Vida Cristiana
Recuperemos la palabra “adopción”
No pensé que me metería en tantos problemas.
Navegando en Instagram me di cuenta de que uno de mis contactos había publicado algo relacionado con «adoptar» un cachorrito. Como madre por adopción, la publicación sacudió mi corazón: ¿Por qué usamos la misma palabra para hablar de integrar tanto a un animal como a un ser humano a nuestro hogar, y que además es la misma palabra que Dios usa en la Biblia para hablar de cómo llegamos a recibir un lugar en Su familia?
A todos los cristianos les gusta recordar que somos hijos de Dios. Lo cantamos, lo ponemos en tazas y en camisetas. Nos saludamos unos a otros diciéndonos «hermano», pues nos reconocemos como parte de la familia del Señor. Lo que solemos pasar por alto es la manera en que pasamos a formar parte de la familia de Dios: Él «nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo, conforme a la buena intención de Su voluntad» (Ef 1:5). Adoptar significa hacer hijo al que no lo era naturalmente. Eso es lo que Dios hizo por nosotros. Aunque éramos «por naturaleza hijos de ira» (Ef 2:3), Dios intervino y en Cristo Jesús nos hizo Suyos.
Ahora bien, sé que la mayoría de personas utilizan la expresión «adoptar» sin pensarlo demasiado, yo misma lo hice hace años en una campaña de rescate llamada «adopta, no compres». Lo que nos falta, pensé, es que las voces que están involucradas en el mundo de la adopción se levanten para iluminar la situación y proponer algo diferente. ¿Quién podría oponerse? (Oh, ingenua de mí).
Así que grabé un breve video para Instagram que decía lo siguiente: «Amable recordatorio, se adoptan personas (hijos) no animales (mascotas)».
Una experiencia reveladora
Como suelo hacer antes de publicar algo, le mostré el video a mi esposo. Me animó a compartirlo: «Esto tiene que decirse». Como medida adicional de precaución, también se lo envié a una amiga, quien tiene dos hijas por adopción y es conferencista a nivel internacional sobre temas de orfandad y cuidado al vulnerable. «El video está bueno; es un mensaje importante», me dijo. «Pero te aviso de una vez: la gente se va a enojar».
Decidí publicarlo. Lo que pasó en las siguientes horas todavía me acelera un poco el corazón. Mi amiga me lo había advertido, pero yo no había dimensionado las reacciones que ese video de quince segundos despertaría. Pensé que unas cuantas personas, en particular no cristianas, se ofenderían y ya. Pero mi sorpresa fue la respuesta de los creyentes, incluso con comentarios agresivos.
Era como si yo hubiera atacado de manera personal. Unos me acusaron de solo querer llamar la atención. Varios hablaban de la superioridad de los animales a los niños («¡LOS PERROS NO TE FALTAN AL RESPETO!»). Algunos respondieron con fría indiferencia porque, como no tenían conocidos que hubieran sido adoptados, no importaba qué palabra utilizaban. Pero yo estaba convencida de que había hecho lo que tenía que hacer.
Todos los cristianos deberíamos estar en contra de que los animales sean elevados al mismo nivel de dignidad y honor que un ser humano
El tema no se fue con el paso de los días. Los eventos en el mundo virtual despertaron oportunidades para charlar sobre el tema de la adopción en la vida real, por ejemplo, con mis amigos de la iglesia local. Las conversaciones que tuvimos fueron enriquecedoras y me hicieron crecer en la convicción de algo que nunca había articulado antes: los cristianos tenemos que recuperar la palabra «adopción».
Antes de continuar, quisiera aclarar que no tengo nada en contra de las mascotas. He tenido todo tipo de animales a lo largo de mi vida: tortugas, gatos, perros, hámsteres y, mi favorito, un pez betta llamado Larry. Lloré cuando Larry murió. Es un regalo de gracia poder tener animales que nos acompañen en la vida cotidiana. Pero de lo que sí estoy en contra, y todos los cristianos deberíamos estarlo, es de que los animales sean elevados al mismo nivel de dignidad y honor que un ser humano.
La Escritura es muy clara: el hombre y la mujer fueron una creación especial, llamados a señorear sobre la creación, reflejar la imagen de Dios y tener una relación cercana con Él (cp. Gn 1 – 2). ¿Significa esto que podemos maltratar a los animales? Por supuesto que no. ¡Todo lo contrario! Es nuestra responsabilidad mostrar al mundo la bondad de nuestro Señor al cuidar de los animales como Dios cuida a las aves y el resto de la creación (Lc 12:24).
