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Lectura de Hoy

17-07-2024

DEVOCIONAL

Devocional: Hechos 4

Cuando Pedro y Juan fueron liberados de su primer encuentro con la persecución, “volvieron a los suyos” (Hechos 4:23). La iglesia se reunió para orar usando las palabras del Salmo 2 (Hechos 4:25-26). Ellos entendían que el texto del Antiguo Testamento era palabra de Dios (“dijiste”) mediante el Espíritu Santo, en labios de David (4:25).

En cierto sentido, el Salmo 2 es un himno de coronación. No obstante, una vez más, vemos que la tipología de David es potente. Los reyes de la tierra y los gobernantes se reunieron en contra del Señor y de su Ungido (el Mesías) – de manera culminante cuando “en esta ciudad se reunieron Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y con el pueblo de Israel, contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste” (4:27). Estos primeros hermanos y hermanas en Cristo nuestros piden tres cosas (4:29-30): (a) que el Señor considere las amenazas de sus enemigos, (b) que ellos mismos puedan ser capacitados para hablar la palabra de Dios con denuedo y (c) que Dios hiciera señales milagrosas y portentos mediante el nombre de Jesús (lo cual, en su expectativa, puede querer decir “a través de los apóstoles”; cf. 2:4; 3:6 y ss.; 5:12).

Pero antes de presentar sus peticiones, estos guerreros de la oración, tras mencionar la malvada conspiración de Herodes, Pilato y el resto de ellos, se dirigen de manera calmada a Dios con una confesión eminentemente importante: “Ellos hicieron lo que de antemano tu poder y tu voluntad habían determinado que sucediera” (4:28). Observa:

Primero, la soberanía de Dios sobre la muerte de Cristo no mitiga la culpa de los conspiradores humanos. Por otro lado, la maldad de su conspiración no tomó a Dios por sorpresa, como si él no hubiera previsto la cruz ni la hubiera planificado. El texto afirma claramente que la soberanía de Dios no se ve mitigada por las acciones humanas, y la culpa humana no se elimina al apelar a la soberanía divina. Esta dualidad se conoce a veces como compatibilismo: la absoluta soberanía de Dios y la responsabilidad moral del ser humano son compatibles. Esto es un asunto complicado, pero no podemos dudar realmente de que los escritores bíblicos enseñaron y presupusieron esta postura (ver meditación del 17 de febrero).

Segundo, en este caso es doblemente necesario ver cómo ambos hechos encajan el uno con el otro. Si Jesús murió únicamente como consecuencia de una conspiración humana, y no por designio y propósito de Dios, es difícil entender que su muerte es la respuesta divina a nuestra necesidad desesperada, planificada con muchísima anticipación. Y si la soberanía de Dios sobre la muerte de Jesús exonera a los autores humanos del acto, ¿no sería esto cierto en toda situación en la que Dios sea soberano? Si es así, ¿dónde está el pecado que necesita ser pagado por la muerte de Jesús? La integridad del evangelio depende de este elemento del Teísmo cristiano llamado compatibilismo.   

Este devocional es un extracto de Por amor a Dios, Volumen I, por Donald A. Carson © Andamio Editorial, 2013. Usado con permiso.
Devocional: Mateo 27
Mateo nos cuenta que, en el momento en que Jesús murió, “la cortina del santuario del templo se rasgó en dos” (Mateo 27:51). La causa directa fue aparentemente el terremoto que acompañó a la muerte de Jesús. No obstante, resulta imposible que el cristiano reflexivo no incluya esta breve y críptica observación dentro de un marco más amplio, el relato del significado que la cortina ya había adquirido en la historia de Israel y de cómo se desarrolla este en los libros posteriores del Nuevo Testamento, como Hebreos y Apocalipsis, en los que la primera generación de escritores cristianos explican a sus lectores lo que la cruz consiguió. A lo largo de este eje, el hecho de que la cortina se rasgase constituía un episodio de gran importancia, cargado de simbolismo. Nos detendremos en cuatro reflexiones:

