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Mi padre (Tim Keller) escuchó la historia para hablar del evangelio
En medio de sus procedimientos médicos del año pasado, le pregunté a mi padre, Tim Keller, sobre cómo había presentado el evangelio en las décadas de 1980 al 2000. En concreto, quería saber qué efectos había tenido en él los puritanos, Jonathan Edwards y el neocalvinismo holandés. Papá (en adelante lo llamaré solo Keller) dijo que, durante su formación temprana, encontró traducciones neocalvinistas que enfatizaban los efectos del cristianismo en toda la vida, no tanto en la piedad interior. (No quiero sugerir que Kuyper y Bavinck no tuvieran obras sobre la piedad experiencial, simplemente él no tuvo acceso a ellas).
Así que buscó en autores ingleses obras sobre la piedad interior. Leyó a Edwards, John Owen y los puritanos, quienes moldearon la teología reformada en modelos personales y experienciales.
Keller dedujo que debemos tener conocimiento del corazón, no solo conocimiento de la cabeza: la creencia intelectual en Dios no es lo mismo que una relación con Jesús que cambie el corazón. Luego, a partir de sus fuentes neocalvinistas, Keller encontró una respuesta reformada para vivir una fe experiencial en un espacio cada vez más poscristiano. Combinó de forma única sus inclinaciones «pietistas» de Owen y Edwards con sus inclinaciones «culturalistas» del neocalvinismo, Kuyper, Van Til y, más tarde, Bavinck. (Aunque va más allá del alcance de este artículo, vale la pena señalar que pocos han fusionado el poder de estas dos tradiciones reformadas, pero Keller lo hizo para presentar el evangelio a una cultura secular en ascenso en las décadas del 1980 al 2020).
Se podría decir mucho sobre su formación neocalvinista/culturista, pero consideremos las sensibilidades pietistas de Keller. En primer lugar, expondré brevemente su contexto. En segundo lugar, examinaré los valores pietistas que utilizó para presentar claramente el evangelio en su momento histórico. Finalmente, haré algunas aplicaciones para la iglesia de hoy.
Contexto histórico
Para pensar de forma crítica y estratégica sobre nuestros propios contextos, será útil comprender el contexto que la vida y el ministerio de Keller trataron de abordar. Él nació en 1950, cuando el cristianismo público en Estados Unidos estaba decayendo como autoridad moral que se daba por sentada. El individualismo de la Ilustración al que Jonathan Edwards se enfrentó en el siglo XVIII no había hecho más que crecer como la historia central de Occidente.
Edwards insistió en que solo se puede tener la seguridad de la aceptación eterna basándose en la obra consumada de Cristo
Cuando Keller llegó a Nueva York a finales de la década de 1980, el grupo menos alcanzado que conoció eran profesionales en apuros abrumados por la presión de su carrera. Eran políticamente liberales, con un alto nivel educativo, con movilidad ascendente y sexualmente activos, así como reservados, solitarios, ocupados y desconfiados de la religión organizada, especialmente del cristianismo. Tendían a pensar en términos psicológicos sobre el yo y odiaban el compromiso. No tenían respuestas a las grandes preguntas de la vida: ¿Quién soy? ¿Qué sentido tiene todo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué debo hacer lo que hago? Además, conoció a cristianos que luchaban por integrar su fe con sus carreras profesionales, lidiando con las presiones éticas que la ciudad ejercía sobre sus vidas personales.
¿Cómo presentó Keller el evangelio en este contexto?
Dos adaptaciones pietistas en el ministerio de Keller
Keller utilizó dos innovaciones de Jonathan Edwards para responder a su contexto.
1. Redescubrir que la justificación por la fe conduce a la obediencia en arrepentimiento y oración.
Durante el Gran Despertar, Edwards conoció a muchos que afirmaban, como prueba de su fe, diversas señales y prodigios, pero después no mostraban ningún fruto evidente. De hecho, a menudo Edwards veía lo contrario: un aumento de la envidia, el rencor, la amargura y la mezquindad general. Sin anular la idea de que se podía tener una experiencia real de Dios (en contra de Charles Chauncy, que tachaba los avivamientos de mero emocionalismo), Edwards insistía en que la prueba de la fe no podía basarse en manifestaciones externas (1 Co 13:1-3), ni siquiera en actos de obediencia. Otros partidarios de los avivamientos le criticaron, pero Edwards insistió en que solo se puede tener la seguridad de la aceptación eterna basándose en la obra consumada de Cristo.
De forma similar, Keller echó un vistazo a su iglesia en la década de 1980 y vio que tanto cristianos como no cristianos creían que si obedecías serías aceptado por Dios. Como señaló Richard Lovelace, profesor de Keller, muchos cristianos tienden a basar su justificación en su santificación, por así decirlo, en lugar de basar su santificación en su justificación.