Sin embargo, temo que muchos hemos distorsionado esta verdad hasta llevarla al extremo de la idolatría.
La imagen de Dios
Tuve la oportunidad de visitar el campo de concentración de Dachau, cerca de Múnich, Alemania. Este fue el primer campo nazi que se construyó y fue un modelo a seguir para el resto de los que se crearon. Caminé por el terreno donde unas 41 500 personas murieron tras ser forzadas a trabajar en condiciones inhumanas y ser sometidas a experimentos médicos terribles. Me detuve en uno de los monumentos, en el que se leía «nunca más». Mi corazón se encogió al recordar que esta es solo una de las muchas maneras en la historia que la imagen de Dios en el ser humano ha sido menospreciada por otros seres humanos.
En los primeros años de Dachau, los prisioneros fueron denigrados al ser tratados como animales de trabajo. Luego, sus condiciones de vida fueron mucho peores que las que se suelen ofrecer a los animales de trabajo. Pero hoy es más común ver al ser humano denigrado de otra manera. En lugar de aplastar a la persona, que sigue sucediendo en muchos lugares, elevamos al animal. Perros en cochecitos para bebé. Guarderías donde las mascotas hacen «tareas» para sus «padres». Lo peor de todo: mientras cada vez más países aprueban el asesinato de seres humanos en el vientre de sus madres y lo promueven como un derecho, las especies animales son protegidas con celo excesivo.
Hoy es más común ver al ser humano denigrado de otra manera. En lugar de aplastar a la persona, elevamos al animal
Permíteme dejarlo claro: no necesitamos y no debemos ser crueles con los animales para valorar la imagen de Dios en el ser humano. Pero debemos reconocer que vivimos en una época en la historia donde, para muchos, la vida animal es más valiosa que la vida humana. Si no tenemos cuidado, podemos abrazar esa idea sin siquiera darnos cuenta.
También entiendo lo sensible que el tema puede ser para algunos. En los comentarios a mi video, una amiga escribió: «Mi esposo y yo no podemos tener hijos. […] Tenemos dos gatitas […] nos traen ambas mucho gozo y risas». Luego explicó que ella y su esposo han tenido conversaciones difíciles sobre lo que harían si una de sus gatitas enfermara y han establecido un límite de gastos, lo cual reconocen que jamás harían con un hijo. Ellos, con todo el amor que le tienen a sus mascotas, saben que «aunque las consideramos una parte importante de nuestras vidas, no son familia ni hijas». Mi amiga y su esposo son un ejemplo de cómo valorar el regalo de gracia que son los animales, sin elevarlos al mismo nivel de dignidad que un ser humano.
Nuestra relación con la palabra adopción es extraña. Por un lado, muchos no quieren dejar de usarla para señalar la integración de un animal a sus vidas porque es honorable: decimos «adopta, no compres» y algunos se refieren a sus mascotas como «perr-hijos». Por otro lado, la palabra adopción aplicada a los humanos suele ser un insulto. ¿Cuántos no se han burlado de su hermano diciéndole «el adoptado»? ¿Cuántos niños, jóvenes y aun adultos viven sin conocer la verdad sobre su origen, mientras la familia entera se la pasa cuchicheando sobre su adopción con miedo a que se entere?
Una joven, hija por adopción, también comentó en mi video: «No somos comparables a un cachorro. Nuestra historia de pérdida no puede ser rebajada a ser comparada al perro o gato de Fulanito». Ella contó cómo su mamá estuvo muy involucrada en el rescate animal, así que tuvo que ser testigo, con frecuencia, de cómo las personas venían a «adoptar» gatos y perros, firmando los papeles delante de ella. Eso provocó heridas en su corazón que todavía están sanando.
Es hora de recuperar la palabra adopción y colocarla en su lugar correcto.
Guerra de palabras
Estamos en medio de una guerra de palabras: matrimonio, justicia y amor son solo tres conceptos con significado bíblico profundo que el mundo está arrancándonos de las manos y redefiniendo a su antojo. Muchos de nosotros, con toda razón, nos hemos levantado en contra de la redefinición de estas palabras, afirmando las verdades de la Palabra de Dios con fervor. Pero ¿qué hay de la palabra adopción? ¿Vamos a dejar que la sociedad utilice esta hermosa imagen del evangelio como si fuera cualquier cosa?
Tú y yo estábamos separados de Dios, sin remedio y sin posibilidad de reconciliación. Pero Él nos tomó y nos hizo Suyos