En los últimos dos siglos se ha escrito mucho sobre la deidad de Cristo en los círculos evangélicos. Esto ha sido bueno y necesario, ya que muchas personas niegan que Jesús es el Hijo de Dios encarnado. A veces, sin embargo, temo que este énfasis en la deidad de Cristo haya llevado a un desequilibrio en nuestra doctrina de Cristo. Es correcto destacar la deidad de nuestro Señor, pero la Escritura también hace hincapié en su humanidad. Si Jesús fuera solo Dios y no verdaderamente hombre, Él no podría salvarnos. Su humanidad es inseparable del hecho de que es el segundo Adán, cumpliendo toda justicia, y tomando sobre sí todas las obligaciones de la ley de Dios para que nosotros recibamos la vida eterna (Lev. 18:5; Rom. 2:13).
El Nuevo Testamento proclama a Jesucristo como vera homo, verdaderamente humano, así como vera Deus, verdaderamente Dios. Las referencias a la verdadera humanidad de Jesús abundan. Juan equipara con el anticristo a aquellos que niegan la encarnación real (2 Jn. 1:7). Pablo habla de Cristo como “nacido de mujer” (1 Cor. 11:12; Gál. 4:4). Los Evangelios revelan que Cristo tiene las características básicas de la humanidad: camina, habla, se cansa, come, bebe, llora. Se manifiesta cada emoción humana y todos los aspectos de la parte física de su humanidad (véase, por ejemplo, Mat. 8:24; Luc. 7:34; Jn. 11:35). Hay una identificación plena de Jesús con la humanidad, excepto con respecto a una distinción vital: la distinción moral. Cristo obedece perfectamente al Padre y nosotros no.
La impecabilidad de Cristo es vital para el concepto bíblico de la redención. Para ser Jesús nuestro mediador y nuestro redentor, es esencial que Él sea sin pecado. ¿Cómo podría ser de importancia su vida si Él cometiera incluso un solo pecado? Se llama el cordero sin mancha, porque su perfección es parte esencial de su rol redentor como el mediador que ofrece un sacrificio perfecto al Padre para cumplir el antiguo pacto y satisfacer la ira de Dios. La impecabilidad de Jesús es fundamental para la comprensión bíblica de su muerte sacrificial. Cristo no solo acepta lo que debería ser lo nuestro —el castigo por el pecado— sino también, a través de la imputación, él da la herencia que recibe por su perfecta obediencia a aquellos que viven en él por la fe solamente (Rom. 3:21-26).
Algunos han negado la impecabilidad de Cristo en nombre de la protección de su humanidad. Si hay algo que nos une en la humanidad común, si hay algo que vale para todos los hombres de todas las razas y credos, es que no alcanzamos nuestros estándares. Transgredimos nuestras propias leyes, por no mencionar las leyes de Dios. No sé nada más común a la humanidad que el pecado. Si un hombre en el mundo actual viviera diez minutos en perfecta obediencia a Dios, eso sería nada menos que asombroso. Pero toda la vida de Cristo estuvo marcado por la impecabilidad (1 Ped. 2:22). Entonces, ¿cómo podría ser verdaderamente humano un Cristo sin pecado si la impecabilidad viola lo que es tan común en el comportamiento humano?
Lo que realmente estamos preguntando es lo siguiente: ¿Es el pecado intrínseco a la humanidad verdadera? Solo podemos responder negativamente. Decir que el pecado es intrínseco a la auténtica humanidad exige dos conclusiones: la primera, que antes de la caída Adán no era un ser humano, y la segunda y más seria, que los cristianos en un estado perfeccionado de gloria en el cielo ya no serán humanos.
Todo lo que la Escritura dice acerca de los seres humanos y el pecado sugiere que los hombres y mujeres, como fueron creados originalmente, eran sin pecado, pero de todos modos eran verdaderamente humanos. Por otra parte, la Biblia enseña que cuando estemos glorificados, seremos sin pecado, pero todavía verdaderamente humanos. El pecado no es un atributo necesario de la verdadera humanidad, en cambio es una intrusión extranjera en la humanidad tal como fue creada por Dios. Afirmar que el pecado es inherente a nuestra humanidad niega la verdadera humanidad, tanto la de nuestros orígenes como la de nuestro destino.
La impecabilidad de Cristo se confirmó de manera más poderosa a través de su resurrección. La paga del pecado, bíblicamente hablando, es la muerte (Gen. 2:15-17; Rom. 6:23). Pero era imposible que la muerte lo retuviera (Hch. 2:24). ¿Por qué? Puesto que Jesús no era culpable de ningún pecado personal, la muerte no tenía ningún derecho legítimo sobre Él. Él llevó nuestros pecados y culpa, y por eso murió, pero una vez que se canceló nuestra deuda de pecado, no había nada para mantenerlo enterrado (Col. 2:13-15). Jesús, siendo perfectamente justo, tuvo que ser resucitado, porque habría sido injusto si Dios hubiera permitido que un hombre sin pecado se pudriera en la tumba. Cristo fue resucitado para justificarnos, resucitado para demostrar que Él satisfizo en su totalidad las demandas de Dios en nombre de Su pueblo (Rom. 4:25).
Cuando confesamos la impecabilidad de Jesús, no estamos confesando simplemente que Jesús es un buen hombre, ni un hombre muy bueno, ni el mejor hombre que ha vivido jamás. Estamos confesando que Jesús es el hombre perfecto. Existe una diferencia significativa entre lo bueno, lo mejor, lo óptimo y lo perfecto. Me sorprende que muchas personas digan que Jesús es un buen hombre, pero no que Él es el hombre perfecto. ¿Cómo puede ser Jesús un buen hombre si ha afirmado falsamente el ser un hombre perfecto? Solo un hombre malo pretendería ser perfecto sin serlo. Ser igual al Padre, ser enviado de Dios, ser el Salvador del mundo… un hombre bueno no diría esas cosas de sí mismo si no fueran ciertas. Jesús no puede ser meramente un buen hombre: o bien es el hombre perfecto o bien no es un hombre bueno.
Cristo no solo es verdaderamente humano: Él es perfectamente humano. Solo Él ha cumplido con la vocación del ser humano de amar al Señor ante todo. Eso hace que Él sea la persona más humana que ha vivido, porque solo Él ha hecho lo que los seres humanos fueron diseñados para hacer.
Publicado originalmente en Ligonier. Traducido por Rachel Jobson.
R.C. Sproul es el fundador de Ligonier Ministries, el maestro principal de la programación de radio Renewing Your Mind, y el editor general de la Biblia de estudio Reformation.