(1) Ni la cortina ni su ruptura tienen sentido alguno a no ser que comprendamos que, a este lado de la Caída, no tenemos derecho a entrar en la presencia del Dios santo. Después de su calamitosa rebelión, el Señor expulsa a Adán y Eva del Edén (Génesis 3). Cuando los israelitas liberados fabrican su becerro de oro en el desierto, Dios no sólo envía juicio, sino que también amenaza con no manifestarse entre ellos, no sea que los destruya (Éxodo 32—33). Tanto en la narración como en los oráculos, los escritores bíblicos explican esta verdad: el pecado nos separa de nuestro Hacedor, trascendentemente santo. No tenemos derecho a acceder al más santo.

(2) Esa realidad se simbolizó con la construcción del tabernáculo y, más adelante, del templo. Una tercera parte de la estructura, llamada lugar santísimo, tenía las dimensiones de un cubo. Una pesada cortina la separaba del resto del edificio. Allí, Dios se manifestó en gloria y únicamente podía entrar el sumo sacerdote, una sola vez al año, llevando la sangre de los sacrificios prescritos, ofrecida por sus propios pecados y por los del pueblo. Todos los demás estaban excluidos bajo pena de muerte.

(3) La ruptura de la cortina en el momento de la muerte de Jesús simboliza, por tanto, que su muerte ha conseguido el acceso de los pecadores a la misma presencia de Dios. Él es nuestro gran sumo sacerdote; él es nuestro sacrificio expiatorio. No tiene que entrar una vez cada año en el lugar santísimo. Murió por todos una sola vez y satisfizo la santa exigencia de Dios, por lo que la cortina podía caer.

(4) No es de extrañar, pues, que la “nueva Jerusalén”, una de las imágenes de la morada definitiva del pueblo de Dios (Apocalipsis 21— 22), tenga forma de cubo perfecto. Los cristianos ya tienen acceso al trono del Todopoderoso por los méritos de Jesucristo; sin embargo, en la consumación, permaneceremos sin miedo y abrumados por el gozo y la adoración en el abierto esplendor de su santidad.

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Josué 24
Discurso de Josué en Siquem
24 Entonces Josué reunió a todas las tribus de Israel en Siquem, llamó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces y a sus oficiales, y ellos se presentaron delante de Dios. Y Josué dijo a todo el pueblo: «Así dice el Señor, Dios de Israel: “Al otro lado del Río habitaban antiguamente los padres de ustedes, es decir, Taré, padre de Abraham y de Nacor, y servían a otros dioses. Entonces tomé a Abraham, padre de ustedes, del otro lado del río y lo guié por toda la tierra de Canaán, multipliqué su descendencia y le di a Isaac. 4 A Isaac le di a Jacob y a Esaú, y a Esaú le di el monte Seir para que lo poseyera; pero Jacob y sus hijos descendieron a Egipto.

5 ”Entonces envié a Moisés y a Aarón, y herí con plagas a Egipto conforme a lo que hice en medio de él. Después los saqué a ustedes. 6 Saqué a sus padres de Egipto y llegaron al mar, y Egipto persiguió a sus padres con carros y caballería hasta el Mar Rojo. 7 Pero cuando clamaron al Señor, Él puso tinieblas entre ustedes y los egipcios, e hizo venir sobre ellos el mar, que los cubrió. Sus propios ojos vieron lo que hice en Egipto. Y por mucho tiempo ustedes vivieron en el desierto.

8 ”Entonces los traje a la tierra de los amorreos que habitaban al otro lado del Jordán, y ellos pelearon contra ustedes. Los entregué en sus manos, y tomaron posesión de su tierra cuando Yo los destruí delante de ustedes. 9 Después Balac, hijo de Zipor, rey de Moab, se levantó y peleó contra Israel, y envió a llamar a Balaam, hijo de Beor, para que los maldijera. 10 Pero Yo no quise escuchar a Balaam; y él tuvo que bendecirlos a ustedes, y los libré de su mano.

