Vida Cristiana

El trabajo de la paternidad: La ambición santa de los padres piadosos

Hace algunos años, un profesor relató en clase una breve frase de su esposa que se le clavó como una flecha en el pecho.

Se acercaba un nuevo semestre y se había esforzado por elaborar un sumario que sirviera a sus alumnos. Eligió los libros, definió las tareas, programó los ensayos y los exámenes, y así trazó un cuidadoso curso académico de agosto a diciembre. Entonces su esposa, al darse cuenta de tan minuciosa planificación docente, le hizo una pregunta sincera: «¿Por qué no le dedicas el mismo esfuerzo y planificación a nuestra familia?».

Aunque en aquel momento yo era soltero, podía entender la agudeza de la punzada. Sin embargo, ahora que soy esposo y padre puedo sentirla. Sé que muchos hombres pueden sentirla también. Con mucha facilidad, podemos dedicar un esfuerzo y una creatividad enormes a la carrera o al ministerio, sin pensar siquiera en hacer lo mismo por la familia. Podemos mostrar mucha más ambición —más reflexión, más planificación, más intencionalidad, más entusiasmo— hacia el trabajo o la iglesia que hacia la paternidad. Podemos ser empleados o líderes ministeriales apasionados, pero padres pasivos en comparación.

Sin duda, los niños necesitan ver a un padre cuyos ojos miren hacia arriba y hacia fuera, ambicioso por servir a Dios en el trabajo, la iglesia, el vecindario y más allá. Pero con la misma seguridad, los niños necesitan ver a un padre ambicioso en ser padre.

Un padre de 5:00 p. m. a 9:00 a. m.

Las descripciones que Dios mismo hace de la paternidad en las Escrituras nos muestran a un hombre que anhela hacer el bien en el mundo, sí, pero que también dedica una enorme energía al mundo de su familia. No solo tiene un trabajo de 9:00 a. m. a 5:00 p. m., sino también uno de 5:00 p. m. a 9:00 a. m, un llamado tan exigente como, y a menudo más que, su carrera (y que incluye también las madrugadas y los fines de semana).

Los verdaderos líderes cristianos no desprecian los actos humildes de servicio oculto, y el hogar proporciona este tipo de oportunidades en grandes cantidades

 

El retrato más extenso de la paternidad en la Biblia nos llega en el libro de los Proverbios, que registra las palabras de un padre a su hijo en proceso de madurez. Gran parte del libro nos recuerda que Dios creó a los hombres para el dominio exterior: el llamado a trabajar duro, las instrucciones sobre los negocios y la agricultura, la imagen del padre sentado «en las puertas… con los ancianos de la tierra» (Pr 31:23). Pero la estructura misma de Proverbios —consejo afectuoso, serio y persistente de un padre a su hijo— nos recuerda que el dominio de un hombre incluye ser padre.

Proverbios describe la paternidad como un asunto de toda la vida. El padre del libro es del tipo de Deuteronomio 6:7, un hombre que discipula a su hijo en casa y fuera de ella, desde la mañana hasta la noche. Imparte un curso llamado «La vida» en un aula tan amplia como el mundo. Quizá podamos imaginarlo hablando con su hijo cuando pasan por delante de la calle de la mujer prohibida («No te acerques a la puerta de su casa», Pr 5:8), cuando casi pisan un hormiguero («Ve, mira la hormiga», Pr 6:6) o cuando se sientan a comer («Come miel, hijo mío, porque es buena», Pr 24:13).

Su enseñanza abarca temas tanto espirituales como prácticos, tanto eternos como cotidianos. A lo largo de las veintidós veces que el libro utiliza la frase «hijo mío…», habla a la cabeza, el corazón, las manos, los pies, los ojos, el alma, la boca y mucho más de su hijo. Conoce los puntos fuertes y las locuras de su hijo. Pasa suficiente tiempo sin prisas a su lado como para decirle: «que tus ojos se deleiten en mis caminos» (Pr 23:26). Y aunque este padre tiene ambiciones que van más allá de su hijo, difícilmente puede imaginarse a sí mismo contento aparte del bien duradero de este joven (Pr 10:117:2523:1524). Es, en una palabra, ambicioso por ser padre.

Un hogar para la ambición

Una visión tan amplia y exigente de la paternidad sugiere al menos una razón por la que los hombres pueden encontrar más fácil o natural la ambición exterior. Al final, ser un padre piadoso puede resultar más difícil que iniciar una empresa, construir una carrera o incluso convertirse en pastor.

Por mi parte, siento que estoy ante un trabajo más difícil cuando entro a casa por la puerta después del trabajo. Los niños no nos piden simplemente que seamos buenos contadores, profesores, ingenieros o gestores de proyectos: nos piden que seamos buenos hombres. No nos piden simplemente ocho horas de atención, sino, en cierto sentido, toda nuestra atención. Si queremos ser capaces de decirles: «Dame, hijo mío, tu corazón» (Pr 23:26), entonces tendremos que entregarnos nosotros mismos.

Necesitamos, pues, algunas buenas razones para dejar a un lado nuestra pasividad y dedicarnos a ser mejores padres. Además del simple hecho de que las Escrituras nos dan nuestro modelo de paternidad piadosa (y todos los modelos de Dios son buenos), consideremos otras tres razones por las que nuestra ambición necesita no solo una oficina o un púlpito, sino un hogar: por nuestra propia alma, por el mundo y por nuestros hijos.

1. Ambición honesta

En primer lugar, la ambición en el hogar sirve a la propia alma del hombre, sobre todo porque mantiene honestas sus otras ambiciones.