Las buenas nuevas del evangelio no necesitan reinventarse
Llevar a la práctica esta dinámica de renovación espiritual despertó a los cristianos nominales al tiempo que convertía a los no creyentes seculares. Como Keller decía a menudo: «No eres aceptado porque obedeces; obedeces porque eres aceptado». Esta sencilla expresión resumía la canalización de Edwards por parte de Lovelace. Toda obediencia debe brotar del corazón agradecido de la fe, o no es verdadera obediencia.
¿En qué sentido era innovador? Para muchos cristianos estadounidenses de los años ochenta, que solían separar el discipulado del evangelismo, era radical sugerir que el problema central de los no cristianos (la incredulidad) es el mismo problema que aqueja a los cristianos. En el momento del pecado, ambos no confían en que son amados y justificados por el Creador del universo. Los cristianos se inquietan al darse cuenta de que si solo miran a su santificación como su justificación, tal vez nunca tuvieron fe salvadora. Al mismo tiempo, ayudó a los no cristianos a darse cuenta de que el evangelio no es «esfuérzate, sé bueno y entonces Dios te amará». Por el contrario, el amor de Dios está escrito en la historia de las Escrituras cuando busca a las personas descarriadas, viviendo y muriendo por ellas en Jesús.
Pero ¿cómo articular de forma sencilla el énfasis de Edwards en la justificación? ¿Cómo decirlo para que las personas sin iglesia o con poca iglesia puedan entender el evangelio sin necesidad de conocer la jerga teológica?
Keller nos proporcionó este principio: «Soy más pecador e imperfecto de lo que nunca me atreví a creer y, al mismo tiempo, más aceptado y amado de lo que nunca me atreví a esperar». Esta frase concisa encierra la esencia del evangelio. Al articular la tensión entre nuestro quebrantamiento inherente con el amor y la aceptación ilimitados que ofrece Cristo, Keller destiló conceptos teológicos complejos en un mensaje accesible para todos.
La declaración sirve de puente, permitiendo captar el corazón del evangelio a los que no van a la iglesia y a los que están bajo su influencia, invitándoles a una conciencia profunda de su necesidad de la gracia y del amor inconmensurable que les espera en los brazos de un Dios misericordioso. También es una luz que guía a los creyentes hacia una comprensión más profunda de su identidad en Cristo y fomenta un encuentro transformador, redentor y restaurador con la gracia.
2. La mera comprensión intelectual de la doctrina es insuficiente.
En las décadas de 1980 y 1990, cuando Keller vio que los cristianos se retiraban de la esfera pública y que las personas criadas en hogares cristianos se desvinculaban de la fe, surgió una preocupación pastoral constante: «Creo en Dios, pero no siento Su presencia. ¿Cómo puedo experimentar Su presencia?». La intuición de Edwards ofrece la respuesta: una rotunda afirmación de que lo afectivo (el corazón) debe entrelazarse con lo cognitivo (la cabeza). La verdadera comprensión trasciende lo intelectual para abarcar lo experiencial.
Edwards articuló elocuentemente este concepto en su sermón «A Divine and Supernatural Light» («Una luz divina y sobrenatural»), destacando la doble naturaleza del conocimiento:
Hay un conocimiento doble del bien del cual Dios ha hecho capaz a la mente del hombre. El primero, el que es meramente mental… y el otro es, el que consiste en el sentido del corazón, como cuando el corazón siente placer y deleite en presencia de la idea de eso… Así pues, hay una diferencia entre tener la opinión de que Dios es santo y bondadoso, y tener un sentido de la hermosura y belleza de esa santidad y gracia. Hay una diferencia entre tener un juicio racional de que la miel es dulce y tener un sentido de su dulzura.
Esta idea tuvo un efecto significativo en la predicación de Keller. Para él, el sermón no era una mera plataforma para transmitir información, ni un mero conducto para provocar una respuesta emocional. El sermón tenía un propósito que iba más allá de hacer que las verdades de las Escrituras fueran intelectualmente accesibles: estaba diseñado para hacer que esas verdades fueran tangibles y experienciales.
Nuestro reto es traducir las verdades sobre el pecado, la aceptación y el amor a una generación que puede no entenderlas fácilmente
Abrazando la convicción de Edwards de que las realidades espirituales pueden encontrarse en las experiencias terrenales, Keller reconoció el potencial del sermón para salvar esta distancia mediante el poder imaginativo de imágenes vívidas e ilustraciones conmovedoras. Edwards no habría apoyado el adagio simplista «Solo predica las Escrituras», porque veía que la tarea del predicador va más allá de la mera explicación hasta llegar a la realización.