11 ”Ustedes pasaron el Jordán y llegaron a Jericó. Los habitantes de Jericó pelearon contra ustedes, y también los amorreos, los ferezeos, los cananeos, los hititas, los gergeseos, los heveos y los jebuseos, pero yo los entregué en sus manos. 12 Entonces envié delante de ustedes avispas que expulsaron a los dos reyes de los amorreos de delante de ustedes, pero no fue por su espada ni por su arco. 13 Y les di a ustedes una tierra en que no habían trabajado, y ciudades que no habían edificado, y habitan en ellas. De viñas y olivares que no plantaron, comen”.

14 »Ahora pues, teman al Señor y sírvanle con integridad y con fidelidad. Quiten los dioses que sus padres sirvieron al otro lado del Río y en Egipto, y sirvan al Señor. 15 Y si no les parece bien servir al Señor, escojan hoy a quién han de servir: si a los dioses que sirvieron sus padres, que estaban al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitan. Pero yo y mi casa, serviremos al Señor».

16 Y el pueblo respondió: «Lejos esté de nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. 17 Porque el Señor nuestro Dios es el que nos sacó, a nosotros y a nuestros padres, de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre, el que hizo estas grandes señales delante de nosotros y nos guardó por todo el camino en que anduvimos y entre todos los pueblos por entre los cuales pasamos. 18 Y el Señor echó de delante de nosotros a todos los pueblos, incluso a los amorreos, que moraban en la tierra. Nosotros, pues, también serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios».

Pacto del pueblo en Siquem

19 Entonces Josué dijo al pueblo: «Ustedes no podrán servir al Señor, porque Él es Dios santo. Él es Dios celoso; Él no perdonará la transgresión de ustedes ni sus pecados. 20 Si abandonan al Señor y sirven a dioses extranjeros, Él se volverá y les hará daño, y los consumirá después de haberlos tratado bien».

21 Respondió el pueblo a Josué: «No, sino que serviremos al Señor». 22 Y Josué dijo al pueblo: «Ustedes son testigos contra sí mismos de que han escogido al Señor para servirle». «Testigos somos», le contestaron. 23 «Ahora pues», les dijo Josué, «quiten los dioses extranjeros que están en medio de ustedes, e inclinen su corazón al Señor, Dios de Israel». 24 Y el pueblo respondió a Josué: «Al Señor nuestro Dios serviremos y Su voz obedeceremos».

25 Entonces Josué hizo un pacto con el pueblo aquel día, y les impuso estatutos y ordenanzas en Siquem. 26 Josué escribió estas palabras en el libro de la ley de Dios. Tomó una gran piedra y la colocó debajo de la encina que estaba junto al santuario del Señor.

27 Y Josué dijo a todo el pueblo: «Ciertamente esta piedra servirá de testigo contra nosotros, porque ella ha oído todas las palabras que el Señor ha hablado con nosotros. Será, pues, testigo contra ustedes para que no nieguen a su Dios». 28 Entonces Josué despidió al pueblo, cada uno a su heredad.

Muerte de Josué

29 Después de estas cosas Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de 110 años. 30 Y lo sepultaron en la tierra de su heredad, en Timnat Sera, que está en la región montañosa de Efraín, al norte del monte Gaas. 31 Israel sirvió al Señor todos los días de Josué y todos los días de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que habían conocido todas las obras que el Señor había hecho por Israel.

32 Los huesos de José, que los israelitas habían traído de Egipto, fueron sepultados en Siquem, en la parcela de campo que Jacob había comprado a los hijos de Hamor, padre de Siquem, por 100 monedas de plata. Y pasaron a ser posesión de los hijos de José. 33 Y murió Eleazar, hijo de Aarón. Lo sepultaron en Guibeá de su hijo Finees, que le había sido dada en la región montañosa de Efraín.