Un anciano «debe gobernar bien su propia casa» escribe Pablo, «pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?» (1 Ti 3:4-5). Un hombre que se esfuerza por dirigir la pequeña comunidad dentro de su casa, se esforzará por dirigir una comunidad mayor fuera de ella, al menos de un modo que agrade a Dios. El principio de Pablo es válido en parte porque la capacidad de liderazgo se transmite de una esfera a otra, pero también por otra razón: el hogar capacita al hombre para el liderazgo específico que se requiere de un cristiano.

Los verdaderos líderes cristianos no desprecian los actos humildes de servicio oculto (Mr 10:43), y el hogar proporciona este tipo de oportunidades en grandes cantidades. Los líderes cristianos se asocian gustosamente con los humildes (Ro 12:16), y los niños son una sociedad que les llega a las rodillas. Los líderes cristianos invierten pacientemente en las personas que tardan en cambiar (1 Ts 5:14), y la familia proporciona práctica diaria (a menudo a cada hora) para ese tipo de paciencia. Y los líderes cristianos aplican sabiamente la Palabra de Dios a las necesidades de cada persona (1 Ts 2:11-12), y los niños vienen con personalidades y tentaciones sorprendentemente diversas.

Al igual que Pedro o Juan, quienes se apresuraron a dejar atrás a los niños, a veces imagino la ambición cristiana en términos mucho más amplios que estos pequeños. Pero entonces miro hacia atrás y veo a mi Señor entre ellos, con una ambición lo suficientemente grande como para incluir a los niños. Entonces recuerdo que, a menos que mi ambición incluya lo mismo, todavía no estoy en condiciones de dirigir bien en otra parte.

2. Las flechas del arquero

En segundo lugar, y contraintuitivamente, la ambición en casa sirve al mundo, al menos cuando es bendecida por Dios.

Negativamente, podríamos considerar los tristes ejemplos de padres pasivos cuyos hijos crecieron para desmantelar gran parte de su labor en el mundo. David fue un rey poderoso, pero su falta de atención en casa provocó el caos en su reino (2 S 13:20-221 R 1:5-6). Elí perdió su sacerdocio por dejar que sus hijos actuaran sin control (1 S 2:29).

Sin embargo, las Escrituras nos ofrecen una imagen positiva de los niños, que es cualquier cosa menos una imagen estrecha y limitada al hogar: «Como flechas en la mano del guerrero, / Así son los hijos tenidos en la juventud», escribe Salomón (Sal 127:4). Cuando un padre educa a sus hijos con ambición piadosa, no está excusándose de la misión de Dios en el mundo. Es un arquero agachado bajo el muro, afilando sus flechas. Y en un mundo de reinos espirituales en guerra, no es una pérdida de tiempo afilar las flechas.

Nuestro trabajo como padres es ofrecer una imagen fiel del Padre que se deleita en Su Hijo

 

Como en todo discipulado, una paradoja de la paternidad es que a menudo servimos mejor al mundo cuando nos centramos en unos pocos. Jesús cambió el mundo a través de unos pocos hombres comunes. Los padres intentan seguir cambiando el mundo a través de unos pocos hijos comunes. Esos hijos pueden dividir a un hombre en el momento, quitándole tiempo para dedicarse a otras cosas buenas. Pero con el favor de Dios, no lo dejan dividido, sino multiplicado. Los hijos fieles de un padre son ese hombre hecho muchos.

Por supuesto, los hombres piadosos tratarán de hacer discípulos más allá de sus familias. Al mismo tiempo, no verán la paternidad como algo distinto a hacer discípulos. Todo ese tiempo en casa, todos esos momentos diciendo «Hijo mío» o «Hija mía», todos esos días retirándose de las prisas del mundo, y toda esa muerte diaria al yo son como un hombre tensando su arco, apuntando a morir con flechas en el aire.

3. El deleite de papá

Por último, la ambición en el hogar está al servicio de las almas eternas de los niños.

La imagen de las flechas es útil hasta un punto. Sin embargo, conviene recordar que los niños no son simples herramientas o armas que hay que manejar, y que muchos niños han llegado a resentirse de padres que los trataban como tales. No, los niños también son regalos que hay que abrazar. Son tesoros que hay que apreciar. Son personas infinitamente interesantes que hay que conocer. Especialmente en una familia cristiana, deben saber que son amados.

La palabra amado toca de cerca el corazón de la buena paternidad, la que procede del Padre celestial (Ef 5:1). Escucha la bendición de este primer Padre sobre Su querido Hijo:

Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido (Mt 3:17).

En gran parte, nuestro trabajo como padres es ofrecer una imagen fiel del Padre que se deleita en Su Hijo. En un mundo que a menudo tergiversa la paternidad para convertirla en algo totalmente distinto del verdadero Padre, una de las mejores cosas que podemos hacer por nuestros hijos es darles una presencia corporal del placer de Dios en nuestra gran risa, nuestros ojos brillantes y nuestros brazos fuertes: amarlos tan manifiestamente que se duerman sintiendo: Mi papá se deleita en mí.

Ese tipo de amor y deleite exige cantidades generosas de nuestro tiempo y atención. Requiere pensamiento creativo y planificación. Exige el tipo de iniciativa que a menudo damos a nuestra carrera o a nuestro ministerio, de modo que cuando nuestros hijos nos miran, ven a un padre ambicioso por ser padre.


Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por Eduardo Fergusson.


Scott Hubbard
 es editor en Desiring God, pastor en la iglesia All Peoples [Todos los pueblos] y graduado del Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Bethany, viven con sus dos hijos en Minneapolis.

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