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Lectura de Hoy

08-07-2024

DEVOCIONAL

Devocional: Salmos 142–143

El Salmo 142 se debe leer junto con el Salmo 57. Los dos son producto de la experiencia de David mientras estaba en una cueva escondiéndose de Saúl. Pero en varios aspectos, estos salmos son muy distintos el uno del otro. Aunque en ambos casos David se halla bajo mucha presión, en el Salmo 57 parece estar boyante, tal vez valiente, plenamente confiado en el resultado. Sin embargo, aquí, en el Salmo 142 la sensación es sombría, caracterizada por una sensación de estar “muy débil” (142:6), con sólo tres rayos de esperanza. No nos debe parecer extraño que esta crisis haya provocado diversas reacciones emocionales. Tanto las Escrituras como la experiencia nos atestiguan que los peligros extremos y la incertidumbre nos pueden llevar a respuestas conflictivas. No importa qué pensemos acerca de estos asuntos, el Salmo 142 refleja pura desesperación y, por ello, habla elocuentemente a los creyentes cuyas circunstancias les llevan a aguas oscuras igualmente profundas.

Los primeros versículos nos muestran al salmista suplicando ayuda, con urgencia y franqueza: “A gritos”; “expongo mis quejas”; “expreso mis angustias”, estas son las palabras de un hombre atemorizado y desesperado. El término que se traduce como “mis quejas” suena menos malhumorado y quejoso que en español: quizás sería mejor decir “lo que anda mal” o “mis pensamientos atormentados”.

El primer rayo de esperanza llega en el versículo 3a: “Cuando ya no me queda aliento, tú me muestras el camino”. Habiendo caído tan bajo que está a punto de rendirse, el salmista encuentra reafirmación en el hecho de que a Dios nada le toma por sorpresa: “tú conociste mi camino”.

Las peores heridas, desde luego, son las traiciones personales. Al no tener a nadie alrededor en quien pueda confiar; cuando cada experiencia le demuestra que esta conclusión es razonable (aunque patética) y no un mero síntoma de la paranoia; cuando la mera soledad de la lucha le añade una capa pesada de depresión (“No tengo dónde refugiarme; por mí nadie se preocupa”, 142:4), ¿a dónde acude el salmista? Aquí está el segundo rayo de luz: “A ti, Señor, te pido ayuda: a ti te digo: ‘Tú eres mi refugio, mi porción en la tierra de los vivientes’” (142:5). La transición de “mi refugio” a “mi porción” demuestra que David no está pensando en Dios meramente como la solución a un problema. Hay una progresión del temor a la gratitud.

Nada de esto suaviza la cruda realidad de lo “muy afligido” que está David (142:6). Esta aflicción no es meramente emocional: su crisis emocional está fundamentada en la realidad de estar perseguido por soldados y por su amargado rey. El rayo final de la esperanza sirve como contraste: la bondad y fidelidad de Dios aseguran que David será rescatado. David se atreve a visualizar el día en el que los justos de la tierra no sólo le rodearán, sino que celebrarán su reino.

Devocional: Jeremías 4
La mayor parte de Jeremías 4 se dedica a describir la devastación que las hordas babilónicas del norte producirán (4:5-31). Gran parte de esta predicción sale de los propios labios de Jehová. Jeremías expresa en un pequeño interludio su propia desolación por lo que ocurrirá: “¡Qué angustia, qué angustia! ¡Me retuerzo de dolor! Mi corazón se agita. ¡Ay, corazón mío! ¡No puedo callarme! Puedo escuchar el toque de trompeta y el grito de guerra” (4:19). Por muy fielmente que transmita las palabras de Dios, por mucho que reconozca que los juicios del Señor son justos, Jeremías se identifica con la agonía que su pueblo soportará, una actitud parecida a la del Señor Jesús, que condena los pecados de su época, pero llora por la ciudad cuando contempla el juicio que llegará inevitablemente.