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Hechos 4
LIBRO QUINTO
Arresto de Pedro y Juan
4 Mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se les echaron encima los sacerdotes, el capitán de la guardia del templo, y los saduceos, indignados porque enseñaban al pueblo, y anunciaban en Jesús la resurrección de entre los muertos. Les echaron mano, y los pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, pues ya era tarde. Pero muchos de los que habían oído el mensaje creyeron, llegando el número de los hombres como a 5,000.

Pedro y Juan ante el Concilio

5 Sucedió que al día siguiente se reunieron en Jerusalén sus gobernantes, ancianos y escribas. 6 Estaban allí el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan y Alejandro, y todos los que eran del linaje de los sumos sacerdotes. 7 Poniendo a Pedro y a Juan en medio de ellos, les interrogaban: «¿Con qué poder, o en qué nombre, han hecho esto?».8 Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Gobernantes y ancianos del pueblo, 9 si se nos está interrogando hoy por causa del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera este ha sido sanado, 10 sepan todos ustedes, y todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de entre los muertos, por Él, este hombre se halla aquí sano delante de ustedes.11 »Este Jesús es la piedra desechada por ustedes los constructores, pero que ha venido a ser la piedra angular. 12 En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos».

Amenazados y puestos en libertad

13 Al ver la confianza de Pedro y de Juan, y dándose cuenta de que eran hombres sin letras y sin preparación, se maravillaban, y reconocían que ellos habían estado con Jesús. 14 Y viendo de pie junto a ellos al hombre que había sido sanado, no tenían nada que decir en contra. 15 Pero después de ordenarles que salieran fuera del Concilio, deliberaban entre sí: 16 «¿Qué haremos con estos hombres?», decían. «Porque el hecho de que un milagro notable ha sido realizado por medio de ellos es evidente a todos los que viven en Jerusalén, y no podemos negarlo. 17 Pero a fin de que no se divulgue más entre el pueblo, vamos a amenazarlos para que no hablen más a ningún hombre en este nombre».18 Cuando los llamaron, les ordenaron no hablar ni enseñar en el nombre de Jesús. 19 Pero Pedro y Juan, les contestaron: «Ustedes mismos juzguen si es justo delante de Dios obedecer a ustedes en vez de obedecer a Dios. 20 Porque nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído».21 Y después de amenazarlos otra vez, los dejaron ir, no hallando la manera de castigarlos por causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por lo que había acontecido; 22 porque el hombre en quien se había realizado este milagro de sanidad tenía más de cuarenta años.

Oración de la iglesia

23 Cuando quedaron en libertad, fueron a los suyos y les contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. 24 Al oír ellos esto, unánimes alzaron la voz a Dios y dijeron: «Oh, Señor, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, 25 el que por el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre David, Tu siervo, dijiste:“¿Por que se enfurecieron los gentiles,

Y los pueblos tramaron cosas vanas?
26 Se presentaron los reyes de la tierra,
Y los gobernantes se juntaron a una
Contra el Señor y contra Su Cristo”

.27 »Porque en verdad, en esta ciudad se unieron tanto Herodes como Poncio Pilato, junto con los gentiles y los pueblos de Israel, contra Tu santo Siervo Jesús, a quien Tú ungiste, 28 para hacer cuanto Tu mano y Tu propósito habían predestinado que sucediera. 29 Ahora, Señor, considera sus amenazas, y permite que Tus siervos hablen Tu palabra con toda confianza, 30 mientras extiendes Tu mano para que se hagan curaciones, señales y prodigios mediante el nombre de Tu santo Siervo Jesús».31 Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor.