«Edwards diría», reflexionó Keller, «que si una verdad sobre Jesucristo no te emociona, te conmueve, te derrite, te electrifica y te cambia, entonces no la has entendido realmente». Este es el objetivo transformador de la predicación: ir más allá de la comprensión intelectual y guiar a los oyentes hacia encuentros transformadores con verdades vivas.
Keller escribió una vez una nota personal sobre la influencia de Edwards en él:
Edwards me mostró lo inadecuada que era la predicación expositiva del siglo XX. Era muy cognitiva, muy abstracta. Pero la solución NO era simplemente buscar… historias sentimentales que movieran los sentimientos. La solución era aprender a encarnar la verdad en formas concretas: imágenes, ilustraciones y narraciones. Durante mis años de seminario aprendí sobre la predicación «cristocéntrica» de Ed Clowney… y sobre el avivamiento de Edwards con Richard Lovelace… pero nada de esto afectó realmente mi predicación mientras estuve encerrado en una subcultura evangélica. Allí fui recompensado por la exposición tradicional que a menudo carecía de todas estas cosas… Ciertamente habría profesado estar haciendo una predicación «cristocéntrica», pero en realidad estaba poniendo a Jesús como ejemplo e instando a la gente a vivir como Él. Me hizo falta una intensa experiencia de predicación en Nueva York para despertarme… Cuando empecé a enfrentarme a los cambios que tenía que hacer, empecé a darme cuenta de que tenía todos los recursos teológicos e históricos necesarios.
Esto debería hacernos reflexionar y preguntarnos: ¿Qué recursos desaprovechados podrían mejorar nuestro enfoque si estuviéramos dispuestos a emplearlos de forma diferente? Si permitimos que las necesidades de nuestro contexto actual afecten la forma en que presentamos el evangelio, ¿cómo podríamos dar una forma diferente a nuestra presentación? Poseyendo los conceptos, las verdades, las categorías y el contenido, Keller aún tenía que enfrentarse a las apremiantes necesidades de un nuevo contexto. Este cambio transformador no alteró la verdad de las Escrituras ni la naturaleza del evangelio, pero sí remodeló la comunicación de estas verdades eternas. Se aseguró de que resonaran en un público diverso, un proceso integral para una contextualización eficaz.
Buenas noticias para cualquier época
¿Qué podemos aprender de esto?
En primer lugar, analizar los valores pietistas de Keller nos muestra que las buenas nuevas del evangelio no necesitan reinventarse. Una vez, como nuevo ministro, me quejé de que yo no aportaba nada nuevo. Keller, con su sombrero de «papá», respondió: «No tengo ni un hueso original en el cuerpo. Todo lo que he dicho ha salido de otra parte». Esto es importante: la reinvención no debería ser el objetivo de ningún ministro o cristiano. Si la buena noticia del evangelio es objetivamente cierta, no necesita ser cambiada. Tengamos consuelo en esto, recordando que nuestra tarea no es hacer algo nuevo.
En segundo lugar, Keller iluminó un principio crítico: aunque el evangelio no cambia, la cultura sí lo hace. Nuestros contextos cambiantes exigen una evaluación continua de cómo explicamos el evangelio. Las presentaciones protestantes del evangelio del siglo XIX y principios del XX daban por sentado que una población con conocimientos bíblicos entendería inmediatamente un término como «pecado». Pero Keller se encontró con personas después de los años ochenta que cuestionaban conceptos y términos tan fundamentales. En lugar de reinventar el evangelio, adaptó su enfoque.
Keller utilizó la formulación de Agustín, que retrata el corazón humano no como deficiente en amor, sino como albergando amores desordenados. Las cosas buenas se convierten en cosas supremas, alterando el equilibrio de la vida. Para quienes se resistían al término «pecaminoso», recurrió al lenguaje de la idolatría: dar una importancia indebida a algo, hasta el punto de adorarlo, con consecuencias perjudiciales. En lugar de culpar a los individuos por carecer de ciertas categorías, Keller tradujo el evangelio a términos accesibles para su audiencia, demostrando así una profunda comprensión de su contexto.
Para hacernos eco de este enfoque, debemos contextualizar continuamente (no cambiar) las buenas nuevas, asegurándonos de que resuenen con la evolución de la comprensión de nuestra gente. ¿Cómo presentamos el evangelio de forma novedosa a aquellos a los que queremos alcanzar?
En tercer lugar, en medio de los cambios culturales, es crucial reconocer los paralelismos perdurables entre los contextos históricos. Explorar las lecciones de las presentaciones del evangelio del pasado no es solo un ejercicio histórico, es un recurso valioso para la comunicación contemporánea. Nuestro reto es traducir las verdades sobre el pecado, la aceptación y el amor a una generación que puede no entenderlas fácilmente.
No basta con hacer énfasis en el conocimiento intelectual; el evangelio exige un compromiso experiencial y un cambio transformador