En los primeros cuatro versículos del capítulo, sin embargo, el Señor explica que aún no es demasiado tarde. De hecho, si Israel vuelve a él, no sólo se salvará, sino que reanudará su papel como vía de bendición para las naciones (cp. Génesis 12:3Salmos 72:17). No obstante, ese retorno no debe ser una farsa, una simple muestra de arrepentimiento fingido. Israel tiene que abandonar sus ídolos. Debe jurar “con fidelidad, justicia y rectitud… ‘Por la vida del Señor’” (4:2). Este juramento tiene al menos dos facetas. La primera es que constituye, a todos los efectos, una renovación del pacto de Sinaí. Si no fuese verdadero y justo, no sólo sería falso, sino también blasfemo. La segunda faceta es que refleja la estipulación mosaica de que los juramentos de la nación deben hacerse en el nombre del Señor (Deuteronomio 10:20). Un pueblo inmerso en la idolatría juraría en el nombre de sus muchos dioses falsos. Si todos los israelitas lo hacen como marcaba la ley, sería porque sólo el Señor es supremo, el único Dios, el Ser más elevado por el que se puede jurar.

Dos imágenes más describen la autenticidad del arrepentimiento y la sinceridad de corazón que Dios exige: (a) “Abrid surcos en terrenos no labrados, y no sembréis entre espinos” (4:3). El pueblo no se muestra verdaderamente receptivo con el Señor y sus palabras. Esa dureza debe quebrantarse. No hay fruto si se siembra donde los espinos ahogan la vida de todo lo que merece la pena (cp. Marcos 4:1-20). (b) Dios quiere algo más que la circuncisión del prepucio, por muy profundamente simbólico que sea el acto. Él exige la circuncisión del corazón (4:4), que se corte lo que es malo, algo vigente también incluso en la época mosaica (Deuteronomio 10:16). Reflexionemos sobre las conclusiones de Pablo (Romanos 2:28-29)

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Josué 10
Derrota de los amorreos
10 Cuando Adonisedec, rey de Jerusalén, se enteró de que Josué había capturado a Hai y que la había destruido por completo (como había hecho con Jericó y con su rey así había hecho con Hai y con su rey), y que los habitantes de Gabaón habían concertado la paz con Israel y estaban dentro de su tierra, tuvo gran temor, porque Gabaón era una gran ciudad, como una de las ciudades reales, y porque era más grande que Hai, y todos sus hombres eran valientes.
Por tanto, Adonisedec, rey de Jerusalén, envió mensaje a Hoham, rey de Hebrón, a Piream, rey de Jarmut, a Jafía, rey de Laquis y a Debir, rey de Eglón, diciéndoles: «Suban a mí y ayúdenme, y ataquemos a Gabaón, porque ha hecho paz con Josué y con los israelitas».
Se reunieron, pues, los cinco reyes de los amorreos: el rey de Jerusalén, el rey de Hebrón, el rey de Jarmut, el rey de Laquis y el rey de Eglón, y subieron ellos con todos sus ejércitos, y acamparon junto a Gabaón y lucharon contra ella.
Entonces los hombres de Gabaón enviaron mensaje a Josué al campamento de Gilgal y le dijeron: «No abandone a sus siervos; suba rápidamente a nosotros, sálvenos y ayúdenos, porque todos los reyes de los amorreos que habitan en los montes se han reunido contra nosotros». Josué subió de Gilgal, él y toda la gente de guerra con él, y todos los valientes guerreros.
Y el SEÑOR dijo a Josué: «No les tengas miedo, porque los he entregado en tus manos. Ninguno de ellos te podrá resistir». Vino, pues, Josué sobre ellos de repente, habiendo marchado toda la noche desde Gilgal. 10 Y el SEÑOR los desconcertó delante de Israel, y los hirió con gran matanza en Gabaón. Luego los persiguió por el camino de la subida de Bet Horón y los hirió hasta Azeca y Maceda.
11 Mientras huían delante de Israel, cuando estaban en la bajada de Bet Horón, el SEÑOR arrojó desde el cielo grandes piedras sobre ellos hasta Azeca y murieron. Y fueron más los que murieron por las piedras del granizo que los que mataron a espada los israelitas.
12 Entonces Josué habló al SEÑOR el día en que el SEÑOR entregó a los amorreos delante de los israelitas, y dijo en presencia de Israel:
«Sol, detente en Gabaón, Y  luna, en el valle de Ajalón». 13 Y el sol se detuvo, y la luna se paró, Hasta que la nación se vengó de sus enemigos.
¿No está esto escrito en el libro de Jaser? Y el sol se detuvo en medio del cielo y no se apresuró a ponerse como por un día entero.
14 Ni antes ni después hubo día como aquel, cuando el SEÑOR prestó atención a la voz de un hombre, porque el SEÑOR peleó por Israel. 15 Entonces Josué, y todo Israel con él, volvió al campamento en Gilgal.