Todas las cosas en común

32 La congregación de los que creyeron era de un corazón y un alma. Ninguno decía ser suyo lo que poseía, sino que todas las cosas eran de propiedad común. 33 Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y había abundante gracia sobre todos ellos. 34 No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, traían el precio de lo vendido, 35 y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según su necesidad.36 Y José, un levita natural de Chipre, a quien también los apóstoles llamaban Bernabé, que traducido significa Hijo de Consolación, 37 poseía un campo y lo vendió, trajo el dinero y lo depositó a los pies de los apóstoles.

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Jeremías 13
El cinturón de lino podrido

13 Así me dijo el SEÑOR: «Ve y cómprate un cinturón de lino y póntelo en la cintura, pero no lo metas en agua». 2 Compré, pues, el cinturón conforme a la palabra del SEÑOR, y me lo puse en la cintura. 3 Entonces vino a mí la palabra del SEÑOR por segunda vez: 4 «Toma el cinturón que has comprado, que llevas a la cintura, y levántate, vete al Éufrates y escóndelo allá en una hendidura de la peña». 5 Fui, pues, y lo escondí junto al Éufrates como el SEÑOR me había mandado.

6 Después de muchos días el SEÑOR me dijo: «Levántate, vete al Éufrates y toma de allí el cinturón que te mandé que escondieras allá». 7 Fui, pues, al Éufrates y cavé, tomé el cinturón del lugar donde lo había escondido, y resultó que el cinturón estaba podrido; no servía para nada.

8 Entonces vino a mí la palabra del SEÑOR: 9 «Así dice el SEÑOR: “De la misma manera haré que se pudra la soberbia de Judá y la gran soberbia de Jerusalén. 10 Este pueblo malvado, que rehúsa escuchar Mis palabras, que anda en la terquedad de su corazón y se ha ido tras otros dioses a servirles y a postrarse ante ellos, ha de ser como este cinturón que no sirve para nada. 11 Porque como el cinturón se adhiere a la cintura del hombre, así hice adherirse a Mí a toda la casa de Israel y a toda la casa de Judá”, declara el SEÑOR, “a fin de que fueran para Mí por pueblo y por renombre, para alabanza y para gloria, pero no escucharon”.

Los cántaros estrellados

12 »También les dirás esta palabra: “Así dice el SEÑOR, Dios de Israel: ‘Todo cántaro se llenará de vino’”. Y cuando ellos te digan: “¿Acaso no sabemos bien que todo cántaro ha de llenarse de vino?”. 13 entonces les dirás: “Así dice el SEÑOR: ‘Voy a llenar de embriaguez a todos los habitantes de esta tierra: a los reyes sucesores de David que se sientan sobre su trono, a los sacerdotes, a los profetas y a todos los habitantes de Jerusalén. 14 Los estrellaré unos contra otros, los padres y los hijos por igual’, declara el SEÑOR. ‘No tendré piedad, ni lástima, ni compasión, para dejar de destruirlos’”».

15 Escuchen y presten atención, no sean altaneros,
Porque el SEÑOR ha hablado.
16 Den gloria al SEÑOR su Dios,
Antes que Él haga venir las tinieblas
Y antes que los pies de ustedes tropiecen
Sobre los montes oscuros,
Y mientras ustedes estén esperando la luz,
Él la transforme en profundas tinieblas,
La cambie en densa oscuridad.
17 Pero si no escuchan esto,
Mi alma sollozará en secreto por tal orgullo;
Mis ojos llorarán amargamente
Y se llenarán de lágrimas,
Porque ha sido hecho cautivo el rebaño del SEÑOR.
18 Di al rey y a la reina madre:
«Humíllense, siéntense en el suelo,
Porque ha caído de sus cabezas
Su hermosa corona».
19 Las ciudades del Neguev han sido cerradas,
Y no hay quien las abra:
todo Judá ha sido llevado al destierro,
Llevado al cautiverio en su totalidad.

