Vida Cristiana
Orgullo y temor al hombre: Dos ladrones de unidad entre creyentes.
Los seres humanos hemos sido creados para vivir en comunidad. Aunque nos cueste comprenderlo, Dios ha diseñado a Su iglesia para que sea una sociedad en la que sus miembros dependen los unos de los otros como un solo cuerpo, del cual Él es la cabeza.
Pablo usa la metáfora del cuerpo para llevarnos a entender la hermosura de la iglesia y hasta qué punto Dios nos ha diseñado para vivir en unidad (1 Co 12:12-16). La iglesia de Cristo no funciona como un grupo de individuos que andan por su propia cuenta y sin ningún tipo de relación.
El apóstol Pablo nos muestra que lo que ocurre con nuestro cuerpo físico ejemplifica lo que ocurre en el cuerpo de Cristo. Dios nos diseñó para que tengamos cuidado los unos de los otros, nos sirvamos mutuamente, y suframos y nos gocemos con los miembros de la familia de la fe.
Ahora, siempre hay obstáculos de este lado de la gloria que nos dificultan profundizar en nuestras relaciones con unidad. Si no tenemos cuidado de nuestros propios corazones, en lugar de cultivar la unidad, podemos encontrarnos en alianza con dos ladrones que la destruyen: el orgullo y el temor al hombre.
Ladrones de unidad
El orgullo
Una forma en que somos llamados a vivir en unidad es llevando las cargas los unos de los otros (Gá 6:2). Para poder lograrlo se requiere que estemos atentos a las dificultades de los demás y aprendamos a compartir las nuestras. Pero no hay manera de que otros puedan ayudarnos en nuestra debilidad, si no estamos dispuestos a abrir nuestros corazones y admitir: «Necesito tu ayuda».
Dios nos diseñó para que nos cuidemos unos a otros, nos sirvamos mutuamente, y suframos y nos gocemos con los miembros de la familia de la fe
Sin embargo, las cosas nunca son tan sencillas como parecen. Siempre hay algo profundo detrás de cada decisión que tomamos. No querer compartir nuestras luchas y debilidades no es solo querer evitar molestar a alguien «porque tiene muchas cosas con las que lidiar», sino que revela el orgullo de nuestro corazón, un gran ladrón de la unidad.
El orgullo nos ciega ante nuestra propia necesidad y nos lleva a pensar que tenemos todo lo que se requiere para suplir nuestra debilidad. El orgullo quiere aparentar para proteger una reputación externa, la cual no se sustenta en el interior.
Como seguidores de Cristo necesitamos tener en cuenta que el orgullo no es poca cosa delante de Dios. La Biblia nos enseña que el orgullo no busca a Dios (Sal 10:4), siempre trae consecuencias (Sal 31:23), nos engaña (Abd 1:3) y Dios lo aborrece (Pr 8:13).
Cada vez que decidimos no darles lugar a otros en nuestras vidas —no compartir nuestras luchas ni recibir sus confrontaciones—, nos estamos poniendo en el centro y estamos haciendo evidente que consideramos nuestra manera de pensar como superior a la manera de Dios: Él nos dice que vivamos interrelacionados como un cuerpo, pero decidimos que es mejor vivir aislados por nuestra cuenta. Dios nos dice que debemos llevar las cargas los unos de los otros, pero decidimos que es mejor llevar solo las nuestras y obviar las de los demás. ¿Quién está en el centro y detrás de esta manera de pensar? La respuesta no se hace esperar: «¡Yo!».
El temor al hombre
Otro ladrón de la unidad es el temor a otros seres humanos. Recuerda lo que enseñó el profeta Jeremías:
Así dice el SEÑOR:
«Maldito el hombre que en el hombre confía,
Y hace de la carne su fortaleza,
Y del SEÑOR se aparta su corazón.
Será como arbusto en lugar desolado
Y no verá cuando venga el bien;
Habitará en pedregales en el desierto,
Una tierra salada y sin habitantes» (Jr 17:5-6).
Este pasaje nos muestra que temer a otras personas implica depositar nuestra confianza y fortaleza en otros en lugar de en Dios. Entregarle a alguien lo que deberíamos confiarle solo a Dios terminará drenándonos y llevándonos a lugares de desierto. El temor a otras personas nos deshidrata, nos sofoca, nos consume y nos domina.
El gran peligro de temer a otras personas es que nos lleva a apartar nuestro corazón de Dios