Vida Cristiana
¿Cómo lidiar con la culpa? Con verdadero arrepentimiento.
El malestar de la culpa es un inquilino incómodo que no se va hasta que llega otro mejor: el arrepentimiento genuino.
Todos luchamos con el sentimiento de culpa, al cual solemos llamar «cargo de conciencia» por algo que sabemos que hicimos mal (Ro 2:15). No obstante, necesitamos de un poder mayor y externo que nos mueva de nuestro mero remordimiento a reconocer que lo que hemos hecho es pecar contra Dios y, por lo tanto, que necesitamos arrepentirnos.
¿Por qué experimentamos la culpa? Por el pecado que aún merodea por nuestros corazones y alrededor nuestro.
La buena noticia es que hay solución: el evangelio de Dios. Por nuestro pecado fue necesario el sacrificio de Cristo en nuestro lugar para que recibiéramos la justificación por la fe. Por el evangelio creemos que Cristo llevó nuestra culpa y que somos perdonados por Dios, cuando nos volvemos a Él en arrepentimiento. Este bendito evangelio de Cristo nos ayuda no solo en el día en que Dios nos salva, sino cada día de nuestra vida, porque necesitamos vivir en arrepentimiento todos los días.
Dicho esto, ¿existe la posibilidad de que siendo cristianos perdonados nos arrepintamos falsamente en nuestro día a día? La respuesta corta es sí.
Exploremos dos escenarios para considerar algunas diferencias entre un arrepentimiento falso y uno genuino. Luego, reflexiona conmigo en la importancia de arrepentirnos verdaderamente y que abordemos la culpa en esa dirección.
El “arrepentimiento” en Israel
El profeta Oseas fue enviado por Dios al pueblo de Israel —el reino del norte— para advertir del juicio que vendría por su persistente idolatría e inmoralidad. Oseas los llamó al arrepentimiento, advirtiéndoles que, si no lo hacían, enfrentarían el exilio bajo el Imperio asirio.1
Un falso arrepentimiento no reconoce verdaderamente su transgresión, pues su lealtad está comprometida hasta el punto de la ceguera espiritual
A la reprensión de Dios (Os 5:1-2), el pueblo respondió: «Vengan, volvamos al Señor. Pues Él nos ha desgarrado, pero nos sanará; nos ha herido, pero nos vendará. Conozcamos, pues, esforcémonos por conocer al Señor» (Os 6:1, 3a). El resto de lo que enseña el libro nos ayuda a ver que su respuesta fue la de alguien que busca tener el control de sus acciones para evitar las consecuencias, lo que podemos llamar un arrepentimiento falso. Por eso Dios, quien conoce realmente los corazones, les respondió:
¿Qué haré contigo, Efraín?…
Porque la lealtad de ustedes es como la nube matinal, y como el rocío, que temprano desaparece…
Testifica contra él el orgullo de Israel,
Pero no se han vuelto al SEÑOR su Dios,
Ni lo han buscado a pesar de todo esto (Os 6:4, 7:10).
Un falso arrepentimiento no reconoce verdaderamente su transgresión, pues su lealtad está comprometida hasta el punto de la ceguera espiritual. En el caso de Israel, Dios les detalló las razones para el arrepentimiento:
- Habían transgredido el pacto (6:7).
- Habían traicionado a Dios (6:7).
- Se habían prostituido (6:10).
- Se habían contaminado (6:10).
- Practicaban el engaño (7:1).
- No habían temido a Dios (7:2).
- Sus príncipes y reyes eran adúlteros (7:3-7).
- Hacían uniones adúlteras (7:8).
- Eran hipócritas (7:14-16).
Sabemos por las Escrituras que el reino del norte efectivamente fue conquistado por el Imperio asirio. Dios ejecutó el juicio sobre el que les advirtió. Aunque les dio la oportunidad de arrepentirse, esto no sucedió; no tuvieron temor de Dios.
El arrepentimiento en Corinto
Mucho tiempo después, Pablo escribió la Segunda carta a los corintios luego de reprenderlos por problemas relacionales, doctrinales y de crecimiento espiritual, al parecer, relacionados con un ofensor (ver 2 Co 2:4-9; 7:8, 12). Pablo les dice que está agradecido con Dios por recibir buenas noticias sobre ellos, porque se enteró de que la mayor parte de la iglesia se había arrepentido, castigado al ofensor, y porque habían aceptado su autoridad apostólica (2 Co 7:5-9).
Pablo describe cómo fue el arrepentimiento genuino de los corintios, el cual produjo en ellos un pesar o tristeza que los condujo a dar frutos de arrepentimiento: «Porque miren, ¡qué solicitud ha producido esto en ustedes, esta tristeza piadosa, qué vindicación de ustedes mismos, qué indignación, qué temor, qué gran afecto, qué celo, qué castigo del mal!» (2 Co 7:11). De modo que Pablo los invita a extender el perdón incluso al ofensor arrepentido (2 Co 2:6-8).