Muerte de los cinco reyes

16 Aquellos cinco reyes habían huido y se habían escondido en la cueva de Maceda. 17 Y fue dado aviso a Josué: «Los cinco reyes han sido hallados escondidos en la cueva de Maceda». 18 Y Josué dijo: «Rueden piedras grandes hacia la entrada de la cueva, y pongan junto a ella hombres que los vigilen, 19 pero ustedes no se queden ahí. Persigan a sus enemigos y atáquenlos por la retaguardia. No les permitan entrar en sus ciudades, porque el SEÑOR, Dios de ustedes, los ha entregado en sus manos».
20 Cuando Josué y los israelitas terminaron de herirlos con gran matanza, hasta que fueron destruidos, y los sobrevivientes que de ellos quedaron habían entrado en las ciudades fortificadas, 21 todo el pueblo volvió en paz al campamento y a Josué en Maceda. Nadie profirió palabra alguna contra ninguno de los israelitas.
22 Entonces Josué dijo: «Abran la entrada de la cueva y sáquenme de ella a esos cinco reyes». 23 Así lo hicieron, y le trajeron de la cueva a estos cinco reyes: el rey de Jerusalén, el rey de Hebrón, el rey de Jarmut, el rey de Laquis y el rey de Eglón.
24 Cuando llevaron estos reyes a Josué, Josué llamó a todos los hombres de Israel, y dijo a los jefes de los hombres de guerra que habían ido con él: «Acérquense, pongan su pie sobre el cuello de estos reyes». Ellos se acercaron y pusieron los pies sobre sus cuellos. 25 Entonces Josué les dijo: «No teman ni se acobarden. Sean fuertes y valientes, porque así hará el SEÑOR a todos los enemigos con los que ustedes luchen».
26 Después Josué les dio muerte y los colgó de cinco árboles, y quedaron colgados de los árboles hasta la tarde. 27 A la hora de la puesta del sol, Josué dio órdenes y los bajaron de los árboles, y los echaron en la cueva donde se habían escondido, y sobre la boca de la cueva pusieron grandes piedras que permanecen hasta el día de hoy.
28 Aquel día Josué conquistó a Maceda. La hirió a filo de espada junto con su rey y la destruyó por completo con todas las personas que había en ella. No dejó ningún sobreviviente, e hizo con el rey de Maceda como había hecho con el rey de Jericó.
Otras conquistas de Josué
29 Josué, y todo Israel con él, pasó de Maceda a Libna, y peleó contra Libna. 30 El SEÑOR la entregó también, junto con su rey, en manos de Israel, que la hirió a filo de espada con todas las personas que había en ella. No dejó ningún sobreviviente en ella, e hizo con su rey como había hecho con el rey de Jericó.
31 Josué, y todo Israel con él, pasó de Libna a Laquis, acampó cerca de ella y la atacó. 32 El SEÑOR entregó a Laquis en manos de Israel, la cual conquistaron al segundo día, y la hirieron a filo de espada con todas las personas que había en ella, conforme a todo lo que había hecho a Libna.
33 Entonces Horam, rey de Gezer, subió en ayuda de Laquis, pero Josué lo derrotó a él y a su pueblo, hasta no dejar sobreviviente alguno.
34 Josué, y todo Israel con él, pasaron de Laquis a Eglón, y acamparon cerca de ella y la atacaron. 35 La conquistaron aquel mismo día y la hirieron a filo de espada. Destruyeron por completo aquel día a todas las personas que había en ella, conforme a todo lo que habían hecho a Laquis.
36 Entonces subió Josué, y todo Israel con él, de Eglón a Hebrón, y pelearon contra ella. 37 La conquistaron y la hirieron a filo de espada, con su rey, todas sus ciudades y todas las personas que había en ella. No dejaron ningún sobreviviente, conforme a todo lo que había hecho a Eglón. La destruyeron por completo con todas las personas que había en ella.
38 Después Josué, y todo Israel con él, se volvieron contra Debir y peleó contra ella. 39 La conquistaron, con su rey y todas sus ciudades, hiriéndolas a filo de espada. Destruyeron por completo a todas las personas que había en ella. Josué no dejó sobreviviente alguno. Como había hecho con Hebrón, y como había hecho también con Libna y su rey, así hizo con Debir y su rey.
40 Hirió, pues, Josué toda la tierra: la región montañosa, el Neguev, las tierras bajas y las laderas, y a todos sus reyes. No dejó ningún sobreviviente, sino que destruyó por completo a todo el que tenía vida, tal como el SEÑOR, Dios de Israel, había mandado. 41 Josué los hirió desde Cades Barnea hasta Gaza, y todo el territorio de Gosén hasta Gabaón. 42 A todos estos reyes y sus territorios los capturó Josué de una vez, porque el SEÑOR, Dios de Israel, combatía por Israel. 43 Entonces Josué, y todo Israel con él, volvieron al campamento en Gilgal.

