El Catecismo de la Nueva Ciudad
Nota del editor:
Este es un fragmento adaptado de El Catecismo de la Nueva Ciudad: La verdad de Dios para nuestras mentes y nuestros corazones (Poiema Publicaciones, 2018), editado por Collin Hansen. Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
¿Qué es el bautismo?
El bautismo es el lavamiento con agua en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; representa y sella nuestra adopción en Cristo, nuestro lavamiento del pecado y nuestro compromiso a pertenecer al Señor y a Su iglesia.
Mateo 28:19: “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (NVI).
Cuando le dije a mi pastor que quería convertirme en un miembro de la iglesia, me ofreció una simple explicación de por qué debía entonces bautizarme: porque Jesús lo hizo. ¿Por qué Jesús entró al Jordán y le pidió a su primo Juan que lo sumergiera en el agua? Después de todo, no tenía pecado que confesar, no tenía necesidad de arrepentirse.
Siempre me he identificado con la respuesta incrédula de Juan, el que preparó el camino para el Señor, a la solicitud de Jesús: “Yo soy el que necesita ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí?” (Mt 3:14, NVI).
Sí, respondió Jesús, “pues nos conviene cumplir con lo que es justo” (Mt 3:15, NVI).
En Su bautismo, Jesús se identificó con todos nosotros quienes, por el pecado, moriremos algún día como resultado del juicio de Dios (Gn 3:19). El agua ha sido un símbolo del juicio de Dios desde Génesis 6-7, cuando Dios juzgó la maldad del hombre y envió un diluvio para destruir todo, excepto a Noé y a su familia. Aunque Él nunca pecó, Jesús murió en manos de hombres pecadores mientras absorbía la ira de Dios por el mundo pecaminoso.
El bautismo es un sello y una señal de que hemos sido adoptados en la familia de Dios
El agua, por supuesto, también es necesaria para la vida. Antes de que hubiese luz, el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas (Gn 1:2). Y cuando Jesús, quien resucitó y ascendió, regrese para inaugurar los cielos nuevos y la tierra nueva, un río de vida fluirá desde el trono de Dios y del Cordero en la Nueva Jerusalén (Ap 22:1-2). Todo el que se sumerja en estas olas siendo enemigo de Dios emergerá como hermano del Hijo de Dios, siendo coheredero de Su herencia eterna.
El bautismo es un sello y una señal de que hemos sido adoptados en la familia de Dios. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se han amado en perfecta armonía desde antes de la Creación, antes de que Dios moldeara a Adán del polvo. En el bautizo de Jesús vemos a las tres personas. Mientras Jesús emerge del agua, el Espíritu de Dios desciende como una paloma y reposa sobre Él (Mt 3:16). Para que nadie malinterpretara el significado de esta señal, el Padre habló desde el cielo: “Este es Mi Hijo amado; estoy muy complacido con Él” (Mt 3:17, NVI).
Jesús se sumergió en las aguas del juicio para que yo pudiera beber del agua de vida eterna