La iglesia de Corinto atendió en ese punto la reprensión de Pablo sobre arrepentirse y vivir en pos del evangelio de Cristo que él les había predicado y que los corintios afirmaban creer. La culpa que sintieron los llevó al madero y decidieron que no se justificarían ni culparían a otros por su pecado. En cambio, se arrepintieron restituyendo el dolor cometido y corrigiendo ese desorden en el que habían caído.
Aunque los cristianos corintios todavía tenían mucho de qué arrepentirse (cp. 2 Co 12:20), estos versos nos ilustran cómo se ve el arrepentimiento verdadero.
El verdadero arrepentimiento
El ejemplo del arrepentimiento de la iglesia de Corinto en ese momento nos recuerda cómo la culpa debe guiarnos al arrepentimiento, mientras que el ejemplo del reino del norte nos hace un llamado a cuidarnos de la falsedad.
El arrepentimiento verdadero brota de un corazón que reconoce que ha pecado contra Dios (Jr 3:13), que busca agradarle (Os 14:1-2), que reconoce su transgresión y le duele (Sal 51:3), que teme a Dios y acepta que lo malo que ha hecho Dios lo conoce (Pr 3:7). De este lado de la cruz, el arrepentimiento genuino surge al tener en alto lo que Cristo hizo por nosotros en Su vida, muerte y resurrección. Ejercitamos nuestra fe al admitir nuestro pecado ante Dios, buscando Su perdón y pidiendo perdón a quienes herimos, para comprometernos con un cambio genuino.
Cuando nos arrepentimos de verdad, gustosamente aceptamos la disciplina de Dios, pues admitimos que es para nuestra santificación
El arrepentimiento genuino debe ser practicado a diario, porque todos los días pecamos de alguna manera. La lectura de la Palabra de Dios y una vida de oración cambian nuestros ojos de nuestra autoprotección, vergüenza o resistencia a admitir verdaderamente nuestras faltas contra otros para ponerlos en la cruz. Solo así aprendemos a vivir en la justicia que hemos recibido en Cristo (Ro 6:11-12), para apartarnos del pecado y recibir Su misericordia (Pr 28:13).
Por último, cuando nos arrepentimos de verdad, gustosamente aceptamos la disciplina de Dios, pues admitimos que es para nuestra santificación (He 12:5-11). Dios está interesado en corazones humildes, no en corazones que se sobreprotegen o que en su rebeldía se esconden de Él. No tenemos que huir de Dios, sino correr a Él (1 P 5:6).
Evita arrepentirte falsamente
Por lo tanto, evita quedarte solo en un mero remordimiento que no te lleve a un aborrecimiento del pecado y un verdadero cambio de actitud para no caer más de nuevo en ese pecado. Recuerda que Cristo llevó tu culpa (2 Co 5:21) y te ha justificado para que tengas paz con Dios y puedas buscar a tu hermano en esa misma paz (Ro 5:1). Toma en cuenta que nuestra humanidad caída busca culpar a otros o justificar sus propias acciones. El llamado que tenemos es a orar diariamente para que Dios nos quite la viga de nuestro ojo y veamos nuestra transgresión como Él la ve.
Por otro lado, recuerda que, cuando corremos a la cruz, ya no hay un dedo acusador contra nosotros (Ro 8:1). Podemos aceptar nuestra culpa sin señalar las acciones de otros como justificación por nuestro obrar —como culpar a otro por nuestro enojo o incluso a Dios porque permitió cierta situación. Si tienes temor de quedar expuesto, recuerda la cruz. Si tienes temor de que no te perdonen, recuerda que Cristo ya te perdonó en la cruz (Lc 23:34). Si evitas arrepentirte porque no lo consideras justo, recuerda la cruz, donde Dios llevó todas nuestras transgresiones y las del otro.
La culpa nos debe llevar a arrepentirnos
El arrepentimiento involucra un cambio de mente, es decir, un cambio de lentes para ver la situación según el evangelio. La culpa que sentimos nos debe llevar al arrepentimiento genuino; la culpa es un inquilino molesto que debemos sacar prontamente.
Experimentarás libertad cuando recuerdes que arrepentirte es muestra de tu identidad en Cristo. Así que, oremos al Señor para que cada día nos conceda un arrepentimiento genuino mostrándonos nuestra transgresión (Sal 51:1-2), para que podamos meditar en la cruz de Cristo (Is 53:3-5) y vivir en dependencia de Él.
1. Aunque esta profecía también invitaba al reino de Judá —del sur— a arrepentirse y volverse a Dios de todo corazón, me concentraré en el reino del norte y la profecía que Oseas les dirigió, puesto que, debido a su respuesta a esta profecía, este reino sufrió el castigo prometido. ↩