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Salmos 142–143
LIBRO QUINTO
Oración en la angustia
Masquil de David, cuando estaba en la cueva. Plegaria.
142 Clamo al SEÑOR con mi voz; Con mi voz suplico al SEÑOR. Delante de Él expongo mi queja; En Su presencia manifiesto mi angustia. Cuando mi espíritu desmayaba dentro de mí, Tú conociste mi senda. En la senda en que camino Me han tendido una trampa. Mira a la derecha, y ve, Porque no hay quien me tome en cuenta; No hay refugio para mí; No hay quien cuide de mi alma.
A Ti he clamado, SEÑOR; Dije: «Tú eres mi refugio, Mi porción en la tierra de los vivientes. Atiende a mi clamor, Porque estoy muy abatido; Líbrame de los que me persiguen, Porque son más fuertes que yo. Saca mi alma de la prisión, Para que yo dé gracias a Tu nombre; Los justos me rodearán, Porque Tú me colmarás de bendiciones».

Oración pidiendo liberación y guía
Salmo de David.


143 Oh SEÑOR, escucha mi oración, Presta oído a mis súplicas, Respóndeme por Tu fidelidad, por Tu justicia; Y no entres en juicio con Tu siervo, Porque no es justo delante de Ti ningún ser humano. Pues el enemigo ha perseguido mi alma, Ha aplastado mi vida contra la tierra; Me ha hecho morar en lugares tenebrosos, como los que hace tiempo están muertos. Por tanto, en mí está agobiado mi espíritu; Mi corazón está turbado dentro de mí.
Me acuerdo de los días antiguos; En todas Tus obras medito, Reflexiono en la obra de Tus manos. A Ti extiendo mis manos; Mi alma te anhela como la tierra sedienta. (Selah)
Respóndeme pronto, oh SEÑOR, porque mi espíritu desfallece; No escondas de mí Tu rostro, Para que no llegue yo a ser como los que descienden a la sepultura. Por la mañana hazme oír Tu misericordia, Porque en Ti confío; Enséñame el camino por el que debo andar, Pues a Ti elevo mi alma. Líbrame de mis enemigos, oh SEÑOR; En Ti me refugio.
10 Enséñame a hacer Tu voluntad, Porque Tú eres mi Dios; Tu buen Espíritu me guíe a tierra firme. 11 Por amor a Tu nombre, SEÑOR, vivifícame; Por Tu justicia, saca mi alma de la angustia. 12 Y por Tu misericordia, acaba con mis enemigos, Y destruye a todos los que afligen mi alma; Pues yo soy Tu siervo.