20 «Alcen sus ojos, y vean
A los que vienen del norte.
¿Dónde está el rebaño que te fue confiado,
Tus hermosas ovejas?
21 ¿Qué dirás cuando Él ponga sobre ti
(A los que tú mismo habías enseñado)
A antiguos compañeros para ser jefes tuyos?
¿No te vendrán dolores
Como de mujer de parto?
22 Y si dices en tu corazón:
“¿Por qué me han sucedido estas cosas?”.
Por la magnitud de tu iniquidad
Te han quitado las faldas
Y descubierto tus talones.
23 ¿Puede el etíope mudar su piel,
O el leopardo sus manchas?
Así ustedes, ¿podrán hacer el bien
Estando acostumbrados a hacer el mal?
24 Por tanto, los esparciré como paja arrastrada
Por el viento del desierto.
25 Esta es tu suerte, la porción que ya he medido para ti»,
declara el SEÑOR,
«Porque me has olvidado,
Y has confiado en la mentira.
26 Por lo cual Yo también te levantaré las faldas sobre tu rostro,
Para que se vea tu vergüenza.
27 En tus adulterios y en tus relinchos,
En la bajeza de tu prostitución
Sobre las colinas del campo,
He visto tus abominaciones.
¡Ay de ti, Jerusalén!
¿Hasta cuándo seguirás sin purificarte?».

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Mateo 27
Jesús es entregado a Pilato
27 Cuando llegó la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo celebraron consejo para dar muerte a Jesús. 2 Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador.

Muerte de Judas

3 Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que Jesús había sido condenado, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata (30 siclos: 432 gramos de plata) a los principales sacerdotes y a los ancianos, 4 «He pecado entregando sangre inocente», dijo Judas. «A nosotros, ¿qué? ¡Allá tú!», dijeron ellos.

5 Y arrojando las monedas de plata en el santuario, Judas se marchó; y fue y se ahorcó. 6 Los principales sacerdotes tomaron las monedas de plata, y dijeron: «No es lícito ponerlas en el tesoro del templo, puesto que es precio de sangre». 7 Y después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para sepultura de los extranjeros. 8 Por eso ese campo se ha llamado Campo de Sangre hasta hoy. 9 Entonces se cumplió lo anunciado por medio del profeta Jeremías, cuando dijo: «Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de aquel cuyo precio había sido fijado por los israelitas; 10 y las dieron por el Campo del Alfarero, como el Señor me había ordenado».

Jesús ante Pilato

11 Jesús fue llevado delante del gobernador, y este lo interrogó: «¿Eres Tú el Rey de los judíos?». «Tú lo dices», le contestó Jesús. 12 Al ser acusado por los principales sacerdotes y los ancianos, nada respondió. 13 Entonces Pilato le dijo*: «¿No oyes cuántas cosas testifican contra Ti?». 14 Jesús no le respondió ni a una sola pregunta, por lo que el gobernador estaba muy asombrado.

Jesús o Barrabás

15 Ahora bien, en cada fiesta, el gobernador acostumbraba soltar un preso al pueblo, el que ellos quisieran. 16 Tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. 17 Por lo cual, cuando ellos se reunieron, Pilato les dijo: «¿A quién quieren que les suelte: a Barrabás o a Jesús, llamado el Cristo?». 18 Porque él sabía que lo habían entregado por envidia. 19 Y estando Pilato sentado en el tribunal, su mujer le mandó aviso, diciendo: «No tengas nada que ver con ese Justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por causa de Él».

20 Pero los principales sacerdotes y los ancianos persuadieron a las multitudes que pidieran a Barrabás y que dieran muerte a Jesús. 21 El gobernador les preguntó de nuevo: «¿A cuál de los dos quieren que les suelte?». Ellos respondieron: «A Barrabás». 22 Pilato les dijo*: «¿Qué haré entonces con Jesús, llamado el Cristo?». «¡Sea crucificado!», dijeron* todos. 23 Pilato preguntó: «¿Por qué? ¿Qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban aún más: «¡Sea crucificado!».

