la bondad de Dios
La ciudad de Jerusalén cayó a manos de depredadores sedientos de poder que hicieron cautiva a la población. No tuvieron compasión con la ciudad de Dios, sino que la desolaron y la dejaron en ruinas. Sin embargo, Dios volvió a tener compasión y misericordia de Su pueblo, haciéndolo regresar a Jerusalén después de setenta años de cautiverio. Bajo el liderazgo de Sesbasar, Esdras y Nehemías, se reconstruyeron las puertas y murallas de la ciudad, el templo y el altar. Dios los había rescatado una vez más, pero una vez más se volvieron a apartar de su Salvador.
Muchos israelitas que regresaron de Babilonia no quisieron seguir y obedecer a Dios. En un acto de irracionalidad absoluta, decidieron que Dios no era bueno con ellos y le reclamaron que no demostraba Su amor. Por eso el libro de Malaquías abre con palabras tan directas: «“Yo los he amado”, dice el SEÑOR. Pero ustedes dicen: “¿En qué nos has amado?”» (Mal 1:2a). El reclamo del pueblo era una ofensa desvergonzada al Dios que les había mostrado Su amor tantas veces y todavía lo seguía haciendo.
Entonces, Dios envió un profeta para confrontar los reclamos y la actitud irreverente del pueblo. Malaquías pronunció seis discursos, que componen la mayor parte del libro, con reprensiones duras a los pecados y crímenes de los israelitas. Esto señala nuestra necesidad del evangelio, pues necesitamos ver nuestra maldad para entonces reconocer la bondad de Dios.
2. La promesa de un mensajero
Yo envío a Mi mensajero, y él preparará el camino delante de Mí… (Mal 3:1).
Dios es misericordioso, pero Su misericordia va de la mano con Su justicia. La misericordia sin justicia es corrupción. Por eso Dios, a través de Malaquías, anuncia que el día del juicio se acerca (3:5). En aquel día, los malos serían juzgados. Es un día temido por los detractores del Señor porque se enfrentarán a Él y serán derrotados. Serán juzgados con la vara de la perfección y serán hallados faltos y pecadores.
Sin embargo, el día del juicio sería después de la llegada de un mensajero, cuyo trabajo sería preparar el camino para la venida del Señor y despertar los corazones de aquellos que sí temían a Dios (vv. 16-18). El anuncio de un mensajero son los «puntos suspensivos» del libro, la esperanza latente; no todo estaba perdido. El juicio estaba por venir, pero Dios permanecía fiel a Su remanente.
Si el cumplimiento y la efectividad del evangelio dependiera de nuestra conducta, el ser humano no conocería la salvación en Dios
La figura del mensajero es una muestra más de que el evangelio de Dios puede más que nuestro pecado. Unas páginas más adelante, en el Nuevo Testamento, Juan el Bautista entra en escena (Mt 3:1-3; Jn 1:19-23) para ser ese mensajero que preparó el camino al Señor Jesús, Dios hecho carne. El pecado y la rebeldía de Israel no frustraron los planes y designios de Dios, sino que estaban dentro de Su providencia. Sus planes son inamovibles y eternos. Si el cumplimiento y la efectividad del evangelio dependiera de nuestra conducta, el ser humano no conocería la salvación en Dios.
3. Un día de salvación que vendría
Pero ustedes que temen Mi nombre, se levantará el sol de justicia con la salud en sus alas; y saldrán y saltarán como terneros del establo (Mal 4:2).
El mensaje de Malaquías promete que los seres humanos no serían esclavos del pecado por mucho tiempo más. La manera de ilustrarlo es muy vívida. Durante el invierno se guardaban los terneros dentro del establo para que no murieran de frío. Allí pasaban meses encerrados, pero cuando llegaba la primavera, los terneros podían salir y lo hacían de manera efusiva, saltando felices y libres.
Malaquías nos apunta al evangelio cuando confronta el problema del pecado y reafirma los planes redentores de Dios