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Jeremías 4
Un llamado al arrepentimiento

4 «Si has de volver, oh Israel», declara el SEÑOR, «Vuélvete a Mí. Si quitas de Mi presencia tus abominaciones, Y no vacilas, Y juras: “Vive el SEÑOR”, En verdad, en juicio y en justicia, Entonces en Él serán bendecidas las naciones, Y en Él se gloriarán».
Porque así dice el SEÑOR a los hombres de Judá y de Jerusalén:
«Rompan la tierra no labrada, Y no siembren entre espinos. Circuncídense para el SEÑOR, Y quiten los prepucios de sus corazones, Hombres de Judá y habitantes de Jerusalén, No sea que Mi furor salga como fuego Y arda y no haya quien lo apague, A causa de la maldad de sus obras».
Declaren en Judá y proclamen en Jerusalén, y digan: «Toquen la trompeta en la tierra; Clamen en alta voz, y digan: “Reúnanse y entremos En las ciudades fortificadas”. Levanten bandera hacia Sión; Busquen refugio, no se detengan; Porque traigo del norte la calamidad, Una gran destrucción. Ha salido el león de la espesura, Y el destructor de naciones se ha puesto en marcha; Ha salido de su lugar Para convertir tu tierra en desolación. Tus ciudades quedarán en ruinas, sin habitantes. Por eso, vístanse de cilicio, Laméntense y giman; Porque no se ha apartado de nosotros La ardiente ira del SEÑOR». «Y sucederá en aquel día», declara el SEÑOR «Que fallará el corazón del rey Y el corazón de los príncipes; Se quedarán atónitos los sacerdotes Y los profetas se pasmarán».
10 Entonces dije: «¡Ah, Señor DIOS! Ciertamente has engañado en gran manera a este pueblo y a Jerusalén, diciendo: “Paz tendrán”, cuando tienen la espada al cuello».
11 En aquel tiempo se dirá a este pueblo y a Jerusalén: «Un viento abrasador de las alturas desoladas del desierto, en dirección a la hija de Mi pueblo, no para aventar, ni para limpiar, 12 un viento demasiado fuerte para esto, vendrá a Mi mandato. Ahora Yo pronunciaré juicios contra ellos.
13 Miren, él sube como las nubes, Y sus carros como un torbellino; Sus caballos son más ligeros que las águilas. ¡Ay de nosotros, porque estamos perdidos!».
14 Lava de maldad tu corazón, Jerusalén, Para que seas salvada. ¿Hasta cuándo morarán dentro de ti Pensamientos perversos? 15 Porque una voz lo anuncia desde Dan, Y proclama el mal desde los montes de Efraín. 16 «Avísenlo a las naciones: ¡Aquí están! Proclamen sobre Jerusalén: “Sitiadores vienen de tierra lejana Y alzan sus voces contra las ciudades de Judá. 17 Como guardas de campo están apostados contra ella por todos lados, Porque se ha rebelado contra Mí”, declara el SEÑOR. 18 Tu comportamiento y tus acciones Te han traído estas cosas. Esta es tu maldad. ¡Qué amarga! ¡Cómo ha penetrado hasta tu corazón!».
19 ¡Alma mía, alma mía! Estoy angustiado, ¡oh corazón mío! Mi corazón se agita dentro de mí; No callaré, Porque has oído, alma mía, El sonido de la trompeta, El pregón de guerra. 20 Desastre sobre desastre se anuncia, Porque es arrasada toda la tierra. De repente son arrasadas mis tiendas, En un instante mis cortinas. 21 ¿Hasta cuándo he de ver la bandera Y he de oír el sonido de la trompeta? 22 «Porque Mi pueblo es necio, No me conoce; Hijos torpes son, No son inteligentes. Astutos son para hacer el mal, Pero no saben hacer el bien».
23 Miré a la tierra, y estaba sin orden y vacía; Y a los cielos, y no tenían luz. 24 Miré a los montes, y temblaban, Y todas las colinas se estremecían. 25 Miré, y no había hombre alguno, Y todas las aves del cielo habían huido. 26 Miré, y la tierra fértil era un desierto, Y todas sus ciudades estaban arrasadas Delante del SEÑOR, delante del ardor de Su ira.
27 Porque así dice el SEÑOR:
«Una desolación será toda la tierra, Pero no causaré una destrucción total. 28 Por eso se enlutará la tierra, Y se oscurecerán los cielos arriba, Porque he hablado, lo he decidido, Y no me arrepentiré, ni me retractaré de ello». 29 Al ruido de jinetes y arqueros huye toda la ciudad; Entran en las espesuras y trepan por los peñascos. Toda ciudad está abandonada, Y no queda en ellas morador alguno. 30 Y tú, desolada, ¿qué harás? Aunque te vistas de escarlata, Aunque te pongas adornos de oro, Aunque te agrandes los ojos con pintura, En vano te embelleces; Te desprecian tus amantes, Solo buscan tu vida. 31 Porque oí un grito como de mujer de parto, Angustia como de primeriza; Era el grito de la hija de Sión que se ahogaba, Y extendía sus manos, diciendo: «¡Ay ahora de mí, porque desfallezco ante los asesinos!».