24 Viendo Pilato que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: «Soy inocente de la sangre de este Justo. ¡Allá ustedes!». 25 Todo el pueblo contestó: «¡Caiga Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!». 26 Entonces les soltó a Barrabás, y después de hacer azotar a Jesús, lo entregó para que fuera crucificado.

Los soldados se burlan de Jesús

27 Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al Pretorio, y reunieron alrededor de Él a toda la tropa romana. 28 Después de quitarle la ropa, le pusieron encima un manto escarlata. 29 Y tejiendo una corona de espinas, la pusieron sobre Su cabeza, y una caña en Su mano derecha; y arrodillándose delante de Él, le hacían burla, diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!». 30 Le escupían, y tomaban la caña y lo golpeaban en la cabeza. 31 Después de haberse burlado de Él, le quitaron el manto, le pusieron Sus ropas y lo llevaron para ser crucificado.

32 Y cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene llamado Simón, al cual obligaron a que llevara Su cruz.

La crucifixión

33 Cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa Lugar de la Calavera, 34 Le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero después de probarlo, no lo quiso beber.

35 Y habiendo crucificado a Jesús, se repartieron Sus vestidos echando suertes; 36 y sentados, lo custodiaban allí. 37 Pusieron sobre Su cabeza la acusación contra Él, que decía: «ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS».

38 Entonces fueron crucificados* con Él dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. 39 Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza 40 y diciendo: «Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a Ti mismo. Si Tú eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz».

41 De igual manera, también los principales sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, burlándose de Él, decían: 42 «A otros salvó; a Él mismo no puede salvarse. Rey de Israel es; que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él. 43 En Dios confía; que lo libre ahora si Él lo quiere; porque ha dicho: “Yo soy el Hijo de Dios”». 44 En la misma forma lo injuriaban también los ladrones que habían sido crucificados con Él.

Muerte de Jesús

45 Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena. 46 Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: «Elí, Elí, ¿lema sabactani?». Esto es: «Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?»

47 Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: «Este llama a Elías». 48 Al instante, uno de ellos corrió, y tomando una esponja, la empapó en vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. 49 Pero los otros dijeron: «Deja, veamos si Elías lo viene a salvar».

50 Entonces Jesús, clamando otra vez a gran voz, exhaló el espíritu.

51 En ese momento el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo, y la tierra tembló y las rocas se partieron; 52 y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían dormido resucitaron; 53 y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Jesús, entraron en la santa ciudad y se aparecieron a muchos.

54 El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, cuando vieron el terremoto y las cosas que sucedían, se asustaron mucho, y dijeron: «En verdad este era Hijo de Dios». 55 Y muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle, estaban allí, mirando de lejos. 56 Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.

Sepultura de Jesús

57 Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también se había convertido en discípulo de Jesús. 58 Este se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato ordenó que se lo entregaran. 59 Tomando José el cuerpo, lo envolvió en un lienzo limpio de lino, 60 y lo puso en su propio sepulcro nuevo que él había excavado en la roca. Después de rodar una piedra grande a la entrada del sepulcro, se fue. 61 María Magdalena estaba allí, y la otra María, sentadas frente al sepulcro.

Guardias en la tumba

62 Al día siguiente, que es el día después de la preparación, se reunieron ante Pilato los principales sacerdotes y los fariseos, 63 y le dijeron: «Señor, nos acordamos que cuando aquel engañador aún vivía, dijo: “Después de tres días resucitaré”. 64 Por eso, ordene usted que el sepulcro quede asegurado hasta el tercer día, no sea que vengan Sus discípulos, se lo roben, y digan al pueblo: “Él ha resucitado de entre los muertos”; y el último engaño será peor que el primero».

65 Pilato les dijo: «Una guardia tienen; vayan, asegúrenlo como ustedes saben». 66 Y fueron y aseguraron el sepulcro; y además de poner la guardia, sellaron la piedra.

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