Y se levantó Abraham de delante de su muerta, y habló a los hijos de Het, diciendo: Extranjero y forastero soy entre vosotros; dadme propiedad para sepultura entre vosotros, y sepultaré mi muerta de delante de mí (Génesis 23:3-4).
En Génesis 23:3 se mencionan dos grandes personas de fe. La primera es Abraham, quien acababa de realizar uno de los actos de fe más notables de la Biblia: estar dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac (Génesis 22). La otra persona de fe se menciona con las palabras “mi muerta”, refiriéndose a Sara, la difunta esposa de Abraham. Sara fue una gran mujer de fe, y por su fe, recibió la promesa de Dios de tener un hijo mucho después de la edad habitual para ser madre.
Este sencillo versículo nos dice mucho sobre los grandes hombres y mujeres de fe.
Los grandes hombres y mujeres de fe enfrentan muchas dificultades.
Sara soportó la dificultad de la muerte y Abraham la carga de quedarse sin su esposa. A veces pensamos que las personas de gran fe viven en un mundo diferente, ajenas a las penas y preocupaciones de la vida cotidiana. Eso no es cierto. Incluso Jesús aprendió obediencia a través de lo que sufrió (Hebreos 5:8).
Los grandes hombres y mujeres de fe son peregrinos y forasteros.
Cuando Abraham comenzó a negociar con los hijos de Het un lugar para enterrar a Sara, dijo: “Extranjero y forastero soy entre vosotros”. Aunque Abraham había vivido en Canaán durante más de 30 años, seguía considerándose un extranjero y forasteroen aquella tierra.
Abraham no se sentía así solo porque venía de otro lugar (Ur de los caldeos), sino porque reconocía que su verdadero hogar era el cielo (Hebreos 11:9-10). Moisés sabía lo mismo y enseñó este principio a Israel (Levítico 25:23). David también comprendió esta verdad (1 Crónicas 29:14-15, Salmo 39:12).
Como hombre de fe, Abraham vivió y construyó en Canaán y dejó un legado para sus descendientes, pero sabía que su hogar definitivo era el cielo y que solo estaba de paso en esta vida. Su verdadero hogar era eterno.
Los grandes hombres y mujeres de fe pueden ver la parte como el todo.
Génesis 23 explica que Abraham compró esta propiedad para sepultura. Durante sus viajes por Canaán, Abraham había vivido antes en esta zona y había construido allí un altar a Dios (Génesis 13:18). Conocía esta cueva y estaba dispuesto a pagar el precio completo por ella.
Dios había prometido a Abraham y a sus descendientes del pacto toda la tierra de Canaán como herencia (Génesis 15:18-21). Sin embargo, esta fue la única porción de tierra que Abraham poseyó formalmente. Recibió una parte, pero seguía creyendo en la promesa de Dios de recibirla en su totalidad.
Querido amigo creyente, solo conocemos y experimentamos en parte (1 Corintios 13:12). Sin embargo, podemos confiar en la promesa de Dios y ver la parte como evidencia del todo. Un día, todo se cumplirá en Jesucristo.