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Mateo 18
El mayor en el reino de los cielos
18 En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?». Él, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: «En verdad les digo que si no se convierten y se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos. Así pues, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos. Y el que reciba a un niño como este en Mi nombre, me recibe a Mí.
»Pero al que haga pecar a uno de estos pequeñitos que creen en Mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar.

¡Ay de los que son piedras de tropiezo!

»¡Ay del mundo por sus piedras de tropiezo! Porque es inevitable que vengan piedras de tropiezo; pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!
»Si tu mano o tu pie te hace pecar, córtalo y tíralo. Es mejor que entres en la vida manco o cojo, que teniendo dos manos y dos pies, ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te hace pecar, arráncalo y tíralo. Es mejor que entres en la vida con un solo ojo, que teniendo dos ojos, ser echado en el infierno de fuego.
10 »Miren que no desprecien a uno de estos pequeñitos, porque les digo que sus ángeles en los cielos contemplan siempre el rostro de Mi Padre que está en los cielos. 11 Porque el Hijo del Hombre ha venido a salvar lo que se había perdido.

Parábola de la oveja perdida

12 »¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se ha descarriado, ¿no deja las noventa y nueve en los montes, y va en busca de la descarriada? 13 Y si sucede que la halla, en verdad les digo que se regocija más por esta que por las noventa y nueve que no se han descarriado. 14 Así, no es la voluntad del Padre que está en los cielos que se pierda uno de estos pequeñitos.
Sobre la exhortación y la oración
15 »Si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano. 16 Pero si no te escucha, lleva contigo a uno o a dos más, para que TODA PALABRA SEA CONFIRMADA POR BOCA DE DOS O TRES TESTIGOS. 17 Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia; y si también rehúsa escuchar a la iglesia, sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos. 18 En verdad les digo, que todo lo que ustedes aten en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo.
19 »Además les digo, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos».

Importancia del perdón

21 Entonces acercándose Pedro, preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí que yo haya de perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». 22 Jesús le contestó*: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Parábola de los dos deudores

23 »Por eso, el reino de los cielos puede compararse a cierto rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. 24 Al comenzar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía 10,000 talentos (216 toneladas de plata). 25 Pero no teniendo él con qué pagar, su señor ordenó que lo vendieran, junto con su mujer e hijos y todo cuanto poseía, y así pagara la deuda. 26 Entonces el siervo cayó postrado ante él, diciendo: “Tenga paciencia conmigo y todo se lo pagaré”. 27 Y el señor de aquel siervo tuvo compasión, lo soltó y le perdonó la deuda.
28 »Pero al salir aquel siervo, encontró a uno de sus consiervos que le debía 100 denarios, y echándole mano, lo ahogaba, diciendo: “Paga lo que debes”. 29 Entonces su consiervo, cayendo a sus pies, le suplicaba: “Ten paciencia conmigo y te pagaré”. 30 Sin embargo, él no quiso, sino que fue y lo echó en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
31 »Así que cuando sus consiervos vieron lo que había pasado, se entristecieron mucho, y fueron y contaron a su señor todo lo que había sucedido. 32 Entonces, llamando al siervo, su señor le dijo*: “Siervo malvado, te perdoné toda aquella deuda porque me suplicaste. 33 ¿No deberías tú también haberte compadecido de tu consiervo, así como yo me compadecí de ti?”. 34 Y enfurecido su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. 35 Así también Mi Padre celestial hará con ustedes, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano».

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